La violencia como marco interpretativo de la investigación literaria

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

4. Discusión

En esta sección del trabajo, trataré de articular el concepto fanoniano de grito/llanto del colonizado para establecer dos categorías para entender los testimonios surgidos en América Latina.

Vale la pena hacer una breve recapitulación. No es casual que la discusión con la que John Beverley abre la introducción de la primera edición (1992) de La voz del otro sea el diálogo con la pregunta que Spivak había planteado siete años antes, y que interpelaba a la posibilidad de hablar del subalterno. Es tan válida la acusación de Spivak como el trabajo de Beverley y su justificación política, aunque se encuentren en distintos niveles dentro del campo de la generación de teoría. No se trata de preguntar si el subalterno puede hablar o no. La respuesta a esta pregunta estaría necesariamente cerrada al lenguaje del discurso desde el que la pregunta se genera, es decir, el lenguaje académico. Se trata de encontrar la dimensión metodológica para escuchar el habla del subalterno. A este planteamiento, Beverley responde a través de la “solidaridad”. Una solidaridad que construye necesariamente dos sujetos: un sujeto completamente neutral y transparente, atento a las manifestaciones de la oralidad que es el soporte epistémico del otro, y el sujeto otro (que figura como título en el libro) que despierta interés en el sujeto epistemológicamente dominante y solidario.

Para explicar el testimonio, es necesario explicarlo desde sus propios términos, a través de su propia construcción y genealogía de saberes. El interés de La voz del otro se esfuerza en explicarlo como género literario. Lo que aquí puedo intuir es que la relevancia y el interés que pueda generar el testimonio como género son secundarios. Antes de ser comercializado y aceptado dentro del mercado literario mundial, el testimonio tenía fincadas raíces profundas en la construcción del conocimiento de América Latina.

La opción decolonial se planteó en su momento, por diferentes autores, como una opción políticamente pertinente para la sistematización del saber de América Latina. Este planteamiento invita a la revisión de los fundamentos teóricos de una gran cantidad de manifestaciones culturales, dentro de las cuales cabe incluir la literatura.

La interpretación de Zimmerman considera el testimonio como un “género literario del tercer mundo” gestado en la apertura posmoderna (Zimmerman 2002). Con esta analogía, Zimmerman observa la afección que la literatura occidental sufre con el testimonio: se trata de un género literario propio de una región geopolítica. Pero no logra ver el recorrido histórico que el testimonio representa para ese llamado “tercer mundo” y para los pueblos originarios latinoamericanos. La coyuntura de la posmodernidad no es la que permite el surgimiento del testimonio como género, sino su visibilización –y comercialización– tanto por el mercado como por la academia occidentale. También su explotación y utilización como el género discursivo preferido por las luchas reivindicativas contrahegemónicas latinoamericanas.

La referencia de Zimmerman a la posmodernidad podría ser considerada como un punto de quiebre para la inflexión epistemológica decolonial vista desde la academia occidental. Esta observación sobre la relación del pensamiento posmoderno con el pensamiento decolonial ha sido identificada por varios autores, entre ellos, Nelson Maldonado-Torres, quien la explica así:

Por otro lado, hay que reconocer también que algunas ideas en la modernidad y la posmodernidad pueden remitirse a contribuciones del pensamiento decolonial, lo que quiere decir que hay elementos en el interior de las mismas para explotarlas en una dirección decolonizadora. Pero para hacer esto de forma verdaderamente efectiva hay que reconocer las influencias, observar las diferencias entre distintas ambigüedades y fuentes de estos pensamientos, determinar las prioridades y cuestionarlas con base en las dimensiones decoloniales dentro de ellos y asumir el proyecto de decolonización como propio. (Maldonado-Torres 2007: 160)

La cita anterior establece una relación entre la matriz modernidad/colonialidad por un lado y posmodernidad y decolonialidad por el otro. También establece una ruta metodológica para “explotar” en una dirección decolonizadora las reflexiones surgidas desde la posmodernidad y el posestructuralismo, y puede ser asumida como parte de la dirección teórica hacia la que se dirijan las siguientes reflexiones.

