En la cresta de la ola

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From the series: Pùblicamemoria #15
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Por su parte, Henry Rousso, uno de los primeros historiadores en hacer historia del tiempo presente, publicó La dernière catastrophe. L’histoire, le présent, le contemporain en 2013, en donde hace un importante esfuerzo por definir y trabajar teóricamente el concepto. Rousso afirma que la particularidad de esta parcela historiográfica es que se interesa en un presente que es el suyo mismo, en un contexto donde el pasado no está ni acabado, y donde el sujeto de la narración es un “todavía-ahí”, mientras que su final, por definición, es móvil. Entre las principales características de la historia del presente señala: a) la centralidad del testigo (y por consecuencia de la memoria); b) la existencia de relaciones conflictivas con el poder, religioso o político, y c) el lugar central del acontecimiento, la existencia de una demanda social, donde el historiador se ha convertido en un experto, porque la historia del presente se ha transformado en un campo de “experticia”. Además, y ésta es su principal hipótesis de trabajo, el interés por el pasado cercano parece ligado a un momento de violencia paroxístico, y sobre todo a su “después”, al tiempo que sigue al acontecimiento “deflagrador”, necesario para la comprensión, la toma de conciencia, la toma de distancia, pero también marcado por el traumatismo, y por fuertes tensiones entre la necesidad del recuerdo y el señuelo del olvido. Menciona, entonces, que un rasgo característico de esta historia es afrontar las fases de amnesia, al mismo tiempo que busca sus propias bases epistemológicas. Desde esta perspectiva, señala que el historiador del presente ha tenido por tarea hacerse cargo de un doble movimiento: hacer pasado el presente y hacer presente el pasado.

Para nosotros, hay que insistir en la conveniencia de utilizar historia del presente como definición que permite especificar que el estudio de la subdisciplina es el presente (en cuanto coetaneidad) y no un periodo de la historia de cada país, vinculado con una catástrofe, el dolor, el trauma o la violencia. Historia reciente apunta a este último aspecto, que no es aplicable a todos los países y no permite que en el campo se incluyan aspectos culturales y sociales que no sean estrictamente políticos. Respecto al concepto historia inmediata, sería difícil utilizarlo porque define lo mismo que historia del presente, pero sin haber logrado hegemonía, y porque, consideramos, estuvo ligado en sus orígenes con la inmediatez (el instante) y no con un espacio de tiempo referido a la coetaneidad.

III

Los diversos ensayos que componen este libro abarcan las complejidades tanto prácticas como epistemológicas de la historia del tiempo presente; el conjunto pone de relieve lo que quizá sea una de las características de este campo historiográfico: el debate y la explicitación de sus condiciones de posibilidad, epistémicas y políticas. Los textos están organizados en tres grandes secciones, que dan cuenta de las principales temáticas del debate en torno a la historia del tiempo presente: epistemología, heurística y construcción de un campo interdisciplinario.

En la primera sección, “Debates y definiciones”, los trabajos hacen un recuento sobre los principales debates en torno a la definición del campo historiográfico, que acá nombramos historia del tiempo presente, y avanzan en la identificación de los conflictos epistémicos, así como en nuevos usos, categorías y entronques interdisciplinarios que fortalecerán su reflexión y práctica.

Ilán Semo vuelve a la reflexión sobre la experiencia de tiempo, y teje el debate sobre el concepto de historia del tiempo presente, no sólo de las condiciones teórico-políticas que hicieron posible la emergencia de un concepto que reintegra el presente en el tiempo histórico, sino de las condiciones epistemológicas que permiten la aprehensión de una experiencia del tiempo particular, marcada tanto por la representación de esa experiencia como por lo que el autor denomina “experiencia desnuda”. En el análisis de sus condiciones epistemológicas, Semo va estableciendo los lindes de la historia del tiempo presente frente a otros conceptos con los que podría sugerirse una cierta duplicidad, como el concepto de lo contemporáneo y aquella región de la historiografía que se encargó de su explicación, la “historia contemporánea”. Semo expone las diferencias y la fractura de lo contemporáneo como experiencia fundamentalmente de la subjetividad moderna, que no puede superar el quiebre de los relatos universales, y por eso la necesidad de un concepto y práctica como la historia del tiempo presente que asume que “el estudio de los horizontes de expectativas encuentra el límite de lo que podemos saber o no; es decir, dónde se origina un fenómeno, pero no cómo ni cuándo acabará por tomar su cuerpo distintivo”.

