En la cresta de la ola

Text
From the series: Pùblicamemoria #15
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

En cuarto lugar, podemos señalar un punto central y delicado para la historia: el cuestionamiento de algunos lineamientos historiográficos. En este sentido, algunos autores han subrayado que los retos que han enfrentado al trabajar con pasados recientes han sido en realidad más oportunidades que limitaciones, pues han iluminado puntos oscuros en los largos debates sobre metodología y epistemología en historia (Romano, 2012).

Así, si bien se ha dicho que la historia del presente tiene una limitante al no tener una distancia temporal adecuada, esto se puede ver como un reto. Las dificultades para elaborar una narrativa cuando los acontecimientos están ocurriendo pueden servirnos para recordar que todas las narrativas y finales son de alguna manera construidos, elegidos por el historiador en formas que afectan la interpretación realizada (Romano, 2012).

La elección de la narrativa determina no sólo la forma de la historia, sino el contenido (White, 1990). Todos elegimos dónde iniciar o concluir una historia, lo aceptemos o no. Como algunos historiadores del presente nos han recordado, no existe la teleología (Rodríguez Kuri, 2003). De hecho, muchos debates historiográficos comienzan justamente por la cuestión de la periodización. Ahí está 1968 para muestra,31 la cuestión de la violencia política en Argentina32 o el inicio de las desapariciones políticas en México,33 por señalar sólo algunos ejemplos. Hay que aceptar que no sabemos cómo va a acabar la historia del presente que escribimos, pero debido a que la historia se reescribe con cada presente, la interpretación que hagamos será una primera interpretación, ni más ni menos.

Por último, el trabajo del historiador del presente si bien tiene un riesgo ético y político, al mismo tiempo es una oportunidad. Nuestra labor tiene el potencial de complejizar los discursos políticos y culturales sobre temas contemporáneos urgentes: la violencia, la guerra, el trabajo, las movilizaciones sociales, la conmemoración y la memoralización. En México, el narcotráfico y los feminicidios. Los historiadores del presente son requeridos por los medios de comunicación, a la par que sociólogos y politólogos, para debatir cuestiones candentes y relevantes en el mundo en el que vivimos (Allier, 2011).

Hay un último punto que normalmente no se señala: la avidez de un público no especialista por escuchar historia sobre acontecimientos y procesos que lo tocan de cerca. En muchos países se ha comprobado que un porcentaje importante de los jóvenes en formación busca realizar sus tesis de posgrado en historia del presente,34 en temas más cercanos a sus propias experiencias.35 Ellos ya hacen parte del campo. Hay, no obstante, una demanda más plural, que puede observarse en la presión de las editoriales al solicitar a los especialistas colecciones sobre historia del presente (Romano y Potter, 2012). Esto se debe a la existencia de lectores interesados en leer historias que han afectado a su propia generación, que ofrecen una aproximación distinta a la que podrían hacer periodistas, sociólogos o politólogos, aunque no deja de mantenerse una estrecha comunicación entre los diversos campos.

En síntesis, un campo en construcción tiene recompensas: la exploración de archivos casi vírgenes, el establecimiento de nuevos campos y tópicos, la posesión de una plataforma desde la cual hablar sobre la historia como está ocurriendo son sólo algunos. Un campo en construcción tiene retos y desventajas, ¿por qué no concentrarnos en sus recompensas?

El tiempo social: una visión transdisciplinaria 36

Guadalupe Valencia García

El problema del tiempo y los enfoques multi, inter y transdisciplinarios

Aunque no existe un acuerdo pleno en torno a las diferencias entre pluri, multi, inter y transdisciplina, dado que sus fronteras son porosas, suele concederse que las dos primeras se expresan en la yuxtaposición o sumatoria de disciplinas, enfoques o puntos de vista. La diferencia entre la inter y la transdisciplina, por su parte, remite a una mayor capacidad de síntesis de la primera y a la naturaleza más abierta y provisoria de la segunda, aunque en los dos casos se suponen procesos de interdependencia, intercambio e interpenetración.

