Sky Rider

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»Se dice que, después de compartir estas virtudes, las seis divinidades se convirtieron en mortales, y tras su muerte, sus conciencias se encarnaron de nuevo en un infante de este mundo, una y otra vez, hasta nuestros días. En la actualidad, nosotros somos esa encarnación. —Todos los presentes los miraban atónitos—. O eso dicen —añadió el hombre, dando a entender que él no está muy seguro de esa parte.

—¡Vaya! —exclamó Happy boquiabierta.

—¡Siguiente! —exclamó Fey pasándole la piedra a Rouz, que estaba a su lado y la recogió. La chica, entornando los ojos, se la lanzó en silencio a Robbie, al que por poco se le cae.

—Vale, ¿qué demonios es esto? —preguntó el chico señalando la esfera—. Nunca había visto una piedra así.

—¡Me alegro de que lo preguntes! —exclamó Luppi quitándosela de las manos—. ¡Esta es una piedra virtus! Con ellas descubrimos nuestra virtud, es decir, a qué linaje pertenecemos dependiendo del color que adopten al introducir nuestra energía vital en su interior.

—Cierto —intervino Trina—. Lavender, por ejemplo, es morado; Evergreen verde; Bluemenhol, azul; Loredana, rojo; y en el caso de Amarelo, amarillo. Además, con ellas los personalitas astados como nosotros podemos ampliar nuestros poderes, o en el caso de los personalitas normales les permite usar magia.

—¿Personalitas astados? —preguntaron Kirk, Happy y Fey a la vez.

—Existen dos tipos de personalitas: los astados como nosotros, y los normales, como Hytche —empezó a hablar Lémura, cogiendo el collar de Happy—. La diferencia más evidente son las astas que lucimos en la cabeza debido a una mayor presencia de sangre cervidae en nuestro código genético. Pero además, en nuestro caso, podemos utilizar los orbes, esas esferas luminosas. Si combinamos nuestra magia con las esferas somos capaces de llevar nuestros poderes más allá, invocando entes, armas, o con fines curativos. Para los personalitas normales, en cambio, las piedras virtus actúan a modo de «orbes artificiales». Sin ellas les sería imposible usar magia.

Efectivamente, Happy recordó la noche anterior. Usando los globos, solo los personalitas astados eran capaces de hacer magia. Entonces cayó en la cuenta de algo.

—Pero Hytche no usa ninguna piedra y puede hacer magia —mencionó.

—Es verdad, ¿no acabas de decir que en ese caso es imposible? —dijo Fey.

—Así es, pero a mí nadie me lo dijo. Cuando era pequeño veía a muchos personalitas a mi alrededor con poderes. Nunca caí en la cuenta de que precisamente aquellos que usaban magia eran astados. Yo solo pensaba que si ellos podían hacerlo, entonces yo también —explicó.

—Como veis, es alguien fuera de lo común y muy confiable, por eso preferimos que fuera él quien nos acompañase a una misión tan importante como las Pléyades en lugar de Luppi, no podíamos arriesgarnos a que hubiese otro incidente —añadió Yusuf.

—¡Y dale! ¿Es que no vais a olvidarlo nunca? ¡La vida sigue! —se quejó el chico del turbante y piel roja.

—¿Qué incidente? —preguntó Happy, intrigada. El chico de rastas lo explicó.

—Hace un par de años, aprovechando una maniobra de prácticas que el Albor había organizado, los Indómitos tuvimos un enfrentamiento contra la Guardia Blanca a las afueras de la ciudad. Se suponía que Luppi debía esperar a que comenzara la pelea y entonces dirigir un escuadrón de retaguardia para pillarlos por sorpresa, pero justo antes de comenzar el combate Luppi desapareció sin que nadie supiera a dónde había ido. Horas más tarde, pasado el peligro de la lucha, casualmente Luppi reapareció y, al preguntarle Wind dónde había estado durante la contienda, contestó que se había perdido en las lomas de Penumbra.

