Jesús, Maestro interior 5

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From the series: Fuera de Colección
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– ¿Siento que Jesús me está llamando a colaborar con él en el proyecto humanizador del reino de Dios…? ¿Estoy convencido de que cuenta conmigo…?

– ¿Me atrae vivir cada día de manera más consciente, contribuyendo a hacer la vida más humana para todos…?

ORAMOS

Hemos escuchado y meditado lo que Jesús, nuestro Maestro interior, nos ha querido decir al anunciarnos la llegada del reino de Dios. Ahora vamos a responderle dialogando cada uno con él con toda sinceridad y con confianza. Algunas sugerencias para quienes deseen un punto de partida.

– Jesús, me da vergüenza decirlo… pero tú sabes que he vivido sin darle ninguna importancia a eso del «reino de Dios»… He rezado el Padrenuestro diciendo miles de veces: «Venga a nosotros tu reino»… pero no me ha servido de nada… Jesús, ten misericordia de mí…

– Jesús, sé que me comprendes… Necesito conocer mejor la llamada que me haces… Yo he vivido de otra manera… Quería seguirte para ser mejor… pero no para colaborar contigo por un mundo mejor y más humano… Ayúdame… Dame luz…

– Jesús, yo trato de acoger a Dios para que reine en mi corazón… Empiezo a tomar conciencia de algo más grande… ¿Podré aprender a vivir trabajando por un mundo mejor?… Jesús, solo tú me puedes cambiar…

– Jesús… antes que nada me sale del corazón darte gracias… Me estás ensanchando el horizonte… No sé si es tarde… pero intuyo que hay otra manera de seguirte… Jesús, me atraes cada vez más… Cómo podré agradecerte…

– Jesús, quiero ser sincero… No soy capaz de escuchar esa llamada a colaborar contigo… y trabajar por un mundo más humano… Necesito tiempo… Estoy tan ocupado por otros trabajos… Jesús, transforma mi corazón… No me dejes…

CONTEMPLAMOS

Jesús nos ha revelado que Dios, nuestro Padre-Madre, está actuando en el mundo para abrir caminos hacia un mundo siempre más digno, más justo, más fraterno… Hemos de confiar en él y creer en esta Buena Noticia. Nos disponemos a estar en silencio ante Dios.

– En tu santo nombre confiamos (Salmo 32,21).

– Que conozca la tierra tus caminos (Salmo 66,3).

– En el Señor se alegra nuestro corazón (Salmo 32,21).

COMPROMISO

– Concreto mi compromiso para toda la semana.

– Tomo una decisión para un tiempo definido.

– Reviso el compromiso tomado con anterioridad.

◊◊◊

LA TIERRA EMPEZARÁ A SER TU REINO

Si nosotros salimos a la vida,

partiendo nuestro pan con el hambriento,

rompiendo, piedra a piedra, las discordias,

poniendo el bien en todos tus senderos,

la tierra empezará, Señor, a ser tu Reino.

Si nosotros salimos a la vida,

armados de concordia y sin estruendo,

abriendo nuestra casa al forastero,

la tierra empezará, Señor, a ser tu Reino.

Si nosotros salimos a la vida,

viviendo en nuestra carne tu Evangelio,

diciendo que es urgente despertar,

que solo los sinceros ven tu Reino,

la tierra empezará, Señor, a ser tu Reino.

(Autor desconocido)

Canto: «El Reino es hoy»

El Reino es hoy, el Reino es hoy,

no lo busquéis con la razón;

cerrad los ojos para ver mejor

que el Reino es hoy, que el Reino es hoy,

el Reino es hoy, el Reino es hoy.

Somos cauce de paz y amor,

el Reino es hoy, el Reino es hoy.

Gustad la vida... convertid el corazón.

Salomé Arricibita

34

DOS RASGOS IMPORTANTES DEL REINO

DE DIOS

Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… Nos relajamos… respiramos con calma… Apagamos el ruido interior… Voy a escuchar y meditar las palabras de Jesús… Tú me amas como nadie… Quiero ser tuyo…

Marcos 4,26-34

26 Y decía [Jesús]:

–El reino de Dios se parece a un hombre que echó simiente en la tierra. 27 Él duerme de noche y se levanta de mañana; la simiente germina y crece sin que él sepa cómo. 28 La tierra da fruto por sí misma: primero tallo, luego espiga, después trigo abundante en la espiga.

29 Y, cuando el fruto está a punto, el hombre enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega.

30 Dijo también:

–¿Con qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola la expondremos? 31 Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas.

