Huye, Ángel Mío

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

 Capítulo 3Mallory

No sé cuánto tiempo he estado caminando por la calle, pero la bandolera de mi bolsa de viaje me está cortando el hombro y mis piernas ya casi no pueden soportar mi peso, sumado al de mi equipaje. Me arrastro, sin rumbo, sin saber adónde ir, cuando un coche reduce la velocidad a mi altura. Giro la cabeza al lado contrario, porque no tengo ninguna gana de explicar a un desconocido lo que hago por la calle con mis cosas encima. Pero el inoportuno no está de acuerdo. Escucho abrirse la ventanilla del pasajero y la música que se escapa del vehículo me taladra los tímpanos. El viento lleva la música hard core a un nivel sonoro ensordecedor. De pronto, el sonido baja de tono y una voz que no me esperaba me llama.

—¿Mal? ¿Qué haces aquí?

Me giro para comprobar que no soy víctima de una alucinación, pero no, es mi amigo al volante de su coche. Lloraría de alegría si no se me hubieran acabado las lágrimas. Lo miro, sin moverme ni responderle. Entonces, aparca el coche a un lado y rodeando el coche viene hacia mí apresuradamente.

—¿Mal? ¿Estás bien?

Asiento con la cabeza, incapaz de hablar.

—Deja que te ayude.

Me coge la bolsa de viaje y la lanza al maletero. Luego me abre la puerta del pasajero.

—Sube. Te llevaré a mi casa. Hablaremos y me contarás qué te ha pasado.

Subo al coche como un autómata, siempre en silencio, y mi amigo me pone el cinturón que no he tenido el reflejo de coger. De pronto me siento menos sola, y espero que contarle lo ocurrido me ayude a ver más claro y trazar un plan a seguir, porque no puedo errar sin rumbo eternamente.

Me doy cuenta de que nunca he estado en su casa. Ni una sola vez. Su casa es pequeña, apartada de la carretera y sin vecinos. El caminito que lleva a su porche es pedregoso y salto en mi asiento. Esto me remueve peligrosamente el estómago que se revuelve por estos caóticos movimientos.

—Lo siento. Aún no he tenido tiempo de arreglar el exterior de la casa.

Le sonrío débilmente, manteniendo la boca herméticamente cerrada para no vomitar en la palanca de cambios. Afortunadamente, esto no dura más de un minuto y aparcamos delante de una casita de ladrillo visto con mucho encanto.

—Es muy bonito.

Me sonríe dejando aparecer un hoyuelo en su mejilla izquierda.

—Gracias. La heredé de mi abuela hace unos años y la estoy restaurando desde entonces.

Da la vuelta al coche para abrirme la puerta, como un caballero.

—Ven. Te prepararé un buen té y hablaremos.

Me coge de la mano y tengo un movimiento de rechazo. Nadie salvo Brandon me había cogido de la mano desde hacía mucho tiempo, y esta mano extraña, más ancha y fuerte, me deja una desagradable impresión. Mi anfitrión no se da cuenta de mi incomodidad y me lleva al interior a través de una puerta roja de madera que se cierra tras mi paso. Tengo el tiempo justo de ver su entrada decorada con un espejo, y me lleva a una cocina de última moda, perfectamente equipada, con un inmenso aparato para cocinar y una isla rodeada de altos y confortables taburetes.

—Siéntate ahí. Te prepararé el té.

Aprovecho para mirar a mi alrededor, observando esta estancia con curiosidad. Todo es moderno, aparentemente fácil de manejar, pero siento como un malestar. No hay ninguna foto, ningún objeto decorativo, ningún rastro de vida. Todo es magnífico, pero insípido, como una casa piloto sin alma. Es difícil imaginar que un hombre soltero viva en este lugar. ¿Dónde está el desorden? ¿La ropa sucia por ahí tirada? ¡Señales de vida, caray!

—Tomas dos de azúcar, ¿verdad?

Centro la atención en mi amigo.

—Sí, gracias.

Me pone una taza delante y disfruto del calor en mis manos para volver a centrarme. Me sienta bien estar sentada. Sin embargo, debo reflexionar sobre qué voy a hacer ahora.

—¿Estás preparada para contarme lo ocurrido después de nuestra conversación?

Es verdad que cuando hemos hablado yo estaba llorando, confinada en mi coche. Mi excoche. Después de esa llamada, todo se ha vuelto ex.

—Te dije que me llamaras si lo necesitabas.

—No quería molestarte.

