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Perspectivas Críticas de la Contabilidad Contemporánea

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El discurso contable: un acto comunicativo para obtener legitimidad del entorno

Yaismir Adriana Rivera Arrubla

Introducción

La naturaleza social de la contabilidad encarna una doble hermenéutica. Esto significa que, por un lado, la contabilidad debe hacerse cargo del abordaje filosófico de los problemas que le competen, al tiempo, que, como disciplina empírica, se espera que contribuya a resolver los problemas pragmáticos del hacer profesional. Concretamente, de la contabilidad –más específicamente de la teoría y epistemología contable– debe desprenderse algún tipo de análisis teórico que permita poner orden o, al menos, repensar los dilemas socioeconómicos de nuestros días. En este orden de ideas, el presente capítulo tiene como propósito señalar un problema social contemporáneo de dimensiones globales. Su aporte consiste en reflexionar sobre el discurso contable como acto comunicativo intencionado y orientado a legitimar a las organizaciones ante su público de interés y, por extensión, ante sus contextos de acción. El abordaje de este problema es, además, una ocasión para revisar el valor actual de algunos debates y marcos analíticos, a partir de los cuales se suelen sentar las bases de la conversación abierta entre contabilidad y ciencias sociales y humanas.

Partiendo de tales referentes, esta investigación podría, además, constituirse en un lugar desde el que sea posible reflexionar sobre algunos cuestionamientos relacionados con la emisión de información como acto comunicativo, sobre las reglas de sentido y significado implícitos en el discurso contable, así como acerca de sus consecuencias e implicaciones en la vida cotidiana de las organizaciones. De este modo, este análisis podría ofrecer, finalmente, algunas perspectivas y vías para estudiar el efecto que la divulgación de información y los actos de rendición de cuentas pueden tener sobre las organizaciones, en su tarea de obtener legitimidad del entorno.

Es así como este capítulo se dedica a analizar algunas perspectivas, desde las cuales es posible visibilizar el papel de la contabilidad. Puntualmente, en este caso, se analiza el discurso que contrae y la información que genera la contabilidad como institución de legitimación, haciendo un repaso por algunas de las características y posibles consecuencias de los actos de divulgación de información contable externa, pensados como estrategia para ganar una imagen favorable ante la sociedad. Esto, en ocasiones, y a pesar de no ser una consecuencia intentada, puede superar el mero discurso y llegar a traducirse en cambios contables y organizacionales.

Después de dicha introducción, se estructuran seis apartados. En el primero de ellos, se analiza el discurso contable como acto comunicativo. Luego, en el apartado dos se plantea que el discurso contable como acto de comunicación es, al mismo tiempo, un acto de constitución de sentido para las organizaciones. Hecho esto, el tercero se dedica a estudiar el posible papel del discurso contable en la comunicación mediática. A continuación, los apartados cuatro y cinco, se enfocan en el análisis del discurso contable en la construcción de una imagen favorable para las organizaciones y como estrategia útil a la hora de obtener legitimidad del entorno. Finalmente, las principales conclusiones del trabajo son expuestas en el apartado seis.

El discurso contable como acto comunicativo en las sociedades modernas

Bien sea que estemos ante un periodo de radicalización de las consecuencias de la modernidad, o que hayamos ingresado en la postmodernidad, las ciencias humanas y sociales vienen siendo desafiadas, en la actualidad, para dar respuesta a nuevos problemas; o, tal vez deba decirse que estas deben adaptarse a las nuevas formas adoptadas por los problemas de siempre (Rivera, 2012). De hecho, las manifestaciones sociales actuales, no suelen ser fácilmente caracterizables, lo que pone de relieve las múltiples transformaciones institucionales que asisten a la sociedad actual, tal vez, porque como Giddens (1999) afirma, “nos movemos de un sistema fundamentado en la fabricación de bienes de consumo a otro cuya preocupación central descansa en la información” (p. 16).

