Sin miedos ni cadenas

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2 de marzo
Una vida tranquila


“Pónganse como objetivo vivir una vida tranquila, ocúpense de sus propios asuntos y trabajen con sus manos, tal como los instruimos anteriormente” (1 Tes. 4:11, NTV).

Algunas veces creemos que nuestras vidas deben ser grandes para ser significativas. Pensamos que, para tener valor, debemos dejar un legado visible y extraordinario. Debemos organizar un evento multitudinario, adoptar a veinte niños o luchar contra la trata de personas, para que nuestra vida importe. Y aunque todas estas cosas son buenas, cuando pensamos que el tamaño determina el valor de algo, nos pasamos la vida corriendo, exhaustas. La inseguridad seguirá empujándonos a hacer más cosas, susurrándonos que lo peor que podría pasarnos es que nuestras vidas fueran absolutamente normales y pequeñas. Pero, como escribe Melanie Shankle en It’s All About the Small Things [Se trata de las pequeñas cosas], “pensar de esta manera puede hacer que perdamos de vista las pequeñas cosas que también pueden cambiar una vida: llevar un plato de comida a un vecino enfermo, sonreírle a la camarera que está teniendo un mal día, leerles a nuestros niños antes de ir a dormir, o simplemente orar con alguien que está pasando por un momento difícil”. La hermosa y liberadora verdad del evangelio es esta: lo pequeño es transcendental.

Jesús comparó el Reino de Dios con una semilla de mostaza: insignificante a simple vista, pero que crece a tal punto que las aves del cielo hacen nidos en sus ramas. También comparó el Reino de los cielos con la levadura, que hace crecer la masa (Mat. 13:31-33). ¡Ambos ejemplos son tan sencillos y humildes! No hay efectos especiales, ni carteles luminosos ni millones de seguidores en las redes sociales. Nada glamuroso. Sencillamente, semillas y levadura que crecen de una forma lenta y orgánica.

Jesús se encarga de ser extraordinario. Nosotras solo debemos ser fieles en lo poco, porque, como menciona Melanie Shankle, lo realmente importante no son “las cosas que logramos, sino las personas en quienes nos estamos convirtiendo. La vida se trata más de cómo él nos usa […] aun cuando solo estamos viviendo nuestras vidas normales y aburridas”. ¡Relájate! Jesús se encarga de ser extraordinario. Tú puedes tener una vida completamente normal, pero muy significativa.

Señor, gracias porque el tamaño de mi vida no determina mi valor. Gracias, porque en tu Reino lo pequeño es trascendental.

3 de marzo
Protégeme del éxito


“Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Luc. 10:20).

El éxito puede ser mucho peor que el fracaso. Imagina que te pasas la vida persiguiendo tu propia gloria y tienes la “desgracia” de ser exitosa en esa tarea. Imagina que logras que la gente te aplauda y te admire, pero, en lugar de crecer a semejanza de Cristo, te hinchas de orgullo. ¡Sería una tragedia!

Charles Spurgeon, el notable predicador inglés del siglo XIX, creía que muy pocas personas podían ser exitosas sin envanecerse. “Hay muy pocos hombres que pueden tolerar el éxito. ¡Nadie puede lograrlo a menos que reciba gracia abundante! Y si, después de un poco de éxito, empiezas a decir: ‘Ahora sí soy alguien. ¿No lo hice bien? Estos pobres viejos no saben cómo hacerlo. ¡Les enseñaré!’, deberás volver al último puesto, hermano; ¡todavía no puedes tolerar el éxito! Está claro que no puedes soportar los elogios”.

Nuestra cultura nos dice que el éxito consiste en sobresalir, en ser famosas, ¡pero esto no es nada nuevo! Una de las razones por las que los pobladores de Babel construyeron la torre fue para hacerse notar (Gén. 11:4). Dios, en su misericordia, a veces hace que abandonemos nuestras torres a medio construir. En su compasión, Dios nos regala el fracaso para evitar que pasemos la vida buscando nuestra propia gloria, para evitar que invirtamos cada uno de nuestros latidos en obtener una corona de laureles que se marchita.

Cuando digo que Dios a veces nos regala el fracaso, no estoy hablando de enterrar nuestros talentos bajo una fina capa de miedo y falsa modestia; eso no le serviría a nadie. Estoy hablando de algo mucho más difícil: reconocer nuestras intenciones. ¿Estoy tratando de vencer el pecado, de ayudar a los demás y usar mi influencia para servir, o de ganar una corona de laureles?

