Verdad, historia y posverdad

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Del derecho canónico medieval a la teología más o menos imaginaria, al «arte del Estado» de Maquiavelo (una expresión casi intraducible); el estudio de casos me había llevado a la casuística y al feroz ataque contra la casuística lanzado por Pascal en sus Cartas provinciales. Sobre este tema he publicado recientemente un libro, titulado (era inevitable) Nondimanco. Machiavelli, Pascal (No obstante: Maquiavelo, Pascal) (Ginzburg, 2018; véase también 2007).

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He retomado rápidamente la historia de un caso centrado en un investigador que ha pasado la mayor parte de su vida escribiendo historias de casos, centradas sobre individuos muertos hace mucho tiempo —a menudo siglos—. Los dos modelos que he citado al inicio de mi exposición, Conan Doyle y Freud, implicaban una dimensión narrativa, aunque, en el caso de Freud, su extraordinario talento literario estaba puesto al servicio de un proyecto científico. Por supuesto, mi pasión por la literatura no se limitaba al género definible como «estudio de casos o case study». El ambiente familiar en el que crecí ha tenido un peso importante: mi madre era una escritora muy conocida; en los lugares en los cuales vivía había novelas por todas partes; yo mismo, al salir apenas de la infancia, me entretuve con la idea de escribir novelas —una fantasía que se disolvió casi de inmediato—. Sin embargo, la lectura de historias de todo tipo —desde Pinocho hasta La guerra y la paz— ciertamente ha nutrido lo que una vez llamé la «imaginación moral». Es una experiencia que todos conocemos. Participamos de las emociones de un títere, de un insecto, de un asesino. ¿Podemos definir como «estudios de caso» las narraciones que nos cuentan acerca de Pinocho, Gregorio Samsa o Raskolnikov? Desde el punto de vista del género literario, ciertamente no. Y, sin embargo, en esas narrativas reencontramos un elemento que está en el centro de lo que llamamos literatura: hablar de un fragmento (quizás minúsculo) de la realidad como si se tratara de un mundo, de hecho, del mundo. De manera similar, un caso implica por definición una serie, una comparación, una generalización implícita —incluso si se trata de una anomalía, de un caso que no está dentro de la norma—.

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Aun cuando… ¿o, sobre todo, si?… hace mucho tiempo me di cuenta de que la norma no puede prever todas las anomalías, cada anomalía por definición implica la norma. A ello se debe la riqueza cognitiva de las anomalías, lo que no debe confundirse con idolatrarlas ideológicamente (pienso en la actitud de Michel Foucault, llena de esteticismo inmoralista, en la confrontación con el caso de Pierre Rivière)4. Aquí volvemos, una vez más, a Freud: sus casos se refieren a individuos con patologías más o menos graves. Pero un individuo no es una entidad aislada: podemos considerarlo (como argumenté años atrás) como el punto de intersección de diferentes conjuntos (Ginzburg, 2010). El paciente conocido como «el hombre de los lobos», por ejemplo, era miembro de la especie animal homo sapiens, de su mitad masculina, de una determinada comunidad lingüística (en este caso, ruso), de una determinada clase social (en este caso, burguesía adinerada), etcétera —y así podríamos continuar especificando, hasta llegar al punto del grupo del cual él era el único miembro, caracterizado por sus huellas dactilares—. Este último conjunto puede ser suficiente para identificar a un individuo en determinados contextos (por ejemplo, policíacos). No obstante, para un historiador (o para un psicoanalista) un individuo es el resultado de las interacciones de rasgos específicos y, en diversos grados, rasgos genéricos. Cada uno de estos rasgos se refiere a un contexto: por ejemplo, haber nacido con la camisa puesta se refiere a un contexto de la tradición popular rusa que el paciente habría compartido, según mi hipótesis, con su njanja. La posibilidad de reescribir el caso del hombre de los lobos a partir de este detalle prueba, a mi parecer, que Freud se movió en una perspectiva científica y, como tal, falsable.

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En italiano, una única palabra, caso, corresponde a dos palabras: ‘casualidad’ y ‘caso’. Detrás de esta homonimia existe una etimología común que remite al verbo en latín cadere —en español, ‘caer’—. La convergencia de los dos términos en italiano siempre me ha intrigado. Del caso y de la parte que este lleva a cabo en la investigación rara vez se habla. Pero no me cansaré de recordar aquello que una vez escribió un gran historiador de la literatura italiana, Carlo Dionisotti: «Por casualidad, o sea por la norma que preside en la búsqueda de lo desconocido» (véase Ginzburg & Prosperi, 1975, p. 125).

