Los frutos del árbol de la vida

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Los frutos del árbol de la vida
Font:Smaller АаLarger Aa

Los frutos del árbol de la vida. Aforismos del orden supremo

Manuel Arduino Pavón

© 2020. Ediciones Especializadas Europeas, SL

EEEliteraria

www.eeeliteraria.com

ISBN: 978-84-121078-2-1

Todos los derechos reservados, incluyendo, entre otros, conferencias públicas y transmisiones por radio y televisión, incluidas partes individuales. Ninguna parte del trabajo puede reproducirse de ninguna forma (por fotografía, microfilm o cualquier otro medio) o procesarse, duplicarse o distribuirse utilizando sistemas electrónicos sin el permiso por escrito del editor.

Los frutos del árbol de la vida. Aforismos del orden supremo

Manuel Arduino Pavón

Aforismos

I

La lluvia cae en el lago. La juventud se pierde en los objetos. Un carrero se irrita contra sus bueyes azotando a su único buey. Una lágrima se mezcla con el mar y cambia toda la sustancia del universo. Cinco patos vuelan como el cuclillo, un cuclillo vuela como cinco patos. El monje quema boñigas para calentar el mundo, pero se olvida de la plegaria del crepúsculo. Nada perdura, todo es distracción.

Cuentan de un hombre que quería poseer el secreto de los cielos. Construyó un observatorio astronómico y a través de sus lentes oteó el firmamento parte a parte hasta donde los medios mecánicos y su vista alcanzaban. Y que una noche un niño que pasaba por allí le preguntó por una vecina. El astrónomo se percató de que no conocía a esa vecina. El niño le dijo:

- ¿Conoce usted las estrellas y no conoce a la señora que cuece habas como ninguna?

El astrónomo replicó con desdén:

- No puedo perder el tiempo en esas cosas.

El niño lo miró con sorpresa y observó:

- Es una pena, la vecina de usted que cuece habas no conoce las estrellas pero lo conoce bien a usted.

- ¿Me conoce a mí?

- Sí, ella me contó que hay un vecino que quiere saber todo sobre las estrellas del cielo y que pasa toda la noche en esa tarea mientras ella cuece habas.

- ¿Y qué más te dijo de mí?

- Que seguramente usted no la ha advertido porque aún no se ha dado cuenta que los cielos incluyen la tierra, nuestro planeta, y que en nuestro planeta hay tantas cosas vivas como estrellas en el cielo. Y que entre otras cosas hay una sartén con habas cocidas hechas con la misma sustancia de sus estrellas.

El astrónomo sonrió ante la ocurrencia y quiso conocer más de una vecina tan perspicaz. Había comenzado a descubrir que también las otras personas son interesantes. Pero el niño prosiguió:

- Usted usa de sus ojos pero no ve. No usó nunca de su olfato. No se arriesgó con un gusto nuevo. Y todo porque no pone atención a su alrededor.

El astrónomo admitió con una sonrisa lo que le decía el niño. Entonces le preguntó:

- Y te dijo mi vecina que debería hacer yo para recuperar el interés por el planeta y mis vecinos y las habas?

- Es muy sencillo explicó el niño. La señora que cuece habas me dijo que usted está distraído con las estrellas, que en realidad no está atento, y que por eso se pierde las cosas buenas y bellas de la vida.

El astrónomo despidió al muchacho. Pensó en dejar el observatorio. Como siguió muy distraído, nunca llegó a tomar esa decisión. Sin embargo, al otro día, bien temprano y después de los aseos, marchó al mercado a comprar una medida de habas.

II

Las nubes ocultan el secreto de la montaña, pero sólo para los que no conocen la intuición en el mirar. La visión de lo eterno requiere de una atención sapiencial.

El niño llegó a casa de la vecina que cuece habas como ninguna y le preguntó tiernamente:

- ¿Se puede ver el cielo de verdad cuando se lo mira con la misma mirada con la que mira el astrónomo a las personas?

La señora de las habas sonrió y respondió:

- Aunque eres muy pequeño y yo no entiendo mucho del cielo, te puedo asegurar que yo miro a mis habas con todo el amor de mi alma. Dicen que soy una sabia cocinera de habas.