Dentro del mismo libro coordinado por Beverley y Achugar, La voz del otro, surge una crítica importante de la teoría del testimonio. Es la que realiza Yúdice y que se citó antes para establecer las dos categorías desde las que parte esta tesis. Si bien Yúdice admite la importancia que el testimonio ofrece para el debilitamiento de la episteme moderna y enuncia varios elementos que contribuyen a este debilitamiento, deja en claro que no se trata de una manifestación cultural posmoderna por el hecho de fracturar los grands récits. Yúdice señala que el discurso testimonial no busca proyectar ninguna otredad. De hecho, es la escritura de sujetos que se resisten a la alterización. Ante la lógica Yo/otro de la posmodernidad hegemónica –como él le llama–, el testimonio surge de una lógica que se construye entre el yo y el tú a partir del diálogo. “Todo lo otro solo existe como el no es ante el cual, lo hegemónico es” (Yúdice 2002: 231). Solo luego de tomar esta precaución, Yúdice utiliza el término de posmodernidad.

La posmodernidad hegemónica se manifiesta en la alterización y en la generación de discursos marginales desde el prurito hegemónico. No se adentra, como señala Yúdice, en el “horroroso no ser” (2002: 233) del sujeto subalterno. Al contrario, es retratado dentro de la generalización del otro que lo neutraliza.

Por otro lado, hay que prestarle atención a la consideración que hace Yúdice al decir que el testimonio

hace que se pierda la autonomía de la literatura que se había ganado en la modernidad, fundada en la separación de las esferas de la “ciencia (razón pura), moral (razón práctica) y arte (juicio estético)”. (2002: 229)

Esta imposibilidad que presenta el testimonio para separar los aspectos etnográficos (ciencia), biográficos (moral) y literarios (arte) responde a la dinámica de la praxis decolonial, que no puede ser entendida como una dimensión del conocimiento ni como una apropiación del discurso literario o científico. El testimonio es un género decolonial en ese sentido, en tanto su imposibilidad para separar la praxis de la teoría.

Otro de los aciertos del ensayo de Yúdice es proponer una nueva tipología para clasificar los testimonios. Una tipología que desafía incluso los imaginarios revolucionarios latinoamericanos, al considerar las estrategias y los elementos de generación de los textos. Como se vio anteriormente, esta tipología establece las categorías de testimonio de concientización y testimonio de representación. Mi intención ahora es relacionar esta tipología con otra, relacionada con el concepto fanoniano del grito/llanto del colonizado, trabajado luego como categoría por Nelson Maldonado-Torres.

El hecho generador del testimonio de concientización, según Yúdice, no siempre obedece a la opresión contra los pueblos indígenas. Sin embargo, siempre surgen de lo que él llama un “estado de emergencia” que puede deberse a desastres naturales, conflictos humanos o políticos, opresión, etcétera. Mi tesis es establecer una nueva categoría, que se relacione con el testimonio concientizado, pero cuya fuerza generadora no sea la emergencia de la supervivencia, sino la emergencia del grito/llanto como un estado prerracional. No se trata de una contemplación teórica, sino de la emergencia por emitir un discurso desde la negación misma de esta posibilidad.

Con esta clasificación se propone una categorización más básica a la luz de la perspectiva decolonial, cercana al concepto propuesto por Fanon sobre el grito de espanto del colonizado. Los testimonios de Mario Payeras –El trueno en la ciudad, Los días de la selva–, Santiago Santacruz –Insurgentes– y Omar Cabezas –La montaña es algo más que una inmensa estepa verde– están inscritos dentro de una gesta revolucionaria de dos tendencias e intenciones políticas, diferentes a la intención política de la decolonialidad1. Este último grupo comparte, junto con la ideología revolucionaria de izquierda, el hecho de haber surgido de una ideología política occidental y de una idealización de la lucha revolucionaria, que va de la mano con la idealización de la izquierda. Muchas veces la subjetividad del testimonialista supera la pertenencia a un grupo, cuya característica común no radica en la condición de la opresión histórica colonial sino en la afinidad política. Es por este tipo de testimonios que el género puede ser asumido por otros grupos políticos sin importar su grado de afinidad con la matriz modernidad/colonialidad.

