Teoría crip

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Reinventar al heterosexual

En las últimas décadas hemos visto muchas disputas sobre la capacidad, tanto dependientes como alimentados por las disputas sobre el género que señala Butler. Un ejemplo de una década anterior del siglo XX puede demostrar algunas de las formas en las que la heterosexualidad capacitista ha cambiado o se ha adaptado. En su ensayo “Baños públicos y simpatía; o, La epistemología del armario/váter”(en Homographesis), Lee Edelman analiza la representación popular de una crisis sexual que implica a un miembro prominente de la administración de Lyndon B. Johnson y proporciona así una instantánea de las actitudes dominantes a mediados del siglo XX. El 7 de octubre de 1964, Walter Jenkins, jefe de gabinete de Johnson, fue arrestado por realizar “actos indecentes” con otro hombre en un baño de hombres en Washington, D.C. El arresto se realizó después de que Jenkins entrara en el mismo baño público donde cinco años antes había sido arrestado y acusado de “conducta desordenada (pervertida)”. El hecho de que el arresto anterior no hubiera sido detectado cuando Jenkins saltó a la fama en la Casa Blanca solo agravó el escándalo en 1964, dada la aceptación generalizada en ese momento de creencias como la expresada en un editorial del New York Times: “No puede haber lugar en el personal de la Casa Blanca o en los niveles superiores del gobierno… para una persona de comportamiento marcadamente desviado” (Edelman, 148-149). El ensayo de Edelman analiza a fondo cómo los acontecimientos que rodearon el escándalo de Jenkins desvelaron las preocupaciones contemporáneas sobre la masculinidad, la homosexualidad, la identidad nacional estadounidense y la seguridad nacional durante la Guerra Fría. Jenkins dimitió de su cargo el 14 de octubre de 1964 (Edelman, 148-151).

Edelman sostiene que la respuesta al arresto a mediados de siglo de Jenkins y de muchos otros por indecencia, desviación o perversión adoptó al menos tres formas. Primero, el individuo involucrado podría ser definido y visto como un “homosexual”. Esta figura se entendió como un tipo distinto de persona, cuya diferencia era legible en el cuerpo. En segundo lugar, a veces, en contraste con la estrategia de hacer visible a un “homosexual” encarnado -y a veces junto con ella-, el individuo podría entenderse como discapacitado de alguna manera; esa discapacidad, nuevamente, era supuestamente legible en el cuerpo. Aunque el propio Edelman no utiliza el término “discapacidad” para describir esta segunda estrategia, claramente invoca diferencias mentales y físicas respecto a una norma sana, en forma y de capacidad. En 1964, por ejemplo, Jenkins podía ser visto “como la víctima de alguna enfermedad, física o emocional, cuyo comportamiento transgresor no era un síntoma de su identidad (homosexual) sino más bien mostraba un alejamiento excepcional de su verdadera identidad (heterosexual)” (Edelman, 162-163). Este pasaje es notable por su doble sugerencia de que, para los contemporáneos de Jenkins, la “conducta transgresora” era una propiedad virtual de la diferencia física o emocional, y que la salud y la capacidad estaban naturalmente vinculadas a la heterosexualidad. Los paréntesis de Edelman, además, también son significativos, lo que sugiere que la segunda estrategia no requería, necesariamente, hablar directamente de la homosexualidad (que podría pasar simplemente como “transgresora”) ni tampoco de la heterosexualidad (que podría pasar simplemente como la identidad “verdadera” que naturalmente acompaña a la desaparición de la conducta “sintomática”).

En tercer lugar, la crisis podría poner en primer plano “una alteridad que subvierte la categoría dentro del marco conceptual de la masculinidad misma” (Edelman, 163). En otras palabras, las contradicciones inherentes a la masculinidad que sustentan un sistema de heterosexualidad obligatoria (donde la desviación es simultáneamente deseada y rechazada) podrían quedar al descubierto. En escándalos como el caso Jenkins, esta tercera respuesta fue, como era de esperar, la menos aceptable. El espectáculo de la diferencia sexual, corporal o mental era preferible al de una masculinidad o heterosexualidad visiblemente amenazada que requería de la desviación para definirse y sostenerse. En 1964 prevalecieron las dos primeras respuestas: lo queer y la discapacidad se unieron y fueron eliminados de los niveles superiores del gobierno, facilitando efectivamente la invisibilidad de la heterosexualidad y la capacidad corporal obligatorias.