Sea que vivamos o no en la sociedad de la información, o incluso que estemos a las puertas de una era post-informacional, es evidente la centralidad que en estos tiempos se otorga a la información, lo que ha de enjuiciarse entonces, no es tanto su vigencia, como las razones que asisten este fenómeno. (Rivera, 2012, p. 2).

Una explicación alternativa para entender tales transformaciones podría ser que, hoy, asistamos a una nueva sociedad centrada en la información, en la que esta es entendida como una estrategia planteada, de manera más o menos consciente y manipuladora, para legitimar las acciones y omisiones frente al otro (Rivera, 2012). Bajo esa perspectiva, la información tiene un papel clave, ya que la palabra es “producto y manifestación expresa de la importancia de que exista una jerarquía de valores, de la necesidad de vivir bajo cierto orden y de construir cotidianamente lo que somos a través de una interacción iterada con el otro” (Rivera, 2012, p. 2).

En este contexto, las organizaciones tienen un papel fundamental entre los agentes y fenómenos de la sociedad moderna, ya que, a partir de la efectividad de sus procesos de crecimiento y expansión, aseguran su lugar en buena parte de los procesos sociales, económicos y culturales, llegando incluso a determinar las condiciones de estabilidad y cambio de nuestros contextos materiales de acción. Lo cuestionable pues, es el carácter y consecuencias de los actuales modos de vida, las mutaciones recursivas y cada vez más vertiginosas de las nuevas formas de capitalismo. Sin embargo, sin duda, no es posible hablar, al menos de momento, de que este haya sido superado como el modelo económico reinante en el mundo occidental (Rivera, 2012).

Al analizar las características actuales de fenómenos como la globalización y el papel de las organizaciones en la sociedad actual, tanto la contabilidad como la información juegan un papel fundamental. Precisamente, los procesos informacionales gestados a partir de los sistemas contables y/o de rendición de cuentas, son pensados y codificados desde una concepción contable, y mediados por lógicas de carácter, bien sea, financiero, de gestión, social y ambiental. Y es esta base sustentada en la contabilidad, la que concede verosimilitud y credibilidad al discurso ofrecido desde las organizaciones, y la que legitima, en consecuencia, las decisiones de tipo económico.

Por su parte, la construcción discursiva permite a las organizaciones establecer canales efectivos y aceptados para comunicarse con sus agentes externos, cumpliendo las reglas de significado, poder y legitimación (Giddens, 1998) a las que están constreñidas, cuando se trata de cumplir metas que le permitan ser rentables y sostenibles, en medio de un mundo que desafía su supervivencia. Rentables, ante la mirada de los agentes económicos pertenecientes a los grupos interesados (stakeholders). Sostenibles, no precisamente, en cuanto a la reducción de su impacto sobre el medioambiente, sino ante los “desafíos” de un modelo “altamente competitivo y globalizado”.

La importancia que hoy se otorga a la información, y el valor y lugar que se le atribuyen bajo la percepción actual de volatilidad e inestabilidad que retan permanentemente a la contabilidad y sus paradigmas, hacen que ahora debamos preguntarnos, cuál es el problema o problemas de los que ha de encargarse el conocimiento contable:

[…] este conocimiento debe lidiar con el descentramiento de su problemática –impuesta por la era postindustrial o sociedad postmoderna –que reduce las perspectivas del análisis y restringe las posibilidades de encontrar soluciones aproximativas a los enigmas que afloran de manera tan rápida como recurrente, en el escenario de una época marcada por la indeterminación e incertidumbre. (Martínez Pino, 2009, p. 62).

El discurso contable y su papel en la constitución de sentido en el contexto organizacional

La información contable es producida y comunicada, a partir de una secuencia en la que se tejen reglas de sentido, relaciones de poder y normas. Como ejemplos, un informe de gestión empresarial tiene una dimensión normativa manifestada en su carácter público y ceñido a unas formas aceptables de comunicación. Del mismo modo, los significados de la información publicada (dimensión de significado), dependerán tanto del contexto en el que esta se produzca, como de los grupos de interés a los que esté dirigida. Finalmente, el discurso contenido en dicho informe será proferido y estará sancionado desde relaciones de poder cargadas de distintos intereses (dimensión de legitimación).

