En la cresta de la ola

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From the series: Pùblicamemoria #15
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La crisis de la historiografía nacional. Del predominio del Estado a los dominios de los saberes como singularidades de las prácticas sociales. A lo largo del siglo XX, lo que distingue a los relatos de la historiografía dominante es la ubicación del Estado y la nación, y su estrecho matrimonio, en el centro de la figuración de los lazos sociales y sus agentes específicos. La escritura de las “historias nacionales” se prolongó hasta los años noventa, pero incluso cuando se hablaba de ámbitos particulares (la Iglesia, el mundo del trabajo, el campo…) se reproducía su figuración a través de las lógicas del propio Estado. En los años noventa hay un viraje. Se dejan de escribir las “historias nacionales”, se desvanece este peculiar estatocentrismo y es desplazado por una historiografía a la que se le llama “fragmentaria” (Dosse, 2009). Se empieza a escribir la historia de la educación a partir de los saberes educativos, la de la medicina a partir de los saberes médicos, la de la Iglesia a partir de los saberes religiosos, etcétera. La idea de la “fragmentación” es equívoca. Una de las características del cambio actual del régimen de historicidad reside precisamente en la implosión de la centralidad del Estado como lugar de significación de las prácticas sociales. La historicidad de estas prácticas y las relaciones de poder en las que se sustentan se busca ahí donde acontecen, en una historia del “adentro” de sus instituciones y lazos sociales, ya no en la esfera de una historia en general.

Lo local como lo global. Por lo general, la historiografía del siglo XX concibió las relaciones con los procesos globales como “influencias” o “intervenciones” del afuera en el adentro. Era otra manera de autocentrar los procesos locales sobre sí mismos. Una parte del autismo que caracterizó a la historiografía mexicana. Desde los años noventa, las problemáticas características de los procesos de globalización (migraciones, flujos, expansiones, tráficos) se tratan más bien como procesos de diseminación, interconexión e interacción que producen en el país realidades inéditas. Lo global es buscado cada vez más en la singularidad de lo local (Steger, 2014).

El cuerpo como centro de la politicidad. Los antiguos estudios característicos de la historia social –sujetos sociales que encontraban su principio de existencia en la relación entre economía y política– ceden su paso a las historias basadas en los clivajes del cuerpo: el género, la etnicidad, la edad, la animalidad se sitúan en el centro de las cartografías de la subalternidad. Se trata de un viraje historiográfico radical. En su centro se encuentra la eclosión de las categorías de la economía política como formas distintivas de desdibujar la relación entre los individuos y las relaciones de poder y control. El viraje tiene sus orígenes en la neutralización de la politicidad de las relaciones fincadas en las categorías donde lo social emana de lo económico para centrarse en las signaturas del cuerpo como resort de la representación. Todo esto nos obliga a preguntarnos por los visibles cambios que ha sufrido la esfera de lo político en las últimas tres décadas.

El tiempo presente en la historia: generaciones, memoria y controversia 1

Eugenia Allier Montaño

Siempre se estudió y se valoró el presente en historia. Desde Herodóto y Tucídides, pasando por la historia medieval y llegando a Ernest Lavisse y Marc Bloch (Lacouture). Sin embargo, en casi todas las ocasiones se trató de emprendimientos aislados y no muy reconocidos por la comunidad histórica.

Al surgir la historia del tiempo presente en la década de los años setenta en Europa, varios fueron los puntos debatidos y las críticas que se oponían a su existencia: la falta de objetividad, la carencia de distanciamiento temporal, la inexistencia de fuentes primarias. Y aunque es posible que esos debates hayan sido superados en Europa, en algunos países de América Latina todavía existen dudas sobre su viabilidad y pertinencia: se trata de un campo en construcción y que aún debe ser aceptado entre sus “hermanas mayores”. Por esta razón, en este texto quiero concentrarme en algunos aspectos que determinan la definición teórico-metodológica y conceptual de esta propuesta. Con este objetivo en mente, el texto está dividido en cuatro apartados. En el primero hago un repaso del surgimiento de este campo historiográfico, así como de las principales obras escritas en Europa y América Latina, y de las definiciones teóricas que se adoptan sobre esta forma de hacer historia. En el segundo propongo una definición personal al respecto. En el tercero analizo otros términos cercanos al de historia del presente para definir si se trata del mismo proyecto o de distintos proyectos con diversos términos. Por último, abordo las objeciones ya señaladas en cuanto a historizar el presente: la falta de objetividad, la carencia de distanciamiento temporal y la inexistencia de fuentes primarias y de historiografía alternativa, que no son verdaderos obstáculos que impidan llevar a cabo una historia del tiempo presente.