III

La grandeza consiste más bien en ser vigilantes que en ser exactos.

- Aunque las cocino con amor y estoy muy atenta a todo lo que les ocurre a mis habas, y aunque no se me queman jamás porque conozco el aroma exacto, el ruido de la fritura así como el ardor de la quemadura, y los regios colores de cuando están en su punto, yo tampoco podría conocer el cielo. Trato de ser perfecta con mis habas, pero es necesario ser cuidadosos con todas las personas y cosas de la vida e interesarnos por todas con el mismo entusiasmo si queremos ser justos. Pero, además, es mejor entenderse con el astrónomo, porque deben entenderse los vecinos que tienen el mismo problema no resuelto. Quizás yo pudiera interesarme por el cielo, y él por mis habas. Quizás a la larga él sintiera amor por mis habas y yo por el cielo. Quizás ese fuera un comienzo muy simple pero un comienzo, al fin, de un gran amor. ¡No creas que no he puesto mis ojos en el astrónomo! Es uno más en mi cocina. Ahora ve y llévale este plato de habas, y si te pregunta por mí, díle que me llamo Estrella y que, sin embargo todavía él no me descubrió.

IV

El sabio baja las manos y se desploma el mundo. El sabio eleva las manos y el cielo vuelve a gravitar.

V

Cuando un hombre llora el sabio no le trae alegría. Cuando un hombre ignora, el sabio no le trae sabiduría. Nada más aproxima el espejo bruñido y se retira para no provocar distracción.

VI

Cuando todo reposa el sabio vigila. Cuando todo se explaya el sabio vigila. Cuando todo vigila el sabio es el objeto de la vigilancia.

VII

La ignorancia es el candor de la sabiduría.

VIII

La práctica de la caridad hace que el mundo subsista por gracia del pobre.

Dicen que el poder de perdonar ha permitido que los hombres sobrevivan. Seguramente se refieran al poder de comprender. En el mismo sentido el poder de entender las genuinas necesidades de los otros permite que la caridad no sea una mera dádiva, resultado del separarse, sino un llano acto de amor. Por el amor subsisten las cosas, porque el amor las cambia, las reconcilia y las ordena. Es el hombre que se entrega al hombre, por lo cual los símbolos que emplea para hacerlo, cualesquiera sean esos valores, no están por delante, como cuando uno extiende su mano, alejándola de sí, guardando distancia, para dar una moneda.

Un hombre poderoso que quería poner fuego a la casa de otro hombre que lo había desairado, con una antorcha encendida en sus manos caminaba apresuradamente por el pueblo una noche. Iba muy decidido a destruir aquella casa, lleno de odio. Sin embargo también tomaba previsión de que nadie lo viera por allí. A cierta altura de su marcha oyó las voces de algunas personas cercanas. Rápidamente se ocultó tras unos barriles. De pronto oyó otra voz lastimera:

- Señor, no hay mucho espacio aquí.

El hombre que perseguía la venganza notó que bajo sus pies yacía el cuerpo de un pordiosero. Como era un hombre extremadamente lógico, no se excusó ni se movió un centímetro. Extrajo una moneda y la arrojó a la cara del pordiosero al que estaba aplastando, mientras vigilaba al grupo de vecinos que pasaban allí adelante.

- Señor -insistió el pordiosero en una queja-, es demasiado para mí.

Furioso y sin darse cuenta del sentido de las palabras del mendigo, apoyó la antorcha en el piso y le arrancó la moneda de las manos. Lo miró con odio pensando en lo que entendía estúpida soberbia del pordiosero.

Señor -volvió a hablar éste-, es demasiado para usted.

Irritado, el poderoso insultó en voz bien baja al pordiosero, al que todavía aplastaba con el peso de su cuerpo. No había reparado que aquel desventurado le quería advertir que, a causa de la estrechez y de su impericia física, se había expuesto peligrosamente a la llama de la antorcha y que ahora la levita de su traje se estaba prendiendo fuego. Cuando sintió el calor y el ardor y se apercibió de lo que le ocurría, el hombre poderoso se marchó corriendo, dejando la moneda, la antorcha y el pordiosero junto a los barriles. Este buen hombre respiró libre del peso del cuerpo del otro. Puso la antorcha cerca de su cuerpo para calentarse, recogió la moneda y se rió feliz por lo que le había deparado esa noche.