Los testimonios de Rigoberta Menchú –Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia–, Domitila Barrios –Si me permiten hablar– y Eugenio Montejo –Biografía de un cimarrón– son ejemplos de textos que surgen a partir del grito. Comparten la dificultad para adscribirse a construcciones ideológicas sistematizadas desde Occidente, pues el grupo al que representan y desde el cual surgen no está vinculado con ideologías occidentales –o si lo está, no es este su vínculo más firme–. Tampoco es fácil encasillarlos como pertenecientes a un género literario –de ahí la cantidad de discusiones al respecto–. Sobre este tema, es posible recordar la advertencia de Walter Mignolo sobre la necesidad de desconfiar de las luchas de la izquierda política al compararlas con las luchas y los actos de resistencia decoloniales:

 

Uno de los grandes peligros hoy en día es dar prioridad a la izquierda sobre la decolonialidad, un proyecto político que la izquierda es todavía incapaz de ver. Y por cierto, aún más ciega es la derecha. (Mignolo 2007: 272)

La diferencia principal entre estos dos tipos de testimonio y su capacidad de representar/concientizar al grupo al cual pertenecen surge de la subjetividad misma del testimonialista y su vinculación con los procesos coloniales vividos en América Latina: la esclavitud, el racismo, las distribuciones del trabajo y de la vulnerabilidad. Una de las características de la matriz modernidad/colonialidad es la capacidad de engendrar nuevas subjetividades “que aparecen en la cruz de la colonialidad del poder, la colonialidad del saber y la colonialidad del ser” (Maldonado-Torres 2016: 20).

Estas categorías, si bien pertenecen a dos polos opuestos, no son completamente dicotómicas. Si las establecemos como tal, corremos el riesgo de caer en un fundamentalismo teórico, que nos impida observar los fenómenos en su plenitud. Rigoberta Menchú se adhirió al Comité de Unidad Campesina (CUC) porque observó ahí la posibilidad de llevar las luchas milenarias de su pueblo. Luego, el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) encontró la posibilidad de canalizar esa energía decolonial en el proyecto político del CUC. Sin embargo, en el corazón del testimonio de Menchú está presenta la fuerza decolonizadora de un grito que ha sido sustituido por palabras, que se ha vuelto un discurso para los otros. La causa motriz del testimonio no es la coyuntura política de la Guerra Interna de Guatemala y los pulsos políticos entre el EGP y el Estado de Guatemala. La relación es inversa: es la fuerza decolonial del pueblo k’iche’ incubada durante siglos de resistencia la que aprovecha la coyuntura desatada por la guerra.

Vincular como fuerza motriz para el auge del testimonio las luchas revolucionarias de izquierda de América Latina es el resultado de la colonialidad del ser y del saber que invisibilizan el verdadero motor del género: la resistencia epistemológica de los pueblos originarios y de los grupos históricamente esclavizados y subyugados al desarrollo económico moderno/colonial. La primera interpretación es válida si la atención puesta en el fenómeno del testimonio es, como dice Beverley, ejercer una resistencia contra el imperialismo en el centro de la generación del conocimiento capitalista. Sin embargo, es posible encontrar una perspectiva desde la decolonialidad para diferenciar dos desarrollos históricos distintos del testimonio.

Por un lado, el desarrollo de los testimonios surgidos de memorias colectivas densas de población en resistencia anticolonialista, y de la necesidad de hablar y de hacerse escuchar en un sistema que históricamente los ha invisibilizado y les ha negado su subjetividad y con ella, su capacidad de hablar. Por el otro lado, se identifican los testimonios motivados y privilegiados por las luchas revolucionarias en situaciones en las que se había instaurado la revolución o se atravesaba un periodo de justicia transicional o de lucha revolucionaria.

Si bien el testimonio cobró auge con los movimientos revolucionarios y fue promovido en países con revoluciones instauradas, en realidad obedece a una gestación histórica diferente.

