Sin miedos ni cadenas

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22 de febrero
Agradecida en todo


“Sean agradecidos en toda circunstancia, pues esta es la voluntad de Dios para ustedes, los que pertenecen a Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18, NTV).

Becky Keife es mamá y escritora estadounidense. Tuve el privilegio de entrevistarla para charlar acerca de la maternidad y la gratitud. Becky tiene tres hijos varones: Noah, Elias y Jude. Luego de convertirse en mamá, Becky notó que a menudo se sentía completamente abrumada. “Me sentía sola e insegura. Me preguntaba si Dios se había equivocado al darme tres varones. Estaba convencida de que otra mujer haría un mejor trabajo que yo”, me confesó. Becky estaba tan agobiada que ya no sentía gratitud y felicidad, sino solo agotamiento. “Me di cuenta de que, aunque no me quejaba audiblemente, tenía diálogos internos muy negativos. Tenía un disco en mi mente que repetía: Esto es demasiado difícil. No tengo suficiente tiempo. No tengo suficiente energía. Tuve tres hijos en tres años y medio. Sentía que me había perdido a mí misma en las necesidades de los demás, que era una máquina de amamantar, lavar y cocinar”. Luego de reflexionar al respecto, Becky se dio cuenta de que su actitud era parte del problema. “La maternidad es difícil y desafiante; no quisiera minimizar esto. Pero tener una mentalidad victimista no ayuda para nada. ¡Nuestra actitud puede transformar completamente la experiencia!”

Entonces, Becky decidió comenzar a practicar la gratitud. No se dedicó a negar los desafíos ni a pretender que todo era perfecto, sino a apreciar la belleza del momento. “Comencé a agradecer por las sobras de la cena de ayer, así no tenía que cocinar hoy; por el perfume de mi bebé recién salido del baño... Y descubrí que a menos que bajara la velocidad y le agradeciera a Dios en el momento, el estrés del día me robaría estos detalles. Comencé a escribirlos en mi diario de oración, y con el tiempo la gratitud cambió mi vida”.

Becky se dio cuenta de que Dios la estaba invitando a dar gracias en los momentos más difíciles, a usar la gratitud como un arma de contraataque. Cuando se sentía cansada y no había dormido lo suficiente, Dios la invitaba a dar gracias por lo que sí tenía: un plato de comida. Cuando no tenía tiempo para responder a todos sus correos electrónicos, podía dar gracias por los dos que sí había logrado contestar. Cuanto más intencional era ella en su gratitud, más la llenaba Dios de gozo y energía, porque el “agotamiento es una oportunidad para experimentar el poder de Dios”.

Señor, cuando me sienta totalmente colapsada por las demandas del día o tentada a adoptar una mentalidad victimista, ayúdame a reducir la velocidad y apreciar las bendiciones del momento.

23 de febrero
Asombro


“Meditaré en la gloria y la majestad de tu esplendor, y en tus maravillosos milagros” (Sal. 145:5, NTV).

Lynette y yo estábamos en medio de una de esas conversaciones filosóficas. Hablábamos de cómo siempre parece que nos falta solo una cosa más para ser realmente felices. Sin embargo, cuando eso llega (el matrimonio, los hijos, la casa más grande, el mejor trabajo), después de un tiempo ya no nos alcanza. Como un espejismo, la felicidad se evapora. Pareciera que nuestras esperanzas corren más rápido que nosotras. Van kilométricamente adelantadas y nos llaman prometiendo que, si tan solo obtuviéramos esta otra cosa, entonces sí estaríamos realmente satisfechas.

En su libro Asombro, el pastor y autor Paul Tripp reflexiona acerca del peligro de familiarizarnos tanto con las cosas que tenemos que dejemos de notarlas y de sentir gratitud por ellas. Paul escribe: “La batalla, el gran peligro que acecha desde las sombras de la vida de cada persona, es la familiaridad. La familiaridad tiende a cegar nuestros ojos y adormecer nuestros sentidos. Lo que una vez nos producía asombro, ahora apenas capta nuestra atención”. Lo que Paul describe desde un punto de vista espiritual, también tiene un nombre científico: adaptación hedónica. Básicamente, luego de recibir una promoción, un auto nuevo o un regalo, nos sentimos mucho más felices. Sin embargo, una vez que ese asombro inicial se desvanece, tendemos a volver a nuestro nivel de felicidad inicial. La ciencia y la Biblia concuerdan perfectamente en cuanto a la solución a este problema: practicar la gratitud.

