¿Podemos adelantar la Segunda Venida?

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Conclusión

En su postura acerca de la demora de la Segunda Venida, Douglass parece tener el presupuesto bíblico de la providencia divina como trasfondo, sobre todo a la hora de elaborar el concepto de la condicionalidad de la profecía, aceptando que Dios lleva a cabo sus planes históricamente, dentro de la contingencia y el riesgo que caracterizan la historia humana. No obstante, tener el presupuesto bíblico de la providencia divina como horizonte no supone que haya elaborado su posición acerca de la demora a partir de este presupuesto.

Su visión monocondicional de la providencia divina, en la que el único elemento determinante de la Segunda Venida es el estado de perfección del pueblo de Dios, pareciera haber causado una desatención de otros aspectos, como la actividad providencial directa de Dios, relacionada específicamente con sus juicios. Esto se debe a que parece no haber construido su posición acerca de la demora a partir de los presupuestos bíblicos de la providencia divina –además de otros presupuestos necesarios para esta tarea–, sino que llega a la escatología a partir de sus presupuestos cristológicos, antropológicos y soteriológicos.

Después de haber analizado brevemente la posición que se enfoca en la actividad humana como factor primordial para explicar la demora de la Segunda Venida, al igual que la posibilidad de acelerarla, nos concentraremos en la posición opuesta, que enfatiza la actividad divina como único factor desencadenante y determinante de la parusía.

8 Robert W. Schwarz, Light Bearers to the Remnant (Mountain View, California: Pacific Press, 2000), p. 95.

9 Richard P. Lehmann, “The Second Coming of Jesus”, en Handbook of Seventh-Day Adventist Theology, ed. Raoul Dederen (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn, 2000), p. 1.003.

10 Ver Jerry Moon, “‘How Long, O Lord?’ Wrestling with the timing of the Advent”, Adventist Review (29 de marzo de 2001), pp. 29-31; Carlos A. Steger, “La ‘demora’ de la Segunda Venida”, Logos 3, n°4 (1999-2000), pp. 10-15.

11 Herbert E. Douglass, “Men of Faith–The Showcase of God’s Grace”, en Perfection: The Impossible Possibility (Nashville, Tennessee: Southern Publishing Association, 1975), p. 20.

12 “Debido a que un inminente retorno de Jesús es el dinamismo histórico del Adventismo, y ya que la Venida ahora ha sido demorada por más de un siglo, ¡los Adventistas tienen un problema que desafía la misma razón para su existencia! El Dr. Douglass enfrenta este problema y provee soluciones lógicas y bíblicas” (W. B. Quigley, “Recommended Reading”, Ministry [febrero de 1980], p. 32). Es más, si bien con algunos matices, dos de los evangelistas más renombrados de la Iglesia Adventista mantienen la posición de Douglass: ver Mark Finley, “Divine Love, the Delay of the Advent and the Mission of the Church”, Journal of the Adventist Theological of the Society 4, N° 2 (otoño de 1993) y Doug Batchelor, “Dealing with Delay”, Adventist Affirm 9, N° 2 (otoño de 1993).

13 Branson señala que la posición de Douglass podría ser categorizada como una “respuesta moral”, ya que su enfoque, tal como Douglass lo acepta, se basa en la perfección del carácter cristiano como una de las condiciones para que se produzca la parusía (Branson, Pilgrimage of Hope [Takoma Park, Maryland: Assciaation of Adventist Forum,1986], p. 12).

14 Douglass, ibíd, p. 20.

15 Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1971), p. 69.

16 Gallagher también tiene esta postura. Este autor considera que, de alguna manera, el hombre no puede acelerar la Segunda Venida –esto haría que el hombre tenga alguna participación activa en este evento–, pero sí puede demorarla –aunque Gallagher se niegue a utilizar este término–, con su respuesta al llamado de Dios: “La incredulidad es la única respuesta bíblica a la ‘demora’ del regreso de Cristo” (Jonathan Gallagher, “The delay of the Advent”, Ministry [junio de 1981], p.6).

17 Ver también: el capítulo “When Jesus Almost Came” de Lewis R. Walton, Advent!: World Events at the End of Time (Washington, DC: Review and Herald, 1986), pp. 49-66.

18 Douglass, ibíd, p. 30.

19 Douglass, Faith: Saying Yes to God (Nashville, Tennessee: Southern Publishing Association, 1978), p. 89.

20 Eric Claude Webster, Crosscurrents in Adventist Christology (Berrien Springs, Michigan: Andrews University Press, 1992), pp. 350, 351.