32 Pero, una vez sembrada, crece y se hace el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra.

En el texto anterior hemos escuchado cómo Jesús anuncia que está llegando a la tierra el reino de Dios. Ahora, por medio de dos parábolas sencillas, nos expone dos rasgos importantes del reino de Dios: 1) no es fruto de nuestro esfuerzo, sino de la actuación de Dios en el mundo; 2) al comienzo es pequeño y casi insignificante, pero luego se va haciendo grande de modo inesperado.

LEEMOS

Para que podamos situar mejor el contexto en el que Jesús va a exponer las dos parábolas que vamos a leer, podemos ver cómo inicia Marcos su capítulo 4: «Otra vez Jesús se puso a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra, a orillas del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas» (Marcos 4,1-2). También nosotros vamos a escucharle estas dos pequeñas parábolas con atención.

Jesús fue un gran profeta que supo exponer su mensaje contando parábolas. Sin duda, fue el mensaje de estas parábolas el que mejor se grabó en aquellas gentes sencillas de Galilea. A diferencia de los rabinos, Jesús se vale de las parábolas no para enseñar la Ley, sino para que sus oyentes reaccionen ante el reino de Dios, que está llegando. Estas parábolas de Jesús no hablan del reino de Dios con un lenguaje religioso, sino con un lenguaje sencillo inspirado en la experiencia de aquellos campesinos. Podemos decir que las parábolas emplean un lenguaje indirecto, es decir, el relato que cuenta Jesús encierra un mensaje que los oyentes están invitados a descubrir buscando el sentido de la parábola. Por eso, algunas veces, Jesús terminaba la parábola diciendo: «El que tenga oídos para oír que oiga».

Hemos de dividir nuestro texto en dos grandes partes: 1) La parábola de la semilla que crece por sí sola nos va a enseñar que el reino de Dios no es fruto de nuestro esfuerzo, sino de la actuación de Dios en el mundo. Esta parábola la podemos ordenar así: a) un hombre echa simiente en la tierra; b) la simiente germina y va creciendo por sí sola, sin que el hombre sepa cómo; c) cuando el fruto está a punto, el hombre mete la hoz para la siega. 2) La parábola del grano de mostaza nos enseña que, al comienzo, la semilla del reino de Dios es pequeña y puede pasar inadvertida, pero crecerá y será capaz de acoger a los pueblos de la tierra.

1. La parábola de «la semilla que crece por sí sola» nos va a enseñar que el reino de Dios no es fruto

de nuestro esfuerzo humano, sino de la actuación callada de Dios en la tierra (vv. 26-29)

a) El reino de Dios se parece a un hombre que echó simiente en la tierra (v. 26)

Esta pequeña parábola quiere ser, antes que nada, una palabra clarificadora. Tal vez, algunos discípulos han podido pensar que ellos son los responsables de hacer crecer el reino de Dios en el mundo. Quizá algunos se han podido desanimar, pensando que el reino de Dios no crece ni llega por su culpa. Por eso, la parábola es también una voz de aliento, pues descubre dónde está la verdadera fuerza del crecimiento del reino de Dios. La actividad del labrador se limita a sembrar la semilla, sin intervenir para nada en el proceso de su crecimiento. Solo intervendrá de nuevo en el momento de la siega.

b) «Él duerme de noche y se levanta de mañana; la simiente germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero tallo, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (vv. 27-28)

Como podemos ver, el labrador solo interviene al comienzo, en el momento de la siembra, y al final, en el momento de la siega. Todo lo que sucede entre esos dos momentos se va produciendo sin su aportación. El hombre «duerme de noche y se levanta de mañana». Así van transcurriendo los días y las noches. No solo eso. Así van transcurriendo también las estaciones: el otoño, en el que se siembra; el invierno, en el que se descansa, y la primavera, en que todo germina para culminar en la cosecha.

El hombre no solo no aporta nada, sino que «la simiente germina y crece sin que él sepa cómo». Es sabido que el crecimiento de las plantas era, para los antiguos, un misterio, algo prodigioso difícil de explicar. Por una parte, el labrador no puede atribuirse a sí mismo esa fuerza vital contenida en «la semilla». Por otra parte, tampoco se puede atribuir esa fuerza que tiene «la tierra» para «dar fruto por sí misma». El término que emplea aquí Marcos viene a decir que da fruto «sin causa visible». La parábola describe el crecimiento de la planta de manera gráfica: «Primero tallo, luego espiga, después trigo abundante en la espiga». Se diría que estamos viendo crecer la planta. Es lo que hacían los campesinos de Galilea mientras esperaban la cosecha.