Construir un campo con una denominación: objeto y funciones

Los años setenta son determinantes en el surgimiento de este campo historiográfico. En 1978 fue fundado el Institut d’Histoire du Temps Présent (IHTP) en Francia,2 inaugurado en 1980 por François Bédarida. El instituto es heredero del Comité de Historia de la Segunda Guerra Mundial, establecido en 1951, cuyas bases datan de 1944, cuando el gobierno de Charles de Gaulle creó la Comisión sobre la Historia de la Ocupación y de la Liberación de Francia, con la misión de reunir fondos documentales y testimonios. En 1978, el Comité fue integrado al IHTP, que se constituía como un nuevo laboratorio del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), que se haría cargo del dossier de Vichy.3 En el momento de su creación, el primer nombre considerado fue Institut du Monde Contemporain, que fue abandonado rápidamente por prestarse a confusión, porque el término contemporáneo remitía al periodo de estudio (la contemporaneidad entendida como el momento posterior a la Revolución francesa) y porque acababa de fundarse el Institut d’Histoire Moderne et Contemporaine (García, 2003). En 1978, nombrar así al IHTP sonaba como un desafío, pues todavía era muy fuerte el sentido común que afirmaba que los historiadores estudiaban el pasado, pues se necesita una distancia para la serenidad de sus análisis (García, 2003).

De manera paralela, en Alemania se creaba el Institut für Zeitgeschichte. De hecho, se trata de las únicas dos instituciones dedicadas por completo a la historia del presente, que desde ese momento conllevarían la institucionalización de esta parcela historiográfica en ambos países.4 Vale la pena decir que en sus inicios ambos institutos respondían al afán de dedicar una atención especial a la historia de la catástrofe europea y mundial de 1939-1945 (Aróstegui, 2004). Así, la primera definición de la historia del tiempo presente se ligó al estudio de la segunda guerra mundial y los periodos posteriores. Sin embargo, muchos historiadores criticaron esta visión, por centrar la periodización en Europa, prefiriendo hablar de “historia de lo muy contemporáneo” (Laborie, 2003).

Pese a la importancia creciente de la historia del presente, son pocos los trabajos teóricos dedicados a esta historia. En Francia se localiza el libro Écrire l’histoire du temps présent, de 1993, fruto de las jornadas de estudio llevadas a cabo por el IHTP en 1992. Hay cerca de cincuenta contribuciones de historiadores, sociólogos y filósofos que discuten las temáticas, las dificultades y los retos de la historia del presente, pero siempre con una visión de este campo como periodo histórico y no como forma de historizar.

En términos cronológicos, la siguiente obra relevante es la de Josefina Cuesta Bustillo, que en 1993 publicó un libro de apoyo para la docencia en el que definía la historia del presente como una categoría dinámica y móvil, identificada con el periodo cronológico en el que existen actores e historiadores:

Por historia del presente –reciente, del tiempo presente o próxima, conceptos todos ellos válidos– entendemos la posibilidad de análisis histórico de la realidad social vigente, que comporta una relación de coetaneidad entre la historia vivida y la escritura de esa misma historia, entre los actores y testigos de la historia y los propios historiadores (Cuesta Bustillo, 1993: 11).

Se trata de un aporte muy valioso que examina los distintos conceptos utilizados para definir esta parcela, que hace su propia definición, que revisa las dificultades propias del campo y que aborda las fuentes para su realización, así como el vínculo que tienen historia del presente e historia de la memoria. No obstante, es un libro raramente recuperado por la bibliografía especializada.