“Tu vida emocional siempre es una ventana hacia lo que ha capturado tu asombro”, agrega Paul. Muchas veces nos sentimos insatisfechas simplemente porque hemos perdido la capacidad para el asombro. Nos falta alegría y contentamiento porque hacemos listas mentales de todo lo que no tenemos, en lugar de enumerar todas nuestras bendiciones. Hoy te invito a vivir continuamente asombrada por el amor de Dios. Esto significa vivir “sabiendo que hay una historia más grande que mi pequeña historia personal. Significa que hay un reino más grandioso que mi pequeño reino, un plan mucho más grande y mejor que cualquier plan que yo tenga”. ¿No es esto suficiente como para agradecer?

Señor, hoy quiero volver a asombrarme por tu amor y tu gracia. Ayúdame a vivir estas 24 horas consciente de que tengo mucho más de lo que merezco: tengo un Salvador, tengo esperanza de vida eterna, y tengo la oportunidad de servirte aquí, en la Tierra. ¡Gracias, Señor! Tu bondad es asombrosa.

24 de febrero
Detalles enormes


“Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí” (Sal. 103:2, NTV).

Hay algunas cosas que me olvido de agradecer; bendiciones cotidianas que doy por sentadas, como la luz y el agua potable (hasta que hay un apagón o se corta el agua). Recientemente, Becky Murray, una misionera estadounidense que trabaja en Kenia, hizo que me diera cuenta de la importancia de tener acceso a productos de higiene personal. “En Bumala, la aldea en la que trabajo, comenzaron a desaparecer niñas. Al principio pensé que era por problemas familiares y que las niñas estaban escapando. Sin embargo, noté que todas las niñas tenían más o menos la misma edad”, me dijo Becky. ¿Qué estaba sucediendo? Las niñas comenzaban a desaparecer justo al terminar la escuela primaria. Sin acceso a productos de higiene personal, ellas faltaban a clases cuando tenían su ciclo (perdiendo así un cuarto de clases al año). Al terminar la primaria, las niñas simplemente no continuaban estudiando porque sabían que perderían demasiados contenidos. Entonces, comenzaban a buscar trabajo y los traficantes aprovechaban la oportunidad para engañarlas y secuestrarlas. Les prometían encontrarles trabajos en la ciudad como empleadas domésticas, cocineras o camareras, cuando en realidad serían explotadas en la industria del sexo.

Piensa en esto un momento. ¡Algo tan sencillo como no tener acceso a productos de higiene personal permitía que las niñas se convirtieran en blanco de un horrendo crimen! Cuando Becky notó esto, organizó la campaña “Dignity Project” (Proyecto Dignidad), a través de la cual ha estado distribuyendo productos de higiene personal ecológicos y reutilizables, y educando a las niñas acerca de las tácticas y estrategias de los traficantes. Con esta medida preventiva tan simple, Becky ya ha protegido a más de 17.000 niñas que podrían haber sido víctimas de la trata de personas. (Si quieres saber más acerca de esta campaña, visita https://www.thedignityproject.net/.)

Es fácil dar por sentadas nuestras bendiciones. Sin embargo, el agua potable, la educación, y aun algo tan sencillo como los productos de higiene personal, tienen un gran impacto en nuestra vida. Dedica un momento a mirar a tu alrededor. Haz una lista de las bendiciones cotidianas que te rodean, que tal vez nunca antes notaste. Tómate un tiempo para hablar con Dios y enumerar cada una de tus bendiciones. Pregúntale qué puedes hacer para ayudar a otras mujeres que no son tan afortunadas y presta atención para oír hoy su respuesta.

Señor, te agradezco por…

25 de febrero
Reflejo


“Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí” (Sal. 103:2, NTV).

