Sin miedos ni cadenas

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5 de febrero
¿Quieres sanar?


“Cuando Jesús lo vio y supo que hacía tanto que padecía la enfermedad, le preguntó: —¿Te gustaría recuperar la salud?” (Juan 5:6, NTV).

Christine Caine, la autora y predicadora australiana, tuvo una infancia realmente difícil. Christine fue abandonada por sus padres biológicos, sufrió bullying en la escuela y fue abusada sexualmente durante doce años. Hoy, a través de una rama de su ministerio —la Campaña A21—, ella se dedica a ayudar a otros sobrevivientes de abuso y a prevenir la trata de personas. Y aunque Christine tiene muchísima compasión por aquellos que han sufrido como ella, también cree que es importante no aferrarse a la condición de víctima y no permitir que el pasado nos defina. En su artículo “Do You Want to Be Healed?” escribe: “Debemos tener mucho cuidado, porque a veces nuestro estatus de víctimas se convierte en nuestra identidad. [...] La sanidad conlleva responsabilidad”.

Todas hemos sido heridas, en mayor o menor medida. Todas podemos recordar dolorosos capítulos de nuestra vida que hacen que los ojos se nos llenen de lágrimas. Y, como dice Christine, aunque tener fe en Jesús no nos da amnesia, sí nos da una opción en cuanto a dónde anclamos nuestra identidad. Podemos fijar la vista en nuestras heridas y usarlas como una excusa permanente, o podemos mirar a Jesús y transitar pacientemente el camino de recuperación. En Falling Upward [Caída ascendente], el teólogo y escritor Richard Rohr explica que él cree que tenemos una tendencia a “permanecer identificados por la herida [...]en lugar de usar la herida para redimir al mundo, como lo vemos en Jesús y en muchas personas que convierten sus heridas en heridas sagradas, liberándose a sí mismos y a los demás”.

Como tenemos una tendencia a permitir que nuestras heridas nos definan, Jesús le preguntó al paralítico de Betesda: “¿Te gustaría recuperar la salud?” A primera vista, parece una pregunta irónica. ¿A quién no le gustaría volver a caminar, después de haber pasado 38 años acostado en una camilla? Sin embargo, Jesús le estaba diciendo: “¿Estás dispuesto a asumir la responsabilidad de buscar un trabajo y no vivir más de limosnas? ¿Quieres ser sano, aunque esto implique que ya no recibirás la atención y simpatía de los demás?” La sanidad conlleva responsabilidad y nos da una mayor capacidad de impacto e influencia. Cuando ese hombre se levantó, enrrolló su camilla y la llevó bajo el brazo; ese símbolo de su pasado se transformó en una poderosa historia de redención. El pasado no desapareció, pero Jesús transformó esa camilla, que había sido una prisión, en un emblema de libertad.

Jesús, quiero que cures todas mis heridas. Tú me defines, no mi pasado.

6 de febrero
El remedio extraño


“Y, así como Moisés levantó la serpiente de bronce en un poste en el desierto, así deberá ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15, NTV).

Cuando la segunda generación de israelitas llegó al borde de la Tierra Prometida, cuando podían casi tocarla y oler el salitre del Mar Muerto, los edomitas se negaron a darles paso. Para rodear la tierra de Edom, los israelitas debieron darle la espalda a Canaán y desandar el camino andado, retornando al desierto. Desanimado, el pueblo murmuró contra Dios y contra Moisés. “¿Por qué nos sacaron de Egipto para morir aquí en el desierto? —se quejaron—. Aquí no hay nada para comer ni agua para beber. ¡Además, detestamos este horrible maná!” (Núm. 21:5, NTV). Entonces, serpientes venenosas, de las que habían sido protegidos por casi cuarenta años, comenzaron a atacarlos.

Cuando el pueblo se humilló, Dios recetó un tratamiento extraño: le ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un asta. El que mirase a la serpiente, viviría. No hay una conexión lógica o científica entre mirar a una serpiente de bronce y ser sanado. En Patriarcas y profetas, Elena de White comenta que “hubo quienes se negaron a creer que con solo mirar aquella imagen metálica se iban a curar. Estos perecieron en la incredulidad” (p. 457). ¿Notaste eso? ¡Algunos prefirieron morir a verse como tontos! Como mirar a una serpiente de bronce era un remedio “necio”, algunos prefirieron morir en su “inteligencia”. Recuerda: tú no eliges el tratamiento, Dios elige cómo sanarte.