—Así que eso es lo que pasó —comentó Kirk, recordando aquel enfrentamiento—. Ya decía yo que faltaba gente...

—¡Estaba muy oscuro! ¡Yo no veo bien en la oscuridad! —replicó el chico.

—Lo que tú digas, mozo.

Hytche se rio ante la escena.

—Va siendo hora de terminar la visita, ¿os hace una última parada antes de marcharnos? —preguntó.

—¡Claro! ¿A dónde? —exclamaron Happy y Fey entusiasmados.

—Enseguida lo veréis.

El grupo caminó acompañados por Las Seis Virtudes hasta llegar a una sala inmensa, con infinidad de estanterías en las que había preciosamente colocadas cientos de miles de esferas redondas de colores, brillando con intensidad. En la sala había humanos y personalitas, niños y adultos, paseando admirando ese lugar. Podía sentirse una energía diferente.

—¿Son todas piedras virtus? —preguntó Happy impresionada.

—Así es —afirmó Lémura—. En tiempos de Luzero las piedras virtus eran un regalo de bodas. Cada uno de los enamorados introducía su energía, una parte de su ser, en ellas y se la entregaba a la pareja como regalo de compromiso. De esa forma le pertenecerían para siempre.

—Qué bonito —admitió la niña. Eros siguió hablando.

—Cuando abrieron las puertas de la Hueste a los personalitas, la gran mayoría de los que acogieron eran huérfanos, niños desamparados sin nadie en este mundo que se preocupara por ellos. Por eso decidimos usar las piedras virtus para darles una familia. Al cumplir diez años, a todos ellos se les regaló una piedra virtus, y con ella no solo descubrieron su virtud; conocieron a su familia del alma, su linaje. Todos conocemos esa sensación de felicidad que se siente al ser aceptado en un grupo, eso es lo que sintieron ellos. —Eros contempló la infinidad de piedras—. Esa costumbre se ha mantenido hasta nuestros días. Algunos solo tenemos una familia del alma, otros tenemos familia de sangre también, pero ninguno estamos solos.

Esta vez fue Hytche el que habló.

—La primera vez que vi mi piedra virtus volverse roja y la traje a esta sala fui feliz como nunca en mi vida. No pude evitar echarme a llorar. En ese instante sabes que tu vida cambiará para siempre, que se acabó la soledad.

Happy entendía perfectamente la sensación a la que se refería, es la que sintió ella cuando vio a Fey por primera vez. Luppi puso un gesto más serio, escuchando a su compañero.

—Oye, esta piedra está rota —se fijó Robbie señalando una esfera que era transparente como el cristal.

—Eso significa que su propietario ya ha fallecido —comentó Tauro. Robbie abrió los ojos como platos con una mueca de susto. El personalitas de piel azul oscuro la cogió y la depositó en un cofre bellamente ornamentado que contenía muchas más esferas incoloras como esa. Había varios cofres más dispersos por la sala. —Serán entregadas a nuevos personalitas durante su décimo cumpleaños.

—¡Oye, Hytche, enséñanos tu piedra! —le pidió Kirk, entusiasmado, al personalitas de piel naranja.

—¡Claro! ¡Tiene que estar por aquí! —exclamó Hytche, que levantó la mano mientras parecía revisar con la vista las estanterías. En ese momento un intenso fulgor rojo comenzó a brillar en las manos de Luppi, que la guardó inmediatamente a sus espaldas intentando ocultarla, sin éxito. Hytche le lanzó una severa mirada, igual que sus compañeros.

—¡Luppi! ¿Cuántas veces tengo que decirte que uses tu propia piedra para entrenar? —le reprendió Eros—. Repite conmigo. —Luppi puso los ojos en blanco diciendo la frase a la vez que su compañero, estaba claro que no era su primer sermón—. Que podamos usar las piedras ajenas de nuestro linaje no nos da derecho a hacerlo.

—¡Ya lo sé, ya lo sé! —se quejó el joven—. Pero es que he perdido la mía. ¡No aparece por ningún lado!