21 “Douglass encontr´´ó que la humanidad de Jesús es la llave que puede abrir las puertas de todo el edificio teológico” (Webster, ibíd., p. 427).

22 Woodrow Whidden sostiene que lo que se ha dado en llamar la “Teología de la Última Generación” se desarrolló a partir de la teología del pastor reformado Edward Irving (1792-1834), que luego hizo su entrada en el Movimiento Adventista a través de E. J. Waggoner. Pero, quien finalmente le dio forma a esta teología fue M. L. Andreasen, en su ahora bien conocido libro El Santuario y su servicio (1937). Andreasen sostenía que el pueblo de Dios sería una demostración al Universo de que se pueden guardar los Diez Mandamientos, y que la expiación de Cristo no fue finalizada en la Cruz, sino que será finalizada cuando la última generación demuestre que puede vivir una vida de perfecta obediencia. Para esto, véase Woodrow Whidden, “What is Last Generation Theology?”, en Jiří Moskala y John Peckham, God’s Character and the Last Generation (Nampa, ID: Pacific Press, 2018), pp. 23-43. Herbert Douglass sencillamente aplicó estos conceptos teológicos a su comprensión de los eventos del fin y, específicamente, al asunto de la demora de la Segunda Venida. Whidden afirma que los dos teólogos modernos “más influyentes” que continuaron con las ideas de Andreasen son “Herbert E. Douglass y C. Mervyn Maxwell” (p. 36).

23 Douglass, The End: Unique voice for Adventists About the Return of Jesus (Mountain View, California: Pacific Press, 1979), p. 65.

24 White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 69.

25 Webster, Crosscurrents in Adventist Christology, pp. 350, 351.

26 Hans K. LaRondelle, Perfection and Perfectionism: A Dogmatic-Ethical Study of Biblical Perfection and Phenomenal Perfectionism, Andrews Universtity Monographs, vol. 3 (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1971); Norman R. Gulley, Christ Our Substitute (Washington, DC: Review and Herald, 1982); “Model or Substitute? Does it Matter How We See Jesus?”, serie de seis artículos en la Adventist Review, 18 de enero de 1990, pp. 8-10; 25 de enero de 1990, pp. 12-14; 1° de febrero de 1990, pp. 19, 21, 22; 8 de febrero de 1990, pp. 16-18; 22 de febrero de 1990, pp. 8-10; Edward Heppenstall, Salvation Unlimited: Perspectives in Righteousness by Faith (Washington, DC: Review and Herald, 1974); Heppenstall, The Man Who is God: A Study of the Person and Nature of Jesus, Son of God and Son of Man (Washington, DC: Review and Herald, 1977); John Peckham, “The Triumph of God’s Love”, en Jiří Moskala y John Peckham, God’s Character and the Last Generation (Nampa, ID: Pacific Press, 2018), pp. 271-286.

27 Dado que Douglass enmarca su escatología en el contexto de la Teología de la Última Generación, parece caer en varios de los desequilibrios teológicos de este movimiento a la hora de elaborar su concepto acerca de la demora de la Segunda Venida. Acerca de estos problemas teológicos que presenta la Teología de la Última Generación, ver Jiří Moskala, “The Significance, Meaning, and Role of Christ’s Atonement”, en Jiří Moskala y John Peckham, ibíd, pp. 195-203.

28 Branson, Pilgrimage of Hope, p. 12.

29 Herbert Douglass, Why Jesus Waits (Washington, DC: Review and Herald Publishing Association, 1976), p. 45.

30 Ver Quintin Betteridge, “A Critical Appraisal of the Hermeneutical Horizon of M. L. Andreasen’s Postlapsarian Christology” (Tesis de Maestría, Newbold College, 2018), p. 16.

31 Douglass, Faith: Saying Yes to God, p. 89.

32 Raúl Kerbs, “Observaciones epistemológicas e históricas preliminares sobre la relación fe–razón desde una perspectiva cristiana adventista”, Enfoques, N° 4 (1994), pp. 38-48.

 

Capítulo 3
Énfasis en la providencia divina

El 30 de mayo del año 70 d.C., el ejército romano, encabezado por el futuro emperador Tito, lograba penetrar la muralla exterior de la ciudad de Jerusalén, tras haberla sitiado durante meses. Después, los zelotes, refugiados dentro de las murallas del Templo, eran derrotados y la ciudad caía en manos romanas. El historiador Flavio Josefo afirma que más de 1.100.000 judíos perecieron y cerca de 100.000 fueron tomados cautivos. En la ciudad de Roma se encuentra el famoso Arco de Tito. Allí, en el pilar meridional, se halla una representación en bajorrelieve de los cautivos judíos encadenados y los soldados romanos cargando el candelabro de siete brazos del Templo. Ahora bien, mientras que los judíos morían de hambre, eran decapitados y capturados, los cristianos de Jerusalén escapaban.

