Celadores del tiempo

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Se situaron en el centro observando todo lo que había a su alrededor. Las casetas estaban ancladas a la pared. A modo de rudimentarias escaleras, disponían de un entramado de andamios, también carcomidos, que parecía que iban a caerse de un momento a otro. Decidieron que ese lugar era un buen sitio para descansar, además, se respiraba mucho mejor. El aire, extrañamente, ya no estaba tan viciado como durante casi todo el trayecto. Seguramente habían ideado algún sistema de ventilación rudimentario, pero eficiente, aunque desconocían el modo. Parecía ser que esta vez habían tenido suerte al elegir el camino, aunque nunca se sabía lo que podían encontrarse a continuación. En ese momento, a Richi se le ocurrió una idea.

―Busquemos por esas casuchas. Puede que encontremos algo que nos sirva: un mapa, un plano o algo así.

―Buena idea ―dijo Elena―. Marc y tú iréis por ese lado. Alice y yo por el otro.

―Sería mejor que permaneciéramos todos juntos ―dijo Marc mientras miraba a su alrededor mostrando desconfianza―. Estad muy atentos. Puede ocurrir cualquier cosa.

―¡Venga, hombre! No seas tan pesimista y empecemos a buscar ―dijo Richi.

Cada uno se dirigió a su zona y comenzaron a registrarla. Richi y Marc fueron los primeros en entrar en una de aquellas construcciones en busca de algo útil. Elena y Alice subieron con cuidado por el entramado de tablas hacia la primera barraca que tenían delante. El suelo crujía a su paso, un ruido que no les daba mucha confianza. Con extremo cuidado llegaron arriba y ante ellas se extendía una especie de pasarela, también de madera, como si fuese un pasillo que daba acceso a varias casetas a ambos lados. Al fondo vieron una construcción que era diferente a las demás. Era más grande, además, encima de la puerta tenía dibujados un pico y una pala. Esa podía ser la casa del capataz. Habían descubierto el sitio adecuado para encontrar algún tipo de información.

Caminaron con sumo cuidado, arrimándose a las paredes. El suelo rechinaba a cada paso que daban. Algunas piedrecillas y fragmentos de madera se desprendían bajo sus pies. De pronto, Alice se agarró a una pared y sin querer, desprendió un pedazo de chapa que estaba mal colocado. Cuando golpeó el suelo, un enorme estruendo inundó la sala, alertando a sus compañeros que rápidamente salieron fuera para ver lo que había pasado, mientras el sonido se repetía a causa del eco.

—¿Qué ha sido eso? ¿Estáis bien? ―gritó Richi.

―¡Sí! ¡Tranquilos! ¡No ha pasado nada! ¡Es que esto se cae a pedazos! ―explicó Elena.

―¡Tened mucho cuidado! ―les pidió Richi.

Tras el susto siguieron a lo suyo, pero ahora con mucha más precaución. Aquello amenazaba con desmoronarse de un momento a otro. Procuraron no hacer ruido, cualquier sonido era amplificado. Aquella cavidad era como una enorme cámara de resonancia y no querían ponerse más nerviosos de lo que ya estaban.

Por fin llegaron a la caseta del fondo. Alice abrió la puerta muy despacio. Las bisagras oxidadas emitieron un sonido siniestro, como en las películas de terror. No pudo ver gran cosa. La habitación estaba a oscuras por completo, salvo por unos pequeños reflejos que le permitieron ver el contorno de lo que parecía ser un escritorio. Elena entró tras ella con la luz en su mano iluminando la estancia. Todo estaba muy sucio y lleno de polvo. Había cajas y tablas rotas por todas partes. Había un agujero en una esquina. Desde él se veía el suelo de la cueva. En el centro, una mesa con varias sillas alrededor y sobre esta, un par de botellas, al parecer todavía llenas, además de algunos papeles. Pegado en la pared un enorme plano de las minas, detallado y con los nombres de cada sección.