Parece absolutamente necio e ilógico que Dios nos salve por su gracia, tan solo con mirar a Jesús. Sin embargo, ¡este es el remedio que él escogió! Aceptemos el diagnóstico y la medicina que Dios nos ofrece. Dejemos de enfocarnos en nuestros defectos y virtudes; miremos al Rey en su hermosura.

Señor, tú puedes sanarme de todas mis enfermedades. Ayúdame a confiar en Jesús como mi Salvador de todo corazón. Hoy no quiero apartar mi mirada de él, ni por un instante.

7 de febrero
Sanas y salvas


“Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza” (Jer. 17:14).

Tú no eliges el tratamiento, Dios elige cómo sanarte.

Naamán era un hombre poderoso, jefe del ejército del rey de Siria, muy estimado y favorecido por su rey. Pero Naamán tenía un gran problema: tenía lepra. En los tiempos bíblicos, esta era una enfermedad crónica, que mutilaba y segregaba socialmente a las personas. A medida que la enfermedad avanzaba, las uñas de los pacientes se aflojaban y caían. Como una gangrena, la lepra avanzaba después a los nudillos, dedos y dientes. Finalmente, la lepra tomaba la nariz, el paladar, los ojos, y la vida (según el comentario bíblico The Enduring Word).

Naamán tenía los días contados y por eso estuvo dispuesto a aceptar la sugerencia de una esclava israelita y visitar Samaria, en pleno territorio enemigo. Como salvoconducto, Naamán llevó consigo una carta del rey y un generoso pago de diez talentos de plata (más de 1,2 millones de dólares estadounidenses).

Sin embargo, las cosas no sucedieron como Naamán esperaba. En lugar de ir en persona, el profeta Eliseo envió un mensajero y le “recetó” un tratamiento extraño: “Ve y lávate siete veces en el río Jordán, y tu cuerpo quedará limpio de la lepra” (2 Rey. 5:10, DHH). Naamán se enfureció porque él tenía una idea muy diferente de cómo el profeta debía sanarlo. “Yo pensé que iba a salir a recibirme, y que de pie iba a invocar al Señor su Dios, y que luego iba a mover su mano sobre la parte enferma, y que así me quitaría la lepra” (2 Rey. 5:11, DHH).

Naamán estaba tan enojado que casi se volvió a su país sin siquiera intentarlo. Los ríos de su patria le parecían más limpios y mejores. Sin embargo, fue nuevamente uno de sus criados quien le salvó la vida al decir: “Señor, si el profeta le hubiera mandado hacer algo difícil, ¿no lo habría hecho usted? Pues con mayor razón si solo le ha dicho que se lave usted y quedará limpio” (2 Rey. 5:13, DHH). Finalmente, en humilde obediencia, Naamán se sumergió siete veces en las marrones aguas del Jordán y fue sanado completa y gratuitamente.

Muchas veces, como Naamán, anticipamos la forma en que Dios nos librará de algún problema. Tal vez esperamos que Dios nos sane de una depresión sin tener que recurrir a medicamentos, o preferiríamos que Dios sane nuestro matrimonio sin tener que hacer terapia. Tenemos una idea tan fija, que cuando la sanidad se ofrece por otro medio, nos ofendemos. Recuerda: tú no eliges el tratamiento, Dios elige cómo sanarte.

Señor, por favor, dame la humildad para aceptar cualquier tratamiento que tú escojas para mí.

8 de febrero
Legado


“Así que como somos sus hijos, también somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios; pero si vamos a participar de su gloria, también debemos participar de su sufrimiento” (Rom. 8:17, NTV).

Siempre me gustaron las canciones y las letras de Joan Manuel Serrat. En la canción “Testamento de miércoles”, el “Nano” nos hace pensar en el legado intangible que dejamos. No las casas, ni los autos, sino la herencia emocional y hasta espiritual que podemos forjar. Serrat canta: “Lego al jueves cuatro remordimientos, la lluvia que contemplo y no me moja… Lego el crujido azul de mis bisagras y una tajada de mi sombra leve”. ¿Cuál es tu legado? ¿Cuál es la herencia espiritual que le dejarás a tu familia y amigos?