En 1999, Timothy Garton Ash publicó History of the Present, un collage sobre acontecimientos ocurridos en Europa desde 1989. Garton Ash defiende la posibilidad de llevar a cabo una “historia en caliente”, realizada a través de entrevistas y de “inmersión total” en los acontecimientos: un ejercicio de intersección entre historia, periodismo y literatura (Lagrou, 2000). En el libro, Garton Ash deja claras dos cuestiones: primero, que la historia muy reciente implica una práctica particular, radicalmente diferente de aquella de periodos más antiguos; segundo, que el presente, entendido como el conjunto de evoluciones y acontecimientos en gestión, comienza en 1989, y que todo lo anterior pertenece definitivamente al pasado.

Desde España también llegó otro aporte fundamental, el de Julio Aróstegui (2004), que con La historia vivida se convirtió probablemente en uno de los teóricos más importantes de este campo historiográfico, logrando lo que a mi parecer es una de las definiciones más certeras y completas de esta parcela historiográfica. Para Aróstegui se trata de una historia de lo inacabado, de lo que carece de perspectiva temporal (de una historia de los procesos sociales que todavía están en desarrollo), y una historia que se liga con la coetaneidad del propio historiador. Si el presente es siempre una construcción social, “un momento en la serie de todo el pasado”, también debe ser entendido como:

 

el momento de la historia vivida por cada uno de nosotros en el curso de la serie histórica completa. Más bien la concepción del presente histórico tiene las connotaciones absolutas y abstractas de una categoría histórica en sí misma que se aplica a caracterizar los múltiples momentos sucesivos en que las sociedades atraviesan una situación única: el momento de la coetaneidad (Aróstegui, 2004: 101. El énfasis es de la autora).

La coetaneidad no se refiere sólo al hecho de que el historiador haya conocido o no el acontecimiento, que lo haya vivido, sino que define también el presente histórico, en la medida que anuda las formas de relación de las generaciones con el mundo y los acontecimientos que les han tocado vivir.

Aróstegui echó mano de Karl Manheim y José Ortega y Gasset (Mannheim, 1993; Ortega y Gasset, 1987), retomando la noción de generación en cuanto a fenómeno biológico y social. En cada momento histórico existen tres generaciones que comparten un momento histórico: la generación en formación (sucesora), aquella que iría más o menos de los 0 a los 30 años, y que justamente se caracteriza por estar formándose; la generación hegemónica (activa), entre 30 y 60 años, que detenta tanto los medios de producción como el poder político, administrativo y social; la generación transmisora (antecesora), más allá de los 60-70 años, que ya no detenta los medios pero que aún tiene poder a su alcance y que, en muchos sentidos, está transmitiendo sus conocimientos y su poder a las otras dos generaciones.5

Aróstegui señala que existen dos fenómenos principales que se vinculan en la realidad generacional: la sucesión y la interacción. Las generaciones se suceden unas a otras, pero lo que interesa a la historia del presente es la interacción: “Una misma generación conocerá tres sistemas de coexistencia, pero el recorrido por los tres constituirá la historia de su presente” (Aróstegui, 2004: 125). Cada generación convivirá a lo largo de su propia existencia con otras cuatro generaciones. Al ser la generación en formación conocerá a dos por encima. Al ser la activa conocerá una nueva en formación. Y al llegar a la transmisión conocerá a una nueva generación en formación. Con cada una de esas cuatro generaciones compartirá un presente histórico y una experiencia común. “Un presente histórico es, pues, en último extremo, el resultado del entrecruzamiento de presentes generacionales” (Aróstegui, 2004: 121).