Frente al problema del tiempo puede defenderse la utilidad de una perspectiva multidisciplinaria. Entendida como una congregación de conocimientos provenientes de diversas ciencias, disciplinas y lenguajes proporciona un espacio para el diálogo entre disciplinas y saberes. Un diálogo que puede enriquecer las miradas, sugerir nuevos enfoques y generar novedosas interrogantes a condición de que haya apertura hacia el saber del otro. Los científicos sociales pueden ampliar sus perspectivas de análisis cuando comprenden la diferencia entre las escalas de tiempo asociadas a las diversas disciplinas que lo estudian. Los profesionales de las ciencias de la materia y de la vida pueden advertir que las formas de organización temporal que comparten con otros son fruto de un largo proceso de construcción histórica; que los calendarios y horarios que siguen han sido socialmente sancionados y que gracias a esto los días no son iguales unos a otros. También pueden advertir que la irreversibilidad del tiempo que se expresa como una flecha que corre en un solo sentido puede ser transgredida por los mecanismos individuales y colectivos de la memoria y la anticipación. Los lenguajes visuales, la literatura, el cine y el arte en general nos ofrecen nuevas e insospechadas interrogantes, veredas y sugerencias para pensar y repensar el tiempo. Así, el mero conocimiento de otros puntos de vista, sin pretensiones de integración, cruce o hibridación de conocimientos, nos puede ayudar a ampliar fructíferamente nuestras miradas sin necesidad de volvernos expertos en campos ajenos a nuestra formación.37

Los intentos de integración conceptual, que se corresponden mejor con una perspectiva interdisciplinaria, pueden ser más problemáticos de lo que parece a simple vista. Los tiempos distinguibles en la realidad pueden ser tan inconmensurables como lo son las propias escalas en las que la física moderna se debate hoy en día. Tiempos involuntarios y netamente individuales como los de la cronobiología no pueden ser vinculados fácilmente con aquellos otros, como los de la memoria y el olvido, regidos por la espontaneidad de la rememoración, pero también por la voluntad social de recordar algo colectivamente. Menos interesante sería intentar síntesis conceptuales: en el fondo, formas de subordinación teórica en las cuales suele prevalecer la sumisión de las disciplinas menos formalizadas a las que, aparentemente, han alcanzado altos grados de consistencia teórica interna.

En mi caso, y atendiendo al sentido literal de los términos, prefiero el punto de vista transdisciplinario para hacer el análisis del tiempo social, en tanto que permite una mirada no solamente desde las diversas disciplinas, o pretendiendo una integración entre ellas, sino, de manera más abierta, a través de ellas.

Se trata de una estrategia más modesta que no busca ni la mera agregación de conocimientos ni su integración en una supuesta “unidad del conocimiento” que se pretenda superior. Busco, en cambio, reconocer las posibilidades del vínculo entre disciplinas, para el caso del tiempo a partir de dos mecanismos:

a) El develamiento de postulados generales que, surgidos en una disciplina en particular, pueden funcionar como principios epistemológicos con importantes consecuencias para abrir nuestra comprensión acerca del tiempo y la temporalidad.

b) La producción de un régimen de imaginación teórica derivado de las metáforas que, utilizadas por los lenguajes científicos, disciplinarios o artísticos, pueden ser de enorme utilidad para enriquecer los diversos saberes en torno al tema.

Tiempo y transdisciplina

A diferencia de ciertos objetos o fenómenos comunes a las ciencias sociales –el fenómeno urbano, el espacio educativo, la dinámica de la familia, el mundo del trabajo– o tantos otros para los que es casi una necesidad conjuntar visiones provenientes de diversas ciencias y disciplinas, en el caso del tiempo no estamos frente a un objeto de investigación más, sino ante una dimensión fundamental de la vida. En efecto, el tiempo es dimensión constitutiva del cosmos y de todo cuanto sucede en la tierra; todos los procesos aprehensibles por el intelecto son temporales y cognoscibles sólo en cuanto tales. Por esto, la vinculación de lenguajes en torno al tema no obedece tanto a la necesidad de explorar un fenómeno desde diversos ángulos cuanto a la de aclarar las preguntas, escalas y dispositivos analíticos que resulten pertinentes para una dimensión que constituye la forma de ser de todas las cosas en tanto son temporales.

