¡Ellas!

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From the series: Lienzos y Matraces #12
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Rosa Parks fue denominada por el Congreso de los Estados Unidos «Primera dama de los derechos civiles» y «Madre del movimiento de la libertad». Recibió los dos máximos honores para un civil norteamericano: la Medalla Presidencial de los Estados Unidos y la Medalla de Oro del Congreso. Cuando falleció, a los noventa y dos años, su cuerpo fue velado en la rotonda del Capitolio, un símbolo de la democracia, de la Constitución y del pueblo de los Estados Unidos. Ha sido la única mujer y la segunda persona afroamericana que ha recibido este reconocimiento; el primero fue Jacob Chestnut, un policía que murió asesinado cuando un perturbado entró disparando en el propio Capitolio. Martin Luther King dijo una vez: «La libertad es una sola cosa. O la tienes toda o no eres libre». Gracias a Parks, a King y a miles de personas, el mundo fue un poco más libre.


Para leer más

Perfil de Rosa Parks en el portal Biography: www.biography.com

Página oficial de Rosa Parks: www.rosaparks.org

PARKS, R., HASKINS, J., Rosa Parks: My Story, Nueva York, Dial Books, 1992.

SHIPP, E. R., «Rosa Parks, 92, Founding Symbol of Civil Rights Movement, Dies», The New York Times, 25 de octubre de 2005, p. 2.


La ciencia y la investigación: Marie Curie

Marie Curie es una de las figuras más extraordinarias de la historia de la ciencia. Su vida fue un ejemplo de esfuerzo, de tesón, de creatividad, de pasión. Pionera en el estudio de la radiactividad, un término que inventó ella misma, no solo fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel, sino la primera persona en ganar dos Premios Nobel en dos disciplinas distintas: física y química.

Dos fueron las fuerzas extraordinarias, creativas y destructoras al mismo tiempo, que guiaron su vida: la propia radiactividad y el amor. Ellas vertebran un romance arrebatador con Pierre Curie, su marido y compañero, su profesor y discípulo al mismo tiempo; el descubrimiento épico, luchando contra todos los imposibles, de dos nuevos elementos: el radio y el polonio; el Premio Nobel en Física en 1903; la muerte súbita de Pierre en un accidente estúpido en 1906; su romance con el físico Paul Langevin por el que fue vilipendiada e insultada por la prensa francesa; su segundo Nobel en Química; su implicación en la Primera Guerra Mundial salvando vidas de los soldados franceses mediante las petites Curies; su lucha por la libertad de Polonia; su eterno compromiso ético con la ciencia y la investigación.

Marie Curie —cuyo nombre original era María Salomea Skłodowska—nació en Varsovia el 7 de noviembre de 1867. Era hija de un profesor de secundaria que fue quien le enseñó las primeras nociones sobre ciencia. En aquella época, el país no existía: estaba troceado y duramente reprimido por Rusia, Austria y Prusia, de modo que Marie, que desde niña tenía una enorme afición por la lectura, asistía a sus clases normales en el instituto y, a continuación, a clases clandestinas de cultura polaca en la llamada Universidad Volante, un grupo de profesores que impartían clases en cualquier domicilio, algo que se volvería a repetir cuarenta años después, durante la invasión nazi, y más tarde, entre 1957 y 1977, bajo el régimen comunista.

Durante su juventud, Marie se involucró en una asociación estudiantil revolucionaria y el temor a que la detuvieran la llevó a mudarse de Varsovia, en la zona gobernada por Moscú, a Cracovia, anexionada en esos momentos por Austria. A los veinticuatro años, dejó esta última ciudad y, siguiendo a su hermana mayor Bronislawa, continuó sus estudios en París, en la Universidad de la Sorbona, uno de los mejores centros educativos y científicos de la época.

Aunque al principio tuvo que trabajar duro para ponerse a la altura de sus compañeros, ya que no hablaba bien francés y su base académica era más endeble, se licenció en Física en 1893 con el número uno de su promoción, y en Matemáticas un año después. Ese 1894 conoció a un profesor de Física de la universidad: Pierre Curie, y empezó a trabajar con él en el laboratorio. Un año después se casaron. Como regalo de bodas, recibieron algo de dinero que destinaron a comprar dos bicicletas con las que, tras adornar los manillares con flores, recorrieron la campiña de la isla de Francia y la Bretaña, alojándose en los sitios más modestos y sin apenas dinero para comer. Una verdadera luna de miel.