—Está justo ahí, junto a las demás —observó Trina señalando un expositor en el que solo había seis piedras. El grupo las contempló. Aparentemente eran unas esferas como las demás, pero en el caso de estas, en su interior convivían de forma armónica seis colores.

—¿No habías probado a buscarla en su sitio? —preguntó Yusuf arqueando la ceja.

—El último lugar en el que buscaría una persona desordenada algo que ha perdido es en «su sitio» —replicó burlonamente Luppi.

—¿Por qué las vuestras brillan de tantos colores? —preguntó Happy. Ciertamente el resto de esferas en la sala solo poseían un color, mientras que estas tenían varios.

—Así es como sabemos que la virtud se ha reencarnado de nuevo. Al principio mi piedra se volvió amarilla, ¡y acto seguido empezaron a aparecer los demás colores! —exclamó Trina.

—En resumen, sois los raritos número uno —dijo Rouz cansada—. ¿Podemos irnos ya? A saber qué hora es. Estoy harta de tanta charla.

Los personalitas lanzaron una fría mirada a la chica.

—Qué coincidencia, yo también estoy harta de verte paseando por aquí con esa cara de palo —replicó Trina apretándose los nudillos. Hytche intervino para intentar calmar los ánimos, pero Luppi le interrumpió.

—¡La rubia tiene razón! —exclamó, para desconcierto de todos, incluida la propia Rouz—. ¡Ya nos has dado la chapa suficiente por hoy! ¡Id fuera! ¡Yo terminaré con la visita! —dijo empujándolos a todos hacia la salida.

—Pero... —Hytche no tuvo tiempo de terminar la frase, Trina se unió al repentino cambio de actitud de Luppi.

—¡Ya habéis oído! ¡Nos vamos! —dijo acompañándolos hacia la puerta.

Cuando por fin se marcharon, Luppi se giró hacia el grupo de humanos.

—Ha sido cosa de Hytche traeros hasta aquí para conocernos, ¿verdad? —preguntó mucho más serio, nada tenía que ver con su comportamiento alocado de hacía un momento.

—Sí —asintió Happy.

—¿Acaso lo conocéis a él? —preguntó el chico. Todos en el grupo se miraron extrañados.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Feiry.

—Justo eso, ¿tenéis idea de quién es? —preguntó Luppi severamente—. Tú. Ricitos de oro —dijo refiriéndose a Rouz—. Esa mirada tuya me resulta muy familiar. No te gustamos, lo llevas escrito en la cara, así que puedes ahorrarte tus comentarios, ¿entendido? Quiero que escuchéis una historia. Sí, otra más —dijo girándose hacia Rouz, que estaba a punto de quejarse precisamente de eso. La chica se cruzó de brazos resoplando—. Estoy seguro de que él no os ha contado nada, y me mataría si supiese que voy a hacerlo, pero ya que esta excursión ha sido idea suya, me parece oportuno cerrar el viaje con ella. La historia de Hytche Femvier.

 

~CAPÍTULO 10~

La última historia

Ya sean un símbolo de unión o de discordia no cabe duda de que los personalitas siempre han sido una raza única. Pero con la aparición de Penumbra, y la marcha de los cervidae, los personalitas se convirtieron en algo más. Algo exótico. Esta singularidad, sumada a la idea de que eran seres inferiores, terminó por despertar el interés de ciertos coleccionistas ricachones que deseaban añadirlos a su colección de rarezas. Así fue como nacieron los Zoológicos Personalitas, o como ellos los llamaban, «exposiciones etnológicas».

Aunque la falta de escrúpulos de estos individuos los llevaba incluso a raptar si era necesario, muchos de los «especímenes» eran hombres, mujeres y críos sin hogar, dinero, ni familia. Víctimas a las que embaucaban con la promesa de darles una vida mejor. Así fue como Hytche acabó al servicio de Phineas Wahlen hace más de diez años.