La pregunta “¿estamos frente a una sola clase de tiempo al que deben adecuarse las múltiples miradas que sobre él interesan, o bien estamos frente a tiempos cualificados: el de la física, el cósmico, o los tiempos biológicos, psicológicos, histórico-sociales, artísticos?” no es adecuada para avanzar en el debate. Si seguimos insistiendo en la posibilidad de una definición del tiempo aceptable para todos, seguramente ciertos imperialismos disciplinarios triunfarán sobre nuestra capacidad de realizar las preguntas pertinentes frente a las realidades que debatimos. Si postulamos que cada enfoque disciplinario cuenta ya con un tiempo que le pertenece en exclusiva seguimos sin averiguar qué es lo que puede y debe entenderse por tiempo y, por otra parte, perdemos la oportunidad de ampliar nuestras interrogantes, y nuestras miradas, para complejizar y enriquecer nuestros análisis. Ramón Ramos lo expresa así:

Que una ciencia, para constituirse, haya de contar con un dominio real propio, claramente acotado y diferenciado del resto […] fue el presupuesto básico de la epistemología realista “ingenua” que informó a las distintas variantes del positivismo. La crisis de esta epistemología ha arrastrado consigo la crisis del presupuesto del dominio propio. En consecuencia, no consideramos en la actualidad que para que la ciencia social aborde legítimamente el problema del tiempo haya de contar con un tiempo propio que difiere claramente del resto de los tiempos (físico, biológico, psicológico, etc.) que estudian otras ciencias. Estos tiempos pueden ser sustancialmente idénticos, sin que esto impida que los interrogantes que sobre ellos se construyen difieran y difieran también los resultados alcanzados por las distintas disciplinas científicas (Ramos, 1992: x-xi).

 

Más que insistir en la defensa un tiempo que pertenezca en exclusiva a cada ciencia o disciplina, lo que interesa aclarar son las peculiaridades, los rasgos distintivos, las escalas adecuadas y las preguntas pertinentes a las diversas temporalidades de los mundos que hemos vuelto inteligibles.

Conviene, así, desustantivizar al tiempo para hablar de diversas temporalidades, de procesos temporales, dado que las cosas no transcurren en el tiempo sino temporalmente. Xavier Zubiri lo explica muy bien: si el tiempo es el transcurrir de las cosas, y cada transcurso posee su tiempo propio, los tiempos no pueden ser fragmentos de un tiempo único porque ello supondría que el carácter temporal de todos los transcursos fuera homogéneo. La única homogeneidad, advierte, es el carácter procesual de todos los transcursos del cosmos. Lo que existe, entonces, es coprocesualidad, que no supone la contemporaneidad de dos eventos en un mismo tiempo, sino la contemporaneidad de los tiempos mismos. No se trata, entonces, de transcursos simultáneos cuanto de sincronicidad de los diversos transcursos: de coprocesualidades que son cotemporalidades (Zubiri, 1996: 246-249).

Transdisciplina y sociología: principios epistémicos y metáforas fecundas

Transdisciplina y sociología

Como expondremos más adelante, creemos que las contribuciones de la sociología al entendimiento del tiempo pueden poner en relación tanto a las ciencias sociales y a los lenguajes simbólicos en general como a las ciencias de la materia y de la vida. Ya el pensamiento antropológico y la arqueología han indagado sobre las concepciones del tiempo y el espacio como elementos sustantivos de las cosmovisiones de grupos y sociedades diversas. La biología se ha ocupado de los ritmos biológicos que rigen a los organismos vivos, pero incursionado también en la exploración del “sentido temporal” de la conciencia humana. La historiografía coincide en que la materia prima de la historia es la temporalidad y ha aceptado que el pasado se interpreta desde los intereses del presente. La economía ha develado que la lógica del valor, bajo la cual el capitalismo ha ganado hegemonía mundial, no podría entenderse sin incorporar al tiempo y que buena parte de nuestras vidas está regida por los ciclos económicos en los que se han estructurado la producción y el intercambio de bienes y servicios. La ciencia política ha incursionado en el funcionamiento político del tiempo y en la dimensión temporal de la política hasta el grado de concebir a ésta como la lucha por la gestión del tiempo, entendido como recurso escaso (Lechner, 1998). La física no puede prescindir de la variable permanente “t” de sus ecuaciones y con la cosmología ha narrado magistralmente la historia de nuestro universo. La relatividad y la física cuántica nos han permitido incorporar categorías útiles para pensar la temporalidad como un fenómeno siempre relacional, complejo y abierto. Buena parte de los filósofos de todos los tiempos se han dedicado al tema del tiempo para intentar aclarar la naturaleza del mundo y de quienes pensamos a dicho mundo. Muchos han muerto sin lograr desentrañar las paradojas, aporías y contradicciones en las que se debate el tema por la sencilla razón de que se trata de una dimensión que, como bien advierte Zubiri, tiene apenas una mínima realidad (Zubiri, 1996: 211).

