Desafíos en la formación de psicólogos de las organizaciones y el trabajo

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Los paradigmas como presunciones no siempre conscientes en los investigadores y profesionales

La discusión anterior dejó clara la coexistencia de múltiples paradigmas en la ciencia y, por ende, en la psicología. En ese sentido, la POT es un vívido ejemplo de un esfuerzo de análisis epistemológico por parte de un sector de investigadores que ha logrado dejar manifiesta la dimensión pluridisciplinaria, plurimetodológica, pluriparadigmática de la ciencia. Sin embargo, debemos advertir que esto no es evidente ni para la mayoría de los investigadores ni menos aún para el gran público profesional. Se puede decir, en términos generales, que no existe suficiente conciencia por parte de muchos investigadores y profesionales acerca de cuál es el paradigma del que participan o en el que se inscriben. En suma, no siempre se es consciente del propio paradigma ni de sus presunciones, y menos aún se comprenden las presunciones de las que parten otros paradigmas.

Un paradigma puede ser entendido de diferentes maneras; por ejemplo, Guba y Lincoln (2002) definen el paradigma científico como el sistema básico de creencias o el modo de ver el mundo que guía al investigador, no solo en las elecciones de método, sino también en los caminos epistemológicos y ontológicos fundamentales (p. 113). Por su parte, Kuhn (1962) define el paradigma como las “realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica” (p. 13). Malvezzi (2010) parte de comprender que el paradigma es una representación de la realidad que ofrece una visión de conjunto de la base filosófica y de sus conexiones con los conceptos y las reglas de organización de la realidad.

En nuestro caso, con las definiciones previas, partimos de comprender que un paradigma es un conjunto de presuposiciones ontológicas, teóricas, metodológicas, epistemológicas y ethopolíticas que caracterizan un cierto modo de hacer ciencia (Burrell y Morgan, 1979, p. 9). Es decir, asumimos que existen diferentes conjuntos de presunciones que caracterizan diferentes modos de hacer ciencia. Esas presunciones aluden a diferentes dimensiones: las ontológicas o las relacionadas con cómo se concibe la naturaleza esencial de la realidad y del objeto de estudio; las metodológicas, que aluden a los procedimientos empíricos de aproximación a la realidad para la obtención de datos confiables y válidos o a cómo se concibe la lógica de descubrimiento del objeto de estudio; las teóricas, que aluden a la pregunta por los marcos de referencia que inspiran las teorías; las epistemológicas, que apuntan a los marcos de legitimación y validación científica de los resultados obtenidos; las ethopolíticas, que indagan por los principios éticos y políticos que orientan la acción y la teleología de una cierta forma de hacer ciencia; y, finalmente, para nuestro caso de debate en particular, se podrían considerar las presunciones de carácter técnico: aquellas que aluden al modo de intervención en la realidad.

Burrell y Morgan parten de comprender que “toda teoría científica está basada en una filosofía de la ciencia (epistemología) y en una concepción de la realidad (ontología)” (1979, p. 9). En consecuencia, diremos que todo campo de aplicación de la psicología está basado en alguna filosofía de la ciencia (epistemología), en cierta concepción de la realidad (ontología), en cierto marco de referencia conceptual (teoría), en cierta concepción del sujeto, e indudablemente partirá de ciertas consideraciones respecto del carácter y el sentido de su quehacer, así como de un conjunto de valores que orientan su acción profesional (presunción ethopolítica).

Ahora bien, si reconocemos la coexistencia de múltiples paradigmas en relaciones de mutua interpenetración, competencia y lucha, debemos reconocer que no existe una única forma de intervenir en el campo de las organizaciones, el trabajo y la gestión de los recursos humanos, sino que, por el contrario, abundan las aproximaciones, todas válidas, respecto de sus presupuestos y acuerdos intersubjetivos en relación con los criterios de validez que intraparadigmáticamente se han concebido. O, en otras palabras, cada paradigma es consistente con sus presupuestos y debe responder a las exigencias epistemológicas de validación de los resultados de sus investigaciones, así como de sus intervenciones, en función de esos criterios previamente establecidos por la comunidad discursiva y profesional a la que cada psicólogo, como científico y técnico, se suscribe.