Una de mis mejores amigas dice que tomó más en serio su responsabilidad de sanar emocionalmente una vez que comenzó a tener hijos, porque no quería heredarles su dolor o sus miedos. Creo que tiene mucha razón, porque como dice Richard Rohr en Things Hidden [Las cosas ocultas]: “Si no transformamos nuestro dolor, seguramente lo transmitiremos. Si no encontramos la forma de transformar nuestras heridas en heridas sagradas, invariablemente nos rendiremos ante la vida y la humanidad”. Esta idea de transformar heridas en algo sagrado me conmueve. Dios no solamente nos sana, sino también transforma nuestras heridas (las mismas que si no se trataran transmitirían dolor a las próximas generaciones) en una herencia santa. ¡Las cicatrices cuentan una gloriosa historia! Cuando Dios nos sana, pasamos de contagiar dolor a contagiar esperanza, de multiplicar trauma a transmitir vitalidad.

 

Así como las herencias físicas, las espirituales deben ser planeadas. Un legado santo nunca es el producto de la casualidad. Es imprescindible reflexionar, darnos cuenta de qué recibimos nosotras mismas y qué deseamos transmitir. Será necesario orar, perdonar, sanar y ser pacientes con el proceso; pero también atrevernos a contar la historia. Muchas veces, es justamente a través de un relato que un legado pasa de una generación a la otra (Jos. 4:6, 7). Las historias de nuestras heridas sanadas, oraciones contestadas y aventuras con Dios, serán un depósito inicial en el banco de la fe de las generaciones venideras.

Señor, el legado más grande que puedo dejar es espiritual, no físico. Por esto, te pido que sanes mis heridas y las transformes en cicatrices sagradas. Quiero que mi vida refleje el poder de tu redención. Quiero contarle a mi familia todo lo que has hecho por mí.

9 de febrero
Culpa y responsabilidad


“—Rabí, ¿por qué nació ciego este hombre? —le preguntaron sus discípulos—. ¿Fue por sus propios pecados o por los de sus padres? —No fue por sus pecados ni tampoco por los de sus padres —contestó Jesús—. Nació ciego para que todos vieran el poder de Dios en él” (Juan 9:2, 3, NTV).

Estoy sentada en el autobús 321, yendo al trabajo. Detrás de mí, una mujer y un hombre hablan acerca de Jessica. La mujer dice que está muy enojada con su amiga, Jessica, porque está siendo negligente con sus hijos: no los lleva a la escuela, ni los educa en casa. Ella dice que, aunque Jessica tiene muy poco dinero, continúa pagando los gastos del auto de su exnovio. Finalmente, la mujer le dice al hombre sentado detrás de mí: “Entiendo que esté deprimida porque su padre falleció, ¡pero Jessica no tiene tiempo para estar deprimida!”

Esa última oración me persiguió todo el día, zumbando en mi mente como un tábano. Estoy convencida de que la depresión, así como otros trastornos de la ansiedad, no piden permiso para llegar ni buscan un día libre en tu calendario. Amontonar culpa sobre los hombros de una persona deprimida es un acto de crueldad. Sin embargo, es útil comprender que hay una diferencia entre culpa y responsabilidad.

En su artículo “Trauma Is Not Your Fault, but Healing Is Your Responsibility”, la autora Brianna Wiest lo describe de esta manera: “No podemos olvidar que, aunque [el evento traumático] no fue nuestra culpa, sanar las consecuencias siempre recaerá sobre nosotros; y en lugar de verlo como una carga, podemos aprender a verlo como un extraño don”. Todas cargamos con heridas y traumas del pasado. Sin embargo, a menos que dejemos de apuntar con el dedo y aceptemos la responsabilidad de sanar, vamos a contagiar a otros con nuestro dolor y nos perderemos la oportunidad de vivir mejor.