Así pues, la contabilidad es un esquema de comprensión, un reservorio de saber que permite a los actores registrar discursiva y reflexivamente parte de los procesos cotidianos que ocurren en la sociedad. A partir del discurso contable, es posible entonces producir relatos y ofrecer razones acerca de, por ejemplo, la responsabilidad social de las organizaciones frente a sus actividades, de su significado y representación, y del encaje de los argumentos expresados en los informes, a las normas (voluntarias y obligatorias), para conseguir justificarlas y rodearlas de legitimidad (Rivera, 2012).

Por tanto, la contabilidad es útil para producir un relato coherente que le permita distinguir entre un yo (la organización), y una otredad (los grupos de interés). En este sentido, la organización se afirma como ese yo, sujeto o ciudadano que responde (Arrington y Francis, 1993) a otros, de los que se distingue con plena claridad. Y ese yo solo existe o se hace manifiesto ante la necesidad de comunicar, de emitir un mensaje que marque una distinción clara entre la organización y su público, y que, en este sentido, la validen como actor claramente deslindable de otros actores a los que ve como objetos receptores del sentido de aquello que debe o que decide comunicar (Rivera, 2012).

 

Esta capacidad de comunicación implica que la organización posee, en principio, un lenguaje sancionable como adecuado y, en esta medida, ha adquirido las destrezas lingüísticas apropiadas para expresarse de manera aceptable y coherente. Ello significa que, primero, debe haber conseguido gobernar su propio cuerpo como unidad y conocer con suficiente claridad sus propios límites, así como el tipo de comportamientos y actitudes que de ella se esperan (Rivera, 2012).

Los actos de rendición de cuentas son, en sí mismos, formas de constitución de autoidentidad, los cuales parten de distinguir el “yo organizacional” como primera esfera de acción (Giddens, 1998), y pasan por la construcción y dominio de un discurso que les permita establecer canales de comunicación con “los otros”. Esto significa, a su vez, que cuando una organización emite un discurso, ha debido pasar inicialmente por constituirse a sí misma como sujeto de sentido, y que ha aprendido un lenguaje apropiado para presentarse como igual, a través de la codificación de los medios que otros comparten hasta establecer una comunicación entre pares.

En esa línea, la concepción de la organización como sujeto social, desde la distinción binaria del “adentro” y el “afuera”, hace posible vislumbrar cómo esta, en cuanto cuerpo, puede adoptar diferentes posturas que, en primer lugar, le permiten establecer “quién soy” al momento de comunicarse e interactuar con el entorno; y que, en segunda instancia, consiguen su diferenciación de otros “yo”, por lo cual puede reconocerse a sí misma como individuo (Rivera, 2012).

Comunicarse entonces, presupone ser capaz de elaborar un discurso que exige poseer distintas destrezas lingüísticas, reconocerse como dueño de un corpus que de algún modo gobierna sus movimientos y saber “ser con”; es decir, tener cierta claridad acerca del comportamiento que la sociedad espera en cada contexto que se supone pueda competernos. (Rivera, 2012, p. 13).

La producción de ese relato coherente del que hablábamos líneas arriba, implica que la organización tiene conciencia de sí misma como ‘sujeto hacedor’ (Arrington y Francis, 1993), y que conoce las motivaciones para su acción (Giddens, 1998). De este modo, los sistemas contables desde los que se produce buena parte del discurso organizacional, exhiben el dominio de un tipo de conciencia discursiva que permite el registro reflexivo de las acciones (Giddens, 1998) – al menos, de aquellas expresables desde una unidad monetaria–. Ello, además, pone a la luz la capacidad de la organización para dar cuenta de su actuar, al ser capaz de articular un discurso inteligible y aceptable por un público que, aunque lego, se muestra interesado por decodificar su mensaje.