En nuestro caso, y de acuerdo con muchos autores, desistimos de la construcción de una inalcanzable unidad del saber en torno al tiempo. Exploramos, en cambio, otro camino: el del análisis de algunos principios epistémicos y metáforas comunes que abran caminos de intelección acerca de la temporalidad. Por principios epistémicos nos referimos a aquellos postulados sobre lo real que originados en alguna disciplina o ciencia en particular han traspasado fronteras para situarse como puntos de vista comunes a varias de ellas, o incluso para fundar un nuevo paradigma. Podemos considerar un principio común el que señala que no existe un tiempo, ni muchos tiempos, sino cotemporalidades que se expresan como sincronías de transcursos. Las metáforas comunes, por su parte, son aquellas maneras de nombrar a lo real que resultan más afortunadas para dar cuenta de la temporalidad social e histórica. Así, por ejemplo, defenderemos que la idea de campo temporal es más útil que la de la consabida metáfora del tiempo como un río.

Pero antes de avanzar por este sendero cabe señalar dos apuestas teóricas que pueden abonar a esta vía. La primera es la bidimensionalidad del tiempo y la segunda es la pluralidad temporal.

Tradicionalmente, el tratamiento del tiempo ha distinguido dos tiempos que se consideran irreductibles. El tiempo objetivo y el subjetivo, o de la conciencia, aparecen como opuestos. El tiempo métrico-cuantitativo del antes-ahora-después se contrapone al cualitativo en el que cada ahora se distiende hacia sus propios pasados y sus propios futuros. La disyuntiva entre un tiempo y otro es falsa y simplificadora. No existe un tiempo subjetivo al que se oponga un tiempo objetivo; lo que prevalece son temporalidades que no se agotan en la cronología, pero que tampoco pueden escapar de ella. En un sentido, todo proceso es irreversible en tanto que lo acaecido no puede desacontecer porque la flecha temporal impone su curso a la historia humana y a la vida individual. Pero, en otra dimensión, el presente incorpora pasados y futuros posibles; los recuerdos se rebelan en contra de la tiranía de cronos y, entonces, hasta los muertos pueden auxiliar a los vivos e inspirar las luchas sociales de quienes pugnan por hacer realidad las demandas incumplidas de los que se han ido. Por eso Walter Benjamín decía que “cada instante puede convertirse en el juicio final de la historia” y que cada momento puede sentenciar a la historia si el presente “se deja asaltar por esa parte inédita del pasado que pugna por hacer valer sus derechos” (Reyes Mate, 1993: 275).

La comprensión profunda de esta dualidad permanente del tiempo que nos sitúa simultáneamente en el plano horizontal de la cronología y en la profundidad vertical de las memorias pasadas y los futuros imaginados obliga al reconocimiento de la multiplicidad temporal. Se trata de una multiplicidad que metafóricamente puede ser mejor entendida como una malla o red de tiempos que transcurren sincrónicamente en un campo temporal.