Eugenia Allier Montaño hace un análisis de la emergencia del concepto de historia del presente dentro de las ciencias sociales en Europa y su implantación en el campo historiográfico. No sólo recupera los itinerarios de este concepto, sino que presenta la discusión epistemológica de sus principales componentes: la idea de generación como elemento de identificación del presente histórico, la coetaneidad como experiencia de lo pasado-presente, la interdisciplina como abordaje que genera reflexiones más orgánicas respecto al objeto de estudio y las demandas sociales y políticas, que no sólo se presentan ante una historiografía de este tipo, sino que la moldean como campo. Asimismo, pone en diálogo el concepto de historia del tiempo presente con otras definiciones cercanas que también tratan sobre la historización de acontecimientos cercanos: historia reciente, historia inmediata, historia vivida, entre otros. A través del análisis de los componentes, de su diferenciación conceptual y contextual, así como de los debates sobre la posible historización del presente, logra establecer los marcos epistemológicos para sostener la legitimidad de un campo historiográfico particular.

Guadalupe Valencia en su contribución para este libro sostiene que el tiempo no es un objeto más para la investigación; más bien, es una de las dimensiones de la vida. Partiendo de esa premisa, se interroga sobre las condiciones de posibilidad para la compresión del tiempo y los fenómenos que suceden temporalmente, sin reducir la mirada a un enfoque disciplinario. Lo relevante, sostiene, es discernir sobre las peculiaridades, escalas y preguntas pertinentes “a las diversas temporalidades de los mundos que hemos vuelto inteligibles”. A través del análisis de los principios epistémicos y las metáforas producidas en distintos campos disciplinarios, avanza en la construcción de una propuesta integral y compleja para el análisis de lo temporal.

Rogelio Ruiz se pregunta de qué manera puede abordarse desde la historia aquello que se inscribe en “un no-tiempo u otro-tiempo, y otras formaciones particulares que operan con sus propias temporalidades, sin quedar supeditado al rasero eurocéntrico que trazó en términos lineales y evolutivos el tiempo histórico”. En su contribución despliega los distintos análisis que sobre el tiempo histórico han acompañado a la propia formación de la historia como disciplina, y a las ciencias en general, por los desafíos epistémicos y metodológicos que representa esta dimensión constituyente de la experiencia humana. Plantea esta discusión a partir de la manera en que los historiadores se han posicionado o se han excusado de brindar explicaciones sobre el tiempo como concepto y experiencia. En primer lugar, sobre el tiempo histórico, en contraposición al tiempo natural, cuya existencia como el tiempo propio de la historia obliga a definiciones conceptuales y a los criterios que lo definen. En segundo lugar, presenta las particularidades de distintas posibles temporalidades, expresadas en las tensiones entre historia y memoria, que pueden encontrar un arreglo fructífero en la historia del tiempo presente, donde esta relación tiene la oportunidad de disipar teórica y metodológicamente las confusiones entre ambas.

Cecilia Macón, por su parte, también vuelve sobre la distancia temporal como problema epistémico de la historia del tiempo presente y propone su análisis desde el “giro afectivo”. Para Macón, “esa superposición de distancia y cercanía con el pasado en términos afectivos constituye un punto de vista privilegiado a la hora de dar cuenta de la historia del presente exhibiendo las tensiones, pero también la apertura a una respuesta”. Destaca el papel central de emociones y afectos no sólo en la forma en que entendemos el pasado, sino también en la forma que se constituyen las temporalidades, de ahí su importancia para el análisis histórico del presente, pues es un elemento que fustiga la concepción lineal del tiempo y, con esto, el precepto de “distancia histórica” en las operaciones historiográficas.