5. Conclusión

En el presente trabajo se realizó una propuesta para relacionar categorías y conceptos pertenecientes a la perspectiva decolonial para atender al fenómeno del testimonio, que ya había sido tratado por la academia norteamericana con el fin de comprenderlo como un género literario surgido en América Latina a finales de la década del sesenta. Se evaluó la validez de este tratamiento dentro del sistema de conocimiento que lo ha generado: la academia occidental, representada por su símbolo de autoridad: la universidad. El primer tratamiento dado al testimonio es consecuente con las demandas hacia la academia occidental, obedece a sus teorías y sus leyes, y es un bastión de resistencia epistemológica dentro del ámbito mismo de la colonialidad del ser. Por otro lado, sus conclusiones son siempre cautas al señalar la precaución necesaria para tratar el testimonio como literatura, pues se trata de un género que cuestiona su pertenencia a dicha categoría, y la validez y la universalidad de la literatura como tal.

Se trató de evidenciar que la legitimación realizada del testimonio como género es secundaria ante la legitimación del saber americano mismo. Una vez establecida esta legitimación, primaria, el testimonio asumido como literatura será visto como una de las muchas consecuencias de la colonialidad del saber.

Buena parte del interés crítico sobre el testimonio fue generada porque representaba una vía de acceso al pensamiento del otro latinoamericano, ese desconocido que había guardado silencio durante varios siglos de colonización y sometimiento. El interés, al que luego se le adjudicó un público solidario de lectores, estaba motivado en una primera instancia por el ideal del logos del conocimiento occidental.

Desde la óptica de la decolonialidad, la inscripción de los textos de testimonio dentro de un corpus genérico, y la ubicación de este corpus como un género literario, no obedece a un movimiento que difiera de los movimientos de la colonialidad del saber. Y el género de testimonio, que procede de un saber de extensa duración. Deja de ser la literatura de un grupo y se convierte en una categoría dentro del conjunto llamado literatura. Es posible señalar entonces la legitimación del testimonio dentro del ámbito de las diferentes reivindicaciones sociales que existen en la América Latina con una energía decolonial.

La finalización de la guerra perpetua de la colonialidad requiere de la formación de subjetividades corporalizadas que renuncien a la búsqueda del conocimiento y a la validación del mundo moderno/colonial. Al hablar sobre una estética decolonial, Maldonado-Torres se refiere específicamente al caso de la literatura, cuyo giro decolonial requiere de subjetividades que generen un discurso que renuncie a ser reconocido y validado como literatura (2016: 27). El ejercicio de validación de la academia, el cual Beverley califica como “no siempre es agradecido” (al igual que el presente trabajo), resultan irrelevantes para estos discursos, mas no para nosotros.

Bibliografía

Beverley, John/Achugar, Hugo (coord.) (2002). La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2a. ed. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, Departamento de Asuntos Culturales.

Burgos-Debray, Elizabeth (1985). Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. México, D.F.: Siglo XXI.

Fanon, Frantz (2009). Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Akal.

González, María Virginia (2004). “Tensiones en la crítica: el testimonio”. En: Scarano, Mónica E. (coord.), Actas del II Congreso Internacional CELEHIS de Literatura (Argentina / Latinoamericana / Española). URL: www.mdp.edu.ar/humanidades/letras/celehis/congreso/2004/actas/ind_autor.htm (5.2.2019).

Grosfoguel, Ramón (2012). Descolonización del conocimiento y descolonización de los paradigmas de la economía política. Curso en el marco del Doctorado Interdisciplinario en Letras y Artes en América Central, Universidad Nacional de Costa Rica (UNA). MOOC del canal de la UNA. URL: www.youtube.com/channel/UCK7bBH2gtS9VcKfE46j3LvA (23.9.2017).

Jameson, Fredric (2002). “El caso del testimonio en el tercer mundo”. En: Beverley, John/Achugar, Hugo (coord.), 129–145.

Mackenbach, Werner (2001). “Realidad y ficción en el testimonio centroamericano”. Istmo. Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos 2. URL: http://istmo.denison.edu/n02/articulos/realidad.html (5.2.2019)

Maldonado-Torres, Nelson (2007). “Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto”. En: Castro-Gómez, Santiago/Grosfoguel, Ramón (coord.), El giro decolonial. Bogotá: Siglo del hombre Editores, 127–167.