―¡Chicos, venid! ¡Hemos encontrado un mapa! ―gritó Elena hacia el exterior.

―¡Menuda suerte! Ahora mismo vamos para ahí ―contestó Richi.

Elena se acercó a la pared y se puso a mirar el mapa, mientras Alice observaba la mesa; como le había parecido, las botellas estaban sin abrir. Cogió una de ellas y la abrió, provocando que un fuerte olor a vino rancio le entrase por la nariz. Enseguida volvió a taparla y la dejó donde estaba. Después, comenzó a echar una ojeada a los papeles. Tras mirar un par de ellos comprendió lo que significaban: eran órdenes de trabajo y planos para las diferentes secciones de la mina. Habían acertado de lleno al elegir esa edificación para comenzar el registro. Al parecer, era la oficina del jefe de la excavación. Aprovechando aquel momento en el que estaban solas, Elena comenzó a hablar con Alice.

―Alice, ¿te puedo preguntar algo?

―Claro que sí.

―¿Qué te ha pasado con Marc?

―¿Por qué lo preguntas?

―Es que desde que pasó aquello en el teatro, no es el mismo. No es el de siempre, lo noto más frío, más arisco.

―Nada… Tuvimos un pequeño rifirrafe, pero nada más.

―No se tomó muy bien las decisiones que tomamos en aquel momento. Él suele seguir los planes a rajatabla ―dijo Elena.

―No entiendo cómo puede ser así. ¡Le salvamos la vida!

―Lo sé, pero él es así. Ya te lo dije. Ya nos ha pasado otras veces.

―¿Y esas otras veces no le ayudasteis?

―Claro, pero él nunca pide ayuda. Es muy testarudo.

―Quiero que cambie de actitud, pero no sé cómo hacerlo.

―No intentes nunca cambiar a una persona. Esa manera de ser es lo que nos hace especiales a los ojos de los demás. Solo tienes que conseguir que se relacione más con las personas, que sea más extrovertido. Si lo consigues, puedes sentirte satisfecha.

―Conmigo no es tan impasible como con vosotros, aunque casi no hay diferencia.

―Te seré sincera. Normalmente, cuando damos protección a alguien, apenas pasamos un día con esa persona. Por esa razón, no da tiempo a crear lazos de amistad. Pero algo me dice que contigo pasaremos mucho más tiempo y seguro que Marc también lo presiente. Tú, prácticamente, eres una más del grupo. Creo que, desde que te encontró, empezó a comportarse de manera distinta.

Un sonido procedente del exterior hizo que ambas interrumpieran la conversación. Marc y Richi hicieron su aparición en la sala. Ambos se acercaron a observar el mapa que colgaba de la pared. Se quedaron frente a él, mirándolo detenidamente, analizándolo en profundidad.

―Será mejor que lo llevemos con nosotros ―comentó Richi.

―Mira. Estamos aquí. Ya queda poco ―dijo Elena mientras señalaba un punto del plano.

Pudieron comprobar que quedaban apenas 500 metros para llegar a Baelor. Al parecer, tendrían que pasar por algo a lo que llamaban «gruta de cristal» situada un poco más adelante. Echaron un vistazo también a la ruta que habían dejado atrás. Se sorprendieron y se alegraron al ver que el camino que decidieron rechazar se convertía en un gran laberinto de túneles y de haberlo elegido, seguro que hubiesen terminado perdidos en la oscuridad. Alice encontró un pequeño mapa de Baelor y de la gruta de cristal sobre la mesa y lo enseñó a sus compañeros, que lo compararon con el de la pared y comprobaron que se trataba de una copia a pequeña escala. Tras un rato de reflexiones, por fin estaban listos para proseguir con su viaje. Con sumo cuidado, fueron abandonando la caseta, uno a uno. Los crujidos de la madera aumentaban al paso de cada uno de ellos. Una vez abajo, prosiguieron su camino. Mientras, Marc seguía estudiando detenidamente el mapa.

―¿Qué es lo que miras? ―preguntó Richi.