¿Cómo salvaron su vida? Muchos años antes de la destrucción de Jerusalén, Jesús había predicho los terribles eventos que seguirían a su muerte. La señal sería ver la ciudad rodeada por el ejército romano. Las instrucciones y las advertencias fueron claras: “Por tanto, cuando en el lugar santo vean la abominación desoladora, de la que habló el profeta Daniel (el que lee, que entienda), los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en la azotea, no baje para llevarse algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa. Pero ¡ay de las que en esos días estén embarazadas o amamantando! Pídanle a Dios que no tengan que huir en invierno ni en día de reposo” (Mat. 24:15-20, RVR).

Tras unas revueltas originadas por los zelotes (que habían tomado la fortaleza de Masada), Cestio Galo sitió y atacó Jerusalén con treinta mil hombres. Ingresaron en la ciudad, pero no en el Templo. Aparentemente, la ciudad y el Templo caerían de un momento a otro. Pero, sin razón evidente, las tropas se retiraron repentinamente. Esto posibilitó que los cristianos tomaran seriamente las advertencias de Cristo y huyeran hacia la ciudad de Pella, más allá del Jordán.

Las profecías bíblicas se han cumplido tal como se habían predicho. Y, como cristianos, tenemos la certeza de que podemos confiar en la palabra profética más segura, ya que se ha cumplido todo lo que Dios anunció a través de sus profetas.

Increíblemente, ni un solo cristiano pereció entonces. Cuando Tito llegó, todos los cristianos habían huido, alertados por la profecía de Jesús. En el año 70 d.C., el Templo de Jerusalén fue totalmente destruido, en cumplimiento de la profecía de Cristo: “Jesús salió del templo, y ya se iba cuando sus discípulos se acercaron para mostrarle los edificios del templo. Él les dijo: ‘¿Ven todo esto? De cierto les digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra. Todo será derribado’” (Mat. 24:1, 2, RVC). Solo una pequeña parte de la muralla del Templo permanece actualmente.

Esta es solo una muestra de una de las profecías bíblicas que se han cumplido tal como se había predicho. Y, como cristianos, tenemos la certeza de que podemos confiar en la palabra profética más segura, ya que se ha cumplido todo lo que Dios predijo a través de sus profetas. Sin embargo, algunos consideran que el hecho de que algo esté profetizado implica que Dios es el ejecutante y única causa de esas profecías, sin ninguna participación humana.

Varios autores han tratado de resolver el asunto de la demora de la Segunda Venida al enfatizar este concepto de la soberanía y el preconocimiento de Dios, colocando sobre él la responsabilidad del momento de la Segunda Venida. Entre ellos, Arnold Wallenkampf es quien más ha desarrollado esta posición.33

No existe demora

Para responder a la cuestión de si se puede adelantar o demorar la Segunda Venida, Wallenkampf resalta la soberanía absoluta de Dios con respecto a la parusía. Su postura es clara: “Ni por un momento debemos pensar que tú o yo podemos cambiar lo que Dios ha establecido y diseñado”.34

En primer lugar, Wallenkampf intenta brindar una visión alternativa a algunos textos bíblicos. Tal es el caso de 2 Pedro 3:12: “Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán desechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán” (RVR). Lo que más le preocupa a Wallenkampf de este texto es la noción de “apresurar” la Segunda Venida. Al hacer el análisis, el autor menciona que esta tiene dos sentidos: transitivo o intransitivo. En el primer caso, el verbo speudo se podría traducir como “acelerar”, y la segunda posibilidad sería “acelerar hasta” o “profundo anhelo”.35 Wallenkampf afirma que esta palabra, en el texto de 2 Pedro, tiene más bien la connotación de algo que se anhela profundamente y no el sentido de apresurar la Venida.

Es patente que la posición de Wallenkampf no deja el más mínimo lugar para la actividad humana en la determinación de la fecha del regreso de Jesús. Es más, llega a declarar que pensar que “seres humanos pecadores sean capaces de atar de manos al Omnipotente al punto de impedirle llevar a cabo sus planes” es “el colmo de la arrogancia”.36 Creer que el ser humano puede desempeñar algún papel importante en este sentido37 sería caer en “la blasfemia”.38 Dios es soberano, y por eso ha determinado la hora.39

Dentro de esta postura, pensar en una demora es ilógico. La demora es una prolongación del tiempo más allá de lo previsto, lo que da a entender que se fracasó en cumplir con un plazo estipulado por anticipado. Pero si Dios, en su absoluta potestad, ha fijado la fecha para su segunda venida, no es coherente pensar en una demora, ya que el momento de la Segunda Venida es potestativo de Dios (Hech. 1:7).

