Cartas al general Melo: guerra, política y sociedad en la Nueva Granada, 1854

Text
From the series: Ciencias Humanas
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

En resumen, los oficiales golpistas eran militares de profesión, pues todo su ciclo vital se había hecho en la milicia, ganando experticia y conocimiento en el campo militar y, como muchos, habían entrado jóvenes en la carrera de las armas durante las guerras de Independencia (algunos a una edad en la que aún se pueden considerar niños, como Alejandro Gaitán, a los 10 años). Al concluir estas guerras, a finales de los veinte, difícilmente podían dedicarse a otro oficio, por lo que terminaron haciendo su vida en el Ejército, como son los casos de los coroneles Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña o Manuel Martínez Munive76; y los tenientes coroneles Dámaso Girón, Mariano Posse, Juan Nepomuceno Prieto, Alejandro Gaitán, entre otros77.

Frente a sus posiciones políticas, el grupo tiene ciertas tendencias; por lo general fueron veteranos de las guerras de la Independencia, además constitucionalistas en 1830 y opuestos a la dictadura de Rafael Urdaneta en 1831. Estos son los casos de Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña, Manuel Martínez Munive, José Manuel Calle, José del Rosario Guerrero, Mariano Posse, José Valerio Carazo, Juan Nepomuceno Prieto o Alejandro Gaitán, entre otros. Uno de los casos representativos de este grupo era el riohachero Dámaso Girón, quien entró a las filas republicanas en la Marina, hallándose, entre otras acciones, en la batalla naval de Maracaibo (1823); pasó al sur e hizo la campaña contra la invasión peruana (1829). Retornó al centro del país y defendió al gobierno constitucional de Joaquín Mosquera y Domingo Caicedo (1830), siendo de los derrotados del Santuario y Puente Grande en Funza.

Girón fue prisionero y condenado como soldado en las tropas del coronel Pedro Murguenza, encargado por Urdaneta de someter la resistencia contra su gobierno en el Cauca, encabezaba por los generales José María Obando y José Hilario López. Por estas circunstancias estuvo en la batalla del Papayal o el Badeo cerca de Palmira (10 de febrero de 1831), donde, derrotados los urdanetistas, fue aprovechado por Girón para cambiar de bandera. Marchó al centro del país nuevamente, esta vez a restablecer el orden constitucional y luego acompañó a Obando en la recuperación de la provincia de Pasto (1832), que en esos tiempos se había agregado al Ecuador78.

Su posición contra Urdaneta los hizo muy cercanos a la administración presidencial de Francisco de Paula Santander, por lo que fueron recompensados con cargos de gobernadores o comandancias militares. En el caso de Dámaso Girón, en 1834 se encontraba en servicio en la sabana de Bogotá y formó parte de los oficiales que atendieron la conspiración de Sardá; estaba entre los que capturaron y dieron muerte violenta a Mariano París, quien estaba implicado en el complot. Posiblemente esta posición, ganada por varios oficiales bajo las órdenes Santander, empezó a ser erosionada con el ascenso de Ignacio de Márquez a la presidencia de la República, llevando a varios a pronunciarse contra el gobierno en la guerra de los Supremos, como los coroneles Ramón Acevedo Calderón, José Manuel Calle, Manuel Antonio Carvajal y Tenorio, Mariano España, Rafael Peña, Juan Bautista Castillo y Sinforoso Paz79 o Cristo Velandia.

Velandia es un buen ejemplo de las experiencias que varios militares compartieron, ya que su vinculación con la rebelión los llevó a ser expulsados del país (los más afortunados, pues varios fueron fusilados) o condenados a servir como soldados, que es el caso en mención; Velandia, a lo largo de la década del cuarenta, estuvo en varias unidades regulares pagando su condena y, al concluirla, continuó en la milicia, ascendiendo nuevamente en el escalafón militar hasta alcanzar el grado de alférez (1851).

Como oficial de la Guardia Nacional de Buga hizo campaña en defensa del gobierno liberal en varios puntos del suroccidente y posteriormente sirvió en el batallón 1.º de línea (1851-1853), ganándose la confianza y el respeto de sus superiores para ser encomendado del detall de su cuerpo. En aquella campaña pasó de alférez 2.º a 1.º y luego a teniente. Su cuerpo marchó al centro del país y se halló entre las fuerzas melista en la acción de Tiquisa, y después en varias campañas al occidente de la sabana de Bogotá y en Tunja80.