―Quiero saber qué nos espera en la ciudad y los lugares por los que pasaremos.

―Pues puedes decirnos algo por lo menos.

―Parece que es muy grande. Suponiendo que no destruyeran nada.

―¿Solo se te ocurre eso? ―preguntó Richi indignado.

―Tú dedícate a iluminar el camino y mira por dónde andas ―le respondió Marc con fastidio.

Al momento, abandonaron aquella gran cavidad y se adentraron de nuevo en los angostos túneles. Pronto empezaron a ver pequeños fragmentos de piedras de cristal que, poco a poco, se fueron haciendo cada vez más grandes. Los rayos de luz se reflejaban en ellos y se descomponían en preciosos arcoíris. Casi sin darse cuenta, habían llegado a una zona en que las paredes y el suelo eran completamente de piedras y láminas de cristal. Era precioso, aunque también encerraba sus peligros; las aristas de las rocas eran puntiagudas y afiladas como finas cuchillas. Avanzaban con mucho cuidado para no tropezar, una caída sobre alguna de aquellas piedras tendría fatales consecuencias. Sus siluetas se reflejaban en las paredes como si se tratase de un enorme salón de espejos, deformando sus imágenes y mostrándolas de distintas formas o dividiéndolas en cientos de pedazos. Alice se fijaba en todas las imágenes y le daba la risa cada vez que veía la cara de Marc desproporcionada o el pecho de Richi transformado en un simple alfiler.

―No me gusta nada este lugar. Apresurémonos ―dijo Richi.

A un lado, vieron una pequeña cascada de agua que se precipitaba contra los puntiagudos cristales y terminaba en una especie de cuenco de cristal que recogía toda el agua que rebosaba y la dejaba pasar por una ranura guiándola por el interior de las paredes, de tal forma que el riachuelo continuaba tras estas. Era una maravilla de la naturaleza. Alice jamás se podría haber imaginado una cosa así. Se detuvo a observarlo todo con más detenimiento, aspirando el agradable aroma que desprendía el lugar. Con el dedo índice tocó el agua y notó lo fría que estaba. Sus compañeros se dieron cuenta de que se había detenido y se quedaron esperándola un poco más adelante, viendo cómo estaba totalmente fascinada. Tras unos minutos, Elena fue hacia ella. Al acercarse la luz que portaba, iluminó el agua que circulaba por el interior del cristal. Aquello era una experiencia única.

 

―¡Es una preciosidad! ―dijo Alice hipnotizada.

―La verdad es que sí, pero debemos seguir nuestro camino.

―Sé que estamos en peligro y que no podemos perder mucho tiempo, pero eso no quiere decir que no podamos disfrutar de estas maravillas.

―En Areti encontrarás lugares más bonitos todavía y menos peligrosos.

―No me puedo creer que haya más sitios parecidos a este. Quiero disfrutarlo un instante y poder recordarlo todo. Quizás no tenga la ocasión de volverlo a ver.

Marc se apoyó con cuidado en una roca, ignorando la situación. Mientras tanto, Richi estaba perdiendo la paciencia. No le gustaba nada aquel lugar. Desde el principio no le había gustado la idea de atravesar las minas. Le ponían muy nervioso los lugares cerrados como esas oscuras cavernas. Él prefería cualquier lugar a cielo abierto. Quería salir de allí cuanto antes y las distracciones de Alice no hacían más que alargar su estancia entre aquellas frías paredes. Por si fuera poco, Elena no parecía conseguir que Alice reemprendiese el camino, por lo que su desesperación iba en aumento. El sonido de un cristal fracturándose hizo que Richi se pusiera todavía más nervioso. No sabía de dónde provenía ese ruido y no quería quedarse allí para averiguarlo.

―¡No hay tiempo, Alice! ¡Tenemos que irnos! ―gritó Richi.

―¡Ya voy! ―respondió resignada y se puso en marcha de nuevo―. Solo quería disfrutar del viaje, nada más.