Wallenkampf dialoga con la postura opuesta –la así llamada “escatología de la cosecha”, que se analizará en el siguiente apartado–, que afirma que la actividad humana puede marcar una diferencia en la fecha de la Segunda Venida. En este contexto, afirma:

“Pero, aun cuando hagamos lo mejor de nuestra parte, nuestros esfuerzos no determinan el momento en que habrá de realizarse la cosecha de este mundo ni el regreso de Cristo. Al igual que la cosecha del grano de este mundo, la maduración que culminará en la cosecha espiritual de este mundo depende de las fuerzas que están fuera del control humano.40

Puede verse claramente que, en la postura de Wallenkampf, todo el acento está colocado en las acciones y los planes divinos, negando rotundamente la participación del hombre tanto en las actividades que anteceden a la Segunda Venida como en la determinación de la fecha de este evento.

Concepción acerca del ser de Dios

Aunque Wallenkampf expresa sus presupuestos en términos simples, puede percibirse claramente una concepción atemporal para el ser de Dios.41 Para este autor, “Dios es mayor que el tiempo. El tiempo existe en Dios y no es que Dios viva en el tiempo.”42 Es más, considera que, aunque el ser humano fracciona su existencia en tiempos verbales –pasado, presente y futuro–, “no ocurre lo mismo con Dios. Para Dios no hay diferencia entre el pasado, el presente y el futuro”;43 es decir, “el Eterno mora en un eterno presente”.44 A esto, agrega: “En realidad, el tiempo no pasa, siempre está allí. El paso del tiempo es tan solo una ilusión”.45

Como puede verse, Wallenkampf concibe el ser de Dios en términos de atemporalidad. En su postura, Dios está más allá del tiempo y no experimenta el flujo de futuro, presente, pasado.

Omnisciencia y providencia divinas

En la postura de Wallenkampf, la providencia y la omnisciencia divinas parecen desempeñar un papel fundamental.46 Lo deja en claro al afirmar que:

“Dios, por medio de su providencia, preparará el momento de la Segunda Venida de Cristo. El Señor conoce el tiempo, y el regreso de Cristo tendrá lugar en el instante previsto en los concilios del cielo. Ni por un momento debemos pensar que tú o yo podemos cambiar lo que Dios ha establecido y diseñado”.47

En este sentido, se iguala la omnisciencia divina con el control absoluto o providencia absoluta del mundo:48 “El Señor es el autor y el amo del tiempo, él lo ve todo y lo controla todo”.49

La presuposición atemporal para el ser de Dios en Wallenkampf conduce a un concepto de soberanía absoluta de Dios en relación con los eventos de este mundo.50 Al comentar el relato bíblico de Jacob y Esaú, y la historia judía, el autor realiza una breve comparación con el tema de la parusía, destacando el pensamiento de que Dios debe manejar los tiempos y no el ser humano: “Esto evidencia que Dios tiene horarios que rigen tanto los sucesos diarios como los eventos históricos”.51

Como puede verse, Wallenkampf concibe el ser de Dios en términos de atemporalidad. En su postura, Dios está más allá del tiempo y no experimenta el flujo de futuro, presente, pasado. Creer que el ser humano pueda desempeñar algún papel es como una “blasfemia”.

Es más, para Wallenkampf, al sostener que Dios demoró la Segunda Venida por causa del hombre, “negamos de un golpe, tanto su presciencia, como su omnisciencia. Y al reflexionar de este modo rebajamos a nuestro omnisciente Dios a nuestro propio nivel”.52 Es decir, la Segunda Venida tiene que suceder porque Dios en su omnisciencia ya lo previó.53 Se está aquí ante un futuro fijo, cerrado e invariable, determinado por la omnisciencia y la providencia de un Dios atemporal.54

Como puede verse, Wallenkampf concibe el ser de Dios en términos de atemporalidad. En su postura, Dios está más allá del tiempo y no experimenta el flujo de futuro, presente, pasado. Para él, pensar que “seres humanos pecadores sean capaces de atar de manos al Omnipotente al punto de impedirle llevar a cabo sus planes” es “el colmo de la arrogancia”. Creer que el ser humano puede desempeñar algún papel importante en este sentido, sería caer en “la blasfemia”.55 Dios es soberano, y por eso ha determinado la hora.56