Naturalmente, el caso no actúa solo —es decir, por otra parte, está quien investiga, que puede reaccionar ante el caso o ignorarlo—. Pero el caso se puede multiplicar, por ejemplo, al decidir vagar por los catálogos sin una idea precisa. En la era de los catálogos electrónicos, y de Google, la multiplicación del caso se ha convertido en un instrumento muy potente, siempre que se sepa cómo usarlo (Ginzburg, 2001). Aquí me limitaré a un único ejemplo que muestra cómo la casualidad puede ponerse al servicio del informe de caso.

Hace más de diez años me había puesto a trabajar sobre Voltaire y, más precisamente, sobre las páginas de las Lettres philosophiques que se ocupan de la Bolsa de Londres. Había llamado mi atención sobre estas páginas el comentario de Erich Auerbach en su gran libro Mimesis (2013, pp. 401-413). Para describir su método, Auerbach había hablado, refiriéndose a Vico, de «perspectivismo» (1948). Me había propuesto poner en perspectiva a Auerbach, quien había puesto en perspectiva a Voltaire: un experimento en miniatura sobre la lectura y sus complejidades. En este punto se me ocurrió la idea de combinar este juego de cajas chinas con otro juego, al que me dedicaba de vez en cuando: buscar una palabra al azar en el catálogo de la UCLA, donde por entonces enseñaba, para ver qué surgía. Decidí buscar en los catálogos todas las palabras del primer párrafo del incompleto (y póstumo) Traité de métaphysique de Voltaire: un texto también elegido casi por casualidad (Voltaire, 1961, pp. 159-160). ¿Con qué propósito? Si mal no recuerdo, me propuse reconstruir el horizonte de espera para los lectores de Voltaire. Un propósito absurdo: sobre Voltaire y su público la documentación era inmensa; la mía hubiera sido una auténtica pérdida de tiempo.

Al inicio del Traité de métaphysique, Voltaire reelabora uno de sus temas preferidos: un ser proveniente del espacio llega a la tierra y describe lo que encuentra en la región donde ha caído, la Cafrérie (lo que es hoy Sudáfrica). Voltaire continúa con una variación sobre el tema del alejamiento, aquí con un matiz racista (que no es inusual en él). Después de haber visto «des singes, des éléphants, des nègres, qui semblent tous avoir quelque lueur d’une raison imparfaite (monos, elefantes, negros, que parecen tener algún atisbo imperfecto de razón imperfecta)», el ser venido del espacio concluye lo siguiente:

L’homme est un animal noir qui a de la laine sur la tête, marchant sur deux pattes, presque aussi adroit qu’un singe, moins fort que les autres animaux de sa taille, ayant un peu plus d’idées qu’eux, et plus de facilité pour les exprimer (El hombre es un animal negro que tiene lana sobre la cabeza, camina en dos patas, casi tan diestro como un mono, menos fuerte que otros animales de su tamaño, tiene algunas ideas más que ellos y más facilidad para expresarlas) (1961, pp. 159-160).

Busqué en el catálogo la palabra Cafrérie, pensando que un nombre propio me habría dado un menor número de respuestas. No salió ninguna. Intenté entonces con un término cercano, Cafres. Aparecieron en la pantalla siete respuestas, cuatro de las cuales se referían a un único nombre, para mí desconocido: Jean-Pierre Purry. Uno de sus textos listados estaba inmediatamente accesible en los estantes, a pesar de su temprana fecha de publicación, porque, como descubrí luego, había sido fotocopiado y encuadernado. El título me intrigó: Mémoire sur le païs des Cafres, et de la Terre de Nuyts: par raport à l’utilité que la Compagnie des Indes Orientales en pourroit retirer pour son commerce (Purry, 1718).

Pocos minutos después estaba ojeando el librillo. Fue el inicio de una investigación que duró un par de años, y que plasmé en un ensayo titulado «Latitude, Slaves, and the Bible: An Experiment in Microhistory» (2005, p. 683). Rápidamente resumo el tema. Jean-Pierre Purry, calvinista, nacido en Neuchâtel en 1675, tuvo una vida de aventurero: sus proyectos de colonización, inspirados en la Biblia, lo llevaron a Ciudad del Cabo, a Batavia en los Países Bajos, a Carolina del Sur. Murió en 1736, en la ciudad que había fundado y que llevaba su nombre: Purrysburg. Hace algunos años visité lo que quedaba: un cementerio medio destruido, sepultado en la oscuridad del bosque.