En función de estos presupuestos básicos que orientan el quehacer investigativo en general, se han descrito dos polos enfrentados: el de las tendencias objetivistas, cuantitativas y positivistas, y el de las tendencias subjetivistas, cualitativas y construccionistas, como se ve en la siguiente figura.

Figura 2.1. Un esquema para el análisis de supuestos acerca de la naturaleza de la ciencia social


Fuente: Adaptado de Burrell y Morgan (1979).

Estas dos tendencias polares confirman, por ahora, que existen al menos dos formas diferentes de hacer ciencia y de intervenir profesionalmente, contrario al equívoco generalizado de un único proceder. No sobra decir que a cada forma de ciencia le corresponde inequívocamente una forma de intervención técnico-profesional. Es decir, la técnica es consecuente y consistente en relación con los presupuestos de carácter científico, así como con los valores con los que comparte la manera de concebir la sociedad y de concebir al sujeto, de los que parte determinada perspectiva de la intervención.

Además, advertimos que esta exigencia de congruencia entre la polaridad y el proceder permite desmontar un prejuicio generalizado de que se puede ser ecléctico según la contingencia. Es decir que la interpretación y la acción profesional se utilizan según las circunstancias, pero esto solo señala ignorancia o ingenuidad en las incompatibilidades irreconciliables de base frente a las concepciones de realidad, sujeto, validez de resultados, etc.

Existe entonces una incompatibilidad paradigmática entre una forma de hacer ciencia o profesión en relación con otra. Por ello, la ignorancia epistemológica o la ingenuidad paradigmática le hacen creer a un psicólogo en formación que es posible hacer un día intervenciones como un funcionalista y al siguiente como constructivista. Esto es más evidente en el campo de la psicología clínica, cuando se indica o presume, sin calcular los efectos de tal enunciación, que es posible que se atienda a un paciente apelando a técnicas humanistas o comportamentales, según el caso, y que en otras circunstancias se atienda apelando a la orientación psicodinámica o transpersonal, según el tipo de dificultad del reporte de quien llega a la consulta.

Este prejuicio se escucha con frecuencia entre ciertos psicólogos profesionales y entre ciertos estudiantes en formación, y solo denota ignorancia frente a la incompatibilidad paradigmática entre quienes conciben la realidad como objetivamente dada y aquellos que la entienden como socialmente construida; entre quienes conciben al sujeto como un ente pasivo susceptible de ser adaptado a las contingencias del medioambiente y quienes lo conciben como un agente activo capaz de transformar la realidad en la que se circunscribe; entre quienes conciben la intervención como un proceso de adaptación del sujeto y quienes la conciben como un proceso de liberación del mismo. Esta incompatibilidad impide que un psicólogo profesional un día piense que la realidad es construida y otro que la realidad está dada en sí misma, que el sujeto solo se adapta pasivamente o que es un agente activo transformador de la realidad. Por tanto, insistimos en señalar que la ignorancia sobre las presunciones paradigmáticas de las que parte cualquier psicólogo en su intervención, según su modelo teórico, constituye un factor de deformación al permitirle creer que son posibles tales modos de interpretación y acción, desconociendo las presunciones de las que se parte en un caso u otro.