Ahí radica la definición de historia del presente. Cuando el historiador estudia un periodo del cual existe al menos una de las tres generaciones que vivieron el acontecimiento se está haciendo una historia de la coetaneidad, de un tiempo que aún es vigente, porque el historiador está investigando un presente histórico: un presente del cual es coetáneo, al ser coetáneo de al menos una de las generaciones que lo vivieron. El presente histórico, entonces, no es el ahora o la inmediatez, sino un lapso más amplio que está vinculado con la existencia de las generaciones que experimentaron un suceso. Y es que, como señala Guadalupe Valencia (1999), “presente, pasado y futuro son transmutables por la experiencia”. La experiencia de aquellos que vivieron un acontecimiento prefigura el presente en el que los coetáneos siguen viviendo.

Por eso es que decimos que la historia del tiempo presente tiene márgenes móviles. No es un periodo ni un acontecimiento, es una historia que se liga con la coetaneidad y con las generaciones vivas que experimentan el tiempo histórico. Por eso se va moviendo con los propios límites de lo contemporáneo-coetáneo.

Aróstegui finalmente señala que “ la historia del presente es, en último análisis, la construcción de la historia de sí misma que hace la generación vigente, una autohistoria o egohistoria” (Aróstegui, 2004: 138). Por supuesto, su definición ha sido criticada por el carácter egocéntrico que conlleva (Franco y Levín, 2007), y si bien coincido con esta crítica, al mismo tiempo convengo en la contribución de Aróstegui al entendimiento del presente histórico a partir de la definición respecto a la presencia de generaciones vivas, que pocos autores han sido capaces de aportar al campo.6

En los últimos años ha habido un auge de las publicaciones sobre historia del presente. En primer lugar, se localiza el texto de Hugo Fazio, quien desde Colombia realizó un valioso aporte a la discusión con La historia del tiempo presente: historiografía, problemas y método (2010). Para Fazio, esta subdisciplina no puede estar identificada exclusivamente con las generaciones vivas, sino ser entendida desde los tres conceptos que la delimitan:

Se debe considerar como historia en cuanto es un enfoque que pone énfasis en el desarrollo de los acontecimientos, situaciones y procesos sobre los que trabaja. Es tiempo en la medida en que se interesa por comprender la cadencia y la extensión diacrónica y sincrónica de esos fenómenos analizados. Es presente, entendido como duración, como un registro de tiempo abierto en los extremos, es decir, que retrotrae a la inmediatez ciertos elementos del pasado (el espacio de experiencia) e incluye el devenir en cuanto expectativas o futuros presentes (el horizonte de expectativa) (Fazio, 2010: 140).7

En segundo término, considera que debe ser una historia que tome en cuenta las transformaciones que ha vivido la sociedad contemporánea. Asegura que la perspectiva diacrónica que la caracteriza en su estudio del presente es la que les imprime una mirada diferente a otras ciencias sociales. En este sentido, un cuarto aspecto que la puntualiza es su carácter global transdisciplinario. Es decir, recobra la vieja propuesta de Marc Bloch de realizar trabajos que incluyan a historiadores de distintas latitudes y con perspectivas disciplinares variadas. En síntesis, Fazio considera que “la historia del tiempo presente representa la ruta cartográfica de la historia global” (Fazio, 2010: 148).

El siguiente libro, fundamental en este aspecto, es el de Henry Rousso, quien fue director del IHTP, y uno de los primeros historiadores en hacer historia del tiempo presente. En 2013 concentró sus esfuerzos en definir y trabajar teóricamente el concepto en La dernière catastrophe. L’histoire, le présent, le contemporain. Rousso afirma que la particularidad de esta parcela historiográfica es que se interesa en un presente que es el suyo mismo, en un contexto donde el pasado no está ni acabado ni se ha ido y donde el sujeto de la narración es un “todavía-ahí”. Considera que su final, por definición, es móvil. Además, y ésa es su principal hipótesis de trabajo, el interés por el pasado cercano parece ligado a un momento de violencia paroxístico, y sobre todo a su “después”, al tiempo que sigue al acontecimiento “deflagrador”, tiempo necesario para la comprensión, la toma de conciencia, la toma de distancia, pero tiempo también marcado por el traumatismo y por fuertes tensiones entre la necesidad del recuerdo y el señuelo del olvido. Señalará, entonces, que una de las principales características de esta historia es afrontar las fases de amnesia al mismo tiempo que busca sus propias bases epistemológicas. Desde esa perspectiva señala que el historiador del presente ha tenido como tarea hacerse cargo de un doble movimiento contrario: hacer pasado el presente y hacer presente el pasado.