En el ensayo me pregunté si un caso individual, investigado en profundidad, puede conducir a resultados teóricamente relevantes. A esta pregunta di una respuesta afirmativa. Partí del caso de Purry para establecer un diálogo entre Max Weber y Karl Marx sobre las formas en que estos pensadores habían abordado el problema de la colonización y sobre lo que estaba ausente en el uno y en el otro (en el caso de Weber, la violencia; en el caso de Marx, la religión). Al final del ensayo, cité un pasaje de Proust:

Los ingenuos se imaginan que las grandes dimensiones de los fenómenos sociales son una excelente oportunidad para penetrar profundamente en el alma humana; deberían entender, en cambio, que solo al sumergirse en las profundidades de un individuo estarían en capacidad de conocer esos fenómenos (Proust, 1959, p. 330; el pasaje es citado por Orlando, 1995, p. 21).

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El ensayo sobre Purry ha sido traducido a muchas lenguas5. En cuanto a la calidad de los resultados que he logrado, cedo la palabra a los lectores. Sin lugar a dudas, la investigación sobre el caso de Purry nació por casualidad. Pero ¿por qué recurrir a tal estrategia? Respondo: para contrastar el peso de los supuestos (y eventualmente de los prejuicios); para poner al investigador frente a lo desconocido, a lo inesperado; para sacar a la luz las potencialidades cognitivas del alejamiento. El investigador llega al espacio plano en la pantalla, recorre el catálogo y encuentra un nombre desconocido. Y, sin embargo, debo admitir que, en este caso, el peso de los presupuestos, si no de los prejuicios, se afirmó casi de inmediato. Mientras estaba hojeando los estantes de la biblioteca de la UCLA y Mémoire sur le païs des Cafres, et de la Terre de Nuyts... pensé en Max Weber. De Purry no sabía nada, pero la abundancia de citas sobre el Antiguo Testamento me estaba ya encaminando, sin que me diera cuenta, hacia los archivos de Neuchâtel y hacia los restos de Purrysburg, perdidos en un bosque de Carolina del Sur.

 

Referencias

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1 Traducción del italiano de Franklin Ibáñez.

2 Debí haber mencionado que Forrester, 2017, argumenta que el concepto más importante de Kuhn es el «ejemplo».

3 De mi padre, Leone Ginzburg, escribió su amigo de juventud Norberto Bobbio: «No podría definir mejor el carácter de la moralidad de nuestro amigo-maestro sino llamándola kantiana: ciertamente, las leyes que observó se presentaron en forma de imperativos categóricos o de leyes que deben obedecerse incondicionalmente, sin ninguna consideración de las circunstancias en las cuales la ley necesariamente se aplica» (2004 [1964], p. LIII).

4 Véase la introducción a Ginzburg, 1976. He insistido muchas veces sobre este punto antes de darme cuenta (gracias a Henrique Espada Lima) de que, sin saberlo, hacía eco de Schmitt, 2006, p. 15, quien se refería a un «teólogo protestante» (Kierkegaard).

5 Ha sido publicado en los siguientes idiomas: inglés, francés, turco, holandés, ruso, hebreo, catalán, portugués, polaco, georgiano, español, chino y japonés.

El hilo y las huellas de la historia. Laudatio de Carlo Ginzburg6

Claudia Rosas Lauro

Pontificia Universidad Católica del Perú

Es un gran honor presentar al destacado historiador italiano Carlo Ginzburg, quien nos visita por primera vez. Hijo de la novelista italiana Natalia Ginzburg y del intelectual Leone Ginzburg, nació en Turín, en 1939, y se educó entre libros de diversa procedencia y naturaleza, como aquellos que cita profusamente en sus escritos: los Quaderni del carcere, de Antonio Gramsci; Cristo si è fermato a Eboli, de Carlo Levi; Il mondo magico, de Ernesto de Martino; hasta Pinocchio, de Collodi, entre muchos otros libros; y autores como el historiador francés Marc Bloch, el escritor Italo Calvino, el clasicista italiano Arnaldo Momigliano, el historiador Delio Cantimori, el teórico del arte Ernst Gombrich, el filólogo Sebastiano Timpanaro, el historiador del arte alemán Aby Warburg y otros autores que citaremos más adelante.

Estudió en la prestigiosa Scuola Normale Superiore di Pisa entre 1957 y 1961, año en que se graduó. Luego, enseñó en universidades italianas como la Universidad de Roma y la Universidad de Bolonia en su especialidad, la historia moderna. Entre los años 1988 y 2006, se trasladó a la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), donde obtuvo la cátedra Franklin D. Murphy Professor of Italian Renaissance Studies. Más adelante, de 2006 hasta 2010, fue profesor de Historia de las Culturas Europeas en la Scuola Normale Superiore di Pisa.