El discurso contable no es solo una forma propia de la comunicación de las organizaciones con el entorno, o de su trabajo por validarse como sujetos socioeconómicos. La emisión de información con contenido contable hace posible, además, que la sociedad oriente varios de sus procesos económicos y sociales (Rivera, 2012). De hecho, la organización hace uso de la facultad de la palabra, para expresar su existencia como persona, sujeto de derechos y obligaciones ante la sociedad. La contabilidad es una institución que facilita el ordenamiento de actividades, espacios y relaciones, así como una fuente del tipo de seguridad ontológica que estructura la sociedad (Giddens, 1998). Es un saber que ofrece cierta garantía de que habrá un mañana y que, por tanto, nos permite una sensación de certeza y continuidad de otras instituciones (Rivera, 2012), la cual, en últimas, es la pervivencia de nuestros entornos.

Cabría entonces analizar aquí la idea de corpus o corporación antes mencionada, como el resultado de la concepción de la existencia de las organizaciones como sujetos sociales, donde es posible pensar en esa imagen de la organización como sujeto distinguible de otros, que hace posible diferenciar, por ejemplo, quiénes hacen parte de ella y quiénes no. Bajo la concepción de sujeto, la organización tiene la capacidad de definir con quién debe o desea comunicarse y ante quiénes permanecerán en silencio.

¿A quiénes se dirigen la información y el discurso contable?, ¿quiénes son sus destinatarios directos? La comunicación entre “un yo” y “un tú” únicamente puede abrirse y, luego, sostenerse entre iguales, y la tesis que aquí se plantea es que quién habla, desde los informes contables, es la propiedad: “el patrimonio”. En consecuencia, este se dirige expresamente a aquellos agentes de los que depende la permanencia y el control sobre la propiedad. El hecho de que la información contable tradicional, e incluso aquella con contenido social y medioambiental, esté tanto confeccionada como expresamente dirigida para un reducido grupo de usuarios, constataría que el discurso contable, aun atendiendo a los límites de sus posibilidades de representación, primero, no tiene un carácter neutral, sino que, por el contrario, pretende incidir en las decisiones y en la toma de postura de sus destinatarios; y, segundo, evidencia que existen “unos otros” excluidos, de manera más o menos consciente, de los propósitos directos de su contenido.

La narrativa de los informes suele ser empleada por las organizaciones para rendir cuentas en su calidad de actores sociales en ejercicio de sus capacidades de acción y transformación. Dicha narrativa usualmente responde a un discurso de justificación, por el que los grupos que detentan un mayor poder de decisión y disposición de los recursos pretenden legitimar y validar ciertas acciones, como actos responsables conducidos en defensa del bienestar general (Rivera, 2012). No obstante, vale la pena poner aquí un matiz, ya que ese mismo discurso tantas veces usado para obtener y recibir legitimidad y reconocimiento del entorno, no pocas veces puede llegar a cobrar vida en las organizaciones hasta incidir y tener, incluso, expresión material en el ordenamiento espacial y temporal de los procesos, no solo de aquellos que se adelantan en los lugares de trabajo propios de los sistemas contables, sino que también pueden llegar a configurar las prácticas sociales cotidianas de las organizaciones, de los agentes con los que estas se relacionan y, finalmente, sobre la sociedad.

El discurso contable en el contexto de la comunicación massmediática

En la introducción de este trabajo, señalé la importancia ya no de revisar la validez de la información en la actualidad, sino de revisar algunas de las razones tras este hecho. Como hipótesis posibles se ubican, entonces, la centralidad del papel de la palabra como indicador sine qua non de la existencia de una jerarquía de valores y del mantenimiento de un orden en donde el otro es respetado, o la intensión manipuladora de usar la información como estrategia pensada para dar legitimidad, tanto a las acciones como a las posibles omisiones cometidas.