¿Alguno de estos hombres fue caritativo? En este ejemplo, ¿es el pobre el caritativo, al permitir que el satisfecho descubra cómo su peso comprimía al mundo y cómo esto ponía a riesgo su propia integridad?

El hombre poderoso del cuento volvió esa misma noche al vecindario con otra antorcha encendida y puso fuego a la casa de su enemigo. Pero no se cambió de levita para ejecutar esta acción, por lo cual fue atrapado a unas pocas cuadras del incendio. Si bien la casa y la levita se perdieron, se puede decir que el fuego de la antorcha, que entonces también había entibiado el cuerpo del pordiosero, fue doblemente caritativo esa noche.

IX

El pobre mastica, el rico traga. El pobre tiene poco que perder. El rico quizás lo haya perdido todo. Los valores deben ser suficientes para que el hombre atraviese el puente en paz. Los valores deben ser importantes para que el animal se hunda en el río en sueños.

X

La pobreza es el vicio de los Estados. La virtud lejos de los Estados es la pobreza. Es necesario dar con la pobreza sin opción.

He aquí presentado el tema de la pobreza como ascésis del alma, una pobreza que no es austeridad extrema ni mortificación, sino la naturaleza despojada y simple del alma en acción, modulando la conducta de "su hombre" en el mundo físico. Una pobreza sin opción, puesto que, según se nos enseña, las almas, en su nivel, viven desnudas de toda investidura, en la propia gloria de su condición amorosa, absolutamente desinhibidas y plenas. Se poseen a sí mismas y no conocen necesidad.

 

Esta es también la pobreza inherente a la cabal toma de consciencia (inherente al alma), que viene del total desapego y renuncia a los frutos de la acción.

XI

Cuando sientas hambre, mastica arroz hasta volverlo líquido. Cuando tengas sed, trágalo.

XII

Si quieres penetrar en un pozo ponte a pensar. Si quieres salir de un pozo entra en un pozo.

Las actividades del pensamiento desatado suelen llevarnos a un abismo de confusión. Se insinúa que descender a ese estado de marasmo e indefinición propio del abuso de la facultad del razonamiento, puede representarse por un pozo, por oposición a ahondar reflexiva y serenamente.

Penetrar en un pozo por las actividades compulsivas de la mente indica la preexistencia de una depresión, de un vacío, de un estado en nosotros al que se desciende perdiendo con ello aquel nivel de la realidad. El pozo ha sido excavado por el hábito recurrente de pensar más por desesperación que como método, o, en otro sentido, como método ciego, desesperado y vicioso. Ahondar en el problema es más bien ver con claridad todo lo implicado, lo cual disuelve las apariencias ominosas y permite ingresar en niveles de significación más internos y no necesariamente descendentes o deprimidos.

Por extensión, entrar en un pozo por el pensar obsesivo no permite salir de ese estado con naturalidad. En consecuencia, la experiencia positiva de salir de un pozo puede ser indicativa de que se ha ingresado a él previamente con un propósito de

reconocimiento de otro nivel en nosotros, mediante la observación y el examen silencioso, ya para conocer las causas de la depresión, ya para rescatar lo rescatable y, fundamentalmente, porque se aspira a salir de la opresión y asfixia del pozo y recuperar el nivel de lo real, munido de un nuevo poder experimental. Un pensamiento así es la exteriorización de un conocimiento puesto en práctica. Es un poder, el poder de emplear la mente sólo cuando resulta útil y constructivo y no como mecanismo pretendidamente compensatorio de las emociones aflictivas.

Un pensamiento sano es un pensamiento autónomo capaz de integrar. Y el pensamiento es integrador cuando no se trunca o mutila a nivel emocional. Todo mimetismo entre el pensamiento y el dolor es disociativo y termina en la experiencia del pozo, del que no se sale sin heridas. Y la presencia de las heridas es señal de que no se ha terminado el proceso. Lo mismo puede decirse de las cicatrices, aunque estas presentan la otra faz de reparación y reconstrucción del espacio interior que había padecido la deflación.