Pero Phineas no valoraba de la misma forma a todos los personalitas. Sus favoritos eran los astados, por eso su colección estaba formada exclusivamente por ellos, manteniéndolos confinados en escaparates, jaulas de cristal, donde los exhibía. El único momento en el que podían abandonar estas celdas era durante las populares fiestas de su anfitrión, que les hacía realizar espectáculos de baile, pirotecnia (gracias a su capacidad de manipular los orbes) y demás para entretener a sus distinguidos invitados de clase alta.

Los personalitas normales como Hytche eran puestos a su servicio como criados, haciendo todo tipo de tareas hasta llegar la noche, momento en el que eran encerrados en una jaula con barrotes igual que las que Phineas usaba para guardar a sus perros.

Si había algo para Phineas que todos los personalitas tenían en común, tanto los que exhibían como sus lacayos, es que eran tratados como simples objetos, carentes de identidad.

De vez en cuando, Hytche tenía oportunidad de presenciar los variopintos espectáculos que ofrecía su dueño sirviéndoles comida y bebida a los invitados para los que los representaban. Fue entonces cuando el chico vio por primera vez en su vida personalitas usando orbes y una idea apareció en su mente: si él también pudiese hacer uso de ese poder, podría conseguir aquello que más deseaba: escapar.

Todos los días por la noche Hytche practicaba en secreto intentando usar los orbes y, aunque los días, las semanas y los meses pasaban sin aparente resultado, él seguía intentando materializar esa esfera brillante, que visualizaba con nítida claridad en su mente, sobre sus manos, sin rendirse jamás.

Un día mientras limpiaba la enorme mansión, Hytche notó a su amo especialmente entusiasmado.

—¡Hoy llegan las nuevas incorporaciones! ¡Qué ganas tengo de actualizar mi colección! —Ciertamente, por primera vez desde que el chico estaba allí, llegaron nuevos personalitas astados. Phineas parecía un niño en Navidad.

Entre los recién llegados había una niña de la edad de Hytche. Tenía una hermosa piel azul, nada más verla se convirtió en la favorita del hombre.

—¡El azul es mi color favorito!

Por ese motivo, la muchacha acabó expuesta en su despacho personal, donde el hombre podía verla cada día como quien tiene un acuario con peces a los que contemplar.

Todos los sirvientes coincidían en que era una chica muy reservada. Desde que había llegado allí hacía ya un mes no había abierto la boca.

Tiempo después, mientras Hytche se encargaba de ordenar alfabéticamente la enorme biblioteca del despacho, empezó a leer uno de los libros, su favorito. Lo había leído cientos de veces, le encantaba leer, era una forma genial de evadirse. Cuando lo estaba haciendo, oyó una voz tras de sí.

—¿Qué libro es? —El chico miró a su espalda sobresaltado. No había nadie en la sala, salvo la personalitas de piel azul—. Perdona, no quería asustarte.

—No pasa nada —dijo gratamente sorprendido—. ¿Qué quieres saber?

La niña señaló el libro.

—¿Cómo se llama?

—Los viajes de Leif —dijo Hycthe—. ¿Te gustan los libros? —preguntó acercándose al cristal.

—Me gustan las historias que cuentan, ¡sobre todo las de aventuras!

—Entonces este te va a encantar. Puedo dejártelo si quieres, Phineas tiene cientos de libros, no echará en falta uno. —La chica pareció avergonzarse—. ¿Qué te pasa?

— Es que... no sé leer —reconoció, temerosa de que Hytche se burlara de ella. El chico se sentó delante del cristal.

—Pero sabes escuchar, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa.

Hytche empezó a leer mientras la chica atendía completamente ensimismada. Cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, se pudo oír a Phineas reclamándole para su siguiente tarea y el chico se tuvo que ir, pero prometió volver al día siguiente para continuar la lectura, y así lo hizo. Día tras día, el chico se escabullía siempre que le era posible, leyendo un libro tras otro a su nueva amiga. Cierto día, Hytche se dio cuenta de que aún no sabía el nombre de la niña.

—Phineas dice que no necesito ninguno.