Dios quiere que busquemos la fama superior, la corona celestial e incorruptible. ¿Dónde prefieres ser famosa: en la Tierra o en el cielo? Elegir la popularidad aquí, en la Tierra, es como cambiar oro por espejitos de colores. ¿Estás dispuesta a sacrificar tu reputación, como María; tu dinero, como Mateo; o tu prestigio, como Pablo, para ser famosa en el cielo? Pongamos el éxito del mundo en el altar y recibamos con gratitud el don del fracaso, si este nos acerca más a Dios.

Señor, protégeme del éxito que no me conviene, de lo que me haría hincharme como un sapo y olvidarme de ti. Te doy permiso para desbaratar mis torres de Babel, mis planes vanos. Dame sabiduría para reconocer qué trofeos realmente vale la pena ganar. Ayúdame a vivir buscando solamente el aplauso del cielo.

4 de marzo
Pequeña, pero importante


“El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas” (Mat. 13:31, 32).

¿Cuál es la primera imagen que aparece en tu mente cuando piensas en el éxito? ¿La presidenta de una compañía, vestida a la última moda? ¿Un billonario de Internet, como Mark Zuckerberg? ¿Tal vez la Madre Teresa, o Nelson Mandela? Si te pareces a mí, probablemente no habrás pensado en una persona que vive una vida común y corriente, para nada glamurosa.

Estamos inmersas en una sociedad de consumo, condicionadas a creer que ser exitosas es vivir una vida extraordinaria y brillante y causar envidia en las redes sociales. Como la obsesión por la fama nos define, una vida “ordinaria” nos parece mediocre. Pero ¿y si nos equivocamos?...

“La gente tiende a creer que el camino hacia la importancia está pavimentado con lo que es grande, llamativo y grandioso”, escribe el autor cristiano Michael Kelley en su libro Boring [Aburrido]. “Pero ¿y si nos equivocamos? ¿Qué pasa si el tamaño no determina la importancia? ¿Y si encontramos una vida de gran importancia no al escaparnos de los pequeños detalles, sino al abrazarlos?” La Biblia enseña que Dios mide nuestro éxito de acuerdo con nuestra fidelidad, y que nuestra fidelidad se ejercita en los pequeños detalles (Luc. 16:10).

Jesús, el regalo más extraordinario del Cielo, parecía común y corriente a primera vista. Él nació en un hogar humilde, creció en una aldea pequeña y trabajó como artesano. Aunque era Dios encarnado, Jesús nunca se negó a hacer tareas sencillas. Con sus propias manos lavó los pies de sus discípulos. Esta humilde tarea, que los discípulos no querían hacer, tiene un impacto de amor que sentimos aun hoy, muchos años después.

Recuerda: lo pequeño y ordinario es importante. Un pequeño mosquito que zumba en tu habitación transforma tu noche. Un diminuto grano de arena incrustado en tu ojo, detiene tu rutina, sin importar cuán rica o pobre seas. Y de un insignificante grano de mostaza crece un gran árbol y los pájaros anidan en sus ramas (Mat. 13:31, 32).

Jesús, gracias por librarme del miedo a vivir una vida común. No necesito ser extraordinaria o que la gente me aplauda para tener un propósito y una misión. Ayúdame a dar lo mejor en las pequeñas tareas de mi día. Ayúdame a ver que, en el Reino de Dios, lo pequeño tiene un gran impacto.

5 de marzo
La Mujer Maravilla


“Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos” (Rom. 8:28, NTV).

¿Cuándo duerme la mujer virtuosa de Proverbios 31? Además de ser esposa, madre, comerciante y artesana, la Biblia dice que ella “se levanta de madrugada y prepara el desayuno para su familia”, y “su lámpara está encendida hasta altas horas de la noche” (Prov. 31:15, 18, NTV). Proverbios 31 es una representación ficcional y alegórica; sin embargo, cuando la leemos de forma literal, en lugar de llenarnos de sabiduría nos llena de culpa.