Ciertos aspectos del caso Jenkins siguen siendo imaginables a principios del siglo XXI, pero las suposiciones que impulsaron el escándalo son posiblemente residuales12. A lo largo de las décadas de 1960 y 1970, los movimientos de liberación cada vez más visibles hicieron que la discapacidad y la homosexualidad fueran espectaculares de nuevas formas; las personas LGBT, las personas con discapacidades y sus aliados intentaron definir la sexualidad y la diferencia física y mental en sus propios términos13. De hecho, las actitudes dominantes que Edelman analiza desde los años sesenta sin duda alimentaron los movimientos por la despatologización de los setenta y los ochenta14. Las feministas y el activismo de liberación LGTB lo llamaron “heterosexualidad obligatoria”, y así comenzó el proceso de denunciar la presentación de la heterosexualidad como el orden natural de las cosas.

Con su elevado estatus recientemente en peligro, la heterosexualidad continuó definiéndose contra la homosexualidad, pero la desautorización que constituye la identidad, en el último tercio del siglo XX, se hizo explícita. “La salida del armario del gay”, como explica Jonathan Ned Katz, “provocó la salida del armario del hetero” (“La invención de la heterosexualidad”, 24). Por muy criticadas que hayan sido las historias sobre la salida del armario de lesbianas y gais, simplemente por replicar, —de hecho, exigiendo— la misma vieja historia del autodescubrimiento, la historia de la ansiosa salida del armario heterosexual a finales de siglo debe su existencia a (y necesitaba de) esa proliferación aparentemente interminable de historias de lesbianas y gais15. Las instantáneas de este período podrían incluir la imagen del alcalde de Nueva York, Ed Koch, declarando: “Soy heterosexual”, y de Magic Johnson insistiendo en The Arsenio Hall Show, después de revelar su estado seropositivo, que estaba “lejos de ser un homosexual”. Estas y otras historias sobre la salida del armario heterosexual ayudaron a consolidar y a tranquilizar a una nueva “comunidad heterosexual” visible16.

La representación cultural de esa tranquilidad y consolidación es lo que analizo en el resto de esta introducción. Siguiendo a Emily Martin y a David Harvey, me preocupa la producción y reproducción, a finales del siglo XX, de cuerpos más flexibles —cuerpos gais que ya no marcan la desviación absoluta, cuerpos heterosexuales que se exhiben nuevamente. El heterosexual desarmarizado trabaja junto a gais y lesbianas; el cuerpo heterosexual más flexible tolera lo queer en cierta medida. El cuerpo gay o lésbico más flexible, a su vez, permite lo que yo llamo “epifanías heteronormativas”, poniendo continuamente a disposición, para el heterosexual, un sentido de totalidad subjetiva, por ilusoria que sea. A medida que desarrollo y critico los contornos de ese proceso de epifanías, mi argumento central es que la capacidad corporal obligatoria es uno de los componentes clave del mismo. Precisamente por su exitosa negociación con las crisis que rodean la heterosexualidad, los cuerpos heterosexuales flexibles se distinguen por su capacidad. Distinguidos por su capacidad, estos cuerpos a menudo se distinguen explícitamente de las personas con discapacidad. Por tanto, sostengo que las epifanías heteronormativas son muchas veces, y a menudo necesariamente, las de la capacidad. Sin embargo, como demuestra mi análisis final sobre la teoría queer y la discapacidad crítica (así como el resto de Teoría crip), tal consolidación del poder no es la única solución imaginable.