— (2011). “The Cry of the Self as a Call from the Other: The Paradoxical Loving Subjectivity of Frantz Fanon” (6.8.2011). URL: http://readingfanon.blogspot.com (5.2.2019)

— (2016). “Outline of Ten Theses on Coloniality and Decoloniality” (23.10.2016). URL: http://fondation-frantzfanon.com/outline-of-ten-theses-on-coloniality-and-decoloniality/ (5.2.2019).

Mignolo, Walter D. (2008). “La opción decolonial: desprendimiento y apertura. Un manifiesto y un caso”. Tabula Rasa. Revista de humanidades 8, 243–281.

Ricœur, Paul (2010). La memoria. La historia. El olvido. Madrid: Editorial Trotta.

Sommer, Doris (2002). “Sin secretos”. En: Beverley, John/Achugar, Hugo (coord.), 149–164.

— (2005). Abrazos y rechazos. Cómo leer en clave menor. Guatemala: Fondo de Cultura Económica..

Spivak, Gayatri C. (2003). “¿Puede hablar el subalterno?” (1988). Revista colombiana de antropología 39, 297–364. URL: www.redalyc.org/pdf/1050/105018181010.pdf (5.2.2019).

Yúdice, George (2002). “Testimonio y concientización”. En: Beverley, John/Achugar, Hugo (coord.), 221–242.

Zimmerman, Marc (2002). “El otro de Rigoberta: los testimonios de Ignacio Bizarro Ujpán y la resistencia indígena de Guatemala”. En: John Beverley/Hugo Achugar (coord.), 243–256.

La literatura argentina de los setenta en clave de violencia: el recorrido crítico de Beatriz Sarlo

Malena Pastoriza

Situar una intervención crítica en las coordenadas de los años setenta en Argentina requiere algunas precisiones. En primer lugar, es necesario indagar en las particularidades del caso argentino sin perder de vista el contexto de América Latina. Considerando el lugar indiscutible de la Revolución Cubana de 1959 en la creciente politización de los intelectuales latinoamericanos, Claudia Gilman (2003) sostiene la relevancia de adoptar un mirada continental del fenómeno que, sin dejar de lado las singularidades de las escenas nacionales, permita distinguir una actitud común en las culturas de izquierda de todo el continente, e, incluso, consonancias y repercusiones en lo que por esos años se fue configurando a nivel global como “el Tercer mundo”. La ola de dictaduras militares –Paraguay, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay, Perú, Argentina–, las guerras civiles y conflictos con grupos paramilitares en Centroamérica –Guatemala, El Salvador, Nicaragua–, los actos represivos en México tales como la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968, son acontecimientos que se resignifican desde una lectura continental. En Argentina, luego de la caída del peronismo en 1955, se inauguran décadas de inestabilidad política y social. El golpe de Estado de 1966, que derroca al presidente Arturo Illia, da inicio a la autoproclamada “Revolución Argentina”, contra la cual se suceden insurrecciones populares –entre ellas, el Cordobazo en 1969. A su vez, en 1970 el dictador Pedro Eugenio Aramburu –presidente de facto durante la “Revolución Libertadora” de 1955– es secuestrado y asesinado por miembros de la organización guerrillera Montoneros. Debilitado el poder de la “Revolución Argentina”, en 1973 se llama a elecciones y Héctor Cámpora resulta electo por amplia mayoría bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”; se da fin, así, a dieciocho años de proscripción del partido peronista. Ese mismo año, el regreso del líder exiliado el 20 de junio pasa a la historia como la Masacre de Ezeiza, por los conflictos desatados entre organizaciones peronistas radicalizadas. A los meses de asumir, Cámpora renuncia y llama a elecciones libres, en las que pueda presentarse Juan Domingo Perón, quien obtiene el 62 % de los votos, con su esposa María Estela Martínez de Perón como vicepresidenta. En un escenario político cada vez más violento, en octubre de 1973 comienza a operar, financiada por el gobierno, la Triple A –Alianza Anticomunista Argentina–. Tras la muerte de Perón el 1 de julio de 1974, asume la presidencia su esposa, Martínez, quien es derrocada por el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, dando inicio a la dictadura más violenta de la historia del país, autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”. Esta enumeración de hechos y fechas clave es a la que la bibliografía crítica argentina suele recurrir para dar cuenta de los fenómenos que hicieron de la Argentina de esos años un país inestable política y socialmente.