Admitamos también que no se puede subestimar tal "descenso a los infiernos", como puesta a prueba o parte de un proceso mayor que perseguiría el facilitarnos el poder de afrontar, sobrellevar y superar las pruebas de la vida sicológica. Es decir, salir regenerados, bañados en las aguas bautismales de un nuevo nacimiento, en el sentido de despertar a una condición autónoma desde un estado de encapsulamiento adictivo o encierro opresivo en un nivel deprimido al que, en clave sicológica, las tradiciones llaman el inframundo, el abismo o la noche oscura del alma. Y que aquí se designa, en este aspecto que hemos querido subrayar, como "un pozo".

XIII

Se posó un pájaro en la cabeza de un ignorante. Es un sueño, pensaron los poetas. Es un loco, pensaron los supersticiosos. Es un elegido, pensaron los piadosos. Es un árbol, pensó el pájaro.

XIV

En la inmensidad del desierto hay un oasis, y en el oasis hay un hombre pensando en el océano. En la inmensidad del océano hay un islote, y en el islote hay un hombre pensando en el desierto. En la inmensidad de la mente hay un Testigo y por su testimonio no hay relatividad. Todo es de la medida del testimonio; por eso, una vez en el oasis, una vez en el islote, ¿por qué no medir la soledad con el fiel de la inmesidad?

XV

Benditas las tinieblas que permiten que una sombra devenga en hombre.

En la oscuridad de la mente, en la negrura y opacidad del corazón, existe un desplazamiento del foco de la conciencia, de suerte que esas tinieblas interiores se vuelven sombras, fragmentos dolorosos de los que nos quisiéramos deshacer.

Con la primera luz del alma las sombras se definen, se diferencian aún más, se rodean de halos de poder y se adscriben a todo cuanto conocemos. Entonces sorprendemos las sombras afuera, discutimos con ellas, las rechazamos, nos separamos de ellas para volver a integrarlas por la inercia de tan fútil violencia. Hemos perdido la conciencia cabal, nuestra legítima herencia, al rebajarse ésta, por necesidad, a un foco de conciencia.

Una mente tenebrosa procede diferenciándose en máscaras y disfraces que llevan hombres como nosotros, nuestros rostros escondidos, nuestras deformidades. Tarde o temprano las sombras se unifican porque el foco de conciencia que surgiera tan trabajosamente alcanza a tocar las semillas de la deformidad en nuestra naturaleza, ilumina la zona de sombra de nuestra mente, provocando un nuevo interés por conocernos a nosotros mismos. El estado anterior al de hombre es el de sombra asumida como una parte de la conciencia, oscilando entre representaciones externas irritativas y asperezas interiores. Es en esencia una y la misma cosa. Finalmente se la identifica en el examen silencioso de las voces y los impulsos subconscientes. La conciencia que se había focalizado en las tinieblas, para poder penetrar a través de ellas, se transforma en luz envolvente e inclusiva, y los aspectos sórdidos de nuestra propia nocturnidad, que se habían incrustado y endurecido, como la semilla fuera de la tierra, se rompen. Asoma el broto. Es el segundo nacimiento y en verdad el primer nacimiento en el espíritu. Así, un hombre es un broto que fue sombra, y en consecuencia semilla, y está destinado a ser árbol y servir de cobijo para los demás hombres. Una vez que se es árbol, se aprende el dominio de la sombra a la que se disolvió por gracia del sol de la conciencia. Pero se conserva oculta y segura la semilla de la sombra así transmutada, para asegurar la sucesión, la transferencia del poder, la dinastía de nuevos hombres árboles que den sombras simplemente benéficas.

Se puede decir que el hombre consumado es el que encuentra y revela la otra luz, la que no da calor ni crea sombra por contraste, la que dispersa las tinieblas hasta su estado original, hasta su completa remisión, como puras potencias temporales. Conoce y se une a la luz invisible, la luz de la plenitud, que no se ejercita en la ostentación de la virtud sino en la práctica silenciosa de la ciencia de la justa oportunidad.