―Vamos. En otra ocasión tendrás más tiempo ―dijo Elena mientras la empujaba con suavidad.

Alice no dejaba de mirar el riachuelo mientas caminaba y unos pasos más adelante, desaparecía en las profundidades. Volvió a levantar la vista y a prestar atención a su alrededor, esperando encontrar alguna maravilla más. Poco a poco, los cristales empezaron a ser menos numerosos, dejando paso de nuevo a las negras rocas. Llegaron a un tramo del camino que descendía por una empinada cuesta. Con cuidado, empezaron a bajarla. Marc aprovechó la ocasión y se quedó un poco rezagado esperando a Alice, que iba más lenta que los demás. Puso especial atención en ella, esperando que no se resbalara cuesta abajo; quería ofrecerle la mano para ayudarla, pero su orgullo no le dejó. Después de descender, por fin vieron el tramo final del túnel. Sus compañeros ya lo habían atravesado. Marc se detuvo y esperó a que Alice llegara a su lado.

―Sé que te ha gustado mucho ese lugar, así que he cogido un recuerdo para ti.

Marc abrió la mano y mostró a Alice un pequeño fragmento de cristal. Ahora comprendió de dónde procedía el ruido que había alarmado a Richi.

―¡Oh, es precioso! Muchas gracias. ¿A qué se debe esto?

―A nada. Es para ti. He pensado que quizás te gustaría.

―¡Gracias! ¡Gracias!

Marc se lo dio. Ella lo cogió y lo observó con atención. Elena y Richi habían vuelto para ver por qué tardaban tanto y los miraron extrañados. Al llegar ellos, la luz se reflejó en el cristal y proyectó un pequeño arcoíris en una de las paredes. Alice apretó el pedazo de cristal en su mano y cerró los ojos, notando una extraña sensación. Al llegar al lado de Elena, mostraba una sonrisa dibujada en su cara.

―¿Por qué estás tan contenta? ¿Qué ha pasado?

―Mira lo que me ha dado Marc ―dijo mostrándole la piedra a Elena.

―¡Qué sorpresa! Es precioso y no creo que haya muchas iguales.

Elena sonrió y Richi miró incrédulo a Marc, que ya se había adelantado a ellos. Todos estaban sorprendidos por aquella reacción. Parece ser que algo estaba cambiando y aquello era una prueba. Alice se dijo a sí misma que aquel trocito de cristal le traería gratos recuerdos durante el resto de su vida y lo guardó con cuidado en un bolsillo. Ahora tenía algo que le recordaría a Marc cada vez que lo viera. Le habría gustado disponer de más tiempo para mirarlo detenidamente, pero temía perderlo en la oscuridad. Ya tendría tiempo más adelante.

Prosiguieron su camino, hasta que, por fin, llegaron a la entrada de Baelor. Aquello era una gigantesca cavidad, muchísimo más grande que la que habían visto anteriormente e incrustada en una de sus paredes estaba la puerta de entrada a la ciudad, una enorme mole de piedra. Alice sintió curiosidad por saber qué tipo de mecanismo usarían para mover aquella monumental losa. No sabían cómo, pero alguien había abierto una grieta en el centro de la misma, por la que se podía acceder sin problema. Ante ellos estaba Baelor. A partir de ahora el camino sería más fácil. Sin más demora, se dirigieron a la entrada, pero cuando ya estaban cerca para distinguir lo que se escondía tras la puerta, no era exactamente lo que esperaban.

Baelor

Cruzaron la grieta uno a uno y cuando se encontraban al otro lado, descubrieron un macabro espectáculo. Ante ellos se abría un largo pasillo repleto de esqueletos humanos a ambos lados. La mayoría aún conservaban sus ropajes hechos jirones por el paso de los años. Se detuvieron asombrados ante tan horrendo panorama. A simple vista calcularon que habría cerca de medio centenar de cuerpos, también gran cantidad de armas tiradas por todas partes. Sin duda, allí se había librado una gran batalla. Alice se quedó asombrada al ver aquello. Solo podía pensar en qué tipo de personas, o cosas, eran capaces de cometer semejante atrocidad. Quería gritar de rabia e impotencia, pero logró contenerse. Pensó en dar la vuelta y marcharse de allí, aunque no había elección, debían continuar. Tendrían que atravesar la ciudad.