Los transcursos temporales son múltiples y diversos en sus manifestaciones. Nadie puede negar que existen diferentes escalas para tiempos más o menos inconmensurables como el biológico, el psicológico, el histórico, el cósmico, etcétera. Si la multiplicidad temporal existe en las ciencias naturales –hay escalas diferentes para la microfísica y para la macrofísica, para la dinámica y para la termodinámica–, con mayor razón esta multiplicidad ha de reconocerse en el campo histórico social; no solamente porque cada sociedad tiene su propio tiempo y su propia historia –tanto como cada acontecimiento tiene su propio ritmo, origen y duración– cuanto porque en la diversidad de formas de vinculación entre pasados, presentes y futuros las significaciones temporales de los mundos sociales adquieren su mayor riqueza. Por esto, la historia puede concebirse, a la manera de Ernst Bloch, como conjunto polirrítmico o como una historicidad que se expresa en múltiples duraciones, como quería Braudel.

Este par de estrategias, la bidimensionalidad y la pluralidad temporal, sitúan a las ciencias sociales, particularmente a la sociología, como disciplinas con vocación de apertura hacia las diversas formas de entendimiento del mundo. En efecto, la sociología ha ofrecido por lo menos dos aportaciones fundamentales a la comprensión de la temporalidad, de las que pueden beneficiarse todas las ciencias y disciplinas. La primera consiste en mostrar, con Norbert Elías (1989), que la noción de tiempo constituye un “símbolo de altísimo nivel de abstracción” que ha sido construido social e históricamente en un larguísimo proceso. La segunda en haber reconocido, antes que las ciencias duras, que la incertidumbre, la complejidad y la heterogeneidad de la realidad son atribuibles, justamente, a la naturaleza tempórea, constitutiva y constituyente, de toda realidad.

Las expresiones de esta apertura de la sociología para el tema del tiempo son innumerables. Utilizan prolíficamente el lenguaje metafórico para dar cuenta de la insondable riqueza de la temporalidad social. Con Ramos (2005), un tiempo bifronte, ambivalente, que se expresa a la vez como desgarro y como acuerdo, puede ser analizado en los discursos sociales que muestran que el tiempo se vive a partir de sus imágenes como escenario, horizonte y recurso. Con Josetxo Beriain (2005), el ritmo del tiempo social puede ser pensado a partir de “montañas sagradas” en donde se concentra la experiencia temporal y los “valles profanos” en los que esta experiencia se diluye. Arritmias y discontinuidades históricas son analizadas en clave musical para dar cuenta de los ritmos acelerados, abruptos o suaves del tiempo social de la modernidad.

Estas y muchas otras formas de nombrar al tiempo, del que nos sabemos a una vez descendientes y progenitores, nos capacitan para comprender la evolución de las métricas temporales que rigen al mundo y el papel central que han tenido el reloj y el calendario como formas ejemplares en la estructuración temporal de nuestras sociedades. También logramos evidenciar la fetichización del tiempo y la manera en que el sentido común se acomoda mejor a la idea newtoniana del tiempo como un flujo que existe con independencia de los procesos y fenómenos. Las múltiples formas en las que sustantivamos el tiempo cuando decimos que se pierde o se gana, pasa, se detiene o vuela, se gasta o se malgasta, son fuente inagotable para el análisis sociológico del tiempo.

Para explorar las posibilidades de vinculación transdisciplinaria en torno al tiempo, postulamos la conveniencia de explorar algunos principios epistémicos y metáforas fecundas. Las que a continuación se presentan son apenas algunas de las muchas que pueden explorarse. Entre los principios epistémicos ciertas categorías fundamentales que comparten hoy ciencias y disciplinas como la relatividad, la complejidad, la incertidumbre. Entre las metáforas, innumerables imágenes mediante las cuales el tiempo es representado. Cuando narramos las experiencias sociales del tiempo utilizamos figuras conocidas para hablar del tiempo circular, teleológico, lineal, espiral, bifurcado, denso, abigarrado, congelado, ágil, aletargado, congelado. Por ahora nos centraremos en tres metáforas de mayor nivel de generalidad que pueden resultar de gran riqueza para la sociología: la de los ritmos sociales, la del campo temporal y, ligada a ésta, la de multiplicidad de mundos.

Principios epistémicos

Propongo concebir los principios epistemológicos como los postulados que se sitúan en un momento inicial de la generación del conocimiento y poseen un nivel de abstracción mayor que los enfoques y las perspectivas teóricas, las teorías generales y las teorías particulares sobre ciertos fenómenos o procesos. Operan como verdaderas lógicas de lectura, apuestas de conocimiento que determinan y justifican al conjunto de elecciones sucesivas que se toman en una investigación.