Tras titularse, decidió hacer el doctorado. Solo una mujer, la alemana Elsa Neumann, había conseguido doctorarse anteriormente. Marie buscó un tema con Pierre y encontraron una referencia del físico francés Henri Becquerel, en 1896, acerca de unas radiaciones de origen desconocido emitidas por el uranio, lo que ahora llamamos radiactividad. La principal fuente de uranio en esa época era un mineral llamado pecblenda y lo que llamó la atención de Marie y Pierre es que la pecblenda emitía más radiactividad que el uranio que se extraía de ella, por lo que pensaron que debía existir algún otro componente en el residuo que tuviese incluso más radiactividad que el propio uranio. Se pusieron manos a la obra, y nunca mejor dicho, pues con un trabajo enorme consiguieron procesar con sus manos ocho toneladas de mineral de pecblenda, y lograron obtener un gramo de sustancia radiactiva. También trabajaron con otro mineral llamado chalcolita y, a partir de esa ingente labor de purificación, consiguieron identificar dos nuevos elementos químicos, completamente desconocidos hasta entonces.

Al primero lo llamaron «polonio», en honor a la patria de Marie, fragmentada entre varias potencias y desaparecida del mapa político. Ese nombre debía servir para llamar la atención del mundo sobre la situación terrible que vivían su patria, su cultura y sus compatriotas. Era un mensaje a favor de la libertad de Polonia y del deseo de los polacos de recuperar su identidad como nación. Al segundo lo llamaron «radio», por su alta radiactividad. Esos nuevos elementos estaban en tan baja proporción, en tan pequeña cantidad, que la balanza no servía en este trabajo. Marie Curie, en su discurso tras recibir el Premio Nobel de Química, indicó que se abría el camino a una nueva química: la de los imponderables, los elementos imposibles de pesar.

Dentro de la pareja de investigadores que formaban los Curie, Marie se centró en purificar los nuevos elementos, y obtuvo datos suficientes para determinar su masa atómica y su número atómico, lo que permitió situarlos en la tabla periódica y posibilitó el trabajo de otros investigadores, como Rutherford y Soddy, que desarrollaron la teoría de la transmutación atómica, una hipótesis que postulaba que los átomos radiactivos se están transformando continuamente, lo que da lugar a otros elementos.

Pierre, por su parte, se centró en las características y posibles aplicaciones de los nuevos elementos. Sorprendido, vio que tenía una pequeña quemadura en el muslo y descubrió que lo había causado una muestra de material radiactivo que llevaba en el bolsillo. Llegó a colocarse durante un experimento una pequeña cantidad de radio sobre la piel, para ver cómo se iba formando lentamente alrededor un halo de células muertas. Pensó que eso podría servir también para destruir células malignas. La radioterapia, una nueva herramienta en la lucha contra el cáncer, había nacido.

En 1903, Pierre y ella recibieron la mitad del Premio Nobel de Física, mientras que la otra mitad fue para Henri Becquerel por sus descubrimientos sobre la radiactividad espontánea. Al principio solo se lo querían dar a Pierre, pero un miembro del Comité lo avisó y él contactó con los demás para reivindicar el trabajo de Marie. Si Marie no iba incluida en el premio, lo rechazaría.

El 19 de abril de 1906, Pierre Curie sufrió un trágico accidente en las calles de París. Era un abril lluvioso y, como tantas veces, Pierre se protegía caminando con su paraguas detrás de un coche de caballos. El cochero giró y se cruzó con otro carro que venía en dirección contraria. Pierre no lo vio venir hasta el último momento, intentó esquivarlo, resbaló y se agarró a uno de los caballos, que se encabritó. Enredado en los arreos del vehículo, estorbado por el paraguas y su ropa de invierno, Pierre cayó entre los caballos y una de las ruedas delanteras del carro le aplastó el cráneo. Murió en el acto. Ningún cochero quiso recoger el cadáver ensangrentado por no manchar los asientos y hubo que esperar horas a que llegara una camilla para poder recogerlo y llevarlo a la morgue.