Un hombre que consideraba a todos sus vecinos como enemigos fue llevado ante el juez de la aldea, que quería propiciar la reconciliación.

- ¿Por qué le retiraste tu saludo a tus vecinos? -preguntó el magistrado.

- Porque viven demasiado cerca de mí.

- ¿Y por qué le retiraste tu saludo a tus familiares?

- Porque se separaron de mí.

- ¿Y por qué me retiraste el saludo a mí?

El misántropo calló por un instante. Después habló:

- Ambos hacemos cosas parecidas, juzgamos. Creo que no lo saludo porque temo que usted termine por parecerse demasiado a mí. Temo que nos eclipsemos. Temo que tarde o temprano me elijan para juez. Temo que entonces yo no sea justo.

Asombrado por estas palabras, el magistrado alabó las ideas del misántropo, diciendo:

- Aún hay una esperanza de que te corrijas, por lo que veo.

- Ya me he juzgado -dijo parcamente el vecino que odiaba a todos.

- ¿Y cuál fue la sentencia?

- Que es mejor que convivamos dos jueces en la aldea. Pero que uno sólo de ellos juzgue a todos y por todo.

- ¿Ese soy yo?

- No, es necesario que ese que juzgue a todos sea yo. De otro modo usted perdería su autoridad y yo perdería mi seguridad.

XVI

Si un hombre no define su sombra, ¿cómo se puede tomar en serio?

- Celebro esta audiencia: usted me ha permitido conocer los riesgos de una profesión en la que lo que cuenta es la conciencia. Son misteriosos los caminos de Dios: usted se ha presentado en mi camino como la sombra que arrastran mis pies, y me ha permitido comprender que el camino incluye a mi sombra. Es decir, usted me ha hecho ver un poco más allá de las luces de los tribunales, donde las sombras son adornos especialmente situados par darle relieve al aparato de la ley. Hasta esta mañana usted era como un adorno al que se evita conscientemente por suponerlo inherente al paisaje interior. Usted me ha hecho pensar que también es posible remover los adornos de los tribunales, las sombras de la mente, al tomar una decisión sobre su caso. Amigo mío, al establecer una sentencia me la impongo a mí mismo. Más que una sentencia es un imperativo de la vida. Como se trata de una última formalidad permítame que eleve mi voz, la voz de nuestra sombra común, y que le prescriba el vivir el resto de sus días con la conciencia de su aislamiento y arrogancia, que son las mías, previniéndolo de que ello nos volverá enormemente vulnerables, aunque lo disimulemos. No lo puedo obligar a que abrace y bese a sus familiares, a los vecinos y a este juez. La vida le dictó la sentencia: usted se condenó a sospechar de todos, ahora usted empezará a desconfiar de usted mismo. Si en algo lo tranquiliza, permítame confesarle que a causa de esta audiencia, el juez ha comenzado a desconfiar de su personal equidad y a ser más humano y vulnerable a los dictados de la justicia, a la que la gente llama sabiamente conciencia.

XVII

El agua es dulce. La mosca es pura. La llaga es sana. El verdadero conocimiento se parece a la ignorancia.

Un hombre voceaba en la feria:

- ¡Escuche la palabra que cambiará su vida! ¡Conozco todas las palabras que tienen poder sobre su vida! ¡Y sólo a cambio de una moneda!

Nadie se detenía ante esta oferta escandalosa. Pero una dama refinada, y por lo tanto curiosa, quiso poner a prueba al pretendido sabio.

- Escuche con atención -dijo el hombre y acercó su boca al oído de la dama.

La mujer escuchó una palabra en un idioma desconocido y no la entendió.

- ¿Qué dijo usted? -preguntó confundida.

El vendedor de palabras volvió a acercar su boca al oído de la dama.

La mujer oyó sorprendida una palabra en un idioma desconocido, que le pareció diferente a la primera y se lo hizo ver al vendedor.

Este explicó sin vacilar:

- Usted ya comenzó a entender.

- ¿A entender? -replicó perpleja la dama-. ¡Apenas si podría repetir esa palabra estrafalaria! ¿Cómo pretende usted que ya comencé a entender?