Es necesario señalar que no todos los melistas fueron rebeldes durante la guerra de los Supremos81. Sin embargo, los comprometidos en este conflicto fueron exiliados y borrados del escalafón militar, retornando al país durante la administración de Tomás Cipriano de Mosquera (entre 1847-1849) gracias a varios indultos sancionados por el general caucano82. Pero, salvo algunas excepciones, todos entraron en servicio activo durante la presidencia de José Hilario López, quien, de paso, los promovió en el escalafón militar, a algunos antes de la rebelión conservadora de 1851 y a otros después de dicho levantamiento83.

Es en este punto, en el momento de la llegada de los gobiernos liberales de medio siglo, donde existe una mayor regularidad en los oficiales comprometidos con el golpe del 17 de abril de 1854, independientemente de si fueron constitucionales o urdanetistas (1830 y 1831) o rebeldes o gobiernistas (1839 y 1841), salvo contadas excepciones de las que se hablarán más adelante, sirvieron al gobierno liberal. Lo apoyaron durante la rebelión conservadora de 1851 y, en general, se beneficiaron de los ascensos a grados de jefatura militar, e incluso de general, que el régimen les otorgó. Es posible que también se favorecieran del sistema pensional cuando por diversas circunstancias se retiraron del servicio activo.

En este orden de ideas, se puede afirmar que buena parte de la oficialidad melista tuvo cierta filiación con el liberalismo e incluso es posible rastrear estos antecedentes en la familia Gaitán Rodríguez, que, sin lugar a duda, fue una de las principales exponentes de esta tendencia. Recordemos que su madre fue Carmen Rodríguez, una activa mujer en la esfera política desde los tiempos de la crisis de la monarquía, mantuvo cierta correspondencia y amistad con Bolívar, se distanció de él durante la dictadura y luchó contra el gobierno de facto de Urdaneta. Sus hijos, tres varones, todos militares, y dos hijas, siguieron la línea política de su madre, todos estuvieron contra la dictadura bolivariana, contra el gobierno de Urdaneta, promovieron el restablecimiento del orden constitucional, fueron rebeldes en la guerra de los Supremos y, salvo el caso de Domingo Gaitán, quien murió en su exilió en el Perú en la batalla de Ingaví (1842) en el Ejército de Agustín Gamarra, todos regresaron a finales de los años cuarenta84. Alejandro se comprometió activamente con las sociedades democráticas de Bogotá y, como sabemos, terminó simpatizando con el golpe de Melo85. Sin embargo, la trayectoria liberal de estos hermanos, junto con los demás melistas, se evidencia en que terminaron luchando contra el gobierno de la Confederación de Mariano Ospina Rodríguez, algunos ya como oficiales prominentes de los Estados Soberanos recientemente emergidos en el nuevo orden político a finales de la década de los cincuenta.

Un ejemplo ilustrativo de los militares de cuño liberal es Juan de Jesús Gutiérrez, de quien solo tenemos información al concluir la década del cuarenta, pero, por el grado que ostentaba hacia 1850 de sargento mayor, debía haber estado en servicio en los últimos quince años o más. Gutiérrez defendió al gobierno de López contra la rebelión conservadora de 1851, haciendo operaciones contra los rebeldes de la sabana de Bogotá bajo las órdenes de Joaquín Barriga. Permaneció en servicio en la capital y durante los enfrentamientos que ocurrieron entre los miembros de las sociedades de artesanos y los de casaca o notables de la capital, se llegó a decir que beneficiaba a los primeros cuando intervenía en estos enfrentamientos. Se unió al golpe de Melo y fue ascendido a coronel. Sin lugar a duda, fue uno de los militares más capaces con el que contó el gobierno del 17 de abril; lo demostró en la batalla del alto de los Cacaos o de Petaquero (30 y 31 de octubre de 1854), donde frenó el avance del Ejército constitucional a la cabeza del general Mosquera, quien debió reconocer los dotes del joven oficial. Concluida la dictadura, fue hecho prisionero e indultado con la condición de salir del país por siete años (6 de junio de 1855), pero semanas después se le rebajó la pena a la mitad y, a mediados de julio, cuando estaban listos para partir a la costa atlántica, se fugó con Ramón Ardila y Manuel Jiménez.