Sin duda, el constante intercambio en la difusión de conocimientos entre las diversas ciencias, disciplinas y culturas ha alimentado un vocabulario compartido. La fascinante historia del universo, el desarrollo de la genómica, las aportaciones de la paleontología y del evolucionismo, la cibernética y, en general, las llamadas “nuevas ciencias” han permitido la incorporación de novedosas visiones sobre nuestros mundos materiales, históricos y simbólicos. Los cientistas sociales y los humanistas no necesitamos comprender a cabalidad el lenguaje matemático en el que se expresa la relatividad para hacer eco de su significado como punto de partida del conocimiento. Tampoco requerimos amplios conocimientos de biología para entender la importancia de la evolución y lo que ha significado para nuestras sociedades al mostrarnos que el mundo no es estático ni eterno, sino que evoluciona en el tiempo y que lo hace de lo más simple a lo más complejo. Es innegable que los científicos de la materia y de la vida han incorporado la dimensión histórica, tan propia de las ciencias sociales, a sus propios objetos. El universo y la evolución pueden ser descritos históricamente y esto ha contribuido a nuestra concepción del mundo como algo complejo. En un mundo como éste, dice Lee Smolin, “todas las propiedades de las cosas son en última instancia relativas. La noción de propiedad absoluta –en referencia a las especies biológicas, por ejemplo– ha quedado tan obsoleta como la concepción newtoniana de un espacio y tiempo absolutos” (Brockman, 2000: 26).

 

La teoría de la relatividad revolucionó a la física y al conocimiento humano, en general. Einstein, cuyo nombre se asocia obligadamente a la comprensión del tiempo, efectuó una revolución epistemológica y teórica al proponer que el tiempo es una forma de relación y no, como lo creyó Newton, un flujo objetivo. La idea más importante de la teoría general de la relatividad, dice Smolin, es que “en el nivel fundamental las cosas no tienen propiedades intrínsecas; todas las propiedades son relaciones entre cosas” (Smolin, 2000: 272).

A partir de estos hallazgos, las ciencias sociales, y la sociología entre ellas, pueden derivar algunas consecuencias importantes para su propia epistemología. La principal, indudablemente, es la suposición de la naturaleza local de todo tiempo, la idea de que cada fenómeno tiene su propio tiempo asociado o, mejor aún, que no hay tiempo sino temporalidades múltiples, cotemporalidades.

La aportación de Einstein va más allá. Su teoría puede considerarse como “una maravillosa justificación de la multiplicidad armónica de todos los puntos de vista” (Gras, 1985: 148). Las consecuencias de esta idea traspasan el ámbito de la epistemología y de la teoría. Creo que añaden al problema del conocimiento una exigencia de pluralidad a la que no debe ser ajena, el día de hoy, la defensa de una multiplicidad de mundos con legítimo derecho a existir.

En la actualidad, las “nuevas ciencias” han demostrado el carácter irreversible de la evolución de los sistemas no lineales –o alejados del equilibrio–, signados por procesos de autoorganización y estructuras disipativas que determinan una flecha del tiempo.

Puede decirse que la noción central que comparten dichas ciencias, y que surge del reconocimiento de la naturaleza no lineal de los procesos, es la incertidumbre. El principio de incertidumbre de Heisenberg muestra el carácter inherentemente indeterminista de la naturaleza y su consiguiente apertura hacia el pasado y el futuro.

El indeterminismo cuántico implica que para un estado […] existen muchos […] futuros alternativos o realidades potenciales. La mecánica cuántica suministra las probabilidades relativas de cada resultado, aunque no nos dice cuál futuro potencial se convierte en realidad. Pero cuando un observador humano realiza una medición, sólo se obtiene un resultado […]. En la mente del observador, lo posible pasa a ser real, y el futuro abierto pasa al pasado fijo: justamente lo que queremos dar a entender con el concepto de transcurso del tiempo (Davies, 2002: 27).