- Su reacción indica, indudablemente, que está avanzando.

La mujer reflexionó por unos instantes. Después dijo:

- ¡Creo que tiene razón: comencé a comprender que es usted un impostor!

El vendedor de palabras sonrió y dijo muy seguro de sí mismo:

- Usted está en medio de la marcha. Se encuentra andando por un camino que no parte de punto alguno y que no se dirige a punto alguno. Es natural que en su situación no entienda que está conociendo cosas graves y solemnes sobre su vida.

Picada por las palabras del hombre, la dama quiso saber a qué se refería con cosas graves y solemnes de su vida. El hombre respondió:

- Si usted está dispuesta a conocer la verdad debe escuchar aún otra palabra, eso sí, a cambio de una moneda.

La mujer, algo molesta, accedió a escuchar una vez más.

Esta vez el vendedor de palabras no se le aproximó. A todo pulmón gritó:

- ¡Ámenme!

La dama refinada y curiosa se ruborizó. Pagó una moneda apresuradamente y se marchó.

El vendedor de palabras recogió la moneda y antes de vocear su mercancía otra vez, recordó lo que su maestro en el arte le había enseñado:

"La verdad es un secreto a voces. Las palabras hacen que sea un secreto."

XVIII

Para quienes creen que la vida es una lucha, el deber es derribar las murallas. Para quienes creen que la vida es un juego, el deber es distribuir las pérdidas y las ganancias. Para quienes creen que la vida es un drama, el deber es desentrañar el rol del alma. Para quienes creen que la vida es un sueño, el deber es despertar y abrir los ojos al supersticioso. Para quienes creen que la vida no comporta un credo, la vida es el deber y el universo el único cuerpo.

 

Para quien esto escribe poco más se puede decir del deber y esta parece ser la conducta que sigue la Vida. Cuando se trasciende el deber se alcanza el poder. Y esta es la callada y expresiva enseñanza de la Vida. Pero quien esto escribe quiso insinuar que se libera un poder con el cumplimiento del deber. En este sentido, el deber no representa heroicidad alguna, no viene del ejercicio de la fuerza ni de alguna forma de calculada destreza. El cumplimiento del deber, hasta donde podamos conocer nuestra singularidad, es un acto de sencilla alegría. De lo contrario se deja de cumplir con la Vida.

XIX

El pensamiento se parece al vuelo de un pájaro. Vigilar el pensamiento equivale a perseguir el pájaro. Neutralizar el pensamiento equivale a unificar el pájaro con el espacio y percibir el vuelo. Este es el objeto en sí de la mente.

XX

Quien se guía por el corazón ofrece caridades con las dos manos. Quien se guía por la razón ofrece caridades con una mano y recoge caridades con la otra. Quien se guía por la sinrazón emplea dos manos en recoger caridades y con la tercera las ofrece.

- Señor, sin embargo tú me has enseñado que existe una tercera mano. Supongo que se trata de algo simbólico. ¿A qué te refieres, en realidad?

- Me refiero a la mano que nadie sabe que posee y sin la cual nadie puede tomar de la fuente espiritual de la abundancia, su parte.

- ¿Es una propiedad de la mente esa tercera mano?

- Es una mano, una mano que nos es dada desde la misma fuente espiritual para que, sin buscar afuera, obtengamos lo necesario.

- ¿Y cuándo nos es dada esa mano espiritual?

- En el tiempo en que no retenemos con la mente o con el corazón nada. Cuando ya no le arrancamos a los otros palabras, promesas o contratos. Cuando dejamos libres a los otros, a todas las cosas y confiamos en el Orden Supremo. Cuando somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, lo cual puede ser considerado la caridad por excelencia. Cuando la búsqueda deja de ser una cacería y se vuelve obediencia a la intuición del camino. Cuando nuestra liberalidad es la libertad de un corazón amante y no la permisividad de una vida negligente que no se observa a sí misma y en consecuencia ignora los límites. Cuando los límites no son los otros, ni nosotros mismos, sino la zona de sombras del camino por el que marchamos todos. Cuando la zona de sombras es, coincidentemente, la que ocupa cada nuevo paso que damos. Cuando vamos dejando atrás en el camino la ignorancia de los pasos que vamos dando mecánicamente. ¿Cómo podría una mano tal asomar cuando nuestros pies tropiezan a cada paso con el pasado? ¿Cómo puede hacerse consciente la fuente de la abundancia, si pasamos sobre ella descuidadamente y sin prestarle atención, a medida que avanzamos a ciegas por el camino de sombras? Y este es el gran secreto.