Gutiérrez se vinculó al liberalismo a finales de la década, fue parte de los candidatos seleccionados por la junta eleccionaria de Cundinamarca para diputado del departamento (1859); fue nombrado por la Asamblea Legislativa de Santander jefe departamental de El Socorro (1859), siendo parte de los oficiales de aquel Estado que defendió al gobierno de la invasión conservadora proveniente de García Rovira (agosto de 1859). Participó en el combate de Concepción (29 de agosto de 1859), donde las armas liberales triunfaron. Nuevamente defiende al Estado, esta vez de la guerra que le declaró la Confederación, enfrentándose al Ejército conservador dirigido por Pedro Alcántara Herrán en el combate de Galán (llamado en ese periodo La Robada) el 29 de julio de 1860, momento en el que falleció. Si bien el triunfo se lo llevaron los liberales, la batalla fue fatal para el régimen porque perdieron al militar de más experiencia y, posiblemente, una de las futuras espadas del liberalismo86.

Lo señalado anteriormente sobre la posición claramente liberal de ciertos oficiales no fue exclusivo de Juan de Jesús Gutiérrez, varios de los comprometidos con el melismo terminaron defendiendo la causa liberal contra el gobierno de la Confederación presidido por Mariano Ospina Rodríguez, entre ellos Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña, Pedro Arnedo y Juan Cristo Velandia, quienes sirvieron en el Ejército del Estado de Santander, José Manuel Calle y José del Rosario Guerrero, vinculados al gobierno de Mosquera en el Cauca; Manuel Antonio Carvajal, quien falleció en la acción de La Polonia en 1861; José María Dulcey, un melista del Valle comprometido en las democráticas de Cali y Palmira. Pero, como toda regularidad tiene sus discontinuidades, Habacuc Franco y Benito Franco lucharon en esa guerra a favor del conservatismo y del gobierno de la Confederación87.

 

También esta regularidad se presenta en otros melistas menos visibles, en el sentido de que no contamos con mucha información empírica sobre los personajes. Este es el caso de Ricardo Brun, oficial de artillería, quien se encargó de dichas piezas en la batalla de Tiquisa, sirvió durante toda la dictadura y fue capturado el 4 de diciembre en Bogotá, pero logró fugarse a principios de febrero de 1855. Se dedicó luego al comercio contando con conexiones en el puerto de Buenaventura, formó parte de los liberales que dominaron dicho fondeadero del Pacífico en marzo de 1861 y, según informes de los contemporáneos, cometió gran cantidad de arbitrariedades con las mercancías de sus opositores políticos; además de sacar enormes ganancias con la especulación de la sal88.

No obstante, hay que señalar que el melismo contó con casos que no se ajustan a ninguna de las regularidades expresadas, estos son los casos de Manuel Jiménez y José del Rosario Guerrero. El primero era un militar venezolano del pueblo de La Cruz, quien luchó en la guerra de Independencia en diversas campañas desde Venezuela hasta Perú. Solicitó, desde Venezuela, la admisión al Ejército granadino en 1842, siendo aceptada favorablemente con el grado de teniente coronel por haber servido en los ejércitos de Colombia.

Jiménez apoyó al gobierno liberal durante la rebelión conservadora de 1851 y se comprometió con el golpe, siendo jefe de la caballería del Ejército melista. Se encontraba en Zipaquirá cuando acontecieron los eventos del 17 de abril, el gobernador de la provincia, José María Martínez, temiendo traición del militar, lo capturó y lo remitió a Guateque, pero fue liberado por los dictatoriales y a la cabeza de ellos marchó y derrotó en el puente de Sisga al gobernador. Fue el encargado de defender a Zipaquirá (20 de mayo de 1854) de las fuerzas constitucionalistas que desde Tunja habían salido a recuperar a Bogotá y, posteriormente, persiguió a los últimos restos de las fuerzas expedicionarias de la fracasada campaña constitucional procedente de Cúcuta al mando de Melchor Corena, derrotada en Aposentos (29 de mayo de 1854).