Y eso es cierto. En parte. Ya tengo la impresión de ser una carga para mi exnovio. No quería serlo también para Léon, el amigo que me ha apoyado estos últimos meses, contra viento y marea.

—Tú nunca me molestas, Mal, ya te lo he dicho.

Juega con mis dedos sobre la mesa y un escalofrío me recorre la espalda. Retiro mi mano y me rodeo los hombros para darme calor, aunque dudo que el frío sea responsable de mi piel de gallina.

—Brandon y yo nos hemos peleado.

El recuerdo de las últimas palabras que el antiguo amor de mi vida pronunció obstruye mi garganta con una bola tan grande como un balón de fútbol.

—Todo se arreglará, Mal. Como siempre.

La bola aumenta de tamaño en mi tráquea. Tengo la sensación de ahogarme.

—No. No, no se va a arreglar. Me ha pedido que me vaya. Quiere que hagamos una pausa.

Se me escapa una risa histérica y algo aterradora, incluso para mis propios oídos.

—Todo el mundo sabe lo que significa hacer una pausa. Ha roto conmigo. Me ha dejado. Definitivamente.

Léon aprieta los labios frente a mí dejándolos invisibles entre su barba negra y poblada.

—Brandon es un idiota. Será él quien lo lamente.

Mi risa se transforma poco a poco en sollozos desgarradores y un torrente de lágrimas invade mi rostro antes de que me dé cuenta. Al final, aún tenía lágrimas.

—Ha borrado más de dos años de relación como si nada. Como si ese tiempo juntos no tuviera ninguna importancia. La única que lo lamenta soy yo. Debería haberme esforzado más, debería haber escuchado sus temores. Solo quería que encontrara un trabajo y…

—Shhh. Calla, Mal. Respira. Estás conteniendo tu respiración.

Efectivamente, no he respirado ni una vez durante toda mi parrafada. Los remordimientos me cortan el aliento. Léon me acaricia la espalda de arriba abajo, animándome a inspirar y exhalar a su ritmo. El calor de su palma atraviesa el tejido de mi prenda superior y una vez más, me parece que se está acercando demasiado a mí.

—Me voy a ir.

—No digas tonterías, Mallory. No estás en condiciones de ir a ningún sitio. Ni siquiera tienes coche. ¿Tienes algún lugar adónde ir, al menos?

Me hundo un poco más en el asiento, con los hombros encorvados.

—Tendré que volver a casa de mis padres.

Aunque no me apetece nada, no tengo otra opción. De mis ojos se deslizan lágrimas de vergüenza. Pronto tendré 27 años y voy a tener que volver a vivir con mis padres como una niña. Estoy enfadada conmigo misma por no poder ser independiente.

—Puedes quedarte aquí algún tiempo.

Levanto bruscamente la cabeza y miro a Léon como si le hubiera crecido una tercera cabeza o un cuerno en la frente.

—Eres un cielo, Léon, pero no es una buena idea.

Se levanta cuan largo es y me mira desde toda su altura. Un semblante de miedo se insinúa en mí.

—Realmente, no era una proposición, Mal.

Me levanto y retrocedo en dirección a la puerta.

—Estás empezando a asustarme, Léon. Más vale que me vaya.

Se acerca a mí como un depredador arrinconando a su presa. Así me siento exactamente: una presa atrapada contra una puerta que no se abre a pesar de mis desesperados intentos para girar la manilla.

—Estaremos bien los dos, Mal.

Sus palabras apenas atraviesan la bruma de mi pánico. Sacudo la cabeza, pero tengo la sensación de tener la cabeza de algodón. Tengo serias dificultades para controlar mis ideas y cuando abro la boca, tengo la repentina impresión de que mi lengua pesa una tonelada. Me desplomo a medias contra la puerta mientras que Léon se acerca más. No parece estar preocupado por mi extraña debilidad y entonces surge en mí una sospecha.

—¿Qué me has hecho?

Mi voz apenas se oye. Posa su mano en mi mejilla y soy incapaz de esbozar el gesto de repulsión que quisiera hacer. Mis piernas me sujetan con dificultad. Siento que me deslizo poco a poco hacia el suelo. Antes de que me caiga del todo, Léon pasa un brazo bajo mis piernas y por mis espalda y me pega a su ancho torso. Mi cabeza se zarandea en un ángulo doloroso, pero soy incapaz de ponerla recta.

—Pensaba tener algo más de tiempo. Tu habitación aún no está terminada. Espero que te guste.