Sujetos sexuales capacitistas

El espectáculo de la homosexualidad o la discapacidad puede haber ocultado una masculinidad o heterosexualidad potencialmente fracturadas en 1964, pero la situación había cambiado considerablemente a finales de los noventa. De hecho, 1998 podría verse como el Año de los Heterosexuales Espectaculares. El movimiento ex-gay, anteriormente un movimiento marginal en el mejor de los casos dentro de la derecha cristiana, alcanzó repentinamente una dimensión nacional, no solo con la publicación de anuncios a página completa que promocionan su agenda en periódicos como el New York Times y el Washington Post (los anuncios mostraban a hombres y mujeres “curados” de su homosexualidad), sino con una cobertura sin precedentes (de la campaña publicitaria y del movimiento en general) en los principales medios de comunicación. Newsweek, aunque insistía en que “pocas identidades en Estados Unidos son más marginales que la de ex-gay”, contribuyó a terminar con esa marginación con una historia de portada sobre “la pareja casada John y Anne Paulk” y otros ex-gais (Leland y Miller). El propio John Paulk publicó un libro sobre su asombrosa conversión a la heterosexualidad: Not Afraid to Change: The Remarkable Story of How One Man Overcame Homosexuality. A pesar de nombrar solo “la homosexualidad” en el título de su libro, Paulk y otros ex-gais que contaron sus historias se centraron continuamente en una heterosexualidad nuevamente visible. De hecho, Paulk se describió a sí mismo como “un heterosexual que ha salido del armario de la homosexualidad” (Citado en Marble, 28).

 

Desde las páginas del New York Times hasta el propio Despacho Oval, se exhibió la heterosexualidad, con al menos una representación de heterosexualidad espectacular que condujo al juicio político de un presidente. John y Anne Paulk, después de todo, no fueron la única pareja heterosexual que apareció en la portada de Newsweek o Time ese año. A pesar de la crisis nacional ocasionada por la heterosexualidad practicada en el Despacho Oval por Bill Clinton y Monica Lewinsky, sin embargo, quedó claro en 1998 que el heterosexual espectacular sobreviviría. Por medio de la confesión de Clinton a la nación y la disculpa a su esposa e hija, por medio del juicio político y su cobertura mediática, se restauró y se hizo visible la heterosexualidad “adecuada” (casada, monógama), irónicamente, de manera no muy diferente a la forma en que la heterosexualidad “natural” fue restaurada por medio de las campañas ex-gais. La crisis de Clinton no se presentó, al menos de forma obvia, como un momento de pánico en el que la heterosexualidad necesitaba ser nombrada explícitamente para poder reafirmarse. No obstante, el caso Clinton puede verse como parte de una crisis más amplia de las últimas décadas donde la (hetero)sexualidad hegemónica ha sido cada vez más cuestionada y amenazada. Una respuesta estratégica dominante a esa amenaza ha sido hacer visible dicha crisis para resolverla. A pesar de sus diferencias extremas (el movimiento ex-gay, por ejemplo, sostuvo una satanización más antigua de la homosexualidad, mientras que la administración Clinton incluyó y apoyó a docenas de personas abiertamente LGBT con cargos en la administración), los casos actuales de Clinton y Paulk estaban completamente saturados de una retórica de curación que devolvió de forma ostensible la heterosexualidad al lugar que le correspondía17.

En este contexto más amplio, en medio de la obligación de impugnar la sexualidad inadecuada y hacer visible una heterosexualidad “curada”, tal vez no sea sorprendente que los Oscars al mejor actor y mejor actriz de ese año fueran a la pareja (heterosexual) que aparecía en As Good As It Gets. Por su interpretación de la sufrida camarera Carol, Connelly, Helen Hunt se llevó a casa su primer Oscar. Por su interpretación de Melvin Udall, un novelista romántico obsesivo-compulsivo que vive en el barrio de Manhattan donde trabaja Carol y cuyo comportamiento, a menudo acompañado de comentarios sexistas, racistas y homofóbicos, lo aísla de casi todos, Jack Nicholson se llevó a casa su tercer Oscar. Después de que Hunt y Nicholson recibieron sus Oscars, sus actuaciones se validaron aún más cuando muchos ganadores del Oscar de décadas anteriores que estaban en las tribunas se subieron al escenario y se pidió a Hunt y a Nicholson que se unieran, juntos, a ese grupo especial. Greg Kinnear, que interpretó al vecino gay de Melvin, Simon Bishop, fue nominado a mejor actor de reparto pero perdió ante Robin Williams en Good Will Hunting.