 

En segundo lugar, el sintagma “los años setenta en Argentina” reactualiza la discusión en torno a los límites temporales de una década que parece haber quedado arrinconada entre los impulsos de la década anterior y el quiebre del 24 de marzo de 1976. Así, pensar en los setenta implica necesariamente comenzar por los sesenta. Como reseña José Luis de Diego (2001: 15–18), es reiterado el argumento de que los setenta resultaron una prolongación de los sesenta, sobre todo en cuanto a la “primacía de la política” sobre el resto de las esferas, enunciada por Terán en Nuestros años sesentas (1991). En todo caso, como señalan De Diego (2001:15–17) y Crespi/García Orsi (2018: 156–157), recién en 1995, con un dossier publicado por la revista Tramas (Figueroa 1995), irrumpe la pregunta sobre la década del setenta, inaugurando así la posibilidad de pensar esos años en tanto década específica, distinguible de los sesenta y de los años de la dictadura cívico-militar. Se señala como característica de la década la radicalización de lo vivido en la década anterior; De Diego se refiere a un desvío, en los setenta, del interés político hacia las estrategias de toma del poder, naturalizado por la violencia social imperante. En este sentido, se suele hacer referencia al cambio de época que significaron tanto el Cordobazo como el asesinato de Aramburu, “crimen político a una escala desconocida hasta el momento” (García Lupo 1999: 9, citado por De Diego 2001: 17). Beatriz Sarlo, en el volumen colectivo Ficción y política editado por Balderston en 1987, asegura que

[t]anto la violencia de la represión estatal y paraestatal como la militarización de la política que la precedió eran nuevas en la sociedad argentina del siglo XX y, en consecuencia, no formaban parte de la memoria colectiva. Sin duda, la violencia había sido un tópico de las fuerzas de izquierda en el período inmediatamente anterior, pero, si se excluyen episodios breves y aislados, no había sido practicada con la persistencia y la convicción metodológica que caracterizó al período que se abre con el asesinato de Aramburu. (54)

Si se restringe la mirada al campo literario, la pregunta por la violencia permite indagar en las configuraciones de la relación entre literatura y política trazadas por la crítica literaria de la época. La relación entre literatura y política –y sus diversas modulaciones: escritor/intelectual; autonomía/compromiso; vanguardia estética/vanguardia política; modernización/revolución– se convirtió en una marca retórica e ideológica de los numerosos debates y polémicas de los sesenta y setenta (ver De Diego 2001: 39). De este modo, los escritores debieron sentar posición ante esta tensión, como un modo de respuesta al “todo es política” que definió la época1. El desafío fue, entonces, construir modos de aportar a la causa revolucionaria sin renunciar al oficio literario. Dentro de la vasta producción de artículos de crítica literaria publicados en revistas y semanarios, los intelectuales definieron y difundieron valoraciones fundadas en perspectivas teóricas e ideológicas que demarcaron tendencias en el campo literario.

Particularizando en las operaciones de la crítica, es posible formular algunos interrogantes: ¿es la violencia una noción rastreable y conceptualizable como herramienta crítica para leer la literatura de esos años? ¿Es pertinente organizar las intervenciones críticas que tomaron como objeto la literatura de los setenta en clave de violencia? Estas preguntas guiarán la aproximación a un corpus de artículos sobre la literatura de fines de los sesenta y de los setenta publicados en las revistas Los Libros y Punto de Vista por Beatriz Sarlo2.