¿De qué habla? ¿Desde cuándo tiene previsto secuestrarme? ¿Por qué? ¡Pensaba que era mi amigo! Mis preguntas se quedarán sin respuesta. Soy incapaz de hacérselas y termino por quedarme inconsciente cuando Léon me deja sobre una superficie blanda.

Mis párpados pestañean bajo la fuerte luz. El sol me agrede la retina con sus rayos luminosos. Estoy desorientada, incapaz de recordar dónde estoy ni qué me ha traído a este lugar desconocido. Intento frotarme los ojos para aclararme la vista, pero mi muñeca derecha se para en seco con un ruido metálico. Insisto, y entonces siento dolor. Un metal frío me muerde terriblemente la piel. Me contento con mi mano izquierda para despegar mis ojos, y luego mi mirada se posa en la traba. Porque es precisamente eso. Unas esposas me tienen prisionera y sujeta a la cama. El pánico se apodera de mí. Miro a mi alrededor. Estoy sola en una habitación desconocida y mis cosas están colocadas en estanterías abiertas, como si viviera aquí desde hace tiempo. La angustia me come las entrañas.

—¿Hay alguien?

Solo responde a mi llamada el silencio.

—¿ME OYE ALGUIEN?

Mi voz me sale más aguda de lo deseable, pero qué más da. En una habitación contigua, chirría una silla sobre las baldosas y unos ruidos de pasos que se acercan hacen que se me acelere el corazón. Cuando la puerta entreabierta se abre de par en par, no puedo creer lo que veo.

 

—¿¿¿Léon???

Su sonrisa tiene algo perverso e inquietante. Sin embargo, no es diferente con respecto a lo habitual. Debe de ser por la rocambolesca situación a la que me enfrento.

—Por fin te has despertado. No me había dado cuenta de que la dosis era un poco fuerte. ¿Te duele la cabeza? ¿Tienes náuseas?

Esto es surrealista. Estoy encadenada a una cama y mi secuestrador ¿se preocupa por mi salud después de haberme drogado? Porque eso es lo que ha hecho, si lo he entendido bien.

—¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me has atado?

Se sienta al borde de la cama y, por reflejo, me alejo de él, lo que le provoca un suspiro.

—¿Te habrías quedado conmigo si te lo hubiera pedido amablemente?

No. Desde luego que no. Intento reducir mi ritmo cardiaco mientras continúa justificándose.

—Estamos hechos el uno para el otro, Mal. Lo supe en cuanto te vi por primera vez.

—Estabas con Lilas. Estabais bien juntos.

Juega con los mechones de mi cabello y no tengo escapatoria. No puedo estirar más mi brazo y me duele la muñeca por tirar tanto.

—No estaba hecha para mí. Solo pensaba en divertirse y acostarse conmigo. Busco algo más serio. Enseguida me di cuenta de que tú eras alguien apasionada e increíblemente romántica. Eres mi mujer ideal.

Intento hacerle razonar.

—No soy la persona que necesitas. Soy inconstante, incapaz de involucrarme.

—No quieres trabajar, lo que me parece muy bien porque quiero que te quedes en casa. Conmigo. ¿Recuerdas? Yo trabajo en casa. Estaremos juntos todo el tiempo. Gano lo suficiente para los dos. Vamos a ser muy felices.

Se inclina sobre mi rostro, con los labios por delante, y yo le escupo a la cara para que se eche hacia atrás. Gruñe limpiándose con la manga.

—Acabarás por entrar en razón. Serás mía. Para siempre.

—Nunca, Léon. NUNCA.

Se pone entonces encima de mi vientre sentándose encima y me quedo sin respiración bajo su peso. Temo que quiera violarme y me pongo a chillar sin cesar. Me aprieta la cabeza sobre el colchón para ahogar el sonido y me asfixio con las sábanas que invaden mi boca bien abierta.

—¡Deja de gritar! No voy a poseerte. Solo te voy a marcar. Eres mía. Y cuando por fin hayas comprendido que somos almas gemelas, estarás orgullosa de mostrárselo a todos.

Dejo de gritar para poder respirar libremente y le oigo coger algo del bolsillo. Baja entonces el cuello de mi camiseta y empiezo a agitarme de nuevo hasta que siento un metal frío en lo alto de mi espalda.

—Una marca como prueba de tu amor por mí.

La hoja se introduce en mi piel como si fuera mantequilla bajo mi aullido de dolor. Léon me hace un corte en la espalda con un tajo vertical y mi sangre se derrama por mi cuello.