As Good As It Gets, a pesar de estar nominada a mejor película, se hundió en lo que respecta al premio principal de la noche, ya que su competencia fue Titanic de James Cameron, el mayor éxito de taquilla del siglo. En el Año del Heterosexual Espectacular, sin embargo, era perfectamente apropiado que ganara Titanic, ya que situó una historia épica de romance heterosexual en medio de un naufragio. Aunque la protagonista (Rose Dewitt Bukater, interpretada por Kate Winslet cuando era una mujer joven y por Gloria Stuart de anciana) pierde al amor de su vida (Jack Dawson, interpretado por Leonardo DiCaprio) en el desastre, ella permanece siempre fiel a él y cuenta la historia de su apasionada aventura a un pequeño grupo que rescata todo lo que puede de los restos. Los buzos la llevan al lugar del naufragio para que les ayude a reconstruir los detalles de lo que sucedió esa noche; esperan recuperar un collar de gran valor que Rose solía llevar, pero terminan recuperando mucho más. Titanic sugirió que el problema del siglo no había sido —como W. E. B. DuBois predijo que sería en 1903— el problema racial, o incluso el problema de la clase social, a pesar de las representaciones caricaturescas de fiestas obscenas de la clase trabajadora en Titanic. No, el problema del siglo XX, resuelto simbólicamente en sus últimos años por esta película, había sido la separación y reunificación heterosexual. “Qué sorpresa”, comentó mordazmente la teórica queer Madonna mientras entregaba el Oscar a la mejor canción original a Céline Dion, cuyo super éxito “My Heart Will Go On” subrayó la permanencia de la heterosexualidad. A lo largo del siglo y a pesar de la catástrofe (incluidos ochenta y tantos años de separación y, sorprendentemente, la muerte), la heterosexualidad prevalece:

Cerca o lejos, donde quiera que estés

Creo que el corazón sigue adelante

Una vez más abres la puerta

Y estás aquí en mi corazón

Y mi corazón seguirá y seguirá.

La supuesta atemporalidad del sentimiento representado por la canción de Dion y por Titanic en general ocultó cómo la película mostraba otras representaciones de la heterosexualidad de finales del siglo XX18.

Con una competencia tan espectacular en los Premios de la Academia, As Good As It Gets, publicitada no como una epopeya similar a Titanic sino como una mera comedia romántica, tuvo suerte de llevarse a casa algún premio. Al mismo tiempo, tiene algunas similitudes asombrosas con Titanic. En una escala mucho menor, se trata de separaciones y reunificaciones heterosexuales. Más allá de eso, sin embargo, es virtualmente un ejemplo de libro de cómo las epifanías heteronormativas son necesariamente las de la persona con capacidad corporal. De hecho, yo interpreté el momento ganador de los premios masculinos y femeninos de la película como la culminación de un proceso de epifanía que comienza en la pantalla, en la narrativa de la película en sí.

Aunque la epifanía, como recurso artístico, puede que tuviera su apogeo (alto modernista) y ahora haya sido reemplazada por una repetida exposición (posmodernista) de cómo las epifanías son siempre ilusorias o ineficaces, el proceso conserva una amplia vigencia y las películas de Hollywood en particular representan (y continúan produciendo) un intenso deseo de epifanía. El momento de la epifanía (ya sea en el alto modernismo o en el cine de Hollywood contemporáneo), a pesar de su afinidad con experiencias religiosas extáticas en las que se dice que un individuo se pierde brevemente a sí mismo, tiende a ser un momento de subjetividad incomparable. A medida que la música aumenta de volumen y la luz cambia, el momento marca para el personaje una consolidación temporal del pasado, el presente y el futuro, y la claridad que describe esa consolidación le permite al protagonista asumir, al final de la narración, un sentido de plenitud subjetiva del que carecía anteriormente.