El militar venezolano marchó, a finales de julio de 1854, sobre el Magdalena con unos 500 hombres, el 30 de ese mes ocupó Guaduas y se dirigió a Chaguaní, pero, al no contar con piraguas o barquetas para atravesar el Magdalena, regresó al puerto del Platanal y después retornó a Facatativá. El 30 de septiembre se encargó de operar contra la guerrilla de Ardila a consecuencia de las diversas acciones de dicha partida, arrasando la hacienda de su líder en las inmediaciones de Facatativá. Se rindió con Melo el 4 de diciembre de 1854, otorgándosele un indulto el 6 de junio de 1855 con el compromiso de salir del país por siete años, cuando se alistaba su destierro por la costa Caribe, se fugó89.

José del Rosario Guerrero, según Gustavo Arboleda, era de Cúcuta. Sirvió a la causa de la emancipación desde 1819 haciendo diversas campañas en el sur y, posteriormente, estuvo en Perú. Debió residenciarse en la costa del Pacífico ya en los treinta, fue el comandante de la campaña que los comerciantes del puerto de Buenaventura financiaron contra los rebeldes de Iscuandé durante la guerra de los Supremos (junio-octubre de 1841). Por sus conocimientos de la región, el gobierno nacional lo nombró comandante de armas de Tumaco y Barbacoas, y luego de Iscuandé (1842-1844), con el grado de sargento mayor.

Era, sin duda, un hombre que dependía de su salario, pues son reiteradas las quejas de que se le cancelaran los meses atrasados, así como de que se le asignara una parte de este para su familia en Cúcuta. En 1851 se encontraba en Patía apoyando al gobierno en las correrías que hacía contra los rebeldes conservadores de aquel valle, pero debió tener un comportamiento poco claro para que, en ese año, el juez letrado de Popayán le siguiese un proceso judicial por rebelión e intento de asesinato. Se encontraba en Popayán en 1854 cuando se pronunció el batallón 5.º, siendo uno de sus líderes (16 de mayo de 1854). No sabemos la suerte que después corrió, pero aparece como comandante de las fuerzas del estado de Boyacá y luego participó en las guerras federales bajo las banderas liberales en el Cauca y bajo el mando del batallón Palacé90.

Los casos en mención no se ajustan al derrotero identificado en los hombres seguidores de Melo. Pero sin duda creemos, como lo demuestra la correspondencia de José del Rosario Guerrero, que dependían para vivir del servicio militar, de manera que las políticas antimilitaristas de los gólgotas, sin duda, les despertó temores. Esta es la situación de Jiménez, quien, desde 1842, se había radicado en la Nueva Granada y, siendo reinscrito en el escalafón militar, dependía para vivir del oficio castrense.

En conclusión, consideramos que el golpe militar de José María Melo, el 17 de abril de 1854, fue una acción contenciosa liderada por los militares. Pero, paradójicamente, la interpretación general de las últimas décadas ha sido ser una acción liderada por los artesanos y no se ha prestado atención al hecho de que el evento fue promovido por los hombres en armas, en los cuales los artesanos participaron enrolados en la Guardia Nacional.

A partir de hacerles un seguimiento del ciclo de vida de los militares implicados en el golpe, podemos concluir que los participantes de los hechos pretorianos eran, en su mayoría, veteranos de las guerras de Independencia, procedentes de estratos sociales no privilegiados, los cuales iniciaron el oficio de las armas en los grados más bajos del escalafón militar como soldados. Su largo servicio en las milicias los llevó a ascender lentamente en la jerarquía militar, al punto de que los principales seguidores de Melo se hallaban, en abril de 1854, entre sargentos mayores y tenientes coroneles. Es decir, se hallaban en los rangos de jefatura; eran los encargados de los procesos administrativos, de disciplina y mando de las unidades militares de batallones a divisiones, así como de los Estados Mayores, de inspección general o intendencia. Esto significa que eran militares con cierta experticia en su oficio, que no fue obtenida en academias, sino por la experiencia obtenida a lo largo de décadas de servicio en el Ejército o las milicias; aunque, como sabemos, Melo hizo este tipo de estudios formales en Europa.

Por todo lo señalado, los oficiales que dependían del prest militar fueron vulnerables a las reformas antimilitares que un sector del liberalismo ventilaba desde la prensa, el Congreso y en la esfera pública en general, ya que liquidar el Ejército permanente los dejaba sin su medio de vida, más aún para aquellos hombres que desde su juventud se enrolaron en diversas compañías y batallones durante las guerras de Independencia y, cuando estas terminaron hacia mediados de los años veinte del siglo XIX, difícilmente podían empezar un nuevo oficio. Su afiliación temprana a la milicia, como en el caso del general Martiniano Collazos, entre otros, los llevó a depender del prest que el Estado les asignó por estar en servicio activo o en retiro permanente o parcial.