Sin embargo, aunque la parábola no lo dice, lo cierto es que, además de la siembra, los labradores hacían otros trabajos: preparaban la tierra adecuadamente, sobre todo en terrenos pedregosos, donde retiraban las piedras; arrancaban también las malas hierbas que podían obstaculizar el crecimiento de las plantas… Los labradores de Galilea saben que esos trabajos son importantes, pero no son los que hacen germinar y crecer la semilla, ni tampoco los que provocan el crecimiento de la planta desde la tierra. Ellos confían totalmente en la acción misteriosa de Dios. Es significativo el lenguaje que emplea san Pablo para hablar de la acción evangelizadora: «Yo planté, Apolo regó; mas ha sido Dios quien hizo creer. De modo que ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que hace crecer» (1 Corintios 3,6-7).

 

c) «Y, cuando el fruto está a punto, el hombre enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega» (v. 29)

El hombre que echó simiente en tierra vuelve a hacerse presente en la siega. Hasta el último momento ha de respetar el proceso de maduración, pues no lo puede forzar. Pero, en cuanto la cosecha está a punto, el hombre ha de estar allí para recogerla y disfrutarla con alegría. Jesús nos invita a colaborar con él para abrir caminos al reino de Dios, pero en esta parábola nos invita a confiar en Dios, recordándonos que no somos nosotros, sino el mismo Dios, quien está actuando en la tierra por un mundo más digno, justo y fraterno.

2. La parábola del grano de mostaza nos enseña que, al comienzo, la semilla del reino de Dios es pequeña y puede pasar inadvertida, pero cuando crece es capaz de acoger a los pueblos de la tierra (vv. 30-32)

La parábola comienza con dos preguntas retóricas: «¿Con qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo expondremos?» (v. 30). Es un recurso para crear expectación en los oyentes y subrayar la importancia que Jesús da a esta pequeña parábola. Probablemente, Marcos conocía pequeñas comunidades cristianas que estaban iniciando su andadura y cuya importancia era todavía insignificante.

La parábola está centrada en el contraste que hay entre la pequeñez del grano de mostaza cuando se siembra en la tierra y las proporciones que alcanza el arbusto que de ella proviene. La primera afirmación es rotunda: «El grano de mostaza […] cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas» (v. 31). El texto supone que el grano de mostaza es la menor de todas las semillas conocidas. Tal vez no era así, pero su pequeñez era proverbial. Es un grano que, al caer en tierra, apenas se puede ver: parece incapaz de germinar.

Sin embargo, el crecimiento de la mostaza es sorprendente. Su altura puede llegar a ser de metro y medio hasta tres metros. Todavía sorprende más que «echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra» (v. 32). Así es la semilla del reino de Dios cuando se siembra: pequeña e insignificante, de manera que puede pasar inadvertida. Pero hemos de confiar en Dios, que está actuando en la tierra: el reino de Dios irá creciendo y un día se mostrará capaz de acoger a los pueblos de la tierra.

3. La importancia de sembrar hoy el reino de Dios confiando solo en la actuación de Dios

en el mundo

A Jesús le preocupaba que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano no tuvieran el éxito esperado. ¿Olvidarían el proyecto del reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Estamos viviendo hoy en la Iglesia una situación inédita en medio de una sociedad cada vez más indiferente y nihilista. Nadie sabe exactamente cómo hemos de actuar ni qué hemos de hacer. ¿Qué luz podemos encontrar en ese Jesús que alentaba a sus seguidores con parábolas sencillas, inspiradas en la experiencia de los campesinos de Galilea?

Lo primero que hemos de saber es que, para colaborar con Jesús en el proyecto del reino de Dios, hemos de comenzar por sembrar, no cosechar. No hemos de preocuparnos por la eficacia o el éxito inmediato. No hemos de vivir pendientes de los resultados. Después de siglos de expansión religiosa y gran poder mundano, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la dinámica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica del que siembra un futuro mejor. El reino de Dios no germinará entre nosotros si no sembramos, porque «la semilla que se guarda en el granero no da fruto» (D. Aleixandre). Nuestro proyecto de lectura orante del Evangelio no busca frutos inmediatos. Es una siembra de un futuro mejor que nosotros no podremos cosechar. Así seremos como Jesús, que murió sin ver fruto alguno de su proyecto.