La representación cultural de este momento de epifanía requiere lo que Martin llama “cuerpos flexibles”, en dos sentidos. Primero, los cuerpos que experimentan la epifanía deben ser lo suficientemente flexibles como para superar un momento de crisis. Flexible, en este primer sentido, es virtualmente sinónimo tanto de heterosexual como de cuerpo con capacidad: los cuerpos en cuestión a menudo se colocan narrativamente en una relación heterosexual inevitable y se representan visualmente como capacitados. En segundo lugar, y esto es más importante, otros cuerpos deben funcionar de manera flexible y objetiva como espacios en los que se puede escenificar el momento de la epifanía. Los cuerpos, en este segundo sentido, son invariablemente queer y con discapacidad, y también se representan visualmente como tales.

El propio interés de Martin en los cuerpos flexibles y en el tema de la flexibilidad se consolidó cuando una profesora de inmunología en un curso de posgrado que estaba estudiando comenzó a hablar sobre la “flexibilidad” del sistema inmunológico: “En mi mente, este lenguaje se unió a descripciones de la economía de finales del siglo XX, con un enfoque en la especialización flexible, la producción flexible y la respuesta rápida y flexible a un mercado en constante cambio con productos específicos hechos a medida”(93). La conciencia de esta superposición discursiva lleva a Martin a rastrear el uso de la flexibilidad a través de los discursos no solo de la inmunología y la economía sino también de la filosofía de la Nueva Era, de las organizaciones gubernamentales, de la psicología y de la teoría feminista (150-158). Ella destaca constantemente el lugar de honor casi universal otorgado a la flexibilidad en los discursos económicos neoliberales. Cita, por ejemplo, guías de gestión y declaraciones estratégicas de empresas como Hewlett-Packard: “Fomentamos la flexibilidad y la innovación. Creamos un ambiente de trabajo que apoya la diversidad de nuestra gente y sus ideas. Nos esforzamos por lograr objetivos generales claramente establecidos y acordados, y permitimos que las personas tengan flexibilidad para trabajar hacia los objetivos de forma que ayuden a determinar lo que es mejor para la organización” (144).

La flexibilidad que describe Martin es, en cierto sentido, lo que Harvey en otra parte denomina la condición de la posmodernidad. Las crisis económicas y culturales de la década de 1970 generaron “un período de cambio rápido, de flujo e incertidumbre” y, para Harvey, “los contrastes entre las prácticas político-económicas actuales y las del período de auge de la posguerra son lo suficientemente fuertes como para plantear la hipótesis de un cambio del fordismo a lo que podría llamarse un régimen de acumulación ‘flexible’ como una forma reveladora de caracterizar la historia reciente” (124). En otras palabras, si el período de posguerra se caracterizó en gran medida por la producción en masa y algunas protecciones oficialmente codificadas para los trabajadores/as occidentales bajo la legislación del New Deal y el moderno Estado de bienestar, el período de acumulación flexible inaugura la desaparición de este ligero consenso: en el lado de la producción del proceso, la mano de obra y las prácticas se describen como flexibles, móviles y reemplazables; en el lado del consumo, grupos cada vez más pequeños, en todo el mundo, se generan y se identifican con productos adaptados, nuevamente de manera flexible, a sus deseos específicos. Como han argumentado numerosos teóricos del neoliberalismo, aunque los nuevos movimientos sociales pedían una expansión de la justicia económica y social, estos cambios repentinos en los procesos de producción y consumo esencialmente la frenaron o la restringieron, marcando el comienzo de la mayor redistribución hacia las clases altas de la riqueza y de otros recursos que el mundo haya conocido. Culturalmente, estos cambios fueron facilitados por la valoración casi universal de la flexibilidad20.