―¿Qué ha pasado aquí? ―preguntó Richi.

―Supongo que estos son los restos de las fuerzas de defensa de la ciudad. Por aquí es por donde comenzó el asalto a Baelor. Seguro que encontramos más.

―Esto es una pesadilla. Es horrible ―dijo Alice.

―Tienes razón, pero tenemos que continuar. No hay tiempo para lamentos. Venga, sigamos ―dijo Marc mientras reanudaba la marcha.

Una vez atravesado aquel pasillo, llegaron ante un enorme recinto desde donde partían el resto de los túneles que comunicaban con las distintas zonas de la ciudad. En el centro de aquella sala se alzaba una enorme columna de piedra, con una especie de surtidor de agua en lo alto, que hacía que esta descendiera por ella en forma de una pequeña cascada. El techo estaba lleno de dibujos y grabados pintados directamente en la roca. Había diferentes escenas: trabajadores durante las excavaciones, combates y festejos. Era como un panel conmemorativo de la historia de la ciudad. Esta sala también estaba llena de restos humanos, en mayor número que los que habían visto antes. Había cientos de ellos amontonados contra las paredes de la sala, como si los hubiesen colocado allí después de muertos. Pudieron apreciar que algunos, por su tamaño, correspondían a niños. Aquello debió de ser un genocidio en toda regla, sin respetar a mujeres, ancianos y niños.

Continuaron despacio y en silencio, evitando los cuerpos, intentando respetar su descanso. Cuando llegaron al centro de la sala, bordearon la columna y, de nuevo, pudieron comprobar la crueldad del ser humano. Tras ella, más de lo mismo: algunos restos aún estaban abrazados unos a otros. Debieron decidir hallar la muerte juntos, quizás familias enteras o matrimonios. Alice no pudo evitar sentir un enorme estremecimiento, como si el corazón se le encogiera. No podía entender cómo podían aceptar su muerte y la de sus seres más queridos sin ofrecer resistencia. Si su destino estaba sellado, luchar no habría empeorado las cosas. Al menos hubieran tenido la satisfacción de dar muerte a alguno de los crueles verdugos. Sin embargo, habían preferido quedarse quietos y abrazados esperando la mano ejecutora.

Marc y Richi se alejaron para dar una vuelta de reconocimiento. Elena se quedó al lado de Alice, ofreciéndole su apoyo moral en esos momentos tan dramáticos.

―Elena, ¿cómo pudieron dejarse matar? Me parece absurdo. Se abandonaron en manos de la muerte, sin oponer resistencia. No lo entiendo.

―Yo sí.

―Pues explícamelo, porque por más vueltas que le doy, no llego a comprenderlo.

―Se le llama principios. Algunas personas tienen ideas fuertemente arraigadas en su forma de ser. No asimilan la vida sin esos principios y si intentan arrebatárselos, incluso prefieren la muerte. Seguro que toda esta gente estaba en contra de cualquier tipo de violencia, solo querían vivir su vida en paz. Hasta que apareció el Ejército de Plaridio. Probablemente les querían obligar a abandonar su hogar, pero ellos se negaron. Para mí, este acto demuestra una gran valentía por su parte. No son cobardes por no luchar, sino valientes por no abandonar sus ideas.

―Eso es una tontería. Yo pienso que eran demasiado orgullosos y algunas veces hay que tragarse el orgullo, la vida es lo más importante.

―Para mí lo más importante es la libertad. Si te privan de ella, no eres nada, solo una simple marioneta en manos de un titiritero. Gracias a ella, podemos decidir a dónde vamos, con quién y lo que queremos hacer. No podemos elegir los caminos que se extenderán ante nosotros, pero sí la dirección que queremos tomar.