—Menuda tontería. ¡Pues yo digo que sí lo necesitas! —replicó. Entonces se puso a pensar, bajando la vista al libro que estaban leyendo: Azura y el cofre del rey ávaro—. Azura —dijo el chico—. Ese es tu nuevo nombre.

—¿Cómo la heroína de la historia?

Hytche asintió y una enorme sonrisa se dibujó en la cara de la personalitas.

El tiempo pasó sin mayor novedad, hasta que en una de las fiestas hubo un incidente que obligó a Azura a atacar a uno de los invitados, resultando el hombre herido. Furioso, este exigió que la joven fuese castigada. Ya que había ofendido de tal manera a uno de sus distinguidos invitados, Phineas, aunque fuese su favorita, se vio obligado a imponerle el castigo habitual en esos casos: cortarle su cornamenta.

Obviamente no era la primera vez que algo así ocurría. Llevando una vida como esa, ya sea en un intento de huir o por pura rabia, ciertos especímenes se rebelaban y trataban de atacar a sus captores. Cuando estos incidentes sucedían, a dichos personalitas se les castigaba cortándoles los cuernos, de esta forma perdían sus poderes. En el caso de Phineas también les privaban de comida durante una semana. Pasado ese tiempo, y en el mejor de los casos, pasaban a ser simples sirvientes, pero Azura no tendría esa suerte. La muchacha, ahora que había perdido su cornamenta, perdió el favor de su dueño, que tenía un destino diferente reservado para ella.

Una mañana, mientras Hytche estaba guardando legumbres en un saco (Phineas le había ordenado que contase el número exacto de ellas), le oyó tener una conversación con un hombre. Recordaba haberlo visto en las fiestas.

—....los de la subasta dicen que son material de calidad, se los llevarán a finales de semana.

—He oído que también estará la chiquilla de piel azul.

—Así es.

—Pero ¿no era tu ojito derecho?

—Oh, no, no, qué va. El azul está muy pasado de moda, pero dicen que el rojo será el color de la temporada que viene. —Los dos hombres se rieron.

—En ese caso puede que puje por ella, es una monada...

—No sabía que te fueran esas cosas, eres un hombre despreciable, ¿lo sabías? —Los dos se rieron de nuevo.

Todos los coleccionistas son muy exigentes, y solo quieren tener lo mejor de lo mejor en sus exposiciones, por eso cuando algunos de estos especímenes se volvían defectuosos o simplemente los aburrían, se deshacían de ellos vendiéndolos en una subasta a otras familias ricas que los podían usar como trabajadores, criados, etc.

Hytche entró en el despacho y se encontró a la chica llorando. Sabía que al haber perdido su cornamenta también había perdido el poco valor que le habían hecho creer que tenía. Hytche no soportaba verla tan triste.

Reforzando su deseo de huir, continuó practicando el dominio de los orbes. Hacía tiempo que un pequeño brillo se había formado en sus manos, pero no lo bastante potente como para ayudarlo a salir de ahí. Empezó a pasar las noches en vela, concentrándose en intensificar esa llama, hasta que por fin llegó a materializar un verdadero orbe en sus manos que utilizó para derretir el candado de la jaula, escapando de su confinamiento.

Se dirigió al despacho de Phineas. Vio a la niña encogida en el suelo tras el cristal. Al verlo entrar, Azura se incorporó.

—Hytche, ¿qué haces aquí?

El chico examinó la sala y se dirigió hacia uno de los atizadores que se usaba para remover las brasas de la chimenea. Lo sujetó y, acercándose a la celda, le pidió a Azura que se apartase. La niña retrocedió todo lo que pudo, y se cubrió la cabeza mientras Hytche golpeaba con todas sus fuerzas el cristal, que apenas notó el golpe. El chico volvió a golpear, una, y otra y otra vez, hasta que finalmente el cristal se rompió en mil pedazos.

Hytche tiró la barra de hierro a un lado y le extendió el brazo a su amiga.

—Nos vamos de aquí.

Azura se incorporó como pudo, era evidente que estaba agotada por la falta de comida. Hytche la agarró, ayudándola a bajar de la celda, cuando la luz del despacho se encendió. Inmediatamente los dos miraron a la alargada figura que había en la puerta.