Jesús no empleó un lenguaje triunfalista al anunciar que «el reino de Dios está llegando». En sus comienzos, el reino de Dios es una comunidad insignificante, e incluso en su posterior desarrollo carecerá de prestigio mundano. El reino de Dios no es nunca algo espectacular. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como un grano de mostaza que germina en el corazón de las personas. Por eso el reino de Dios solo se puede sembrar con fe. La insistencia de Jesús en la pequeñez de la semilla del reino de Dios es para que no olvidemos lo que nos dice al anunciar la llegada del reino de Dios: «Creed en la Buena Noticia» (texto n. 33).

En nuestros días, hemos de aprender del mismo Jesús el estilo de colaborar con él en el proyecto del reino de Dios. He aquí algunos rasgos. Confiando siempre en el Padre, que está actuando en el mundo con su fuerza transformadora. Contagiando a los demás nuestra confianza en que lo que hoy nos parece insignificante, se convertirá en salvación de muchos. Sin pretensión alguna de grandeza ni superioridad sobre los demás; siempre con paciencia, sin alimentar en nosotros ansiedad inútil y dañosa. Sin desalentarnos nunca por nuestros errores y desaciertos; sin perder la calma por la aparente inactividad de Dios, siempre atentos a los signos de estos tiempos. Un día, los seguidores de Jesús aprenderán a creer solo en la fuerza salvadora del Padre, que regenerará la sociedad deshumanizada de nuestros días. Irán aprendiendo a sembrar el reino de Dios con más humildad que nosotros y conocerán una fe renovada, no por los esfuerzos de los cristianos, sino engendrada por la fuerza salvadora de un Dios Padre que nos ama con entrañas de Madre.

MEDITAMOS

Hemos escuchado dos pequeñas parábolas en las que Jesús nos revela dos rasgos importantes del reino de Dios. Ese reino de Dios que está llegando no es fruto de nuestros esfuerzos, sino de la actuación de Dios en el mundo; al comienzo es pequeño e insignificante, pero al final crece de modo inesperado. Nos disponemos ahora a escuchar y meditar lo que Jesús, nuestro Maestro interior, nos dice a cada uno.

1. Parábola de la semilla que crece por sí sola

a) «El reino de Dios se parece a un hombre que echó simiente en la tierra» (v. 26)

Escucho interiormente estas palabras que ahora Jesús me dirige a mí…

– ¿Siento que Jesús me está invitando a sembrar el reino de Dios…? ¿Tomo en serio su llamada…?

– ¿Qué me está impidiendo en estos momentos dedicarme conscientemente a hacer un mundo más humano…?

b) «La simiente germina y crece sin que el hombre sepa cómo»; «la tierra da fruto por sí misma» (vv. 27-28)

Escucho a Jesús estas palabras y las repito despacio…

– ¿Creo en la acción de Dios dentro de mí y dentro de todos sus hijos?

– ¿Siento en estos momentos de mi vida algún signo de que está creciendo en mí la confianza en Dios…?

c) «Cuando el fruto está a punto, el hombre enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega» (v. 29)

Escucho interiormente estas palabras que ahora Jesús me dirige a mí…

– ¿Qué siento?… ¿Confianza total en Dios y en Jesús… alegría grande… seguridad… incertidumbre… dudas…?

2. Parábola del grano de mostaza

a) «El grano de mostaza, cuando se siembra en la tierra,

es la más pequeña de todas las semillas» (v. 31)

Escucho atentamente lo que me dice Jesús con estas palabras…

– ¿Acepto con paz y confianza que nuestros esfuerzos por hacer hoy un mundo más humano apenas tengan resultado…?

b) La mostaza «crece y se hace el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo anidan bajo su sombra» (v. 32)

Escucho atentamente lo que me dice a mí Jesús con estas palabras…

– ¿Qué estoy aportando yo a la Iglesia en estos tiempos difíciles… aliento y esperanza o pasividad y desánimo…?

ORAMOS

Hemos escuchado y meditado lo que Jesús nos dice a cada uno de nosotros con estas dos parábolas. Vamos a responderle con sinceridad, dialogando con él desde el corazón. Algunas sugerencias para quienes deseen un punto de partida.