Asumir la responsabilidad de sanar nuestras heridas es un regalo extraño, envuelto en un papel de regalo sucio y arrugado. Sin embargo, desenvolver ese paquete, como escribe Geri Scazzero en The Emotionally Healthy Woman [La mujer emocionalmente sana], puede ser lo mejor que hagamos: “Permitirme sentir mi propia tristeza me ha permitido ser más compasiva con la tristeza de los demás. Ahora estoy convencida de que este es uno de los mejores regalos que tengo para dar”.

Señor, tú puedes sanarme. Tú puedes usar lo que me sucedió para demostrar tu poder y gloria. Acepto mi responsabilidad en el proceso de sanidad: voy a buscar ayuda, voy a ser paciente. Ya no quiero huir de mis responsabilidades, sino aceptarlas por tu gracia, que me fortalece.

10 de febrero
La libertad es un país extranjero


“Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud” (Gál. 5:1, LBLA).

La libertad es como un país extranjero: tienen diferentes costumbres allá. Una de las primeras veces que viajé al exterior, visité la hermosa y cosmopolita ciudad de Vancouver, en Canadá. Un día, después de mis clases de inglés en el instituto de idiomas, decidí salir a caminar. Llegué a una esquina, con un semáforo, y me paré a esperar. Esperé y esperé, pero la luz seguía roja. De pronto, apareció un muchacho canadiense, que se acercó al semáforo y presionó un diminuto botón en el poste, apenas perceptible. La luz inmediatamente cambió a verde. Crucé la calle riéndome; ¡podría haberme pasado la tarde entera esperando!

Después de sacar al pueblo de Israel de Egipto, Dios comenzó el proceso de deconstrucción y reconstrucción de su identidad colectiva. Aunque los israelitas eran libres a nivel físico, aún tenían una mentalidad esclava. Los efectos de más de cuatrocientos años de historia no desaparecieron instantáneamente al cruzar el Mar Rojo.

Añorando lo que solían comer cuando eran esclavos, los israelitas se quejaban: “Nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, de los pepinos, de los melones, los puerros, las cebollas y los ajos” (Núm. 11:5, LBLA). Más allá de que estuvieran cansados de comer maná todos los días, el hecho de que dijeran que la comida de Egipto era “gratis” es muy significativo: esa comida era un mínimo sustento, dado por sus amos, con el único propósito de seguir explotando su mano de obra esclava ¡Cada esclavo pagaba con su vida, con su sudor y con su libertad!

Cuando Jesús nos libera, pasamos por el mismo proceso de deconstrucción y reconstrucción. La libertad se siente incómoda y extraña, como un país extranjero donde no entendemos las reglas ni el idioma. Por eso nos tienta volver atrás, porque al menos la esclavitud es familiar. ¡Pero Dios nos ama demasiado como para permitir esto! Dios nos llama a conquistar terreno espiritual y emocional; a permanecer libres. Nos llama a recibir nuestra identidad de hijas, no de esclavas.

Señor, quiero aprender a ser libre. Con pasos valientes, por pequeños e imperfectos que sean, quiero marcar una trayectoria de fe. Hacia adelante y hacia arriba, quiero avanzar y nunca volver atrás. Gracias por guiarme de la mano a cada paso, con paciencia y fidelidad.

11 de febrero
Sin guantes blancos


“Tendrá otra vez compasión de nosotros, perdonará nuestras culpas y arrojará todos nuestros pecados a las oscuras profundidades del mar” (Miq. 7:19, PDT).

Jillian Monet dejó de estudiar cuando se dio cuenta de que estaba embarazada de tres meses. Como era líder en su iglesia local, tenía miedo de que si la gente se enteraba la avergonzaran. Entonces, decidió realizarse un aborto en secreto. Jillian juntó el dinero que necesitaba y condujo hacia la clínica. En el camino, recibió dos mensajes de texto. Aunque estas personas no sabían lo que estaba sucediendo, ambas le aseguraron que oraban por ella y que Dios podía manejar cualquier crisis. Sin embargo, Jillian estaba apurada porque tenía que cantar en la iglesia esa misma noche, y siguió conduciendo. Pero al llegar a la autopista, supo que estaba tomando una mala decisión. “Yo no sabía que estaba a punto de experimentar la gracia soberana de Dios, pero puse mi vida en sus manos y decidí que no abortaría”, me dijo al contarme su historia. Sin embargo, las cosas no mejoraron automáticamente. El padre del bebé no quiso casarse con ella y muchos de sus amigos la abandonaron. “Me sentía deprimida por la culpa que cargaba. No tenía suficiente dinero, así que, pasé varias noches en el auto con mi bebé. Había gente dispuesta a ayudarme, pero mi orgullo y la vergüenza me impedían acercarme”, me dijo.