—¿Qué demonios estás haciendo? ¿Cómo has salido de la jaula? —preguntó Phineas, furioso, pero antes de que le diese tiempo a reaccionar, el chico le propinó un puñetazo en la boca del estómago, haciendo que el hombre se encogiera, momento en el que le asestó otro golpe, esta vez en la cara rompiéndole la nariz y haciendo que cayese al suelo aturdido. Agarrando a Azura para ayudarla a caminar, se dirigieron a la salida. Podía oírse a Phineas por toda la casa ordenando a sus guardias que los atraparan. Azura sabía que Hytche no llegaría muy lejos con ella, por eso cuando este abrió la puerta de la entrada, Azura lo empujó fuera de la casa y cerró la puerta echando el seguro, con ella aún dentro.

—¿¡Qué estás haciendo!? —Hytche aporreó la puerta con todas sus fuerzas.

—Me llamo Azura, como la heroína de la historia, ¡y los héroes protegen a sus amigos! —exclamó la niña—. ¡Márchate! ¡¡Vete de aquí!!

Hytche pudo oír a los guardias llegando a la puerta, golpeando a la niña para que se apartara.

—¡No! ¡Dejadla en paz! —Los ojos de Hytche se llenaron de lágrimas de pura impotencia. Sabía que si se quedaba ahí no podría hacer nada, debía buscar ayuda.

El chico salió corriendo, era de noche y no había ni un alma en la calle. Corrió y corrió, aporreando las puertas de las casas, desesperado suplicando ayuda. Aunque las luces de las viviendas se encendían, sus inquilinos se limitaban a contemplar desde las ventanas, nadie hacía nada, ya fuese por temor o indiferencia. Solo una puerta se abrió. Hytche levantó la vista esperanzado pero, al ver esa piel pálida, sus ilusiones se desvanecieron. Era una humana. El chico se dejó caer al suelo, apretando los puños, llorando. Justo en ese momento llegaron a su lado los guardias de Phineas.

—¿Ya te has cansado de correr, mocoso? —dijo uno de ellos golpeándolo en la cabeza con la culata del rifle que llevaba. Su compañero, que iba desarmado, lo agarró de la cabellera negra haciendo que se levantara. Fue entonces cuando repararon en la mujer de la puerta.

—Disculpe las molestias, señorita.

—No ha sido nada —dijo la mujer de pelo canoso con tranquilidad.

—Personalitas, son unos salvajes. No se preocupe, nos ocuparemos de él.

El guardia desarmado lo agarró del brazo tirando de él, que no opuso resistencia. Apenas se habían alejado unos pasos cuando una mano se colocó sobre el hombro del guardia armado. Llevaba una pulsera entrelazada a la muñeca.

—Lo cierto es que los únicos salvajes que veo aquí, sois vosotros —sentenció con seriedad la mujer. En un abrir y cerrar de ojos, cuando los hombres intentaron atacarla, esta se bastó para derribarlos, dejándolos inconscientes.

Hycthe la contemplaba anonadado.

—¿De dónde has salido, chico?

—L… la mansión de Phineas Wahlen.

La mujer levantó la vista en dirección a la casa, sabía a quién se refería.

 

—Habrá que ir a hacerle una visita.

Phineas había encerrado a Azura en una de las jaulas. Estaba cubierta de moratones.

—¡Mira lo que me has obligado a hacer! ¡Con esas marcas tendré suerte si consigo venderte por cincuenta rublones de oro en la subasta!

Phineas oyó la puerta abriéndose a sus espaldas.

—Sí que habéis tardado, ¿tanto trabajo cuesta atrapar a un perso…? —El hombre se quedó callado de golpe. Ante él había un grupo de Indómitos, todos armados, desde escobas y utensilios de jardinería hasta espadas y rifles.