La decadencia de la palabra escrita es, en buena parte, un reflejo de que la misma ha sido echada a un lado para poner en su lugar a la imagen. La trascendencia a la mortalidad y la jerarquía de valores, ambos representativos de las relaciones de poder y del orden social de Occidente, son característicos de la construcción discursiva clásica, que otrora permitieron que la palabra fuera central, ahora desplazados por las necesidades de atracción de una sociedad de consumo masivo, las cual puede ser más fácil y ampliamente conquistada por la imagen –lenguaje ahora universal–.

A propósito de este revés de valores, George Steiner (1971) hablaba, ya hace cuarenta años, de una anticultura que socava los cimientos del sistema cultural clásico, dejando de hablarle al otro, permaneciendo en silencio, creando su propio código, negando la humanidad a partir de la negación del lenguaje, rompiendo de fondo y violentamente con todo punto de cohesión posible que pueda significar el fin en las redes de los viejos valores esclavizantes. Llevando este análisis al tema que aquí interesa, desde el discurso contable, las organizaciones también usan el libre albedrío para definir con qué otros se identifican, a quiénes considera “dignos de humanidad” y de ser tratados como iguales. La información contable está dirigida expresamente a unos agentes de carácter económico y legal, a quienes considera como sus iguales o superiores, dejando de comunicarse directamente con otros agentes sociales excluidos de su discurso, a quienes, de alguna manera, les niega la existencia.

La teoría de los grupos de interés o stakeholders corresponde precisamente a la admisión de un círculo de agentes a los que la información contable va dirigida de manera directa, teoría validada desde el paradigma de utilidad que, abiertamente, reconoce que la información debe ser útil para la toma de decisiones de los usuarios interesados. Así, se elimina de plano la posibilidad de que otros agentes o usuarios de la información puedan interesarse en informarse, para controlar o para intervenir en el curso de las acciones. Solo el público interesado en tomar decisiones financieras es incluido. La sociedad civil o la idea de comunidad y defensa del interés público no son consentidos bajo este paradigma, más que como efectos de las decisiones particulares, pensadas por algunos agentes o grupos económicos desde el mercado.

Los mass-media influencian la manera en la que el público se representa los asuntos de interés público, su identificación a favor o en contra de, al sentirse o saberse miembros de uno u otro grupo de interés, por ejemplo, a raíz de la posición política que las personas asumen y/o como consecuencia de su posición socioeconómica. Así, el emisor de información construye de muchas maneras al receptor, cuando pone cierto acento en su discurso, al usar calificativos particulares para sancionar una construcción acerca de la realidad con la cual el receptor puede identificarse o disentir.

El otro asunto clave es la capacidad de los ciudadanos de participar en el debate público. La perturbación central aquí es el control férreo que los grupos económicos han alcanzado sobre los mass media. En Francia, por ejemplo, el diario Liberation, antaño vocero del maoísmo más hirsuto, acaba de ser comprado por un poderoso conglomerado económico. Y esto ocurre todos los días en numerosos países. La triada, prensa controlada, grupos empresariales y elites político-tecnocráticas, que además circulan fluidamente entre las tres funciones, pervierte la posibilidad de un acceso abierto de la ciudadanía al debate. Téngase en cuenta que los conglomerados económicos –más que obtener ganancias suplementarias– que las logran, al controlar la prensa manejan e instrumentalizan la voluntad ciudadana, la llamada Opinión pública. La mercantilización absoluta de la información es otro factor que perturba la calidad de ésta; condición mínima de la intervención de las sociedades civiles en la discusión de sus intereses y de los problemas estratégicos de una sociedad. (Varela, 2005, pp. 65 y 66).