―No me gustaría volver a ver nunca nada parecido.

―Por desgracia, siempre habrá personas dispuestas a hacer estas terribles aberraciones. No digo esto por defenderlos, pero muchos de ellos son ignorantes, están cegados y son fácilmente manipulados por otros.

―Merecerían morir por lo que han hecho.

―Sí, pero si lo haces, estás cometiendo un grave error. Te estarás convirtiendo en lo que intentas erradicar.

―Entonces, ¿vosotros por qué matáis?

―Lo que yo hago o, mejor dicho, lo que nosotros hacemos, no está justificado. Es cierto que matamos, pero siempre en legítima defensa, nunca a sangre fría y muchísimo menos a mujeres, ancianos y niños. En este mundo solo hay dos bandos y si estás en uno o en otro, el bando contrario siempre te parecerá el malo. Es difícil de comprender, pero algún día lo entenderás.

―Me pregunto por qué es todo tan complicado…

Alice se quedó pensativa durante un rato, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. Era algo muy profundo que merecía ser analizado concienzudamente, pero no había tiempo que perder. Tenían que continuar. Volvieron a mirar el mapa, buscando el camino más corto. Según el plano, tenían que llegar a una estancia contigua llamada «el gran mercado» para luego alcanzar la puerta que llevaba a Areti. Era un camino relativamente corto, así que reanudaron de nuevo la marcha, intentando no perder el ritmo.

Cuando empezaron a recorrer el pasillo que les llevaría al mercado, Marc les hizo una seña para que se quedasen quietos durante un momento. Todos se pararon en silencio, deseaban que no hubiera visto nada peligroso. Marc se agachó, observaba el suelo con detención. Richi se acercó sin hacer ruido y se puso a su lado, proporcionándole más luz para que pudiese ver mejor. Elena, mientras tanto, se quedó atrás con Alice. Tras unos segundos en silencio, por fin habló:

―He encontrado una huella.

―Eso es imposible ―dijo tajantemente Richi.

Tuvo que verla con sus ojos y, efectivamente, marcada en el polvillo del suelo, se podía observar la huella de una pisada. Tenía una forma cuadriculada, no pertenecía a un calzado normal. Era la única que había en los alrededores, como si alguien se hubiera posado con un solo pie en ese lugar.

―¿Qué más da? ―preguntó Alice.

―Esto lleva muchísimos años abandonado. Si hay una huella, eso significaría que alguien ha estado aquí hace poco.

―Puede ser de hace años. Además, solo hay una ―dijo Elena.

―El espíritu… de una sola pierna… ―comentó Richi con voz ronca y en broma.

―Richi, déjate de tonterías. Esto es más serio de lo que parece ―le replicó Marc.

―Perdón, solo quería levantaros el ánimo con un pequeño chiste.

―Yo diría que es reciente. Puede que haya alguien que nos esté vigilando.

―¿Quién va a saber que estamos aquí?

―En principio, nadie. Tan solo son suposiciones.

―Entonces ¿qué propones que hagamos?

―Nada. Solo digo que tengamos cuidado. Hay que estar atentos en todo momento.

―Entonces, quedarnos aquí será peor. Venga, continuemos ―dijo Richi.

Emprendieron de nuevo la marcha. Alice se fijó bien en la huella al pasar por su lado y le resultó extrañamente familiar, pero no supo por qué y no le dijo nada a sus compañeros para no alarmarlos, así que le restó importancia. Siguió dando vueltas a lo que había dicho Elena, pero enseguida olvidó el tema al recordar que alguien podía estar vigilándolos. Por fin llegaron. Una monumental sala se extendía ante ellos. Richi dio más intensidad a la luz, intentaba iluminarla por completo, pero no se alcanzaba a ver el final. Más allá de la luz solo se veía oscuridad. La zona estaba repleta de columnas de piedra. Llegaban hasta el techo que, como en la anterior sala, estaba decorado con preciosos diseños. A ambos lados, se podían ver numerosos puestos de venta, aunque la gran mayoría estaban totalmente derruidos. Avanzaban despacio por la sala, sobrecogidos ante su grandeza.