Mi amiga Anne y yo fuimos a pasear en bicicleta un domingo por el bosque de Whippendell Woods, en Inglaterra. ¡Fue un día de primavera glorioso! El sol brillaba y el suelo del bosque estaba pintado de azul, cubierto por un manto de cientos de miles de jacintos púrpura. Anne y yo nos detuvimos junto al arroyo para absorber la belleza del lugar antes de emprender el camino de regreso. En un momento, debíamos girar a la izquierda para ingresar a una calle principal. Anne se detuvo, miró hacia ambos lados y luego comenzó a reírse. “¿Qué sucede?”, le pregunté. “Estoy tan acostumbrada a manejar, que intenté poner el guiño”, me dijo ella. Después de conducir su automóvil por años, Anne desarrolló memoria muscular; poner el guiño no es más que un reflejo automático.

Imagina cultivar la gratitud de tal manera en tu vida, que se transforme en un reflejo automático; una reacción tan espontánea como decir: “¡Salud!” cuando alguien estornuda. El mejor fertilizante para la gratitud es la humildad. Lamentablemente, la cultura consumista en la que estamos inmersas nos enseña a pensar que merecemos todo lo que deseamos. Con el tiempo, comenzamos a creer que tener salud, éxito o hijos no es un privilegio, sino nuestro derecho. Cuando no recibimos lo que queremos o hay problemas, nos resentimos. Con humildad, sin embargo, podemos comprender que todas las bendiciones son regalos inmerecidos y permanecer agradecidas.

 

La gratitud y la humildad dan un nuevo sentido a nuestras vidas. “El significado más profundo de cualquier momento radica en el hecho de que ese momento es un regalo”, escribe David Steindl-Rast en Gratefulness, the Heart of Prayer [La gratitud, el corazón de la oración]. “La gratitud conoce, entiende y celebra ese significado”, agrega. Te invito a que hoy reconozcas y celebres todas las bendiciones de este día que Dios te da, con humildad y gratitud.

Señor, quiero que la gratitud se convierta en un hábito diario, un reflejo natural en mi vida. Sé que para desarrollar esta capacidad necesito humildad y práctica. Por eso, te pido que me libres del egoísmo. Renuévame, inunda mi corazón con gratitud. Abre mis ojos para que vea todo lo que me has dado y mis labios para alabarte.

26 de febrero
Dios no te llama al éxito, sino a la fidelidad


“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Prov. 24:16).

Después de trabajar durante días en un nuevo proyecto misionero radial, mi jefe me llamó por teléfono para darme su opinión. Con delicadeza y honestidad, me dijo, básicamente, que debía empezar todo de nuevo. “No está peor que antes,” dijo, tratando de hacerme sentir mejor. “Estoy seguro de que el producto final será muy exitoso”. Llegué a casa deprimida, preguntándome si realmente tenía la capacidad de hacerlo o si mi jefe se había equivocado al elegirme para el proyecto.

¿Cómo puedes descubrir si estás basando tu vida en el éxito? Es sencillo: lo estás haciendo si te quedas atascada en el dolor y la decepción del fracaso. Si tu sentido de dignidad está basado en el éxito, vas a intentar no fracasar nunca. Como esto es imposible, evitarás correr cualquier riesgo que te exponga, escogiendo tareas que no te desafíen o renunciando ante la primera señal de adversidad.

Nelson Mandela, el famoso activista y abogado sudafricano, dijo: “No me juzgues por mis éxitos. Júzgame por las veces que me caí y volví a levantarme”. Hoy te recuerdo, y me recuerdo a mí misma, estas palabras. Los fracasos nos enseñan; no son tiempo perdido. Sacudirnos el polvo y volver a levantarnos después de otra caída nos hace crecer mucho más que el éxito.

Pero tan importante como volver a levantarse es reconocer que Dios nunca nos llamó a ser exitosas, sino fieles. Considera la vida de Juan, el Bautista. Al momento de su muerte, muy pocos lo habrían llamado. Sin embargo, Jesús dijo: “Entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista” (Mat. 11:11, LBLA). El mundo aplaude el éxito, pero Dios aplaude la fidelidad. Juan el Bautista fue fiel hasta la muerte y Jesús lo aplaudió.

Quiero vivir con en el aplauso del Cielo como única meta. Quiero vivir de tal manera que un día pueda oír al Padre decir: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. (Mat. 25:23, LBLA).