Tras la muerte de Pierre la economía de la familia Curie quedó en una situación muy delicada. Se le ofreció a Marie una pequeña pensión que ella rechazó, y cayó en una profunda depresión en la que la acompañó el padre de Pierre, que se había trasladado a vivir con ella y la ayudó con el cuidado de sus hijas. Mientras, sus amigos universitarios explicaron a las autoridades académicas que ella era la única capaz de continuar la obra de su marido, la única que dominaba aquel nuevo campo del conocimiento. Finalmente, Marie, que no tenía otros medios de subsistencia, asumió la cátedra de Pierre. Por primera vez en los seiscientos cincuenta años de historia de la Universidad de la Sorbona, una mujer dictó las clases.

Cuando parecía que recuperaba una vida, la suya, a finales de 1911 empezó su particular calvario. El diario Le Journal publicaba una noticia en primera página con el siguiente titular: «Una historia de amor: Madame Curie y el profesor Langevin». Langevin estaba casado y tenía cuatro hijos. La entradilla detallaba: «Los fuegos del radio acaban de encender un fuego en el corazón de uno de los científicos que estudian tan devotamente su acción; y la esposa e hijos de este científico están llorando». El periodista seguía relatando que Marie Curie había roto una familia, dejando a cuatro niños en estado de orfandad. Otro diario, Le Figaro, publicaba una caricatura de Marie con un amplio escote y trenzas voladoras cuyo sombrero era un remedo de la cúpula de la Academia de Ciencias de Francia. El Excelsior, por su parte, publicaba un pseudoanálisis científico en el que el sujeto experimental era Marie Curie, e incluía dos fotos de ella con aspecto de ficha policial en las que se la veía cansada, con el cabello revuelto y una mirada fija que sugería peligro y perversión.

 

Fue, durante semanas, el tema y la comidilla de los diarios y los cotilleos. Se hacían especulaciones por escrito sobre si la relación ya existía antes de la muerte de Pierre, llegando incluso a sugerirse de forma velada que este, en realidad, se había suicidado por la infidelidad de su mujer y la traición de su amigo.

«No puedo aceptar la idea de que las calumnias y difamaciones de la vida privada puedan influir en el valor de la investigación científica».

Paul Langevin era cuatro años menor que Marie y había trabajado en el laboratorio con el matrimonio Curie. Fue un buen científico, experto en paramagnetismo y diamagnetismo, y se enfrentó a los nazis en la ocupación de París en la Segunda Guerra Mundial. Su vida familiar era infeliz y tuvo numerosas relaciones extramatrimoniales, además de la que mantuvo con Marie. La familia y los amigos intentaron ocultar la situación, pero el 23 de noviembre L’Oeuvre publicó algunos fragmentos de la correspondencia Curie-Langevin con el titular «Los escándalos de la Sorbona». En esas cartas, Langevin le habla a Marie de su vida, le explica que las noches que pasa con su mujer son atroces, que no duerme más de tres o cuatro horas. Marie, por su parte, le recomienda trabajar hasta tarde y levantarse temprano, le dice también que compartir cama con su esposa no le dejará descansar, le pide que no la deje embarazada una vez más. Parece que la esposa de Langevin encargó a un detective privado que obtuviera pruebas y consiguió robar la correspondencia de su despacho. Los biógrafos dan por sentado que esas cartas eran realmente de Marie, porque estaban escritas con las mismas frases categóricas con las que ella hablaba. Por bien que hables un idioma, si no es el tuyo materno, pierdes los matices y las frases suelen ser muy contundentes. El editor de L’Oeuvre, un ultraconservador, hizo el resto: manipuló los textos y seleccionó las partes más personales y salaces para inculparlos. La prensa amarilla no es un invento reciente.