Frédérique Langue sostiene, en “Memoria y emociones de un tiempo presente latinoamericano”, que los usos políticos del pasado se han convertido a lo largo de esta última década en un tema clave para el historiador del tiempo presente. Insertándose en debates historiográficos recientes, incluyendo el de la historia pública, este breve ensayo busca historiar y resaltar la labor del historiador de oficio, contraponiéndola a determinadas formas de instrumentalización de los pasados nacionales. Se trata aquí de tomar en cuenta las historias oficiales, así como el régimen emocional que en adelante conlleva el “régimen de historicidad” característico de algunos países del cono sur.

Gabriela Rodríguez Rial propone en su contribución revisar los itinerarios de la historia conceptual y la historia del tiempo presente, destacando sus intersecciones, particularmente las temporalidades, en tanto que concepto y campo de análisis. En estas imbricaciones, destaca algunos elementos que podrían fortalecerla, desde la historia conceptual: la definición de las condiciones de posibilidad del tiempo presente, en que uno de los problemas fundamentales es “encontrar un concepto-problema para narrar nuestra experiencia histórica coetánea que nos permita comparar los procesos políticos que el mundo en general y América Latina en particular vienen experimentado desde los años setenta”. Otro elemento es el uso de herramientas conceptuales para el trabajo heurístico como “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativas”. El instrumental de la historia conceptual, plantea, puede contribuir a la historia del tiempo presente “para comprender mejor los pasados y los futuros pasados que persisten en los procesos políticos y sociales que nos son coetáneos”.

 

Eugenia Allier Montaño, en “Ética y política en el historiador del tiempo presente”, señala que el historiador del tiempo presente, al abordar pasados recientes, “calientes” y vivos, enfrenta el problema de la “demanda social” de “peritaje” sobre el pasado, por lo que se ve en la necesidad de asumir posicionamientos éticos y políticos no conocidos antes, que se expresan en dos ámbitos diferentes: “el de la justicia (al ser llamado a declarar como ‘testigo experto’) y el de su intervención en comunidad sin una demanda social expresa (enfrentándose a memorias sociales y vivas)”. De esta manera, afirma que el historiador en todo momento debe reflexionar sobre la labor que está realizando, lo que significará su intervención en una comunidad determinada y las posibles implicaciones éticas y políticas de los resultados de sus investigaciones.

La segunda sección del libro, “Fuentes y metodologías”, agrupa a un conjunto de ensayos cuyo eje central es la heurística, es decir, las estrategias metodológicas para lograr la comprensión y explicación de nuestra historia presente. La heurística de la historia del tiempo presente está situada en contextos políticos en disputa por los sentidos y significaciones del pasado reciente y por los despliegues del presente, por lo que la reflexión metodológica, en el caso de este campo interdisciplinario, esta permeada por las reflexiones sobre las diversas implicaciones políticas y sociales de los métodos y procesos de análisis, así como por las implicaciones epistemológicas derivadas de las tensiones políticas. La situación y posición del propio historiador o historiadora, el papel del testimonio, el uso de los archivos o las nuevas tecnologías, no son pasados como meras herramientas.

Dentro de la discusión teórica e historiográfica de la historia del tiempo presente se ha asumido que uno de los elementos constituyentes de este campo interdisciplinario es la coetaneidad del sujeto y el objeto de análisis; sin embargo, metodológicamente esto tiene implicaciones en el mismo proceso historiográfico. Benedetta Calandra explora desde su propia condición de outsider la relevancia que la dimensión espacial tiene en la generación de conocimiento sobre el presente; es decir, la posición del investigador, entendida como el “espacio en donde se produce la historia”. Para esto, Calandra echa mano de las categorías de location y positionality que denominan al conjunto de “factores que rodean al individuo, caracterizados por el tipo de academia, de sociedad, de cultura y de instituciones, junto a los lugares en donde se produce y se escribe historia”. Tomando en cuenta que, si bien la coetaneidad es relevante en la historia del tiempo presente, no todos somos coetáneos de la misma manera, o como lo plantea Candra, se trata de reflexionar sobre el proceso de escribir “sobre un pasado cercano de una tierra lejana”.