 

No podían creer lo que estaban viendo. Habían oído historias, incluso visto algunos grabados antiguos de lugares parecidos, pero no podrían haberse imaginado algo así. Cada una de las columnas estaba grabada con cientos de símbolos de formas distintas y cada una de ellas terminaba con la figura tallada de cuatro hombres, uno a cada lado, con los brazos sobre la cabeza, de tal forma que parecía que estaban sujetando aquella descomunal bóveda. Todas eran iguales, solo se diferenciaban en pequeñas imperfecciones como resultado de su construcción artesanal. Cientos de años habían hecho falta para crear tan inmensa obra maestra. Sin embargo, allí estaba, abandonada y oculta a los ojos de la gente. Aquello era digno de ver.

―Estáis viendo una parte de la gran obra de los artesanos de Baelor. Hicieron falta años de preparación y de trabajos para cada columna ―comentó Elena.

―Te sientes insignificante ante semejante estructura. Puede que seamos los primeros en ver este lugar después de siglos ―dijo Richi.

Alice contemplaba maravillada las columnas. Admiraba su belleza e intentaba imaginar tan meticuloso trabajo y cómo habían sido construidas. Lo que más le sorprendía era el realismo de las estatuas. De pronto, el sonido de una roca estampándose contra el suelo hizo que todos se alertaran y miraran a su alrededor. Aun así, no se detuvieron y siguieron su camino con precaución.

―¿Qué ha sido eso? ―preguntó Alice asustada.

No recibió respuesta. Sus compañeros estaban atentos y miraban hacia todos lados. Podía haber sido una simple piedra mal colocada que, con los años y la humedad, se desprendiese fortuitamente en ese momento. Apenas había pasado un minuto cuando, de nuevo, un sonido les llamó la atención. Era el característico sonido de arenisca y trozos de pierda cayendo desde lo alto. No veían el lugar exacto de dónde procedía ya que el eco lo multiplicaba y lo devolvía por toda la estancia. Por más que miraban, no encontraban el origen.

—¿Qué está ocurriendo? ―volvió a preguntar Alice mientras se detenía.

―Silencio, Alice. Sigue caminando. Quizás esté a punto de venirse abajo todo esto y lo más irónico es que lo haga justamente ahora que nosotros estamos aquí ―dijo Marc.

Alice echó un vistazo a su alrededor esperando que lo que había dicho Marc no fuese más que una broma pesada. No quería terminar allí sepultada en las entrañas de aquella montaña. La ansiedad se apoderó poco a poco de ella. Empezó a respirar rápido y con fuerza, mientras el aterrador sonido no cesaba, sino que aumentaba.

Aquella situación le pareció curiosa, como si ya la hubiera vivido antes. En ese momento lo recordó. Aquello lo había soñado, aunque no podía recordar el final. Levantó la vista hacia lo alto de las columnas y pudo ver cómo una de las estatuas empezaba a mover un brazo, desprendiendo polvo y fragmentos de roca.

―¡Mirad! ¡Ahí arriba! ―gritó Alice.

Todos miraron hacia las columnas y ante su asombro, comprobaron cómo todas las estatuas empezaban a cobrar vida. Algunas de ellas ya movían prácticamente todo su cuerpo, mientras que otras todavía comenzaban a moverse. De pronto, una de las figuras que estaba cerca de ellos saltó de la columna y se plantó delante, provocando un ensordecedor estruendo que resonó en toda la sala. Levantó la cabeza despacio y abrió su boca, su garganta estaba al rojo vivo. Emitió un rugido que hizo temblar las profundidades de Baelor. Todos se asustaron, sobre todo Alice; no daba crédito a lo que estaba contemplando. Había visto cosas raras en esos últimos días, pero esto las superaba con creces a todas. Se quedaron inmóviles viendo cómo otras estatuas hacían lo mismo, inundando la sala de extraños sonidos.