Jillian comenzó a usar drogas para intentar adormecer la culpa y vergüenza que sentía. Llegó a estar tan deprimida que consideró suicidarse. “Me impacta que Dios nunca me haya abandonado. A veces creemos en un Dios de guantes blancos, pero para rescatar a alguien como yo, seguro se ensució las manos. Él comenzó a decirme cuánto me amaba y mi vida comenzó a cambiar”. Aunque fue un proceso lento y difícil, Dios restauró completamente la vida de Jillian.

“Ahora sé muy bien quién es el Dios del que canto. ¡Créeme que te ama incondicionalmente! Aunque estés pasando por algo muy doloroso, él no se ha olvidado de ti. Él se especializa en [salvar a] la gente imperfecta. Ahora puedo hablarles a los que pasan por situaciones similares y decirles que tenemos una esperanza: Cristo Jesús. Él ama. Él perdona. Él restaura, redime y rejuvenece”.

Señor, te agradezco porque tu amor nunca jamás me abandonará. Tú arrojas mi vergüenza y mi pecado a las oscuras profundidades del mar. Tú me abrazas, me perdonas y sanas mi vida. ¡Aleluya!

12 de febrero
La competencia con tu hermana


“Entonces Jacob durmió también con Raquel, y la amó mucho más que a Lea. Y se quedó allí y trabajó para Labán los siete años adicionales” (Gén. 29:30, NTV).

Raquel era más hermosa que su hermana Lea y contaba con el amor incondicional de Jacob. Él trabajó por ella siete años para pagar la dote y le parecieron solo unos pocos días. Sin embargo, esta historia de amor no tiene un final feliz. Cuando llegó la fecha acordada para la boda, Jacob fue engañado y recibió a Lea como esposa, en lugar de Raquel.

La mayoría de los comentadores bíblicos suponen que Lea estaba de acuerdo con el engaño. Tal vez amaba a Jacob en secreto, o tenía celos de su hermana, o creía que esta sería su única oportunidad para casarse. Sin embargo, Lea cosechó un fruto amargo por su parte en el engaño: años de competencia con su hermana por el amor de Jacob.

Como Lea había puesto su sentido de valor personal en conquistar el amor de Jacob, continuó frustrada e infeliz hasta que permitió que Dios fuera la fuente de su autoestima. Podemos ver su recorrido de crecimiento emocional a través del significado de los nombres que eligió para sus hijos. Rubén, el primogénito, significa “Mira, un hijo”. Lea dijo: “Ahora mi esposo me amará”. ¡Pero Jacob no la amaba! El nombre del segundo hijo, Simeón, significa “escuchada”, porque Lea dijo: “El Señor oyó que yo no era amada y me ha dado otro hijo”. Sintiéndose aún rechazada, Lea llamó a su tercer hijo Levi, que significa “apego”. Lea todavía creía que podía ganar la competencia con su hermana y hacer que su marido se apegara a ella por haberle dado tres hijos. ¡Pero Jacob aún no la amaba!

Con la llegada de su cuarto hijo, se ve un cambio en Lea: ella comienza a mirar a Dios como la fuente de su identidad y autoestima. Por esto llama a su hijo Judá, que significa “alabanza”. ¡Este es un cambio radical! Lea rompe con el antiguo paradigma y deja de pensar que el amor o el desamor de su marido establece su valor como persona. Lea se centra en Dios y dice: “Esta vez alabaré a Jehová”.

Muchas somos como Lea. Creemos que el cariño y la aprobación de los demás son el veredicto de nuestro valor como personas. Competimos buscando validación, pero el amor incondicional que necesitamos solo proviene de Dios.

Jesús, no quiero competir con mis hermanas. El amor, la validación y la aceptación que busco, no las puedo ganar. Tú las ofreces gratuitamente. Rindo las armas de la competencia y me arrodillo a tus pies.