Ahora bien, Burrel y Morgan (1979) nos han permitido comprender, para el caso de la POT, que el análisis organizacional y la consecuente forma de intervención dependerán de los paradigmas sociológicos de su base. En otras palabras, la intervención y el análisis de la organización como unidad sociológica o psicosocial remiten a los presupuestos en juego respecto de la naturaleza de la sociedad. Así, el debate orden-conflicto va a permitir comprender que existen dos teorías de la sociedad diferenciadas que son dos formas diametralmente opuestas de entender las organizaciones como hechos sociales. De esta manera, los partidarios de una perspectiva de la regulación, en la que el orden social es un imperativo, conciben los sistemas sociales (entre los cuales están incluidas las organizaciones empresariales o de cualquier otro tipo) como orientados hacia la estabilidad, la integración, la funcionalidad y el consenso. Por el contrario, las teorías del cambio social están orientadas por presupuestos, como en el caso de un sistema social orientado por el conflicto, el cambio, la desintegración y la coerción, como se ve a continuación.

Figura 2.2. Dos teorías de la sociedad: orden y conflicto, regulación y cambio


Fuente: Burrell y Morgan (1979).

Según lo anterior, quienes escogen alguna de las perspectivas (regulación o cambio) de manera consciente o inconsciente no pueden variar voluntariamente y según el caso los presupuestos a partir de los cuales comprenden y analizan los sistemas sociales, pues ambas perspectivas son dos posiciones polarizadas que entran en relaciones de choque e incompatibilidad. Es decir, uno no puede creer por un momento que los sistemas tienden a la estabilidad y en otro momento cambiar de opinión y creer que están en continuo cambio; o que son sistemas socialmente integrados a la vez que son socialmente desintegrados; o que la base de su funcionamiento es la coerción a la vez que el consenso. En este caso se debe escoger una perspectiva del análisis sabiendo que automáticamente se renuncia a la perspectiva contraria. La ingenuidad epistemológica o paradigmática de este conjunto de presunciones es la razón fundamental por la cual se pueden hacer intervenciones inconsistentes o análisis endebles que solo muestran la falta de conciencia de los presupuestos de los que se parte en cualquiera de los casos.

 

Por otro lado, la situación se complejiza aún más si se combinan ambas perspectivas (objetivista-subjetivista; orden-cambio) y se configuran cuatro paradigmas en el análisis posible de una organización. De este modo tenemos que por lo menos en alguno de estos cuatro paradigmas un psicólogo del trabajo podría, consciente o inconscientemente, posicionarse como investigador o como profesional. Tenemos pues la posibilidad de advertir por lo menos cuatro suelos paradigmáticos desde los que es posible comprender la ciencia y la intervención profesional (ver figura 2.3). Debe anotarse que ningún paradigma está por encima de otro o tiene algún tipo de superioridad respecto de los demás, sino que estos coexisten como perspectivas de análisis y modos de hacer ciencia que son igualmente legítimos. Por tanto, resulta insulso y no solo inconveniente criticar a un autor o investigador por pertenecer a cierto paradigma, es decir, no dice mucho y es científicamente inútil decir que el problema de Lacan es que es un estructuralista o que Skinner es un funcionalista, pues si se hace la crítica al estructuralismo debe ser desde algún otro suelo paradigmático que también constituye determinado ismo; es decir, se está criticando el determinismo de otro desde el propio determinismo de manera inconsciente.

Figura 2.3. Dos dimensiones: cuatro paradigmas


Fuente: Burrel y Morgan (1979).

El prejuicio como obstáculo epistemológico y profesional

Es común escuchar que en el campo de la psicología se tiene un paradigma heredado y un conjunto de paradigmas alternativos a partir de los cuales se puede concebir la organización de la disciplina en su devenir como ciencia. En el caso particular de la POT es común escuchar que el paradigma racionalista-funcionalista es el paradigma heredado y que en oposición se encuentran los paradigmas cualitativos-constructivistas que se constituyen en la posición alternativa (Peiró, 1988). El origen de la POT hacia los años XX del siglo pasado coincide con el establecimiento del enfoque taylorista (Quiñonez y Mateu, 1983) y con los presupuestos propios del paradigma empírico-analítico de corte funcionalista positivista. Quizá sea esta marca en el origen la que haya determinado que en la mayor parte de la psicología organizacional, por haber nacido en el marco social de los Estados Unidos de América, se identifique casi automáticamente el conjunto de la POT con el paradigma funcionalista.