Para Rousso, toda historia contemporánea comienza con “la última catástrofe”: si no la más cercana cronológicamente, sí la que aglutina el presente. Este historiador entiende el término catástrofe desde su sentido etimológico, como un “trastorno”, en su acepción griega (el que tiene consecuencias a veces insuperables), pero también como un “desenlace”, en su sentido literario y dramatúrgico.

En síntesis, Rousso considera que la historia del presente tiene ciertas características generales. Primera, la centralidad del testigo, y por tanto de la memoria (aunque la cuestión del testimonio y la de la memoria no son específicas de la historia del presente): conservar los recuerdos. Segunda, mantiene relaciones conflictivas con el poder, religioso o político: anticipa el juicio de la posterioridad cuando los principales interesados aún se mueven en el horizonte. Tercera, que el acontecimiento tiene un lugar central. Cuarta, implica la existencia de una demanda social. Quinta, el historiador se ha convertido en un experto, porque la historia del presente se ha transformado en un campo de “experticia”, un campo de acción en el seno del cual algunos actores sociales pretenden actuar retroactivamente sobre el pasado. Por último, considera que un punto importante es que esta historia ha estado ligada a la “judicialización” del pasado, es decir, a las demandas que algunos actores hacen para exigir justicia, y al hecho de que los historiadores han sido solicitados como testigos expertos en juicios de lesa humanidad.

Una propuesta para pensar la historia del presente

A partir de todos estos autores, considero que se trataría de una historia que tiene seis características que la definen. Primera, que su objeto central es el estudio del presente. Segunda, que el presente está determinado por la existencia de las generaciones que vivieron un acontecimiento, es decir, que la existencia de testigos y actores implica que podrían dar su testimonio a los historiadores, por lo que la presencia de una memoria colectiva del pasado es determinante para esta historia. Ligada a esta cuestión aparece la tercera: la coetaneidad entre la experiencia vivida por el historiador y el acontecimiento del que se ocupa, particularmente por su vínculo con las generaciones que experimentaron un momento histórico. Cuarta, la perspectiva multidisciplinaria del campo. Quinta, las demandas sociales por historizar el presente, particularmente temáticas de violencia, trauma y dolor (que aparentemente se han convertido en los ejes de esta parcela historiográfica, aunque esto no implica que los temas no puedan ser otros). Y sexta, las tensiones y complicidades entre historiadores y testigos.

Vale la pena desarrollar estos puntos. Empecemos por el carácter multidisciplinario. Hace tiempo que las ciencias sociales y las humanidades se encuentran en zonas grises respecto a su delimitación disciplinar. Para la historia, Peter Burke (2003) ha señalado que en ocasiones es más fácil para un historiador de la economía vincularse con economistas que con historiadores. Y así en cada subdisciplina. Pero todo esto es más evidente en la historia del tiempo presente: una subdisciplina fuertemente multidisciplinaria que se relaciona con (y toma prestadas metodologías y teorías de) la sociología, la antropología, la ciencia política, el psicoanálisis, la filosofía.8 Algunas de las particularidades del campo son, pues, el diálogo y el intercambio intenso y novedoso con otras disciplinas que estudian temas cercanos.