—Perdone la intromisión —dijo con fingida amabilidad la mujer que había ayudado a Hytche. La mujer vio las paredes, llenas de expositores de personalitas adornándolas como si fuesen cuadros, tal y como el niño les había contado—. ¿Sabes?, tienes un gusto pésimo para la decoración. Pero no te preocupes, hemos venido a echarte una mano con eso...

»Dicho y hecho, los Indómitos se encargaron de liberar a todos y cada uno de los personalitas que había allí encerrados sin que Phineas pudiera hacer nada por impedirlo y abandonaron la casa, que a la mañana siguiente apareció quemada hasta los cimientos. Muchos de los recién liberados pudieron por fin reunirse con sus familias o ir en busca de ellas tras ser secuestrados, pero la gran mayoría no tenían nadie que los estuviese esperando, ni un hogar al que volver, y fueron acogidos por los Indómitos. —Cuando Luppi terminó de decir esto, vio la cara de sus invitados. Las lágrimas silenciosas de Kirbie contrastaban con la cara de consternación que tenía Rouz.

—Has dicho que se llamaba Phineas Wahlen, ¿verdad? —preguntó la chica seriamente.

—Correcto, ¿por qué?

—Conozco ese nombre. —Aunque intentaba ocultarlo, le incomodaba lo que estaba a punto de decir—. Era un viejo amigo de la familia. Cuando era pequeña mis padres frecuentaban su mansión hasta que la perdió junto a su fortuna. —Todos abrieron los ojos como platos. Rouz, por primera vez en su vida, sintió rechazo hacia la persona que le inculcó ese desprecio que sentía por los personalitas. Y entonces entendió que así es como se había sentido Helia al oírla hablar de ellos y los cervidae. La chica se acarició la mejilla en la que la abofeteó—. No me lo puedo creer... —murmuraba negando con la cabeza, con los pensamientos agolpándose en su mente—. Me estás diciendo que ese chico, pese a todo lo que le han hecho, es capaz de aceptar a los humanos y en cambio yo... —La chica apretó los labios y cerró los puños. Los ojos se le llenaron de lágrimas de rabia—. Y en cambio yo, una niña mimada de buena familia a la que nadie le ha puesto nunca la mano encima, ¿lo rechazo solo por ser diferente a mí?

Ciertamente, Rouz no tenía ninguna rencilla personal contra los personalitas. Era hija única. Sus sobreprotectores padres le concedían todos y cada uno de sus caprichos desde que podía recordar. Nunca nadie, ni personalitas ni humano, le había hecho ningún daño y, aun así, ella había crecido despreciando a estos primeros, solo por no ser como ella. En cambio, Hytche, un crío con un pasado como ese, les había tendido la mano, los había invitado a conocerlos... Rouz se sentía peor que en toda su vida. Entendía por qué Helia la había golpeado. Realmente se merecía esa bofetada.

Luppi se dio por satisfecho con haber conseguido hacerla reflexionar. Ahora sí, dieron la excursión por terminada, y el grupo volvió con Hytche y los demás.

—Hale, te los devuelvo.

—¡Hey, chicos! ¿Cómo ha ido? —preguntó Hycthe acercándose sonriente hacia ellos, hasta que se percató en la forma que la mayoría lo miraban—. ¿Por qué me miráis así? —preguntó extrañado.

—Por nada —dijo Kirk sorbiéndose los mocos.

—Eres muy grande, tío —añadió Robbie dándole palmaditas en el hombro.

—E… en realidad es bastante bajito para ser un personalitas, ¡lo usaría de llavero si no tuviese ya uno! —intervino Luppi abruptamente para que cortasen el rollo.

—¡Menudo ataque más gratuito! —se quejó el chico de piel naranja.

—¿Cómo dices? ¡No te oigo bien desde aquí arriba! —continuó Luppi llevándose la mano en la oreja para picar a su amigo. Happy y Feiry se rieron contemplando la escena.

—Oye, Hytche —dijo Rouz acercándose a él—, ¿podemos ir a buscar a Helia? Tengo algo que decirle.