A lo largo de sus 44 números, publicados entre julio de 1969 y enero–febrero de 1976, la revista Los Libros se ocupó de las novedades editoriales en literatura, historia, filosofía, sociología, economía, antropología, política, psicoanálisis y crítica literaria. La revista se caracterizó por una voluntad de actualización y apertura a nuevos saberes que la convirtieron en vanguardia del pensamiento de su época. Se acuerda en diferenciar dos etapas en sus siete años de existencia: hasta el no 29, bajo la dirección de Héctor Schmucler, la revista se abocó a la crítica de libros –“Un mes de publicaciones en Argentina y el mundo” primero, luego “Un mes de publicaciones en América Latina” fueron los subtítulos de esta etapa–; y una segunda etapa con la presencia de Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo en la dirección, caracterizada por una creciente politización del contenido de la revista –rastreable también en el cambio de subtítulo: “Para una crítica política de la cultura”, y finalmente “Una política en la cultura”3.

Por su parte, Punto de Vista publicó 90 números a lo largo de 30 años (1978–2008). Considerada en muchos aspectos la continuadora de Los Libros, la revista tuvo entre sus promotores a Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y María Teresa Gramuglio. Gestada en la clandestinidad, Punto de Vista fue un ejercicio de resistencia intelectual y cultural a la dictadura militar con la publicación de artículos de crítica literaria y cultural, teoría social y política, psicoanálisis, filosofía, sociología, estudios de cultura urbana, historia cultural e historia intelectual. A partir de 1983, se consolidó como un proyecto cultural comprometido con las tareas intelectuales de la democracia y sus líneas de lectura tuvieron gran influencia en la reformulación de la tradición cultural e intelectual argentina4.

A lo largo de casi cuarenta años, Sarlo desarrolló una extensa labor intelectual en estas revistas, abordando en sus artículos temas diversos de crítica y teoría literarias, pero también de sociología, política, cine, comunicación, entre otros. Interesa aquí indagar en aquellas intervenciones donde Sarlo ofrece un panorama de la narrativa argentina –casi exclusivamente de la novela– de la época, en las que despliega hipótesis, líneas de lectura y diagnósticos de la relación entre literatura y política en esos años, y a las que proponemos organizar en torno a la noción de violencia. Reparamos en tres artículos de Los Libros, publicados a lo largo de la década del setenta: “Novela argentina actual: códigos de lo verosímil” (1972), “Cortázar, Sábato, Puig: ¿parodia o reportaje?” (1974) y “Saer–Tizón–Conti. 3 novelas argentinas” (1976). Mientras el primero de ellos, publicado en el no 25 propone un diagnóstico de la novela argentina de los sesenta organizado a partir del concepto de verosimilitud, los otros dos artículos focalizan en tres novelas reunidas en torno a un eje de lectura: la exposición de los límites del género narrativo en el no 36 y los modos de narrar lo popular en el no 44. De Punto de Vista seleccionamos cuatro artículos publicados entre 1978 y 1986: “¿Cómo leer literatura? Algunas consideraciones sobre el formalismo norteamericano” (1978), “Literatura y política” (1983), “Una alucinación dispersa en agonía” (1984) y “El saber del texto” (1986). De esta selección, tanto el artículo publicado en el no 2 de 1978 como el del no 26 de 1986 pueden considerarse intervenciones de orden teórico-crítico, y en ellos la literatura aparece como referencia y no como objeto de análisis. Los dos restantes, en cambio, enfocan en obras literarias concretas del período; en el no 19 de 1983 Sarlo realiza una lectura de novelas escritas durante la dictadura y en el no 21 de 1984 se ocupa de la literatura testimonial.

Se notará que entre la primera intervención seleccionada de la revista Los Libros y la última en Punto de Vista median catorce años. En este sentido, podemos señalar dos momentos en el recorrido crítico de Sarlo, marcados por el impacto de la última dictadura militar (1976–1983) y coincidentes con el paso de una a otra revista: un primer momento en Los Libros, cuyo rasgo saliente es la denuncia de la estética realista en tanto reproductora sin cuestionamientos de un orden burgués; y un segundo momento en Punto de Vista a partir de 1983, enfocado en los modos de narrar la experiencia dictatorial, en el que se reivindica el rol de cierta literatura como resistencia. Entre estos dos momentos, un vacío, los años del “Proceso”, durante los cuales Sarlo no publicó artículos sobre literatura argentina contemporánea5.

You have finished the free preview. Would you like to read more?