El proceso en el que surge la historia del tiempo presente ha sido acompañado por otros fenómenos políticos y sociales que han tenido un efecto central en el desarrollo epistemológico de las ciencias sociales, entre los que destaca la figura de la “víctima”. Transformada de alguien que ha padecido un daño al depositario incuestionable de una verdad, la “víctima” ejerce no sólo influencia en el ámbito de las políticas de justicia y memoria, sino en la misma comprensión y explicación de los procesos históricos, en tanto que se coloca como fons unicus et supremus de los pasados recientes. En este sentido, Fernando González realiza una serie de cuestionamientos sobre el uso del testimonio y describe los procesos específicos en los cuales se testimonia, así como las experiencias de lo que se relata. A partir de analizar el uso del testimonio de situaciones “en las cuales lo violento se manifiesta de forma mortífera de diferentes maneras”, el autor propone una crítica a lo que denomina “el imperio del traumatismo” y la era de las víctimas. Al trabajar con testimonios de víctimas de violencia sexual, Fernando González explora y nos expone sus complejidades, las formas en que el testimonio se construye (no sólo por el historiador o analista, sino por quien testimonia) y los retos metodológicos y éticos que esto plantea.

Por su parte, Juan Sebastián Granada-Cardona repasa el giro subjetivo desde el análisis del binomio víctima-victimario, mostrando las principales discusiones en el ámbito teórico y decantándolas en el análisis del proceso de justicia transicional del caso colombiano, urgiendo su análisis en tanto que víctimas y victimarios han devenido en “los testigos expertos, en las voces habilitadas para escarbar e interpretar el pasado, en los intérpretes clave para revelar los secretos de los sucesos estudiados”.

El aporte de Alicia de los Ríos, “Entrevistar perpetradores de violencia en el siglo XXI. Problemas e intersecciones entre historia oral e historia del presente”, se sitúa en la reflexión de la relación víctima-victimario para cuestionar el peso dado a la víctima en la historiografía de los movimientos sociales y la insurgencia en los años sesenta y setenta. Así, analiza algunos de los problemas metodológicos y éticos al trabajar con el testimonio de perpetradores y señala, en primer lugar, que metodológicamente es posible generar testimonios de perpetradores no desde la empatía, sino del establecimiento de confianzas. Siendo ella misma hija de militantes guerrilleros, su padre fue asesinado y su madre detenida-desaparecida en los años setenta, narra su experiencia entrevistando a un exagente de la Dirección Federal de Seguridad, una de las dependencias que operó la contrainsurgencia en México. A partir de esto, y la reflexión metodológica, concluye que las entrevistas con perpetradores, sin convertirlas en escenario de juicio, desmitifican “el elemento de empatía invocado la mayoría de las veces, atendiendo urgencias del presente con el pragmatismo requerido por la situación de emergencia, registrando voces de quienes no pertenecen a comunidades habituales de entrevistados, que incluso son considerados antagónicos políticos e ideológicos”.

El desarrollo reciente del campo historiográfico de la historia del tiempo presente en América Latina ha estado vinculado con las disputas por los archivos de la represión de los distintos regímenes autoritarios. Como es una constante, las cuestiones de método tienen un fuerte componente político, en este caso no sólo porque los archivos toman relevancia en los juicios a perpetradores o en los procesos de justicia transicional, sino porque el archivo se convierte en una barrea política que justifica un desplazamiento epistemológico. En su ensayo, Camilo Vicente aborda esta compleja relación, particularmente desde la experiencia mexicana, así como los desafíos metodológicos y políticos que el archivo plantea para la historia del tiempo presente, “porque en tanto concepto y dispositivo no sólo articula un sistema documental, sino las relaciones de poder que establecen el campo de lo posible para el conocimiento histórico”.