Hoy, los discursos usados por los medios de comunicación se valen de distintos canales y formas, y es importante analizar cuál es el dispositivo enunciativo utilizado: la transmisión de información donde el emisor actúa como testigo de esta, o la implicación directa o indirecta del emisor al dar su opinión y tomar posición frente a lo que informa. La construcción discursiva no es neutral, además no es solo algo teórico o de alguna manera imperceptible, sino que se materializa también en los textos de manera física. Este discurso tiene maneras axiológicas y de afectividad. Detrás de lo que se comunica puede haber –y seguramente hay– un interés argumentativo. Primero, se informa contando, por ejemplo, los resultados y, luego, se toma una posición axiológica y afectiva de aquello que se pretende mostrar como objetivo y neutral. Se recurre, entonces, a lo racional de la información, para evitar que sea discutida, no para garantizar su veracidad.

La información contable es susceptible de ser contada como relato y de influir, a través de dicho relato, en las acciones y decisiones del público. Los sistemas contables, aún con toda la complejidad que puedan encarnar, de muchas maneras, están parametrizados por un sistema que le antecede: el económico. Economía y contabilidad, hoy por hoy, hacen uso de un discurso simplista, producto del empobrecimiento del lenguaje, sobre todo del lenguaje de desarrollo. Este último, de manera intensiva, amplía el uso de indicadores micro y macro, principalmente de indicadores agregados desde los que se intenta imprimir sentido a lo que, en el fondo, no lo tiene. Así lo expresan Max-Neef et al. (1997):

 

[…] El hecho de que toda vez que una autoridad económica anuncia un porcentaje elevado de crecimiento del Producto Bruto, se presuma que el público debe percibirlo como una buena noticia, es evidencia del grado en que un lenguaje pobre (simplista) puede utilizarse para “domesticar” a las personas. Frente a un crecimiento del PNB, nadie pregunta lo único que sería pertinente preguntar: “¿A costa de qué será ese crecimiento?”. De hecho, lo que la mayoría de las personas no sospechan (y la mayoría de los economistas tampoco dicen) es que un país puede crecer a costa de empobrecerse, puede crecer a costa de quedar igual y, en casos excepcionales, el crecimiento puede conllevar un aumento de riqueza real. Es evidente, por ejemplo, que si se depreda con gran ‐eficacia’ un recurso natural, durante el proceso el producto crece. Del mismo modo crece si la sociedad se ve afectada por una epidemia que obliga a incrementar el consumo de productos farmacéuticos y de servicios hospitalarios. Es obvio que ambos tipos de crecimiento son indeseables. No obstante, por falta de conciencia pública al respecto, buena parte del crecimiento de nuestras economías latinoamericanas se está realizando a costa de la depredación de los recursos, impulsados, como estamos, a servir la descomunal deuda externa. En otras palabras, estamos creciendo a costa de aumentar nuestra pobreza estructural de manera irreversible. (p. 104).

Los problemas de este lenguaje empobrecido radican en que su simplismo lo hace fácil de digerir por el público que lo recibe, logrando que la gente crea en él. Los peligros de ese lenguaje están en su seducción. No es gratuito, por ejemplo, que el lenguaje contable se haya extendido a la gran generalidad del público no experto. Los agentes por todas partes hablan de inversión, gasto, ingreso, patrimonio, como términos de uso cotidiano, aún sin referirse a su significado exacto dentro de su acepción originaria o más acertada.

Tal vez por hechos como este, el mundo actual se describe a sí mismo y, oficialmente, haciendo uso de un discurso tirano, cuya tiranía consiste en construirse a partir del uso de un vocabulario que el público, más o menos formado, no podría rechazar. Palabras como “beneficio” y “crecimiento” legitiman aquellos resultados que puedan ser señalados como positivos para el progreso, donde la idea de progreso, además, es vendida como sinónimo de bienestar general.