Pasemos al segundo punto: las demandas sociales y políticas. Si la historia siempre ha estado en el punto de mira de las demandas sociales (para apaciguar pasiones, para generar identidades nacionales y colectivas),9 la historia del presente conoce esta exigencia de una manera acuciante. Como ya se mencionó, la historia se vería confrontada a nuevas demandas a partir de los años sesenta, cuando diversos grupos sociales comenzaron a exigir ser escuchados por las historias nacionales, que hasta entonces los habían excluido. De alguna manera, la demanda por historizar el presente estuvo ligada a esta petición. Dijimos ya que el historiador del tiempo presente se enfrenta a pasados recientes, “calientes” y vivos, por lo que se ha visto confrontado a posicionamientos éticos y políticos no conocidos antes. La historia reciente ha tenido que enfrentarse a un problema nuevo que toma proporciones considerables: la “demanda social” de “peritaje” sobre el pasado (Noiriel, 1998). En un texto anterior (Allier Montaño, 2010) señalé que la posición ética y política de este nuevo historiador puede ser observada y analizada en dos ámbitos diferentes, aunque de alguna manera ligados: el de la justicia (al ser llamado a declarar como “testigo experto” en juicios y comisiones de verdad) y el de su intervención en comunidad sin una demanda social expresa (enfrentándose a memorias sociales vivas).10 Y es que los temas estudiados por la historia del presente dan cuenta de esa demanda de las memorias sociales, que ruegan que ciertas temáticas y problemáticas sean abordadas tanto para apaciguarlas como para explicarlas. En este sentido, para el IHTP:

 

La implicación sobre la dimensión trágica del siglo XX ha desarrollado entre los investigadores del IHTP y de su entorno cercano una sensibilidad particular al peso del acontecimiento traumático, a la confrontación con el testigo, al análisis de la memoria colectiva y de los usos políticos del pasado, a la importancia de la imagen como fuente mayor de representación del tiempo contemporáneo, a las relaciones con la demanda social y el espacio público; cuestiones que están en el corazón de la práctica de los historiadores de hoy.11

Estar atentos a las demandas, memorias y representaciones sociales y políticas ha llevado a los historiadores del presente a concentrarse en el estudio de ciertas temáticas. Esto, por supuesto, ha dependido de las circunstancias del país. En Francia se ha estudiado la segunda guerra mundial, particularmente la Shoah; también se ha abordado el proceso de descolonización, centrándose en Argelia y la guerra, aunque en los últimos años se ha ampliado la producción a otras fronteras.12 En Alemania, la segunda guerra mundial también ha dominado este campo, aunque más recientemente se observan trabajos sobre el régimen socialista y la represión política. En los países del Cono Sur, los trabajos se refieren a la última dictadura cívico-militar de cada nación.13

Como hemos visto, no pocos historiadores han hecho notar que la historia del presente nació ligada a la violencia (Rousso, 2013) y a la política (Delacroix, 2007). Para otros, “la historia de la historia reciente es hija del dolor” (Franco y Levín, 2007: 15). Dolor de la primera y la segunda guerras mundiales, del holocausto en Europa, de las dictaduras militares en el Cono Sur.

Esta asociación con el dolor ha dejado hondas huellas en las principales preguntas y marcos de estudio de la historia reciente. En efecto, se trata de una historia más preocupada por las rupturas radicales que por las continuidades, más por las excepcionalidades y “desviaciones” que por las lógicas de largo plazo. De una historia cuya escritura está indisolublemente ligada a una dimensión moral y ética (Franco y Levín, 2007: 15-16).

De hecho, para algunos autores, pese a sus éxitos incontestables, la historia del presente podría compararse con un “barco ebrio” que da la impresión de flotar en el mismo río (sus campos de investigación siguen siendo globalmente los mismos), aunque eventualmente se descubren nuevas islas para explorar (como nuevos cortes a partir de los años setenta o nuevas formas de aprehender los objetos históricos clásicos del tiempo presente, como el nazismo o las violencias de guerra) (Droit y Reichherzer, 2013).

Si bien es cierto que la mayor parte de la producción de esta parcela historiográfica sigue ligada a la violencia, al último trauma de la historia nacional, cada vez son más numerosas las investigaciones, al menos en América Latina, que versan sobre la sexualidad y la familia, las expresiones artísticas, el medioambiente y la arquitectura.14

Justamente por el tipo de temáticas que tiene como objetivo, la historia del presente muestra una característica especial y diferente: en muchas ocasiones los testigos refutan la historia escrita por los historiadores. Por esto se ha subrayado que se trata de una historia “bajo vigilancia” (Capdevila y Langue, 2009). Y es que, como hemos afirmado, este campo tiene como una de sus particularidades la existencia de un tejido vivo (González, 2016). Esto significa que se trata de una historia “que responde”:15 una de las pocas en las cuales los testigos pueden estar en desacuerdo con lo que narran los historiadores y, por la misma razón, responder a sus argumentaciones.