En el desarrollo de un campo historiográfico, un papel central es la inclusión de nuevas fuentes para el análisis histórico y muchas veces la emergencia de una subdisciplina histórica ha estado vinculada al trabajo con fuentes novedosas; la historia de las mentalidades o la historia oral pueden mencionarse entre ellas. César Vilchis presenta el uso de la televisión y el internet como fuentes para la historia del tiempo presente. En su contribución no sólo destaca las posibilidades y sus diversas formas de uso, sino que desplaza uno de los cuestionamientos recurrentes: la supuesta falta de fuentes. Vilchis muestra justo lo contrario. Así, concluye, la televisión y el internet “indudablemente han transformado los hábitos informativos y de entretenimiento de la sociedad contemporánea. De esta manera, se presentan como ventanas que permiten observar múltiples aspectos de la realidad política, económica, social y cultural del pasado reciente”.

El ensayo de Sergio Arturo Sánchez, que cierra esta sección, muestra los usos de la prensa para el estudio de las violencias, en particular la formación de un público lector de la violencia desplegada por grupos guerrilleros a través de la interpretación del Estado. Con este análisis, expone el proceso de formación de espacios de lo público, es decir, la esfera pública y sus actores, y cómo su estudio alimenta la formación del campo de la historia del tiempo presente en México.

La tercera sección del libro, “Construcción de los campos”, presenta la historia de la formación, las condiciones y el desarrollo del campo interdisciplinario en el cono sur y México. Traer a cuenta estas experiencias resulta relevante para contextos nacionales en los que una perspectiva como la historia del tiempo presente aún está en ciernes. Por esto, las contribuciones de Rodolfo Gamiño, Marina Franco, Silvina Jensen, Soledad Lastra y Rodrigo Patto Sá Motta constituyen un cierre adecuado para las distintas discusiones y análisis presentados en el libro, pues muestran cómo a la par de debatir teóricamente hubo que impulsar procesos de institucionalización que brindarán espacios y condiciones para el desarrollo de la investigación historiográfica del presente.

Rodolfo Gamiño presenta las condiciones de posibilidad, y los debates con las historiografías más tradicionales, de una historia del tiempo presente en México. El punto de quiebre fue el proceso de alternancia del año 2000 que abrió al debate público el pasado reciente de México: “el presente nos estalló en la cara como un acontecimiento novedoso que involucraba el pasado, particularmente la violencia social y política del Estado mexicano contra la oposición y la disidencia”. El discurso de la alternancia alimentó, como elemento de legitimidad, la idea de ruptura con el pasado inmediato, cargado de violencia estatal. Con la apertura de los archivos de la represión se abrió la posibilidad de historiar ese pasado reciente, en el que se volcó un grupo de historiadores e historiadoras. Sin embargo, el camino por andar aún es largo.

Marina Franco inicia su contribución con dos reconocimientos importantes en el desarrollo de la historia reciente en Argentina: la presencia de la dimensión política en la configuración el campo historiográfico y el carácter interdisciplinario, que lleva a un cambio en la idea del historiador o historiadora como aquellos formados en la disciplina, para considerar como historiador a cualquier investigador del pasado reciente. El crecimiento del campo de la historia reciente, especialmente en la primera mitad de la década del 2000, fue detonado por acontecimientos políticos como la crisis del 2001, el nuevo ciclo político marcado por los gobiernos kirchneristas y la reapertura de procesos judiciales contra los perpetradores. En este nuevo impulso, se asistió a una diversificación de los objetos de estudios, temática y temporalmente: la complejización del estudio de la víctima, el abordaje de otras formas de violencia y la atención a otros actores fuera del eje víctima-perpetrador.