La respuesta de Marie a este acoso mediático fue clara: «Considero abominables todas las intromisiones de la prensa en mi vida privada». Pero la campaña de difamación no se detuvo y el tema empezó a presentar un claro sesgo xenófobo y sexista. Le echaban en cara ser extranjera y, alentando la hipócrita actitud de la época sobre las mujeres que se veían implicadas en un romance, depositaban sobre sus hombros toda la culpa, como si el hombre no tuviese nada que ver. La sociedad más rancia la acusó de traidora, de monstruo egoísta, de destructora de familias osando escribir «la gran Francia privada de sus hijos por una judía polaca». Llegaron a merodear en torno a su casa, a tirarle piedras a las ventanas; le gritaban por la calle llamándola «prostituta» y «tentación judía». También fueron hostigadas por los periodistas su hijas, Iréne y Eva, de catorce y siete años.

Según la entrevista que realizó Valentina Raffio a Adela Muñoz Páez:

Los matices más humanos de la historia de Marie Curie hacen que sea más fácil identificarse con ella. No solo fue un genio científico. Fue una mujer valiente que pasó por muchas más dificultades. El aspecto más frágil de Marie Curie también es inspirador porque, en cierto modo, derriba barreras y hace que más gente pueda interesarse por su historia. No solo fue una científica excepcional, también una mujer apasionada y muy luchadora.

Los insultos continuaron, pues el periodista Gustave Téry llamó a Langevin «pueblerino y cobarde», y el físico retó al periodista a duelo. En aquel teatrillo, el periodista levantó su pistola y se retiró alegando que no podía matar a un hombre «tan valioso para la patria». Hubo más duelos, aunque sin muertes. Marie Curie y Paul Langevin no siguieron adelante con su relación, aunque los nietos de ambos, Hélène y Michel, se casaron muchos años más tarde. No se conoce que Marie Curie tuviera más romances, vivió sola el resto de su vida.

De esta manera, la vida personal se mezcló con la trayectoria científica. A su hija Eva le escribió: «Constituye una fuente de decepción el hecho de permitir que todos los intereses de la propia vida dependan de sentimientos tan tormentosos como el amor».

Svante Arrhenius, uno de los miembros de la Academia Sueca que había defendido la candidatura de Marie Curie para su segundo Nobel, le escribió una carta en nombre del Comité sugiriendo que no aceptara el premio hasta que se demostrara que las acusaciones de inmoralidad que se le imputaban no eran ciertas. Particularmente, decía que:

Si la Academia hubiera pensado que las cartas en cuestión eran auténticas, no os habría, con toda probabilidad, otorgado el Premio […].

La respuesta de Marie fue, como siempre, contundente:

La decisión que me aconsejan que tome sería un error. De hecho, el premio se me ha otorgado por el descubrimiento del radio y el polonio. Creo que no hay conexión alguna entre mi trabajo científico y mi vida privada… No puedo aceptar la idea de que las calumnias y difamaciones de la vida privada puedan influir en el valor de la investigación científica. Estoy segura de que muchas personas comparten esta opinión. Me apena que no piensen Uds. de esta manera.

En su discurso de aceptación del segundo Premio Nobel fue muy técnica, describió los nuevos avances en el ámbito del estudio de la radiactividad, y mencionó también la parte de la obra llevada a cabo por su esposo, pero explicitando que el trabajo que se premiaba era el que había realizado ella y, por tanto, no era un premio a la consorte, sino a la labor realizada por ella misma. En este discurso, recalcó delante del rey de Suecia, del Comité del Nobel y de todos los invitados que el aislamiento del radio como elemento puro lo había hecho sola. Para terminar de dejar las cosas claras, les recordó las palabras de lord Kelvin: «Si no se puede medir en números lo que se está investigando, el conocimiento sobre el objeto investigado se torna poco preciso». No hablaba de su vida personal, estaba muy por encima de todo eso.

Aun así, la situación le afectó. Volvió a caer en una depresión grave. Sus cuadernos de laboratorio, donde registraba la labor de cada día, tienen un hueco de un año. Se sabe que pensó en el suicidio y que, finalmente, ingresó en una clínica psiquiátrica con su nombre de soltera: madame Skłodowska. Prohibió a su hija que le escribieran cartas dirigidas a madame Curie, preocupada de no honrar el apellido de Pierre al mismo tiempo que buscaba que la prensa se olvidara de ella.