Además, Wallenkampf no es el único teólogo adventista que sustenta esta línea de pensamiento. Gallagher no considera que los esfuerzos del hombre pueden ayudar a acelerar la parusía, ya que hacer depender este evento de los esfuerzos humanos sería de alguna manera “limitar la omnipotencia de Dios”.57 En este mismo sentido, para Kubo, Dios vendrá solamente cuando lo establezca él, y afirmar que “de alguna manera, por nuestros propios esfuerzos humanos, podemos hacer bajar a Cristo” es algo “blasfemo”.58

En resumen, para Wallenkampf “aun cuando hagamos lo mejor de nuestra parte, nuestros esfuerzos no determinan el momento en que habrá de realizarse […] el regreso de Cristo”. Así, la parusía “depende de fuerzas que están fuera del control humano”.59

Puede verse claramente que, en la postura que encabeza Wallenkampf, todo el acento está colocado en las acciones y los planes divinos, negando rotundamente la participación del hombre tanto en las actividades que anteceden a la Segunda Venida como en la determinación de la fecha de este evento. Esta postura, como se ha evidenciado, depende particularmente de los presupuestos adoptados.

Evaluación

En el análisis de los presupuestos de Wallenkampf, se subrayó que parte de una presuposición atemporal del ser de Dios. Para él, “Dios es mayor que el tiempo. El tiempo existe en Dios y no es que Dios viva en el tiempo.”60 Es más, considera que, aunque el ser humano fracciona su existencia en tiempos verbales –pasado, presente y futuro– “no ocurre lo mismo con Dios. Para Dios no hay diferencia entre el pasado, el presente y el futuro”;61 es decir, “el Eterno mora en un eterno presente”.62 A esto, agrega: “En realidad, el tiempo no pasa, siempre está allí. El paso del tiempo es tan sólo una ilusión”.63 En este mismo sentido va Gallagher, al afirmar que Dios “realmente es el Eterno, el gran YO SOY, en quien no hay pasado ni futuro; todas las cosas le son eternamente presentes”.64 Como puede verse, Wallenkampf concibe el ser de Dios en términos de atemporalidad.

Ahora bien, esta presuposición atemporal para el ser de Dios de la que parte Wallenkampf para elaborar su visión de la omnisciencia y la providencia divinas, ¿es bíblica?

El capítulo 6 (“La eternidad de Dios”) de este libro señala que la visión atemporal de Dios no parte de la Biblia, sino de conceptos filosóficos griegos que se introdujeron en el cristianismo a través de Agustín de Hipona y, fundamentalmente, Tomás de Aquino. Al nutrirse del teísmo clásico para elaborar su idea de Dios, Wallenkampf se aleja de la forma en que la Biblia presenta el ser de Dios. Las Escrituras no afirman una existencia atemporal de Dios, en la que no puede entrar en contacto con el flujo temporal de la creación, sino que presentan que Dios experimenta el flujo del tiempo, aunque de maneras cualitativa y cuantitativamente superiores.

 

Wallenkampf se aparta totalmente de la visión bíblica de Dios, al adoptar el presupuesto atemporal para explicar el ser de Dios. Esta visión de Dios está presente en el teísmo clásico, y se desarrolló mediante la incorporación de presupuestos filosóficos griegos ajenos a la Biblia.

Así, si bien Wallenkampf dice estar “fundamentado en la Biblia” al elaborar su idea de Dios,65 lo cierto es que toma prestados presupuestos filosóficos griegos para esta tarea, desviándose en sentido diametralmente opuesto de la posición bíblica que dice sustentar. Es más, Loron Wade, al hacer la reseña del libro La demora aparente, afirma que la idea de un Dios atemporal que sostiene Wallenkampf “no está arraigada en la Biblia”, sino en “la filosofía griega”.66 Steger, por su parte, ha señalado que la visión de Dios que sostiene Wallenkampf “tiene su origen en la metafísica griega y carece de fundamento bíblico”.67

En resumen, Wallenkampf se aparta totalmente de la visión bíblica de Dios, al adoptar el presupuesto atemporal para explicar el ser de Dios. Esta visión de Dios está presente en el teísmo clásico, y se desarrolló mediante la incorporación de presupuestos filosóficos griegos ajenos a la Biblia. Es más, esta visión del ser de Dios termina afectando la posición que Wallenkampf adopta con respecto a la omnisciencia y a la providencia divinas.

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