Proverbios 31 no ordena que nos convirtamos en la Mujer Maravilla. En su libro Cautivante, Stasi y John Eldrege comentan: “Todas vivimos bajo la sombra de ese ícono infame, la mujer de Proverbios 31, cuya vida está tan ocupada que me pregunto cuándo tiene tiempo para las amistades, para salir a caminar o leer buenos libros. ¿Su lámpara no se apaga de noche? ¿Cuándo tiene relaciones sexuales? De alguna manera, ella ha santificado la vergüenza con la cual viven la mayoría de las mujeres. […] ¿Se supone que eso es ser piadosa: esa sensación de que eres un fracaso como mujer?”

Sin lugar a dudas, la Biblia enseña la importancia de ser industriosas. La idea de que nuestro valor depende de cuántas cosas podemos tildar en la lista de quehaceres, sin embargo, viene directamente del enemigo. Cuando él logra convencernos de esto, vivimos exhaustas y llenas de culpa. Como Jesús dijo, la verdad nos hace libres. ¡Tu productividad no determina tu valor!

 

“Por supuesto, ¡haz una lista de quehaceres! Por supuesto, ¡haz lo mejor que puedas!” dice el evangelista John Piper en la entrevista “God’s Sovereign Plans Behind Your Most Unproductive Days”. “Después, camina en la paz y la libertad de que cuando [tu plan] se estrelle contra las rocas de la realidad (lo cual sucederá la mayoría de las veces), Dios no te estará midiendo por lo que logres hacer. Estás siendo medido por tu confianza en la bondad, en la sabiduría y en la soberanía de Dios para usar este nuevo desastre de ineficiencia para su gloria y para el bien de todos los involucrados”, agrega.

Muy pocas veces Dios nos conduce por el sendero más corto. Aunque nuestra sociedad está obsesionada con la eficiencia y la rapidez, Dios está más interesado en santificarnos en el proceso. Un buen día es aquel en el que confiamos que Dios puede usar todo lo que nos sucede para su gloria y para nuestro crecimiento.

Señor, quiero descansar en la certeza de que mi valor viene de ti, de ser tu hija. Cuando mis planes se desbaraten, ayúdame a confiar en que tu plan aún sigue en marcha.

6 de marzo
Límites


“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat. 7:22, 23).

Más que al fracaso, deberíamos temerle al falso éxito. En su libro Espiritualidad emocionalmente sana, el pastor Peter Scazzero cuenta su historia. Aunque tenían buenas intenciones, Peter y su esposa vivían a una velocidad insostenible. “Durante cinco años había intentado hacer el trabajo de dos o tres personas. Teníamos dos servicios en inglés por la mañana y uno en la tarde en español, y predicaba en todos […] Mi esposa, Geri, estaba sola, cansada de criar a nuestras hijas como si fuera una madre soltera”. Desde afuera, parecían una familia exitosa, pero la realidad era muy diferente.

Una noche, Geri decidió poner un límite. Luego de años de conversaciones que no llevaban a ningún lado, ella dijo: “Peter, fui más feliz de soltera que de casada contigo. Me bajo de esta montaña rusa. Te amo y me niego a seguir viviendo de esta manera”. En esa misma conversación, Geri le informó a Peter que comenzaría a asistir a otra iglesia con sus hijas, para poder llevar un ritmo de vida más saludable. Al principio, Peter estaba furioso, preocupado por lo que diría la gente. Sin embargo, hoy cree que eso fue lo más bondadoso que Geri haya hecho por él en todo su matrimonio, al forzarlo a enfrentar la realidad y sanar la relación.

Aunque hablamos mucho acerca de la temperancia, pocas veces la practicamos en lo referente al trabajo y a la iglesia. Creemos que tener una buena relación con Dios implica estar ocupadas trabajando para él. Lamentablemente, esto no siempre es así. Es posible trabajar para Dios por razones equivocadas. Es posible mantenernos ocupadas en la iglesia para evitar enfrentar problemas en casa. También es posible desperdiciar años tratando de impresionar a otros con nuestra espiritualidad y eficiencia.

Peter y Geri ahora tienen un ritmo de vida sustentable. La experiencia los llevó a comprender que es imposible tener madurez espiritual si hay inmadurez emocional. Aceptar nuestros límites es indispensable para crecer. El éxito es hacer lo que Dios nos pide que hagamos; ni más, ni menos. El éxito es no permitir que las expectativas de otros nos empujen a aceptar más responsabilidades de las que podemos manejar. El éxito es tener tiempo para la familia y los seres queridos. El éxito es conocer a Jesús, es ser amigos de verdad.