Todo parece indicar que hemos superado el determinismo, pieza central de la mecánica newtoniana y modelo universal de cualquier esfuerzo científico. El determinismo, dice Wallerstein, “se conjuntaba con la linealidad, el equilibrio y la reversibilidad del tiempo para formar un conjunto de criterios mínimos mediante los cuales se pudieran juzgar como científicas las explicaciones teóricas” (Wallerstein, 1999: 32). Los nuevos desafíos se pueden expresar, con el mismo autor, de la siguiente manera:

en lugar de certidumbres, probabilidades; en vez de determinismo, caos determinista; en vez de linealidad, la tendencia a alejarse del equilibrio y a la bifurcación; en lugar de dimensiones enteras, fractales; en vez de reversibilidad del tiempo, la flecha del tiempo. Y […] en vez de la ciencia como fundamentalmente diferente del pensamiento humanista, la ciencia como parte de la cultura (Wallerstein, 1999: 13).

Un buen ejemplo de esta forma de pensamiento puede ser Prigogine, quien en sus propias palabras llegó a las ciencias “exactas” a partir de las ciencias humanas y, como es sabido, no sólo revolucionó a la física posrelativista, sino que también influenció a otras disciplinas, como la sociología.

La noción de “estructuras disipativas”, mostrada por este autor en 1967, expresa las propiedades de los sistemas complejos –o alejados del equilibrio. Estas propiedades son: “sensibilidad y por tanto movimientos coherentes de gran alcance; posibilidad de estados múltiples y en consecuencia historicidad en las elecciones adoptadas por los sistemas” (Prigogine, 1998: 32).

Por esto, el mensaje fundamental de la segunda ley de la termodinámica es que nunca podemos predecir el futuro de un sistema complejo; éste siempre estará abierto. La inestabilidad dinámica –que no radica en la insuficiencia de nuestro conocimiento, sino en la naturaleza dinámica de todo sistema– está en el origen de las nociones de probabilidad y de irreversibilidad. Esto porque “la producción de entropía contiene siempre dos elementos dialécticos: un elemento creador de desorden, pero también un elemento creador de orden” (Prigogine, 1998: 47-48).

No podemos prever el porvenir de la vida, o de nuestra sociedad, o del universo. La lección del segundo principio es que este porvenir permanece abierto, ligado como está a procesos siempre nuevos de transformación y de aumento de la complejidad. Los desarrollos recientes de la termodinámica nos proponen por tanto un universo en el que el tiempo no es ni ilusión ni disipación sino creación (Prigogine, 1998: 98).

Así, si admitimos con Prigogine que el tiempo es creación, no hay mejor régimen temporal que el de la historicidad humana –que abarca a una multiplicidad e historias acaecidas y posibles– para dar cuenta de la inestabilidad dinámica. Más que una norma o patrón, el vínculo entre los modelos termodinámicos de la irreversibilidad y los procesos sociales constituye, como bien lo expresa Raymundo Mier (1998), “un régimen de imaginación teórica”, en donde los alcances metafóricos del diálogo entre las ciencias toman un nuevo curso: el de la “imagen de un proceso humano abierto a la creación incesante y que en cada instante se enfrenta a condiciones que lo obligan a decidir en condiciones azarosas un trayecto no pocas veces trágico, pero no pocas veces luminoso” (Prigogine, 1998: 98).

Metáforas fecundas

En su texto “La metáfora como analizador social”, Emmanuel Lizcano señala: “Todo discurso está poblado de metáforas, aunque la mayoría de ellas –y precisamente las más potentes– pasen desapercibidas tanto para quien las dice como para quien las oye” (Lizcano, 1999: 29). Este autor ofrece una visión sobre el lenguaje metafórico, que resulta en todo conveniente a un propósito como el nuestro: articular una visión transdisciplinaria del tiempo a partir de metáforas productivas para entender su complejidad. Lizcano afirma que todo concepto es metafórico y toda metáfora es social. La actividad metafórica, mediante la que nombramos y conceptualizamos el mundo, no es sólo una actividad lingüística, sino una en la que “se trasluce el contexto y la experiencia del sujeto de la enunciación” (Lizcano, 1999: 31).