Sería lógico pensar que Marie estuviera dolida por el trato recibido de los medios y la sociedad francesa. Pues bien, el dinero que sacó de su segundo Nobel lo donó a Francia para hacer frente al esfuerzo bélico de la Primera Guerra Mundial, mientras que el gramo de radio que consiguió reunir, tras un trabajo durísimo, y que valía una fortuna, lo donó al Instituto del Radio de Francia. Tras el inicio del conflicto, Marie estudió Anatomía Humana, obtuvo el carné de conducir y se fue al frente con su hija Iréne — que también recibiría el Premio Nobel años después—. Las dos instalaron unidades móviles de radiografía y formaron enfermeras que se movían por los hospitales de campaña ayudando a los cirujanos a operar a los soldados heridos gracias a que podían identificar en las radiografías, reveladas en pleno frente de batalla, dónde estaban alojadas las balas y la metralla. Se llegaron a hacer más de un millón de radiografías a heridos y las pequeñas unidades radiográficas móviles recibieron un nombre especial: las petites Curies.

Marie Curie mantuvo toda su vida su entusiasmo por la investigación, por la ciencia. Tranquila, seria y amable, era querida, respetada y valorada por todos los investigadores que la conocían. Una de sus ilusiones fue fundar un instituto de Física en su ciudad natal para estudiar la radiactividad. El problema es que el precio de la pecblenda se había multiplicado por las aplicaciones del radio y era algo fuera de su alcance. Las mujeres norteamericanas realizaron una gran colecta y juntaron cincuenta mil dólares en 1929, una gran fortuna, para comprar un gramo de radio. Se lo regalaron para el laboratorio de Varsovia.

En un principio, Marie y Pierre no sabían de los peligros de las sustancias radiactivas, aunque posteriormente fueron viendo sus posibilidades y sus riesgos. Pierre, que se había especializado en las aplicaciones médicas de las radiaciones, había sufrido unos fuertes ataques de fatiga que lo obligaban a guardar cama, y los dos tenían quemaduras y llagas producidas por las radiaciones. Marie murió en 1934, con sesenta y siete años, de anemia aplásica, causada sin duda por la exposición a altas dosis de radiación. Los dos habían decidido no patentar sus resultados para que la comunidad científica y toda la sociedad pudiera hacer libre uso de ellos. Sus cuadernos están guardados en una caja de plomo por la alta radiactividad que todavía despiden.

La radiactividad es uno de esos temas de la ciencia alrededor del cual se mantiene un fuerte debate: la energía nuclear, los residuos nucleares y los accidentes en las centrales como Chernóbil, Three-Miles Island o Fukushima, la radioterapia como herramienta básica en la lucha contra el cáncer o las armas nucleares. Marie Curie no llegó a conocer la parte oscura de la radiactividad. Para ella, era ciencia pura, el placer de conocer, el deseo de buscar aplicaciones que permitieran salvar vidas. En la entrega del Premio Nobel en Física, en 1903, Pierre hizo el discurso en nombre de los dos. Terminó con estas palabras:

Pudiera llegar a pensarse que el radio puede ser muy peligroso si cae en manos criminales y aquí puede suscitarse la pregunta de si la humanidad se beneficia de conocer los secretos de la naturaleza, si está preparada para beneficiarse de ello, si este conocimiento no será dañino. El ejemplo de los descubrimientos de Nobel [la dinamita] es característico, puesto que los explosivos potentes han ayudado al hombre a hacer trabajos maravillosos. Pueden ser también terribles medios de destrucción en las manos de los grandes criminales que dirigen a los pueblos hacia la guerra. Soy uno de esos que creen, con Nobel, que la humanidad obtendrá más beneficio que daño de los nuevos descubrimientos.

La mejor respuesta a esta preocupación la dio la propia Marie Curie cuando declaró: «No hay que temer nada en la vida, solo hay que entenderlo. Ahora es el momento de entender más, para poder temer menos».


Para leer más

«La aventura amorosa de la pionera de la física y química Marie Curie que escandalizó al comité del Nobel», BBC News, 19 de marzo de 2017.

RAFFIO, V., «Adela Muñoz Páez: "El aspecto más frágil de Marie Curie también es inspirador"», El Periódico, 1 de marzo de 2020.

«The Nobel Prize in Chemistry 1911», Nobelprize.org, 31 de diciembre de 2011.

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