Señor, ni la dulzura del éxito ni la amargura del fracaso me definen. La sangre de Cristo Jesús me define. En los días en que todo me sale mal, recuérdame que me llamaste a ser fiel, no exitosa. Y en los días en que las cosas me salen bien, recuérdame que la única gloria por la que vale la pena vivir es la tuya.

27 de febrero
“Graciocracia”


“Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario?” (Mat. 20:13).

La meritocracia no es tan bonita como pensamos. Uno de los grandes problemas de este sistema es que hace que los ganadores tiendan a creer que su éxito se debe exclusivamente a su talento y esfuerzo personal. Tendemos a ignorar los elementos aleatorios, como los factores genéticos, las limitaciones geográficas y las condiciones históricas de un período determinado. Haber nacido inteligente, por ejemplo, se debe a una compleja combinación de factores socioculturales y genéticos sobre los cuales no tenemos control alguno.

Creer que el éxito se debe exclusivamente a nuestro talento y esfuerzo puede volvernos insensibles para con los que fracasan. Si nuestro éxito se debe solo al esfuerzo, razonamos, el fracaso de otros se debe a su pereza. Cuando observamos países enteros a través de este marco interpretativo simplista, podemos asumir que su pobreza se debe a una falta de iniciativa y no a complejos sistemas sociales que perpetúan la desigualdad.

Cuando Jesús relató la parábola de los obreros de la viña, estoy segura de que quienes lo escuchaban pensaron: ¡Eso no es justo! Los que trabajaron menos no deberían recibir la misma paga (Mat. 20:1-16). Pero Jesús diseñaba sus relatos con un giro inesperado de la trama a propósito, para revelar verdades del Reino de los cielos. En esta parábola, Jesús demostró que el sistema de gobierno celestial no es “meritocrático” sino “graciocrático”. Dios busca a los perdidos, contrata a obreros sin talento, les paga de más y les da a su Hijo… completamente gratis. Al cetro del gobierno celestial lo mueve la misericordia, no el mérito.

Dominique DuBois Gilliard, el autor y activista de Derechos Humanos, en su artículo “The Implications of Meritocracy on the Church”, escribe: “La meritocracia es una cosmovisión cancerosa. Es contraria al evangelio y compromete nuestra visión. […] Distorsiona cómo nos vemos y cómo nos relacionamos e interactuamos con nuestro prójimo. […] Nos otorga un falso sentido de superioridad moral con el cual acusamos a los demás y los menospreciamos”. Como embajadoras del Reino de los cielos, debemos vivir reflejando las leyes del gobierno al cual representamos. ¡Hoy tú puedes ser una embajadora de la gracia!

Padre, ayúdame a recordar que, si tuviera lo que merezco, no estaría viva hoy ni tendría esperanza de vida eterna. La paga del pecado es muerte, pero tu regalo es la vida eterna por medio de Cristo Jesús.

28 de febrero
Síndrome del impostor


“Dios contestó: Yo estaré contigo. Y esta es la señal para ti de que yo soy quien te envía: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, adorarán a Dios en este mismo monte” (Éxo. 3:12, NTV).

¿Habrá sido un error que me contrataran?, pensé. Durante mi primer año de trabajo para la Radio Adventista de Londres, esta duda me perseguía. Aunque la gente me decía cuánto disfrutaba de las entrevistas de mi programa de radio, yo creía que lo hacía solamente por ser amable. Estaba obsesionada con todos mis errores y absolutamente convencida de que otra persona haría un mejor trabajo. ¡Lo peor es que pensaba que mi actitud era humilde! Estoy segura de que como esposa, madre o profesional alguna vez te sentiste así, mientras que luchabas con el síndrome del impostor.

El “síndrome del impostor” te hace creer que tu trabajo, tus hijos, tu marido o tus amigas se merecen a alguien mejor que tú. Sin embargo, como este sentimiento no es humildad auténtica, sino baja autoestima enmascarada, en lugar de acercarnos a Cristo y motivarnos a mejorar, nos incita a rendirnos. Ya que no puedo hacerlo perfectamente, es mejor que lo haga otra, pensamos, con mentalidad derrotista. Moisés tuvo el mismo problema. Mientras que pastoreaba en Madián, Dios le dio una misión extremadamente difícil: enfrentar a un rey tirano y pedirle que liberase a la mano de obra esclava (Éxo. 3). Para contextualizarlo, imagina que Dios te envía a enfrentar al comandante de una fuerza paramilitar para demandarle que libere a todos los niños soldados. ¿Lo harías?