Señor, quiero amarte de todo corazón y hacer tu voluntad. Como María, quiero saber cuándo detenerme y sentarme a tus pies, aunque las Martas del mundo esperen algo diferente de mí.

7 de marzo
Lista de cosas para ser


“¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?” (Mat. 16:26, NTV).

Lo más importante no es lo que haces (tu trabajo, tus logros, tus títulos), sino en quién te estás convirtiendo. ¿Vives con gratitud y esperanza? ¿Hablas y actúas con integridad? ¿Sabes amar incondicionalmente a los demás y a ti misma? Muchas veces, al planificar el día, escribimos una lista de cosas para hacer: ir al supermercado, pagar los impuestos, lavar la ropa… ¡y mucho más! Obviamente, es una buena idea organizarnos y administrar bien el tiempo. Sin embargo, me pregunto qué sucedería si escribiésemos una lista de cosas para ser; si el plan para el día fuese ser paciente, compasiva y resiliente. ¿Cómo cambiarían mis prioridades? ¡Sospecho que tal vez hasta dejaría algunas cosas sin hacer!

Vivimos vidas frenéticas, como haciendo malabares con antorchas encendidas. Para intentar mantener en equilibrio la carrera, la familia y la iglesia, nos movemos cada vez con mayor rapidez. Corremos de un sitio a otro, agotadas e irritables, pensando que no tenemos otra opción. Y si por cualquier razón llegamos a pasar cinco minutos en un día sin hacer algo, nos sentimos culpables. Dios quiere liberarnos de esta esclavitud productiva. Por eso, nos llama al silencio del alma y al descanso (Mat. 11:28-30). Él nos invita a que la prioridad sea ser, y no hacer. “Dios nunca le dice a su pueblo: ‘¡Apúrense, muévanse, más rápido!’ ”, escribe Cindi McMenamin en When Women Long for Rest, When You’re Running on Empty [Cuando las mujeres anhelan el descanso. Cuando avanzas con el tanque vacío]. “En cambio, las palabras de Dios son: ‘Estad quietos’; ‘esperad’; ‘descansad’. El sendero santo es uno que llevará tiempo recorrer. Incluirá esperar. Incluirá confiar. Pero será apacible, y encontrarás reposo para tu alma”.

Necesitamos recibir el coraje emocional para frenar y desacelerar. Pidámosle a Dios la cordura suficiente para hacer menos y ser más. “Bochornosamente, muy pocos cristianos llegan a alcanzar […] este nivel de autenticidad. La mayoría de los cristianos simplemente están demasiado ocupados”, reflexiona Bill Hybels en Demasiado ocupado para no orar. Hoy, mientras planificas el día con Jesús, atrévete a desacelerar. Recuerda que lo más importante es en quién te estás convirtiendo.

Señor, confieso que mi estilo de vida es estresante porque he permitido que el mundo me imponga su agenda y su ritmo alocado. Sáname y dame reposo. Enséñame a desacelerar mi vida, a vaciarla de lo que no aprovecha, a hacer espacio para el silencio. Recuérdame que lo que más importa es en quién me estoy convirtiendo.

8 de marzo
Delegar


“Cuando el suegro de Moisés vio todo lo que él hacía por el pueblo, le preguntó: ¿Qué logras en realidad sentado aquí? ¿Por qué te esfuerzas en hacer todo el trabajo tú solo, mientras que el pueblo está de pie a tu alrededor desde la mañana hasta la tarde?” (Éxo. 18:14, NTV).

Pedir ayuda es un signo de fortaleza. Cuando Jetro vio que Moisés se pasaba el día entero resolviendo las disputas del pueblo de Israel, le dijo: “No está bien lo que haces […] porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo” (Éxo. 18:17, 18). No es que el trabajo en sí mismo fuera malo o pecaminoso, sino que era demasiado para una sola persona. Moisés necesitaba priorizar y delegar. Jetro sugirió que Moisés pusiera jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez para juzgar los problemas pequeños. Los asuntos graves podían ser traídos a Moisés, quien ahora tendría tiempo para enseñar las leyes y ordenanzas al pueblo.