En cierto sentido, se da un enfrentamiento entre historia y memoria: “yo tengo las fuentes, yo conozco el pasado”, podría decir el historiador, frente al “yo lo viví, yo sí sé porque yo estuve allí” del testigo. En algunos países, las respuestas de los actores son más audibles que en otros. En Francia ha sido muy común ver respuestas, en medios escritos o radiofónicos, a los libros o las conferencias de los especialistas por parte de quienes vivieron los hechos. En México, pese a que esta subdisciplina apenas comienza a tener acogida en muchas instituciones académicas, también se han conocido diferencias entre el historiador y los testigos.16 Fernando González ha relatado las dificultades que a veces ha tenido en diversos grupos y espacios por el libro La Iglesia del silencio: de mártires y pederastas (2009). También refiere que Igor A. Caruso. Nazismo y eutanasia (2015) le supuso serias controversias en el seno del Círculo Psicoanalítico Mexicano.

El tiempo histórico estudiado por esta parcela historiográfica es presente no sólo porque sus consecuencias siguen sintiéndose (eso ocurre con el pasado más lejano también), sino porque –aunque no lo haya vivido– he convivido y discutido con quienes sí lo vivieron; en mi caso, me criaron (familiares), me formaron (docentes) y me abrieron las puertas a su vida y al pasado (testigos). El historiador del presente se enfrenta, es innegable, a una situación que no conocen otras subdisciplinas históricas: ¿Cómo escribo sobre gente que conozco?17 A lo largo de la investigación uno puede llegar a conocer muy de cerca a los actores de la historia, a formar lazos de amistad y cariño. En mi caso, cuando escribo sobre Uruguay tengo en la mente a Elbio Ferrario, ex militante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, ex prisionero político de la dictadura y actualmente director del Museo de la Memoria en Montevideo: un hombre generoso, inteligente y crítico que me acercó a muchos actores políticos y a la urbe de Montevideo. Y al narrar las memorias del 68 en México están siempre presentes Raúl Álvarez Garín (ya fallecido) y Ana Ignacia, la Nacha, Rodríguez, quienes además de sus vidas me han ofrecido su amistad: ¿qué van a pensar de lo que escribo? ¿Cómo los van a afectar mis afirmaciones?

Frente a esto, una de las opciones es realizar más encuentros entre historiadores y protagonistas que favorezcan el diálogo tanto sobre sus labores y objetivos respectivos como de los acontecimientos en cuestión. Además, no puede dejar de recordarse que hay una evidente dimensión política en el campo de la historia reciente (Franco y Lvovich, 2017).

Otros términos, ¿otros proyectos?

La historización de acontecimientos cercanos ha sido denominada de diversas maneras: presente, inmediata, reciente, vivida, actual, coetánea. De éstas, historia reciente e historia inmediata son las que han contado con más aceptación. Por esto vale la pena analizarlas.

Desde la tradición anglosajona poco se ha debatido sobre la pertinencia de historizar el presente y la validez que un tipo de historia de ese tipo tendría; esto no significa que este campo historiográfico no sea amplio; al contrario, se ha trabajado mucho y desde hace décadas, pero no se debate. En 2012 fue publicado el libro Doing Recent History: On Privacy, Copyright, Video Games, Institutional Review Boards, Activist Scholarship, and History that Talks Back, editado por Claire Bond Potter y Renee C. Romano, que justamente señala que pese a que se trata de un campo cada vez más nutrido no cuenta con libros de reflexión. Para estas dos historiadoras el pasado reciente sería aquel que tiene, máximo, cuarenta años. De hecho, la serie que dirigen se llama Since 1970. Histories of Contemporary America. Así, simplemente 40 años. ¿Por qué la arbitrariedad? No se explica.