En este contexto, Silvina Jensen y Soledad Lastra presentan un análisis acerca del campo de estudios sobre el exilio: sus inicios y los cambios en la agenda de estos estudios, así como el complejo diálogo con las diversas memorias que lo configuran. La figura del exilio, como la del sobreviviente, aunque sea reconocido como víctima, se puede interpelar y en no pocas ocasiones cubrir con un manto de duda o desconfianza. La posición del exiliado se vuelve también un campo en disputa que lo marca, o, como las autoras concluyen, este campo está marcado por “los ritmos y sentidos de las disputas de las memorias en el espacio público argentino”.

Finalmente, Rodrigo Patto Sá Motta realiza un balance general de la historia reciente en Brasil, que en los últimos años ha estado marcada por la politización del debate en torno a las herencias de la dictadura; el aumento de la producción académica tuvo su impulso en la demanda pública de saber lo que había sucedido en el pasado reciente.

 

IV

Este libro es resultado de un trabajo colectivo que comenzó en 2012 con la creación del Seminario Institucional de Historia del Tiempo Presente, que tiene como sede al Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. En este espacio, conformado por personas de distintas disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales, mensualmente hemos discutido y reflexionado en torno a distintos aspectos teóricos y metodológicos de la historia del tiempo presente, como su definición, sus fuentes, metodologías y balances historiográficos. En un intento por dar continuidad y consolidar los esfuerzos institucionales realizados alrededor del seminario, emprendimos el proyecto “Hacia una historia del presente mexicano: régimen político y movimientos sociales, 1960-2010” (PAPIIT IN401817), cuyos objetivos principales fueron el análisis teórico y metodológico sobre la historia del tiempo presente, y la reflexión en torno a la historia del presente en México desde una perspectiva política y social entre 1960 y 2010. En el marco de este proyecto de investigación, en agosto del 2017 organizamos el taller internacional El Presente, Tiempo Histórico, que congregó a especialistas (nacionales y extranjeros) en historia del presente, donde se presentaron los primeros avances de los trabajos de corte teórico y metodológico que conforman esta obra. A lo largo de un año, los participantes nutrieron sus escritos con los comentarios, las observaciones y las discusiones suscitadas en ese evento, mientras que los coordinadores realizamos un acompañamiento y un seguimiento analítico con la finalidad de presentar un libro con trabajos rigurosos, sustentados metodológicamente y con análisis novedosos y sistemáticos.

En México, la historia del tiempo presente es un campo en construcción. Por lo regular, es una parcela historiográfica que aún no es del todo aceptada y practicada (y quizá entendida) entre los historiadores. Si bien es cierto que es posible encontrar investigadores que trabajan sobre la historia reciente de México, son pocas las universidades y los institutos que cuentan con departamentos y líneas de investigación dedicados a este campo. Sin embargo, cada vez son más quienes realizan tesis de posgrado sobre nuestro pasado reciente. También de algunos años a la fecha son cada vez más los seminarios y coloquios que se llevan a cabo en el país, lo que demuestra el creciente interés por este tema en distintos círculos académicos.

Además, con los esfuerzos y trabajos realizados desde 2012 por el Seminario Institucional de Historia del Tiempo Presente, epicentro de una red nacional de investigación del tiempo presente que articula a investigadoras e investigadores de Baja California, Chihuahua, Ciudad de México, Michoacán y Sinaloa, han ido formándose recientemente otros espacios, como el Seminario Permanente de Historia Contemporánea y del Tiempo Presente, en el Instituto Mora; el Seminario Institucional Historia del Presente Mexicano, en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, y el Seminario de Movimientos Sociales, Memoria e Historia del Tiempo Presente, en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Este libro se inserta en este contexto, al brindar propuestas para la reflexión y discusión teórico-metodológica en torno a la práctica de la historia del tiempo presente y, sin duda, contribuirá al fortalecimiento de este campo historiográfico tanto en México como en América.

Notas de la Introducción

1. Véanse Lacouture (1988), García (2003), Bédarida (2001) y Rousso (2013).

2. Traducción de los autores.