Además, los militares que apoyaron a Melo tenían cierta simpatía por las ideas liberales. No es gratuito el hecho de que muchos de los comprometidos con Melo sirvieran durante el régimen liberal de mediados de siglo y, posteriormente, lucharan en las guerras federales como oficiales, de los ejércitos de los recientemente constituidos Estados, contra el gobierno de la Confederación, presidido por el conservador Mariano Ospina Rodríguez. Es necesario, en este caso, revisitar sus vidas y sus ideas políticas, para saber hasta qué punto su apoyo al golpe de Estado más famoso de la Colombia en el siglo XIX también comprometió un proyecto político que buscaba integrar a los diversos sectores plebeyos a los que las contradictorias reformas de mediados de siglo habían empezado a darles mayor espacio en la arena pública del país.

Notas

1 Venancio Ortiz, Historia de la revolución del 17 de abril de 1854 (Bogotá: Banco Popular, 1972), 15. La tesis de Venancio Ortiz de la falta de empleo para explicar las guerras fratricidas que asolaron a Colombia en el siglo XIX fue tempranamente expuesta por Mariano Ospina Rodríguez en su informe que rindió ante el Congreso en 1842 como secretario de Estado en el despacho de interior, donde señaló que excesivo número de abogados que sacaban las instituciones universitarias del país, llenos de ideas “metafísicas” y sin empleos, promovían la alteración del orden constitucional. Doris Wise de Gouzy (Ed.), Antología del pensamiento de Mariano Ospina Rodríguez, tomo 1 (Bogotá: Banco de la República, 1990), 481-483. Este esquema interpretativo está presente en otras latitudes, por ejemplo, en Bolivia, donde diversos intelectuales señalaron como una de las causas de la anarquía la búsqueda de un empleo estatal por parte de civiles y militares. Víctor Peralta Ruiz y Marta Irurozqui Victoriano, Por la concordia, la fusión y el unitarismo. Estado y caudillismo en Bolivia, 1825-1880 (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000), 33-59.

2 El sufragio universal masculino para todos los varones mayores de 21 años fue para los liberales un fracaso en las elecciones para elegir gobernadores provinciales, celebradas a finales de 1853. Perdieron en varias provincias como Bogotá, Buenaventura, Casanare, Córdoba, Cundinamarca, Mariquita, Medellín, Neiva, Pasto, Popayán, Buenaventura, Riohacha, Tequendama, Túquerres, Veraguas, entre otros. En resumen, varios candidatos oficialistas salieron derrotados, como lo fue en el suroccidente a excepción de la provincia del Cauca. Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VI (Bogotá: Banco Central Hipotecario, 1990), 225-251.

3 Hoy existe un consenso en la historiografía latinoamericana respecto al carácter local y voluntario de las guardias nacionales, desempeñando una función central los notables parroquiales: Luis Ervin Prado Arellano, “El leviatán desarmado. El monopolio de las armas en las provincias del Cauca, 1830-1855”, Procesos Revista Ecuatoriana de Historia, n.° 49 (2019), 11-38; Natalia Sobrevilla, “Ciudadanos armados: las guardias nacionales y la construcción de la nación en el Perú a mediados del siglo XIX”, Natalia Sobrevilla Perea, Los inicios de la República peruana. Viendo más allá de la “cueva de bandoleros” (Lima: Fondo Editorial Universidad Católica del Perú, 2019), 333-366. Para Cartagena: Sergio Paolo Solano y Roicer Flórez, La infancia de la nación. Colombia en el primer siglo de la República (Cartagena: Ediciones Pluma de Mompóx, 2011), 95-120.

4 Para el caso colombiano aún no hay un estudio sistemático sobre la participación de las milicias y el Ejército en tiempos de elecciones. El único trabajo disponible señala explícitamente la falta de evidencia, para la primera mitad el siglo XIX, de injerencia de las fuerzas armadas en los días de elecciones. Patricia Pinzón de Lewin, Ejército y las elecciones. Ensayo histórico (Bogotá: CEREC, 1994). Para el caso latinoamericano, se puede consultar: Marta Irurozqui Victoriano, A bala, piedra y palo. La construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1956 (Sevilla. Diputación de Sevilla, 2000); Ulrich Mücke, Política y burguesía en el Perú. El partido civil antes de la guerra con Chile (Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos, Instituto de Estudios Peruanos, 2010), 137-184.