Aterrado, Moisés comenzó a enumerar todas las razones por las cuales él no era el mejor candidato, e incluso le pidió a Dios que enviase otra persona. Lo que más me gusta de esta historia es cómo Dios responde. Dios no enumera los logros de Moisés, ni le dice que lo escogió por tener el mejor curriculum vitae. Dios simplemente dice: “Yo estaré contigo” (3:12, NTV).

Si Dios te llamó a ser madre, a un trabajo desafiante o a tolerar a una persona difícil de tratar, y no te sientes capaz, recuerda que no se trata de tus credenciales. Dios no nos llama por nuestras habilidades extraordinarias, sino para transformarnos en mujeres extraordinarias a través del llamado. Es probable que la misión que recibamos nos obligue a crecer justamente en el área que más crecimiento necesita. A lo que sea que Dios te llame, la verdadera credencial que necesitas es que él te diga: “¡Yo estaré contigo!”

Señor, no se trata de mí, ni de mis credenciales, sino de tu llamado y tu poder. No quiero permitir que el miedo y la inseguridad me impidan avanzar. A donde tú me llames, yo iré. Si estás conmigo, no tengo nada que temer.

1º de marzo
Cuando Dios te guía al “fracaso”


“Pero la casa de Israel no te querrá escuchar, ya que no quieren escucharme a mí. Ciertamente toda la casa de Israel es terca y de duro corazón” (Eze. 3:7, LBLA).

Nuestra cultura es alérgica al fracaso. Como creemos que el éxito nos define, evitamos el fracaso a toda costa. Sin embargo, en la Biblia encontramos una narrativa diferente. La Palabra de Dios está llena de historias de fracasos y decepciones. Considera al profeta Ezequiel: al llamarlo, Dios le avisa de antemano que su misión no será “exitosa”; el pueblo no le querrá oír. Ezequiel, como muchos otros profetas, cosechó oprobio en lugar de fama y gratitud.

A muchas de nosotras nos resulta difícil comprender que Dios nos llame al “fracaso”. Sin embargo, Bob Goff, el autor de Love Does [El amor hace], dice que esta es una de las cosas que él más ama acerca de Dios. “Dios guía, intencionalmente, a sus hijos al fracaso. Él hizo que naciéramos como bebés incapaces de caminar, hablar o siquiera usar el baño de forma correcta. Nos tienen que enseñar todo. Todo ese aprendizaje lleva tiempo y Dios hizo que dependamos de él, de nuestros padres y de los demás. Todo está diseñado para que intentemos una y otra vez, hasta que, al final, aprendamos. Y todo el tiempo él es infinitamente paciente”.

El fracaso es una parte crucial e ineludible del proceso. Dios no está mirando desde arriba, esperando que todo nos salga perfectamente, pretendiendo que el boletín de calificaciones esté tachonado de sobresalientes. Dios está abajo, con nosotras, ayudándonos a sacudirnos el polvo, recordándonos que su amor y nuestra identidad no cambian cuando las cosas nos salen mal.

A veces Dios usa el fracaso como una luz infrarroja, para revelar lo que no podríamos ver de otra manera. El fracaso nos muestra, con dolorosa claridad, cuánto nos importa aún el “qué dirán”, y cuánto nos aferramos a nuestros propios sueños. Por esto es que, justamente en el fracaso, Dios profundiza nuestra dependencia de él. Viéndolo de este modo, el fracaso puede ser un éxito rotundo. En palabras de Bob Goff: “Solía tener miedo a fracasar en las cosas que realmente me importaban, pero ahora tengo más miedo a ser exitoso en las cosas que no importan”.

Señor, quiero que mi carácter te refleje más. Estoy dispuesta a fracasar, si eso me acerca más a ti. Quiero preocuparme más por los éxitos eternos que por la gloria fugaz de este mundo.