—Vas a ser perfecta.

Y con estas palabras, me deja ahí, aturdida, y con el cuerpo herido.

 Capítulo 4Mallory

Podría decir que no sé cuánto tiempo hace que Léon me retiene prisionera, pero cada herida de mi espalda es una auténtica cuenta diaria y un recordatorio del tiempo que pasa. 177. Hace 177 días que Léon me secuestró y me marca como el ganado con un corte al día. Me arde la espada. Ya no hay más que dolor y recuerdo de mi sufrimiento, tanto físico como mental. Mi resistencia se debilita cada vez más. La esperanza de escaparme se reduce en proporción al paso del tiempo. Al principio, hice algunos intentos, pero eso solo hizo que las condiciones de mi cautividad se endurecieran, aniquilando mi resistencia.

Mi primer intento de evasión cogió a Léon por sorpresa. Aún recuerdo su mirada de sorpresa cuando me soltó para que pudiera ir al baño y salté encima de él en una tentativa desesperada de noquearlo con las esposas. No le costó ningún esfuerzo quitarme de encima de él, dejándome caer al suelo como un vulgar saco de patatas. Entonces me había levantado sin contemplaciones apretándome la garganta, presionándome brutalmente la tráquea, y mi satisfacción al ver la sangre deslizarse por su cabeza había dado paso pronto al pánico por una muerte inminente por estrangulamiento. En esa época, todavía no deseaba morir.

—¿Así me agradeces que confíe en ti y que me demuestres que me quieres?

Su pulgar en mi cuello no me había dejado contestar de manera hiriente. Solamente me estaba ahogando gravemente mientras sentía mi vida escaparse por todos los poros. En ese momento, decidió perdonarme la vida.

—¿Quieres mano dura? No hay problema, basta con pedirlo.

Entonces, me había mordido fuertemente el labio inferior hasta hacerlo sangrar.

—No vuelvas a hacerlo nunca o lo lamentarás. ¿Lo has entendido bien?

Yo había asentido con la cabeza sin convicción, pensando ya en otro medio para huir. Pero Léon no se había dejado engañar, claro. Me había ganado una sólida cadena desde el día siguiente. Así, podía ir al baño contiguo sin que tuviera que soltarme de la cama. Eso me quitaba también toda posibilidad de intimidad porque ya no podía cerrar la puerta mientras me bañaba. De hecho, sorprendí a Léon en varias ocasiones mirándome con deseo a través del resquicio de la puerta mientras me duchaba, haciéndome sentir ensuciada por su mirada. Pero eso solo fue el principio de mi calvario. Mi torturador realmente se imagina que somos una pareja, en todos los sentidos del término. Al cabo de una semana, quiso besarme para despertarme supuestamente con suavidad. Por reflejo, le mordí la lengua. Y eso me valió una bofetada monumental y un ojo morado durante varios días, seguido por supuesto de uno de sus rocambolescos comentarios.

—Eres mía. ¡Tengo todos los derechos sobre ti! Si no quieres acabar con una cadena en el cuello como la perra que eres, más te vale mostrarte más amable con tu pareja.

La palabra pareja me había herido más de lo razonable. Había perdido un novio encantador y cariñoso a pesar de nuestras peleas para caer en las garras de un psicópata. El primer beso que me obligó a darle me provocó náuseas. Tuve que contenerme para no vomitarle encima. Al cabo de tanto tiempo, se volvió más fácil, mecánico. Un simple intercambio de saliva sin emoción. Un momento en el que apago mi cerebro para mantener mi conciencia intacta. Lo peor fue cuando empezó a querer tocarme. Me había preparado mentalmente para ser violada un día u otro, pero nada puede hacerlo admisible. Nada puede hacer fácil ese momento en el que unas manos extrañas recorren mi piel con avidez sin mi consentimiento. Sus manos sobre mí me repugnan. No soporto sentir su tacto rozar mis costillas, mis muslos, mis senos. Pero dentro de la desgracia, tengo suerte: resulta que Léon es impotente. Nunca logró penetrarme. El primer fracaso lo puso como un energúmeno.

—¡ES CULPA TUYA! NO HACES NINGÚN ESFUERZO. ¡ME BLOQUEAS TODO!