No debe perderse de vista que la contabilidad puede describirse como un sistema de información tendiente a la cooperación armoniosa con el orden institucional del capital, en sus diferentes formas de reproducción; es decir, se hace explícita su intencionalidad profundamente política en la sociedad industrial, a través de la figura de los Estados-nacionales y sus formas de gubernamentabilidad. Este último concepto entendido como el arte del gobierno y sus tecnologías de legitimación y validación. Por tanto, esta alianza saber-poder, se convierte en un aparato de captura, que adquiere desde la perspectiva contable un telos performativo, es decir, la capacidad de generar rendimientos, productividad, maximización de utilidades al mínimo costo, en el marco de la ideología del progreso, basada en el incremento sin límite de la riqueza material y en la lógica económica del beneficio. (Martínez Pino, 2009, p. 66).

El lenguaje articulado como forma de comunicación por excelencia hace parte de los valores perdidos o venidos a menos, en lo que Steiner denomina la poscultura. Ahora, no solo tenemos que echar de menos los valores sociales y humanos remplazados por prácticas progresistas legitimadas a través de la palabra. La comunicación de nuestros días ha logrado, en buena parte, socavar el lugar de la palabra en el discurso, remplazándolo con la imagen. Aquellos indicadores de crecimiento y desarrollo tan exaltados y valorados en las distintas mutaciones del capitalismo no necesitan ahora de la palabra como principal medio para presentarse ante el público, pues la imagen domina la escena como protagonista, y lo logra por su facilidad para llegar a un público de masas, sea este formado o no, esté bien o mal informado. Los indicadores presentados mediante gráficos e ilustraciones son de fácil visibilidad e interpretación para cualquiera. La imagen, entonces, no es usada para ilustrar el discurso, sino que es el factor principal de ese discurso. Por su parte, la palabra que ahora se ubica en los márgenes, únicamente aparece para contarnos de manera breve los datos más destacados.

Para recuperar ese lugar central que debe tener la palabra aún en la producción de información contable, financiera y/o económica, la tarea, siguiendo a Manfred Max-Neef y sus colegas, está en enriquecer el lenguaje, lo que no significa crear nuevas palabras o conceptos, sino “encontrar aquellas ‘palabras tapón’ detrás de las cuales se extienden nuestros vacíos de percepción y entendimiento” (Max Neef et al., 1997, p. 104). Tarea que requiere de un ejercicio de poda mental propuesto por estos autores, el cual, más o menos, consiste en dejar solo aquellas ramas y hojas que permitan una mayor absorción de la luz y dé mejores frutos, podando ciertas palabras que nos fuercen inevitablemente a lograr mayores niveles de claridad. Así, tras la poda, términos largamente utilizados como “desarrollo”, “crecimiento económico”, “eficiencia”, “productividad”, así como las frases asociadas hoy al desarrollo, parecen “aterradoramente vacías y carentes de significación real”; descubriendo en cambio, que a lo que debe aspirarse es a la construcción de una sociedad “coherente”. “Es decir, una sociedad coherente consigo misma, lo cual implica que no sea caricatura de otra. Esa sociedad coherente habrá de satisfacer a lo menos tres atributos: Completitud, Consistencia y Decidibilidad” (Max Neef, et al., 1997, p. 105).

El papel de los informes contables externos, en la tarea de construir una imagen favorable en el mercado

Las prácticas de revelación de información de carácter no financiero responderían, en realidad, a un mito que, lejos de facilitar la comunicación de las organizaciones acerca de sus comportamientos socialmente responsables, sirven para dar estabilidad a estructuras de producción de significado y dominación. Estas, a su vez, radicalizan los problemas propios de la distribución de la riqueza y profundizan nuestra huella ecológica sobre el planeta. Como mito, el discurso contable tendría un poder demiúrgico que le permite a quienes se identifican como la organización, crear y nombrar aquello que existe, mientras obvia y olvida aquello que califiquen como relevante o material. Este acto unilateral de comunicación difunde la versión oficial que se desea sea escuchada como la verdad, influyendo así en la formación de la opinión pública, con lo que quienes reciben la información, se hacen a una imagen deformada o incompleta de lo que puede ser o no adecuado para el progreso de la empresa, del sector económico en el que se ubica y, de manera agregada, de lo que se supone conviene a la economía nacional, e incluso global.