Durante este tiempo, ha gozado de numerosos fellowships prestigiosos, de los cuales solo nombraré algunos: Harvard Center for Italian Renaissance Studies, Florencia (1965-1966); The Warburg Institute, Londres (1967-1968); The Institute for Advanced Study, Princeton (1975 y 1986); en diversas oportunidades, entre 1970 y 1990, como Directeur d’Études Associé en el Centre de Recherches Historiques (CRH), de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), París; Whitney Humanities Center, Yale (1983); Center for Renaissance Studies, The Newberry Library, Chicago (1985); The Getty Center for the History of Art and the Humanities, Santa Mónica; Wissenschaftskolleg zu Berlin (1996-1997); Italian Academy for Advanced Study on America at Columbia University (1998); o Lauro De Bosis Professor, Harvard (2008), entre otros. Hasta el momento, ha recibido diecinueve importantes premios7 y diversos reconocimientos de instituciones académicas internacionales de prestigio8. Asimismo, ha recibido Doctorados Honoris Causa en diferentes países como Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Israel, México, Argentina, Chile, entre otros. Más allá de estos reconocimientos a un historiador de talla mundial como Ginzburg, quisiera profundizar en su importante aporte historiográfico a través de su obra, que es muy prolífica, original e interesante.

Sus primeros estudios se concentraron en el tema de la brujería —tema que, inicialmente, cuando él lo estudió, no estaba de moda, como sí lo estaría tiempo después—. El resultado fue su elogiada obra I benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento (Los «benandanti». Brujería y cultos agrarios en los siglos XVI y XVII), publicada por primera vez en la editorial italiana Einaudi, en Turín, en 1966, y traducida a doce idiomas. En ella se manifiesta la presencia del gran especialista italiano en herejías Delio Cantimori, el historiador de carne y hueso que más influyó en su formación, como lo reconoce el propio Ginzburg (véase Cantimori, 1939). Él señala que fue el encuentro con lo inesperado lo que lo emocionó y esa es una característica de su trabajo: partir de lo extraño, lo anómalo, lo sorprendente. Este rasgo no solo está presente en la historiografía contemporánea, sino en las ciencias sociales en general y, en particular, en la antropología. Basta pensar en Clifford Geertz y su obra La interpretación de las culturas, en la que, en su célebre capítulo sobre la pelea de gallos en Bali, realiza una «descripción densa» de esta generalizada costumbre para desentrañar el «juego profundo» que subyace en ella (Geertz, 1973).

 

Y lo inesperado para Ginzburg fue encontrar que los benandanti narraban que habían nacido con una camisa (envueltos en el amnios) y que, por ello, estaban obligados a salir en espíritu tres, o más de cuatro veces al año, durante las temporadas, a combatir de noche, armados de ramas de hinojo, contra brujas y brujos que, a su vez, se encontraban armados de sorgo. Cuando vencían los benandanti, las cosechas eran abundantes; en caso contrario, había escasez. Ante esto, los inquisidores que llevaron adelante la pesquisa contra ellos buscaban inducirlos a que aceptasen ser brujos, pero solo después de cincuenta años los benandanti admitieron que las batallas nocturnas por la fertilidad eran, en realidad, aquelarres diabólicos.

Mediante estas narraciones acerca de sus combates nocturnos, «en espíritu», por la fertilidad de los campos contra brujas y brujos, vemos aflorar un estrato profundo de cultura campesina, sobre el que se había superpuesto un estrato cristiano más superficial. Se trataba de una interpretación, en gran parte nueva, del problema sobre los orígenes populares de la brujería, en la que Ginzburg había reparado enfocándose más en los perseguidos que en los persecutores, aunque luego escribiría el iluminador ensayo «El inquisidor como antropólogo» (2010a), en el que se concentraría en la figura del inquisidor. A este respecto, Edoardo Grendi —uno de los fundadores de la microhistoria— había definido lo «excepcional normal» como un testimonio excepcional desde el punto de vista documental que se refiere a fenómenos difundidos, o incluso «normales»9.

Este libro dialoga con otro muy interesante, aunque más criticado que elogiado: Storia notturna. Una decifrazione del sabba (Historia nocturna. Un desciframiento del Sabbat), que salió a la luz en Turín, editado por Einaudi, en 1989, y fue traducido a doce idiomas. Dicha obra tuvo una nueva edición en Milán, en 2017, y contó con un nuevo posfacio. En esta investigación, Carlo Ginzburg recurre al método de comparación, siguiendo la senda trazada por el historiador francés Marc Bloch. Sobre este maestro que inspiró su profesión y muchas reflexiones de su obra, Ginzburg publicó Cinco reflexiones sobre Marc Bloch, en 2015. Precisamente, el prólogo a la edición italiana de Los reyes taumaturgos es muy sugestivo: ahí se muestra cómo la creencia en el poder curativo del toque real, que es el centro de la obra, es una falsa noticia (Ginzburg, 1973) —fenómeno que Bloch había estudiado previamente en su trabajo sobre la Primera Guerra Mundial y la falsa noticia (2004)—. La impronta de los Annales en la obra de Ginzburg es muy importante y sobre todo la de este fundador de la escuela francesa10.