- ¿Cuál es el secreto?

- El espíritu está en las dos manos usuales y en los dos pies habituales tanto como en las manos que no desarrollamos y en los pies que atrofiamos.

- ¿Hay otros pies, además?

- De todo cuanto existe para nuestro aprendizaje hay un modelo secreto, listo para salir a la superficie cuando nosotros mismos nos transformemos en nuestro modelo secreto. En consecuencia, mi amigo, hay otra naturaleza en el espíritu y allí reside la fuente de la abundancia, del poder y de la caridad.

XXI

Detrás el sol poniente, delante el sol del alba y en medio el pan. Esta es la vianda del hombre frugal.

XXII

El espejo ha de ser un espejo invisible para que el que se busca ya no se mire en sus desemejantes.

El espejo invisible significa la conciencia viva y pura de ser. Los desemejantes: las proyecciones impresas en los otros, a quienes miramos (y transformamos) no tanto para conocerlos (y para conocernos) sino para juzgarlos por separado (y evitar justipreciarnos en nuestras relaciones). Es cierto que ver es también conocer nuestras proyecciones en los otros, sin sustituirlas por nuevas imágenes asociativas. "Vemos" a causa de que nos damos cuenta de los descubrimientos que trae el retirar los velos.

XXIII

Cuando asome tu otra cara, sal del espejo.

Cuando comiences a conocerte en profundidad, ya no podrás mantenerte en el espejo, que carece de profundidad. Abandona las imágenes que son la superficie de las cosas. El rostro que nos es original no asoma en el espejo que refleja sino en el umbral de la consciencia, el espejo invisible. Viene de esa hondura y anula la zona de sombras, porque asciende con su propia luz. Es la otra cara porque tiene luz propia y en consecuencia no necesita de espejos para reconocerse, y porque es el prototipo de belleza y unicidad que vinimos a expresar. Para lo cual nos es revelado en el umbral de la consciencia por medio de la disolución de la zona de sombra.

Lo llaman autoconocimiento, aquí se presenta como la vía de la supresión de todas las imágenes.

XXIV

La unidad del arroz es su inmensidad. La inmensidad del arroz es su pequeñez. La pequeñez del arroz es la medida del hombre.

XXV

Inquirir es un misterioso acto por el cual la mente se pregunta y el espíritu se prueba.

XXVI

Aquello que cae una vez y se levanta dos veces, eso es lo que llamamos honor.

Una partida de Caballeros de la Orden del Señor de la Compasión Infinita marchaban armados, listos para tomar venganza. Su destino era el sitio de los Hermanos de la Pureza, que los esperaban en armas, sabedores de que la imagen por la que pugnaban, la del Héroe Primordial, por la que se habían humillado, por la que habían matado una y otra vez y habían llegado al armisticio otras tantas, concentraba para sus férreos corazones un pavoroso poder. El pequeño ícono del oscuro valiente del pasado había golpeado la cabeza del rey una vez. Los Caballeros de la Orden del Señor de la Compasión Infinita, leales a su majestad, venían por la cabeza del caballero de la fraternidad de los Hermanos de la Pureza que, en aciaga ocasión, había usado sus manos para dar el golpe. El rey estaba desairado. Demandaba venganza. E invocaba su honor.

La imagen en madera del Héroe Primordial, el objeto de adoración, esperaba silenciosamente en una tienda de campaña a las afueras de la ciudad, lejos del reducto de los caballeros que habrían de ser atacados. De esta manera los Hermanos de la Pureza confiaban en engañar a los asaltantes, los que, suponían, no se ocuparían de cosa tan insignificante como una pequeña toldería en el camino.

You have finished the free preview. Would you like to read more?