Su pobre y grotesco pito le colgaba lastimosamente a lo largo de su pierna, para mi gran alegría. Nunca consiguió finalmente llegar al final y eso me ayuda a relajarme sensiblemente, aunque sus toqueteos me siguen repugnando igual. Se han convertido en realidad en un mal necesario. Con tal de que no me obligue a hacer yo lo mismo, consigo separarme de mi cuerpo mientras espero a que termine.

177 días y tengo la impresión de ser otra persona. He aprendido la lección. Y ahora actúo como una buena y obediente ama de casa. Cada buena acción me hace ganar un punto. Pensaba al principio que ceder en ciertas pequeñas cosas me permitiría ganar su confianza y que relajaría un poco la vigilancia. Nunca lo hizo. Pero sí que gané en libertad: mi cadena es más larga. Siempre tengo la impresión de ser un perro con correa, pero mi correa ha aumentado de longitud. Me he convertido en un perrito dócil que pierde su alma y las ganas de luchar contra su amo. He llegado al punto de cocinar y limpiar como una buena mujer en el hogar mientras que el señor trabaja en su despacho para ganar dinero y mantener a su mujercita. Nunca había tenido esa impresión con Brandon durante mis periodos de paro y, evidentemente, no es esta mi aspiración en la vida. Nunca había tenido tantas ganas de trabajar. Pero Léon no está de acuerdo en acceder a mi petición. Es muy consciente de que, a la mínima, pondría los pies en polvorosa. Una vez, cuando fue a comprar, aproveché para entrar en su guarida. Quería enviar un SOS a mis amigos, a mi familia, a cualquiera, por Internet. Nunca lo conseguí. Léon es un crac de la informática. Su ordenador está protegido por códigos y además, cualquier actividad queda automáticamente registrada. Así que me pilló intentando hacer esa maniobra y le hizo gracia, riéndose con una risa cruel y perversa.

—¿Con quién querías contactar? ¿Con Brandon? Le da igual lo que te haya podido ocurrir. Ha pasado página y ahora vive con una bonita chica que lo venera como un dios. En cuanto a Beth, le dejaste muy claro que no querías volver a verla, así que ¿por qué te iba a ayudar?

Entonces, me estrechó entre sus brazos y me susurró al oído.

—Solo me tienes a mí en la vida. Y es mejor así, porque no necesitas a nadie más. Y por si lo has olvidado, tengo ojos y oídos por todas partes. Te encontraré allí donde vayas. Nunca podrás esconderte de mí.

Después siguió una sesión de manoseo unilateral que prefiero ocultar para no vomitar la comida.

Hoy, Léon está más alterado que de costumbre. Está nervioso. Me echa miradas furtivas y da vueltas. Ha estado en su despacho y ha salido de él fuera de quicio y muy preocupado. Sus pobladas cejas se juntan bajo el efecto de la concentración. Abre varias veces la boca y la vuelve a cerrar sin pronunciar ningún sonido y vuelve a empezar mientras yo me esfuerzo en ignorar su presencia. Con un libro en la mano, el colmo del lujo —tengo derecho a la lectura— mantengo mi cara sumergida entre las páginas para evadirme de este siniestro lugar y de mi triste vida. Estoy rígida en la silla, incapaz de apoyarme en el respaldo después de las innumerables heridas que adornan ahora mi espalda y que actualmente forman parte de mí como cada uno de mis miembros. Me sobresalto cuando Léon se planta frente a mí y que quita el libro de las manos para que le preste atención.

—Tengo que hablar contigo, preciosa.

Detesto que me llame así. Los apodos cariñosos solo tienen sentido entre dos personas que se quieren una a la otra. Yo, he llegado a odiarle más de lo razonable. No pensaba que era capaz de odiar así a alguien, de sentir alguna vez una emoción tan fuerte. Este hombre ha robado mi vida y mi odio no tiene límites.

—Voy a tener que ausentarme unos días.

Mi corazón se salta un latido. La esperanza que pensaba muerta desde hace largos meses, se abre camino hasta mi conciencia, y mi alma reclama la libertad de la que ha sido privada desde hace demasiado tiempo. Pero aún no está todo ganado, y si quiero tener una oportunidad, tengo que jugar bien mis cartas y acallar mis miedos. Por tanto, mantengo un rostro impasible.

—¿Por qué?

Mi pregunta le sorprende. Hay que decir que desde el principio no le presto mucha atención y el temor que expreso en mi pregunta tiene un doble sentido. No temo encontrarme sola, sino alimentar falsas esperanzas.

—El trabajo. Me llaman de refuerzo y no puedo rechazarlo.