Ahora bien, el positivismo funcionalista cuantitativo e hipotético deductivo ha sido el modelo de ciencia que se ha erigido como el hegemónico e imperante y que se constituye en el paradigma para hacer ciencia, tendencia a la que la psicología no ha podido escapar. Durante mucho tiempo este paradigma fue hegemónico por ser único y ser políticamente mucho más poderoso al interior de la ciencia como un campo no solo racional sino social. En consecuencia, con este modelo se erigió un enfoque de la psicología que ha querido autorrepresentarse como el modelo psicológico verdaderamente científico, en oposición a otros modelos a los que evalúa o clasifica desde su punto de vista paradigmático como pseudociencias.

Aquí estamos hablando del enfoque psicológico conductista, comportamental o cognitivo conductual (según la acepción que cada uno quiera tomar de él). Este enfoque se autoproclama como el verdaderamente científico y a partir de allí, como un acto político más que epistemológico, impone a los demás paradigmas sus criterios de validación y desconoce que en el campo de la ciencia no existe un único régimen de verdad. No obstante, algunos ingenuamente creen en esta presunción y suponen que solo las aproximaciones de corte empíricoanalítico que incluyen acercamientos por la vía de los experimentos y los análisis de datos cuantitativos son las que verdaderamente pueden ser consideradas como científicamente válidas. Es más, existe la tendencia a admitir que “la madurez científica de un área determinada se corresponde con un mayor grado de cuantificación y que sólo los datos cuantitativos son la última instancia válida o de alta calidad” (Guba y Lincoln, 2002, p. 115).

Todo esto se constituye en una moda epistemológica, quizá de larga duración, pero moda al fin y al cabo, que desconoce las demás formas de hacer ciencia, de validar los resultados y de aproximarse empíricamente a la realidad. Esto deriva en un obstáculo para la comprensión de las posibilidades alternativas y múltiples, que son igualmente útiles, válidas y legítimas en el campo de la ciencia, y en un impedimento para entender epistemológicamente que existen muchas formas de acceder a la verdad científica y que es una falacia que las aproximaciones hegemónicas heredadas de las ciencias naturales son el único y legítimo régimen de verdad científica.

Por eso se debe advertir a los estudiantes sobre la existencia de múltiples regímenes de verdad, consecuentes con la coexistencia de múltiples paradigmas de investigación científica, que a su vez pueden fecundar diversas estrategias y perspectivas de la intervención profesional en el campo de la POT. Se trata pues de superar el prejuicio político, no epistemológico, de impronta positivista, cuantitativa y funcionalista, y de advertir la coexistencia de otros modelos de ciencia que conciben la dimensión construida de la realidad, la capacidad de agencia de los sujetos, el reconocimiento de la dimensión subjetiva cognitivoemocional (no solo racional) en la orientación de las acciones de los sujetos en los contextos de trabajo. Igualmente, existe la posibilidad de comprender que nuestra acción profesional no tiene por qué atender única y exclusivamente a los intereses del mercado, la alta gerencia o el capital, sino que es posible concebir que los intereses humanos, tales como el placer, el bienestar, la felicidad y la calidad de vida, son también susceptibles de ubicarse como metas de la intervención del psicólogo en el trabajo y las organizaciones, y superar el prejuicio de que quien se ocupa de esto lo hace en detrimento del logro de la eficiencia económica y de la eficacia organizacional. Hay que señalar de manera contundente que creer que el bienestar humano se opone a la eficacia organizacional es un falso problema. Por el contrario, la investigación muestra que, a mayor nivel de bienestar humano, mayor nivel de productividad. Quienes trabajan en lo que desean lo hacen mucho más y mucho mejor, por lo cual son más prósperos económicamente y más felices subjetivamente.