Detrás de esta elección temática, muchos años después, Carlo Ginzburg reconoce que el recuerdo de la guerra y la persecución antisemita jugaron un rol importante. La analogía entre brujas y judíos era inconsciente, y tal vez eso le habría permitido profundizar, como lo hizo, en este objeto de estudio. Yo incluiría a los herejes para completar la tríada, tema al que se dedicó su maestro Cantimori. Y este es otro de los rasgos del taller del historiador de Ginzburg: reflexionar permanentemente sobre su propia investigación, apelando a aspectos autobiográficos. Se trata de una suerte de «egohistoria», como dirían los franceses, pero que al mismo tiempo hace partícipe al lector de sus descubrimientos y su proceso de razonamiento en un estilo muy personal. Esto lo hemos podido apreciar en las dos magníficas conferencias que nos ofreció en el marco del Coloquio Interdisciplinario de Humanidades en la PUCP y en el Instituto Italiano de Cultura.

La importancia que otorgó Ginzburg a los documentos inquisitoriales no solo se aprecia en sus primeras obras históricas —en las que los utilizó como fuente— sino también en el hecho de que, en 1979, envió una petición al papa Juan Pablo II para que abriese los Archivos de la Inquisición. No logró una respuesta en ese momento, pero, en 1991, un grupo de universitarios lograron acceder a dichos archivos, los cuales se abrieron posteriormente, en enero de 1998, para uso de los investigadores acreditados. El cardenal Ratzinger, quien después fuera papa, atribuyó a la mencionada carta de Ginzburg un papel determinante en la decisión del Vaticano de permitir la revisión de los archivos inquisitoriales para la investigación histórica.

En 1970, en su obra Il nicodemismo. Simulazione e dissimulazione religiosa nell’Europa del ‘500 (El nicodemismo. Simulación y disimulación religiosa en la Europa del siglo XVI), Ginzburg se inspira en un tema religioso tratado por su maestro Delio Cantimori, a quien dedica el volumen, para estudiar las manifestaciones de la simulación y disimulación religiosa en el contexto de la Reforma protestante, a través del caso del libro La Pandectae, de Otto Brunfels, aparecido en Estrasburgo, en 1527. Como sabemos, el término nicodémites fue acuñado por Calvino para referirse, en líneas generales, a los protestantes que aparentaban profesar un catolicismo público para evitar la persecución religiosa y por miedo al martirio. Este mismo fenómeno fue estudiado por Cantimori en el ambiente de los herejes en la Italia del siglo XVI y las discusiones que generó, y fue retomado por Ginzburg, quien complejizó mucho más su análisis. En esta obra podemos observar cómo la visión de la historia de Carlo Ginzburg es la de un territorio de contradicciones y ambigüedades, donde lo teleológico o las leyes universales no tienen cabida.

Otro de sus libros, al igual que el anterior menos conocido para un público hispanohablante, es Giochi di pazienza. Un seminario sul «Beneficio di Cristo» (Juegos de paciencia. Un seminario sobre el Beneficio de Cristo), publicado por Einaudi, en Turín, en 1975, junto con Adriano Prosperi (Ginzburg & Prosperi, 1975)11, un año antes de la famosa obra El queso y los gusanos. Prosperi es un reconocido estudioso de la Inquisición en Italia, a quien tuve la suerte de tener como profesor cuando seguí el doctorado en la Universidad de Florencia12. El libro es muy original, porque se basa en un seminario desarrollado en la Universidad de Bolonia por ambos historiadores, quienes se enfocaron en una obra, la que da título al libro, que fue el texto religioso más famoso y discutido durante el siglo XVI en Italia. En la elaboración también participaron los estudiantes, pues los juegos de paciencia del análisis textual y del descubrimiento erudito están llenos de intentos fallidos, incertidumbres, caminos de investigación e, incluso, errores. Se trata de un ejercicio experimental que realiza el investigador para medir las potencialidades de las conjeturas posibles a lo largo del camino de hallar la verdad. Es un juego de paciencia entre el presente y el pasado, entre los muertos y los vivos, entre los documentos y sus inquisidores.