– Jesús, quiero ser sincero… Tú me conoces… Siento deseos de seguirte… Te digo muchas palabras… pero no estoy escuchando tu llamada a colaborar contigo en la siembra del reino de Dios… Hago buenos propósitos… pero los olvido… Ten compasión de mí…

– Jesús… vivo lleno de contradicciones… Creo que no respondo a tus llamadas… pero siento que está creciendo mi confianza en ti… ¡Me ha impactado tanto tu confianza en Dios Padre-Madre!… Sigue trabajando mi corazón…

– Jesús, no quiero desalentarme… Necesito sentir con más fuerza la acción salvadora de Dios en mí y en la Iglesia… Necesito aprender tu estilo de vivir sembrando el reino de Dios… Sé que me quieres…

– Jesús, me estoy preguntando qué aporto yo a la Iglesia de hoy… Es tan poco y me siento tan pobre… Me anima saber que la semilla que tengo que sembrar es pequeña como un grano de mostaza… Jesús, dame un corazón humilde…

– Jesús… Lo que sí te quiero decir es cuánto me gustaría contagiar en la Iglesia de hoy… esperanza… aliento… confianza… Es lo que más necesitamos… Me gustaría atraer a todos hacia ti… Tú lo sabes… Atráenos…

CONTEMPLAMOS

Hemos escuchado a Jesús, que nos invita a sembrar el reino de Dios confiando no en nuestros esfuerzos, sino en la acción salvadora de Dios en el mundo. Nos disponemos a estar en silencio contemplativo confiando en él.

– Yo confío en el Señor (Salmo 26,11).

– Tú eres mi Padre y mi Dios (Salmo 88,27).

– Tu gracia vale más que la vida (Salmo 62,4).

COMPROMISO

– Concreto mi compromiso para toda la semana.

– Tomo una decisión para un tiempo definido.

– Reviso el compromiso tomado con anterioridad.

◊◊◊

¡AQUÍ ESTOY, SEÑOR!

Te escuché.

Tan cotidiano y cercano,

en las voces acalladas

de tantos y tantas que buscan

un trabajo y un sustento.

Me saliste al encuentro

en la palabra de tantos y tantas

que anunciaban no las suyas,

sino las tuyas,

a veces con firmeza,

a veces balbuceantes,

a veces con silencios.

Me encontré con tu Palabra,

capaz de generar vida nueva,

esperanza del Reino,

solidaridad activa,

manos unidas por un

mundo nuevo.

Me saliste al encuentro,

caminaste a mi lado,

me mostraste el camino.

Y escuché tu voz,

que me repite

todas las mañanas

que, para ser discípulo,

no alcanza ni sirve

conocer mucho

o repetir: «Señor, Señor»,

porque lo que quieres

es el compromiso concreto,

vital y generoso

de llevar el Evangelio a la vida.

(Marcelo A. Murua)

Canto: «Creador discreto»

No hay que pensar el aire

para que se filtre al último rincón de los pulmones,

ni hay que imaginar la aurora

para que decore el nuevo día

jugando con los colores y las sombras.

No hay que dar órdenes al corazón tan fiel

ni a las células sin nombre

para que luchen por la vida hasta el último aliento.

No hay que amenazar a los pájaros para que canten,

ni vigilar los trigales para que crezcan,

ni espiar a la semilla de arroz

para que se transforme en el secreto de la tierra.

En su dosis exacta de luz y color, de canto y silencio,

 

nos llega la vida sin notarlo, don incesantemente tuyo,

trabajador sin sábado, Dios discreto.

Para que tu infinitud no nos espante

te regalas en el don en que te escondes. (bis)

No hay que amenazar…

Benjamín González Buelta, SJ

35

DESCUBRIR EL VALOR DEL REINO DE DIOS

CON ALEGRÍA

Al iniciar la sesión. Nos sentamos cómodamente… cerramos los ojos… y respiramos despacio… Vamos acallando poco a poco nuestro ruido interior… Voy a escuchar a Jesús, que habita en mí… Soy tuyo, Jesús… No podría vivir sin ti.

Mateo 13,44-46

Dijo Jesús a la gente:

44 –El reino de Dios se parece a un tesoro escondido en el campo. Un hombre que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

45 El reino de Dios se parece también a un comerciante que anda buscando perlas finas. 46 Y, al encontrar una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

En el texto anterior hemos meditado dos parábolas que nos han dado a conocer dos rasgos importantes del reino de Dios. Ahora vamos a meditar otras dos parábolas. En ellas, Jesús nos invita a descubrir el valor del reino de Dios, dándolo todo para acogerlo con alegría.

LEEMOS

Al parecer, a Jesús le preocupaba que la gente le siguiera por diversos intereses, sin descubrir lo más importante y valioso: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva.