Moisés aceptó las sugerencias de Jetro con humildad y las puso en práctica. Moisés pudo hacer esto porque su identidad no estaba basada en su trabajo. Muchas veces, como mujeres, nos cuesta delegar porque queremos sentirnos indispensables. Aunque terminemos agotadas, continuamos cargando con una tonelada de actividades para demostrar que somos capaces, irremplazables. “Como a la mayoría de las mujeres, me agrada que me necesiten”, escribe la psicóloga Marcia Eckerd en su artículo “Letting Go of Being Indispensable”. “Siento la necesidad de estar al tanto de todas las cosas… [pero] tuve tiempo para pensar. Me di cuenta de que debía dejar a un lado […] la sensación de que era (o debía ser) indispensable para todo y todos”. Pedir ayuda es un signo de fortaleza: implica que finalmente entendemos y aceptamos nuestros límites.

Delegar implica ceder el control. Muchas veces pensamos: Yo lo hago más rápido y mejor. Sin embargo, esto no es más que una excusa para no invertir tiempo en ayudar a que los demás desarrollen sus habilidades y liderazgo. Dios hace todo más rápido y mejor que cualquier ser humano; sin embargo, él delega. Luego de crear el mundo, les dio a Adán y a Eva la autoridad para gobernarlo (Gén. 1:28). Jesús nos dio la autoridad de hacer discípulos (Mat. 28:19, 20) y de tomar decisiones que afectan a la Tierra y al cielo (16:19). Seamos imitadoras de Dios. Aprendamos a delegar.

Señor, muchas veces hago demasiadas cosas porque quiero sentirme indispensable. Enséñame a delegar criteriosamente, a reconocer y a aceptar mis límites, a pedir ayuda. ¡Solo tú eres irremplazable!

9 de marzo
Un océano de culpa


“Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús” (Rom. 8:1, NTV).

Mi amiga me llamó preocupada, porque su bebé tenía algunos problemas de salud. Aunque ella estaba haciendo absolutamente todo lo posible por ayudarlo, no podía evitar sentirse culpable. Sentía culpa por necesitar tiempo para ella, culpa por no saber que más hacer, culpa por no tener más experiencia… ¡Mi pobre amiga estaba ahogándose en un océano de culpa falsa! Generalmente, esta culpa no llega en respuesta a un pecado real, sino a una percepción personal. “La causa más común por la que las madres nos sentimos culpables es que creemos que no estamos alcanzando los estándares de la maternidad [ideal]”, escribe Sarah Hardee en el artículo “The Problem with Mommy Guilt”. “Sentimos que hemos fallado como madres cuando no fomentamos diariamente el juego sensorial o no hacemos fiestas de cumpleaños elaboradas cada año; y aunque todo esto es genial, no se basa en las Escrituras. El Señor no dijo en su Palabra que si no hacemos todas estas actividades estamos pecando como madres y traumatizando a nuestros hijos”.

Cuando el dragón del perfeccionismo y de las expectativas irreales intente prendernos fuego con culpa falsa, combatámoslo con la palabra de Dios. En el artículo “Jesus Cancelled Your Mommy Guilt Trip”, Gloria Furman escribe: “Ya sea que mis emociones concuerden o no, el veredicto es este: ya no hay condenación para los que están en Cristo (Rom. 8:1, NTV)”. ¡No hay condenación! Es por esto que no hace falta que intentes calmar tu conciencia hiperactiva inscribiendo a tus niños en cinco talleres extracurriculares más. No hace falta que corras más rápido sin llegar a ningún lado, como en una pequeña rueda de hámster. Tú no eres (y nunca serás) capaz de darle a tu hijo todo lo que necesita. Alza tu mirada y descansa en la provisión de Dios.

“En mi esfuerzo por servir a Dios fielmente como madre”, escribe Gloria, “debo rechazar cualquier idea de que mi trabajo puede completarse con cualquier otra fuerza que no sea la de Dios, y con cualquier otro fin que no sea su gloria”. Permanece en Cristo y descansa en su provisión.

Señor, por favor, ayúdame a ser la mejor madre/tía/abuela que pueda ser. Líbrame de la culpa falsa, de la dependencia de mí misma y del legalismo del perfeccionismo y las expectativas irrealistas. Tú dijiste que no hay condenación para quienes están en Cristo, y yo te creo. ¡Tú nunca mientes! Hoy quiero permanecer en ti y descansar en tu provisión.