—Claro. —El chico se percató al instante de su cambio de actitud, aunque Rouz intentase hacerse la dura—. En fin, muchas gracias por vuestra hospitalidad —dijo dirigiéndose a Las Seis Virtudes, haciendo una reverencia, gesto que sus compañeros imitaron.

—¡Ha sido un placer conoceros! —exclamó Happy. Kirbie y Fey asintieron enérgicamente.

***

El grupo se marchó dejando atrás el edificio. Habían decidido volver al despacho de Wind y preguntarle si tenía idea de a dónde se habían dirigido Napoleón y el Alba cuando se cruzaron con Bauer.

—Hey Bauer, ¿has visto a Helia? —preguntó Hytche acercándose a él.

—Está con Napoleón, junto a la Fuente.

—Genial, muchas gracias.

—¿Gafas nuevas? —comentó Kirk.

—Muy observador, la verdad es que ha sido todo un detalle por vuestra parte, Kirbie.

—Ah, ¿sí? ¿El qué?

—Ceder una porción de vuestro salario para que pueda comprarme todas las gafas que quiera durante un año.

—¿Eso hemos hecho?

Bauer asintió afirmativamente. Hytche se rio y reanudó la marcha junto a los demás, rumbo hacia el lugar que les habían indicado.

Efectivamente, al llegar vieron a Helia sentada en uno de los bancos de la preciosa fuente. A su lado estaba Napoleón, sujetándola de la mano. El pelirrojo levantó la vista al verlos acercarse. Rouz se adelantó, poniéndose enfrente de su amiga, que apartó la vista aún enojada.

—¿Podemos hablar? —Napoleón hizo amago de levantarse, pero la chica de pelo rizado le hizo un gesto con la mano—. Quédate. En realidad... me gustaría que vosotros también escucharais lo que tengo que decir —dijo mirando a sus compañeros. Rouz cogió aire—. En toda mi vida jamás he tenido que disculparme con nadie. Me educaron para ser una experta en protocolo. Me enseñaron a vestir y a comportarme. Cuándo podía hablar y cuándo debía estar callada. Era la hija perfecta y me sentía muy orgullosa de ello. Pero ahora mismo... lo que siento es vergüenza. —Rouz apretó la falda de su vestido—. Lo que dije estuvo mal, y te pido perdón... a los dos —dijo mirando a Hytche.

Helia se levantó, contemplando a la rubia con firmeza, hasta que una dulce sonrisa se dibujó en su rostro y la abrazó.

—Ahora soy yo la que se siente orgullosa de ti —dijo valorando el esfuerzo de su amiga. Rouz la rodeó con fuerza.

Napoleón se levantó sonriendo caminando hacia Happy y los demás.

—Y bien, ¿qué os parece si damos comienzo a vuestra ceremonia de bienvenida?

***

Una multitud se congregó alrededor de Napoleón y sus invitados, formando un círculo en torno a ellos tanto en la planta baja como en todas las demás, mirándolos desde los balcones. Sonaba una animada melodía que parecía ser la señal para que la gente se reuniera, indicaba que algo estaba a punto de pasar. Todo el mundo parecía muy entusiasmado e intrigado, había corrido la voz de que el Alba estaba allí y la expectación era máxima.

Happy, Fey, Kirbie y Helia se sentían algo intimidados siendo el centro de atención de tantas miradas. Cuando la música terminó de sonar, Wind habló.

—Veo aquí reunidos hombres y mujeres muy distintos entre sí. Existen muchas diferencias entre nosotros. Podríamos dividirnos por nuestra raza, ideología, género... Pero, lejos de ser ninguna clase de fallo, es nuestra mayor virtud. Esto es lo que somos, esto es lo que nos hace grandes. Personas y personalitas con diferentes religiones, culturas e identidades conviviendo juntos, enriqueciendo nuestras vidas gracias a los otros. No os creáis esa mentira de que de algún modo estas diferencias nos hacen superiores o inferiores. No os creáis esa mentira de que estas diferencias significan que no podemos amar o querer las mismas cosas para nuestros hijos, amantes y amigos.

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