El trabajo. La policía. Un sombrío recordatorio de que no puedo esperar ayuda por ese lado tampoco. ¿A quién creerían entre una chica a la que han echado y no cuenta para nadie y un informático respetado que ayuda a los investigadores desde hace años? Ni siquiera estoy segura de que hayan denunciado mi desaparición. ¿A quién le importo lo suficiente como para preocuparse por mí? ¿A mis padres, quizá? No dudo ni por un momento que Léon haya encontrado un medio de remediar este problema. No me ha devuelto mi móvil. Tampoco he visto ningún móvil por la casa. Y sin embargo, estoy segura de haberlo llevado conmigo al dejar a Brandon.

— Mal, quiero que me prometas que estarás tranquila.

Sobreentendido: prométeme que te portarás bien y te quedarás aquí para que pueda continuar disfrutando de ti a mi vuelta.

—Te lo prometo.

Una promesa vacía para una vida vacía, desprovista de sentido. ¿De qué vale una palabra cuando se teme por su vida? No más que sus declaraciones de amor cuando me retiene por la fuerza. Me mira fijamente, intentando detectar el engaño en mis palabras. Imposible. He aprendido a disimular mis emociones hace mucho tiempo para evitar los castigos que seguían a mis reacciones de asco.

 

—Te echaré mucho de menos, preciosa.

Pega su cuerpo al mío y su calor atraviesa el tejido de mi jersey. Noto su erección contra mi vientre y ruego para que, como suele pasar, la presión disminuya a medida que su excitación sube. Me besa con toda la boca y cierro los ojos para imaginarme en los brazos de otra persona. Al principio de mi calvario, pensaba en Brandon en los momentos difíciles, pero desde que sé que está con otra, incluso su imagen me incomoda. Así que me he imaginado un hombre ideal, alto, moreno y musculoso. Y sobre todo, sin tatuajes. Los tatuajes se han convertido para mí en sinónimos de locura y no quiero que mi hombre perfecto los lleve. Pero me cuesta representar sus ojos. A veces son azules, otras veces verdes, pero siempre tiernos y expresivos. Vuelvo a la realidad cuando Léon retira su lengua de mi cavidad bucal y se pone a besarme la clavícula con besos mojados.

—Eres tan dulce, tan perfecta…

Para mi felicidad, siento su sexo ponerse blando. Posa su frente contra la mía, sin aliento.

—Me haces perder la cabeza.

Un día, me confesó que ante mi belleza se sentía presionado y perdía el control. ¡Cómo decir lo poco que yo me quejo! Es hasta un alivio. No pienso alimentar sus lujuriosas ideas que no comparto.

—Ven conmigo a la habitación. Quiero pasar un tiempo contigo antes de irme. Quiero grabar tu imagen en mi memoria.

No me deja elegir. Nunca. Me tira sobre la cama y me retira mi jersey forzándome a echarme sobre el colchón que se hunde bajo nuestro pesos combinados. Mi respiración se acelera. Ya conozco la continuación del programa y, como siempre, la temo.

—Date la vuelta, preciosa. Quiero dejar mi huella en tu piel para que no me olvides durante mi ausencia.

¿Cómo podría olvidar al hombre que me hace cicatrices internas y externas? Nadie podría. Obedezco apretando los dientes, preparándome para lo que viene después. Mis lágrimas empiezan a caer ya, antes incluso de sentir la hoja cortar mi piel sin vacilación.

—¡Si supieras cómo me gusta ver tus marcas de pertenencia!

Las acaricia todas con su índice con una satisfacción repugnante, contándolas una a una con lentitud. Las más antiguas ya han cicatrizado, pero la ausencia de cuidados les da un relieve que siento bajo su dedo mientras recorre los trazos como un pintor orgulloso de su obra.

—178 días que eres toda mía. Casi medio año. Cuando vuelva, celebraremos nuestros seis meses de relación. ¡Si supieras qué feliz me haces!

Me estrecha contra él, presionando mis cortes más recientes, me pone de lado y me abraza por detrás metiendo su nariz entre mi cabello. Cierro los ojos para contener la ola de sufrimiento que me invade. La soledad es una carga insoportable, más aún que el dolor físico. No pensaba que un día me sentiría tan sola en los brazos de un hombre. Nunca imaginé tampoco que un hombre sería capaz de hacerme tanto daño. Respiro profundamente, regulando mi aporte de aire y repitiéndome como una letanía que pronto todo habrá acabado. Pronto, seré libre.

You have finished the free preview. Would you like to read more?