5 Tomás Cipriano de Mosquera, Resumen de los acontecimientos que han tenido lugar en la República (Bogotá: Editorial Incunables, 1983). Esta misma interpretación, de ser un ardid perpetrado por Obando y Melo, también la señala contemporáneamente Venancio Ortiz, lo cual sugiere que era una idea compartida por ciertos grupos políticos de la época.

6 José María Samper, Historia de un alma (Medellín: Editorial Bedout, 1971); José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1978), 239-252.

7 José Manuel Restrepo, Diario político y militar. Memorias sobre los sucesos importantes de la época para servir a la historia de la revolución en Colombia y de la Nueva Granada, tomo IV (Bogotá: Imprenta Nacional, 1954); Anónimo, Diario de los acontecimientos de Popayán desde el 16 de mayo en que el batallón 5.º se pronunció a favor de la dictadura de Melo, en Luis Ervin Prado Arellano, David Fernando Prado Valencia y Laura Helena Ramírez Tobar, Diarios de las guerras de mediados de siglo en las provincias del Cauca, 1851 y 1854 (Popayán: Universidad del Cauca, 2014), 83-162.

 

8 José Manuel Restrepo, Historia de la Nueva Granada, tomo II, 1845 a 1854 (Bogotá: Editorial El Catolicismo, 1963), 319-404.

9 El mismo autor reconoce que casi toda la información disponible “para narrar los hechos militares y políticos del 54 son de origen constitucionalista, producidas por el encono de las pasiones de la época y decididamente contrarias a Melo y sus amigos”. Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 160.

10 Alirio Gómez Picón, El golpe militar del 17 de abril de 1854 (Bogotá: Editorial Kelly, 1972), la expresión citada en: María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana María López Lopera, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia (Medellín: La Carreta Histórica, 1.ª reimpresión, 2010), 349.

11 Se inscriben en esta lógica con diversos matices: Sergio Guerra Vilaboy, Los artesanos en la revolución latinoamericana, Colombia (1849-1854) (Bogotá: Universidad Central, 2.ª edición, 2000); Enrique Gaviria Liévano, El liberalismo y la insurrección de los artesanos contra el librecambio. Primeras manifestaciones socialistas en Colombia (Bogotá: Editorial Temis, 2.ª edición, 2012); Gustavo Vargas Martínez, José María Melo. Los artesanos y el socialismo (Bogotá: Editorial Planeta, 1998). Sobre la expresión del primer “frente nacional”, lo expresa de la siguiente manera Fernando Guillén Martínez: “Por primera vez se dio en la Historia de Colombia el fenómeno —luego recurrente— de una tregua estratégica entre los partidos, cuando tuvieron que enfrentar la amenaza de formas de asociación no adscripticias…”, Fernando Guillén Martínez, El poder político en Colombia (Bogotá: Editorial Planeta, 1996), 333.

12 Julián Casanova, La historia social y los historiadores. ¿Cenicienta o princesa? (Barcelona: Crítica Editorial, 2003), 59.

13 Memorias de la II Cátedra Anual de Historia Ernesto Tirado Restrepo, Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el siglo XX (Bogotá: Museo Nacional de Colombia, Ministerio de Cultura, 1998).

14 Si bien no se puede decir que en Colombia existe una amplia bibliografía sobre el tema de las guerras civiles en el siglo XIX, sin duda desde el año 2000 en adelante se percibe un creciente interés por el tema. Algunos de los trabajos son los siguientes: Luis Javier Ortiz Mesa et al., Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 1840-1902 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2005); Luis Javier Ortiz Mesa, Fusiles y plegarias. Guerra de guerrillas en Cundinamarca, Boyacá y Santander, 1876-1877 (Medellín, Universidad Nacional, Dirección de Investigaciones, 2004), 101-166; Obispos, clérigos y fieles en pie de guerra. Antioquia 1870-1880 (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, Universidad Nacional, 2010); Juan Alberto Rueda, Luis Javier Ortiz, Diego Andrés Jaimes, Guerra y rebelión en la década de 1870. Estados Unidos de Colombia (Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, Colciencias, 2014); Fernán González, Partidos, guerras e iglesia en la construcción del Estado Nación en Colombia (1830-1900) (Medellín: La Carreta Histórica, 2006); Álvaro Gärtner, Guerras civiles en el cantón de Supía. Relatos de episodios armados acaecidos entre el siglo XVI y el XIX. Luchas por la tierra del oro (Manizales: Editorial Universidad de Caldas, 2006); Luis Ervin Prado Arellano, Rebeliones en la provincia. La guerra de los supremos en las provincias suroccidentales y nororientales granadinas, 1839-1842 (Cali: Universidad del Valle, Centro de estudios regionales, 2007); Luis Ervin Prado Arellano, David Fernando Prado Valencia, Narraciones contemporáneas de la guerra por la Federación en el Cauca (1859-1863) (Bogotá: Universidad del Rosario, 2017); Brenda Escobar Guzmán, De los conflictos locales a la guerra civil. Tolima a finales del siglo XIX (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2013).