Se trata pues de trascender los prejuicios que una parcela hegemónica de la ciencia impone como criterio de verdad, para advertir la pluridisciplinariedad y la condición multiparadigmática de la ciencia. Se debe entender que existen no solo múltiples regímenes de verdad, sino también de acción, y lo que debe comprenderse es que en la ciencia convive “una pluralidad de métodos y de objetos, asociada a una visión común de conocimiento” (Granger, 1920, p. 42).

Un ejemplo de pugnas y prejuicios paradigmáticos: las pruebas proyectivas, tan vulgarizadas en el ejercicio profesional de la psicología de los recursos humanos

En la evaluación psicológica con pruebas suele caerse en el prejuicio de que los test se dividen en pruebas objetivas y pruebas proyectivas, y que estas últimas no tienen utilidad, pero profundizar un poco en la historia permite encontrar que esta clasificación es también hija de la ignorancia y la rivalidad paradigmáticas.

En la historia de la evaluación y la investigación en psicología del siglo XX las proyectivas permiten ver casi como un termómetro las fluctuaciones en la hegemonía discursiva sobre la ciencia. Así, a comienzos del siglo las proyectivas tuvieron dominancia en la evaluación, con un auge en la década de los treinta, para decaer luego de la Segunda Guerra Mundial por la hegemonía cuantitativa, y fluctuar de ahí en adelante; tuvieron un repunte en la década de los sesenta, que tanto reivindicó la subjetividad, y menguaron en la década de los ochenta por la influencia del paradigma biológico en los programas de psicología (Basu, 2014; Blatt, 1975; Piotrowski, 2015). Esta pugna dio lugar a dos maneras de abordar las proyectivas, que coinciden con lo planteado por Burrel y Morgan (1979) como enfoques subjetivo y objetivo. Una línea que buscó cumplir con los criterios psicométricos y positivistas para pertenecer al club de la ciencia, pero corrió el riesgo de caer en generalizaciones y manuales de significados fijos, y otra que continuó con la singularidad del caso, pero terminó relegándose de la discusión y las publicaciones científicas.

Actualmente, desde la hegemonía psicométrica, que es cuantitativa, positivista y nomotética, se sesga la formación del psicólogo y se promulga la incapacidad de las proyectivas de cumplir su cometido, porque carecen de validez y confiabilidad. Pero como se ha visto a lo largo de este capítulo, esto es un prejuicio paradigmático, porque la psicometría no es la medida de todas las cosas, y su crítica acérrima contra las proyectivas es árida porque no existe un paradigma mejor que otro.

La crítica es viable, pero no la desvalorización desde la ignorancia. Las pruebas proyectivas se enraízan en los paradigmas interpretativos si se revisan con la propuesta de Burrel y Morgan (1979), pues su esencia es lúdica y hermenéutica, y su proceder es idiográfico. Desde la perspectiva clásica psicométrica se busca el error, lo cual es incongruente con las pruebas proyectivas, pues las respuestas suelen ser historias y dibujos, y no números. ¿Cuál es el error de una narración o un dibujo? Desde la perspectiva de la respuesta al ítem la crítica tampoco prospera, porque ni las narraciones ni los dibujos son ítems de cuestionarios (Jenkins, 2017). Incluso el concepto de pruebas objetivas encarna cierta falacia, porque lo que es objetivo es la naturaleza mecánica de su calificación (Bornstein, 2007).

Esta historia suele ser poco conocida por los psicólogos y ejemplifica una deformación en la formación de profesionales, pues al no haber conciencia ni conocimiento sobre el paradigma en el cual se apuntala el ejercicio, se cae fácilmente en la crítica desde la psicometría, o desde su uso de manera positivista y nomotética, con manuales de significados fijos a la manera de recetarios, bajo la creencia de que es el único uso posible. Y al final se deja de lado la dimensión interpretativa, clínica e idiográfica, que es una posibilidad en el ejercicio tanto clínico como organizacional. A esto se enfrenta a diario el proyectivo, y su reto es la paciencia. Abusando de Schiller, sabe que, contra la hegemonía cuantitativa, hasta los dioses luchan en vano.