―No os quedéis quietos. ¡Corred! ―gritó Marc.

Empezaron a correr con todas sus fuerzas. La estatua, que estaba delante de ellos, intentó cortarles el paso, pero Richi invocó sus rayos y saltó hacia ella. De un empujón la tumbó en el suelo, para después atravesar su pecho de piedra con el poder de su fuego, fundiéndolo por completo. La estatua se quedó allí inmóvil. Al verlo, las demás empezaron a correr hacia ellos. Richi se levantó y siguió a sus compañeros, que ya se habían adelantado un poco.

El sonido de las pisadas de los hombres de piedra resonaba por doquier, golpeando sus oídos y poniéndolos más nerviosos. Mientras corrían, podían ver cómo más y más estatuas cobraban vida y se unían al grupo en la persecución. Por fin estaban llegando al final de la sala. Ya estaban cerca de la salida a Areti. Se desviaron un poco para intentar esquivarlos, pero eran demasiados y decidieron continuar en dirección a la puerta. Al acercarse, pudieron ver un gran arco de piedra adornando el marco de la puerta. Este estaba decorado del mismo modo que las columnas, así que aquellas estatuas también cobraron vida y saltaron hacia ellos cortándoles el paso.

Todos se colocaron en círculo alrededor de Alice para protegerla. En apenas unos segundos estaban rodeados de cientos de estatuas de piedra que tenían vida propia. Cuando abrían la boca para emitir aquellos rugidos, se podía ver en el fondo de sus gargantas el inconfundible color de la roca incandescente. Empezaron a abrir sus manos y a separar sus dedos produciendo unos curiosos chasquidos. Para ser de piedra, disponían de una movilidad sorprendente, casi igual a la de una persona, aunque, evidentemente, con movimientos algo más lentos. Algo les decía que no eran simples figuras de piedra. En algún momento de su existencia quizás hubiesen sido hombres completos. Marc sacó sus espadas envolviéndolas en llamas, mientras Richi invocaba sus dagas de fuego en la punta de sus dedos. Elena se quedó junto a Alice para darle protección. Se quedaron quietos y en guardia esperando la reacción de los hombres de piedra.

―¿Qué vamos a hacer ahora? ―preguntó aterrorizada Alice.

―¡No lo sé! ¡Déjame pensar! ―gritó Marc.

Las estatuas vivientes seguían gimiendo y rugiendo. El sonido era ensordecedor. Las de las filas delanteras parecían dispuestas a atacar en cualquier momento, mientras las que las rodeaban se acercaban cada vez más, creando una especie de muro que impedía escapar.

―¡Elena, rápido! ¡Ilumina la sala!

Elena estiró los brazos y lanzó varias luces hacia las columnas. El lugar estaba repleto de esas criaturas. Aunque estaban cerca de la salida, parecía imposible continuar. Tenían que abrirse paso entre ellas y conseguir que Alice pudiese huir.

―¡Richi, prepárate! ¡Elena, tú con Alice!

―¡No! ¡Yo me quedo! ―dijo Alice.

―¡Hazme caso! ¡Confía en mí! Cuando os lo diga, echáis a correr sin mirar atrás.

Las manos de Richi empezaron a intensificar más su poder. Elena y Alice se prepararon para escapar. Los hombres de piedra los miraban intentando adivinar sus intenciones. Con un rápido movimiento, Marc saltó hacia uno de ellos y le clavó ambas espadas en el pecho, estallando en mil pedazos. El sonido aumentó considerablemente con los gritos de las otras estatuas al ver aquello.

―¡Ahora, Richi! ―gritó Marc con todas sus fuerzas.

Richi lanzó una enorme esfera de luz hacia la salida, golpeando y derribando a todo lo que se encontraba en su camino, creando así una especie de pasillo. Alice y Elena no esperaron la orden de Marc y corrieron hacia la salida por el hueco que se había abierto, mientras sus compañeros seguían reteniendo a los enfurecidos colosos.