15 Alonso Valencia Llano, “La revolución de Melo en las provincias del Cauca”, en: Memorias de la II Cátedra Anual de Historia…, 73-89; Alonso Valencia Llano, Dentro de la ley fuera de la ley. Resistencias sociales y políticas en el valle del río Cauca, 1830-1855 (Cali: Universidad del Valle, Centro de Estudios Regionales, 2008), 209-245.

16 Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso del movimiento plebeyo (1849-1854) (Bogotá: Iepri, El Áncora Editores, 1995).

17 Fabio Zambrano Pantoja, “El golpe de Melo de 1854”, en: Memorias de la II Cátedra Anual…, 59-72. Un estudio relativamente reciente comparte la misma interpretación de Zambrano, al demostrar que las leyes arancelarias decretadas por el Gobierno en los años treinta y cuarenta poco afectaron la actividad artesanal de la capital de la República (aclarando que se debe hacer investigaciones en los casos regionales para determinar su impacto en otros contextos) y más bien fue el desarrollo de la navegación a vapor que pudo tener un mayor impacto en este proceso, al abaratar los costos de transporte y, con ello, el de las mercancías que llegaban al altiplano cundiboyacense. Véase: Sandra Milena Polo Buitrago, “Los artesanos bogotanos y el librecambismo, 1832-1836”, Historia y Sociedad, n.° 26 (2014), 53-80.

18 Jorge Conde Calderón, Buscando la nación. Ciudadanía, clase y tensión racial en el caribe colombiano, 1821-1855 (Medellín: La Carreta Histórica, Universidad del Atlántico, 2009), 331-341.

19 María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana María López Lopera hacen en su libro un análisis de los discursos que elaboraron sobre las guerras civiles sus actores en la primera mitad del siglo XIX y es uno de los pocos trabajos que ha tenido en cuenta las fuentes melistas: María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana María López Lopera, Las palabras de la guerra…, 339-473.

20 David Sowell, Artesanos y política en Bogotá, 1832-1919 (Bogotá: Ediciones Pensamiento Crítico y Círculo de lectura alternativa, 2006) consultar especialmente el capítulo 3; David Sowell, “La sociedad democrática de artesanos de Bogotá”, German Rodrigo Mejía Pavony, Michel Larosa y Mauricio Nieto Olarte, Eds. Colombia en el siglo XIX (Bogotá, Editorial Planeta, 1999), 204; Armando Martínez Garnica, “En defensa del honor militar: el golpe de estado del general Melo” (Bogotá: Conferencia leída en la Academia Colombiana de Historia. Bogotá, 2005); Carlos Camacho Arango, “Pero no basta vencer, 1854-1859”, en: Carlos Camacho Arango, Margarita Garrido, Daniel Gutiérrez Ardila, Eds. Paz en la República. Colombia, siglo XIX (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2018), 115-151.

De hecho, en la última parte del estudio de Hans-Joachim König sobre el nacionalismo granadino en la primera mitad del siglo XIX, dedicado al golpe de Estado de Melo, a pesar de que propone una interpretación sugerente al afirmar que el golpe fue promovido por profundas causas sociales, no se distancia de los artesanos, a quienes les da un lugar protagónico, invisibilizando a los militares y a otros grupos populares regionales que vieron con simpatía los hechos capitalinos promovidos por el general Melo el 17 de abril de 1854. Véase: Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y la nación de la Nueva Granada, 1750-1856 (Bogotá: Banco de la República, 1994), 493-502.