En el contexto capitalista tardío que tanto Harvey como Martin identifican puede parecer que la flexibilidad, en un nivel superficial, vaya contra la plenitud subjetiva —una empresa como Hewlett Packard parece, en contraste con la plenitud subjetiva asociada con la epifanía, valorar múltiples subjetividades, incluso una cierta fragmentación (posmoderna) de la subjetividad. Sin embargo, yo diría que este no es el caso; el sujeto flexible tiene éxito precisamente porque puede alcanzar la plenitud en cada crisis recurrente. En otras palabras, bajo el neoliberalismo, los individuos que son realmente “flexibles e innovadores” superan los momentos de crisis subjetiva. Gestionan la crisis, o al menos demuestran que tienen un potencial de gestión; en última instancia, se adaptan y actúan como si la crisis nunca hubiera ocurrido. Hay que llamar la atención sobre la crisis para que la resolución sea visible, pero llamar demasiado la atención sobre la crisis subjetiva, y sobre la fragmentación y multiplicidad que produce, supondría poner en práctica —o representar— la inflexibilidad. De esta manera, pasado, presente y futuro se consolidan de nuevo constantemente para que parezca que un sujeto o un trabajador se adapta exactamente a cada nuevo papel.

Martin es muy consciente de la naturaleza doble de este concepto: Por un lado, [flexibilidad] puede significar algo así como libertad para emprender acciones: las personas establecen metas que creen que son las mejores para la organización… Por otro lado, puede significar la capacidad de la organización para contratar o despedir trabajadores/as a voluntad, como en [el artículo de Los Angeles Times] “Escuelas para enviar avisos de despido por ‘flexibilidad’”, que describe cómo veintiún empleados de Los Ángeles iban a ser despedidos. En este caso, la flexibilidad reside en las escuelas, y los empleados no tienen más remedio que cumplir. El poderoso sistema escolar se contrae o expande de manera flexible; el empleado, sin poder, lo acepta con flexibilidad. (145)

 

Es precisamente la naturaleza doble de la flexibilidad lo que encuentro útil para interpretar las epifanías heteronormativas y capacitistas, y este momento en la historia de la heterosexualidad obligatoria y la capacidad corporal obligatoria. El sujeto con capacidad corporal y con éxito, como el sujeto heterosexual con más éxito, ha observado e interiorizado algunas de las lecciones de los movimientos de liberación de las últimas décadas. Sin lugar a dudas, estos movimientos ponen en crisis al sujeto heterosexual y con capacidad corporal exitoso, pero él o ella debe actuar como si no lo hiciera; en cambio, el sujeto debe demostrar una tolerancia obediente (y flexible) hacia los grupos minoritarios constituidos a través de estos movimientos. Aunque un modelo residual (como el modelo que Edelman identifica en la década de 1960) demoniza explícitamente lo queer y la discapacidad, los modelos actualmente dominantes y emergentes de subjetividad heterosexual y capacitista valoran implícita o explícitamente —como en el apoyo de Hewlett-Packard a “la diversidad de nuestra gente y de sus ideas”— el trabajo con personas con discapacidad y personas LGBT. Sin embargo, la visión de Martin de la flexibilidad nos permite interpretar críticamente esos modelos más tolerantes de subjetividad. En muchas representaciones culturales, las figuras queer, o con discapacidad, ya no encarnan la desviación absoluta, sino que siguen estando visual y narrativamente subordinadas y, en ocasiones, se eliminan por completo (o quizás, en el nuevo lenguaje flexible, son despedidas). De nuevo, la flexibilidad funciona en ambos sentidos: los personajes heterosexuales y capacitistas de estos textos trabajan con minorías queer y con discapacidad, contrayéndose y expandiéndose de manera flexible, mientras que las minorías queer y con discapacidad cumplen con flexibilidad. Dado que todo esto ocurre en un clima discursivo de tolerancia, que valora y se beneficia de la “diversidad” (un clima que incluso permite que el actor que interpreta al personaje gay sea nominado a un Premio de la Academia), el sujeto heterosexual, con capacidad corporal, así como la cultura posmoderna que lo produjo, puede fácilmente negar hasta qué punto la contracción y expansión subjetivas de la heterosexualidad capacitista (y, como subrayé en la conclusión de esta introducción, las lógicas políticas y económicas neoliberales en general) dependen en realidad de cuerpos dóciles queer y con discapacidad.