El evangelista Mateo ha recogido en su escrito dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla fina de incalculable valor. Los dos reaccionan del mismo modo: llenos de alegría, venden todo lo que tienen y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así hemos de acoger el reino de Dios, que está ya actuando en el mundo, aunque todavía parezca insignificante y pase inadvertido a muchos. Solo así podremos colaborar con él para anunciarlo y abrirle caminos también hoy entre nosotros.

Podemos dividir el texto que vamos a leer sencillamente en dos partes. En primer lugar, la parábola del tesoro escondido. Luego, la parábola del comerciante que busca perlas finas.

1. Parábola del tesoro escondido (v. 44)

Al parecer, no todos se entusiasmaban con el proyecto del reino de Dios que anunciaba Jesús: «El reino de Dios está llegando» (texto n. 33). Jesús les está comunicando su propia experiencia. Pero todos saben que ningún profeta se ha atrevido a decir algo parecido. Entre la gente se despertaban no pocas dudas e interrogantes. ¿Es razonable seguirle? ¿Será cierto lo que dice? Eran preguntas que se hacían sobre todo quienes lo conocían de manera superficial. Jesús contó dos parábolas muy breves para atraer a quienes permanecían indiferentes. Quería sembrar en la gente un interrogante: ¿no habrá en la vida un «secreto» que todavía no hemos descubierto? Esta puede ser también hoy la pregunta que nos podemos hacer los cristianos: ¿no habrá en la fe cristiana algo que todavía no hemos descubierto?

El protagonista de la parábola es un hombre que «encuentra un tesoro escondido en el campo». Es sabido que, en los pueblos antiguos de Oriente, se contaban historias atractivas de «tesoros ocultos» que se encontraban en el campo en una tinaja o en un cofre para que nadie los pudiera robar. En tiempos de Jesús, era una práctica bastante extendida entre personas ricas enterrar objetos valiosos. El historiador Flavio Josefo dice que, al conquistar Jerusalén el año 70, los romanos encontraron ocultas bajo tierra muchas riquezas de los habitantes de la ciudad.

De forma casual e inesperada, un hombre, tal vez mientras estaba arando la huerta del propietario, encuentra un tesoro escondido en el campo. De manera astuta, lo vuelve a esconder cuidadosamente en el mismo lugar. En él se ha despertado el deseo de hacerse con el tesoro. Al verlo, se ha llenado de una alegría grande. El tesoro lo atrae tanto que todo lo demás empieza a tener menos importancia para él. El tesoro se ha convertido en «lo primero de todo» para él. Así ha de ser para los seguidores de Jesús –hombres y mujeres– el proyecto humanizador del reino de Dios: «Lo primero de todo».

«Lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra el campo». El hombre se desprende de todo y se hace con el tesoro. Tomemos conciencia de lo que hace. Podría haber sustraído el tesoro y quedarse secretamente con él. Podría haber vendido solo parte de sus bienes. Pero el narrador dice que «va a vender todo lo que tiene». Este detalle no es algo casual. El hombre renuncia a todo lo demás para adquirir el tesoro. El reino de Dios es tan importante para vivir el sentido último de la vida que, para acogerlo, hemos de ir desprendiéndonos de lo demás.

2. Parábola del comerciante que anda buscando perlas finas (vv. 45-46)

En la parábola anterior, el protagonista encuentra un tesoro de modo inesperado, como un verdadero regalo. En esta parábola se trata de un comerciante o mercader que «anda buscando perlas finas». Su trabajo le obliga a desplazarse a países lejanos. En tiempos de Jesús, las perlas finas, apenas conocidas en los países del Mediterráneo, eran importadas sobre todo de la India. Eran consideradas como símbolos de lo valioso. Habían alcanzado una atracción increíble entre los ricos y poderosos. Se pagaban por ella cantidades desproporcionadas. De Cleopatra se decía que poseía una perla de cien mil sestercios (el equivalente a varios millones de euros).

El comerciante de la parábola «encuentra una perla de gran valor». Su intuición de mercader experto no le engaña. Actuando con astucia, no da a conocer a nadie su interés por la perla que ha encontrado, sino que «va, vende todo lo que tiene y la compra». De manera sencilla pero clara, esta segunda parábola completa la anterior. El reino de Dios puede ser don inesperado, gracia que se nos regala sin haberlo buscado o regalo que se nos ofrece después de una búsqueda más o menos larga. En cualquier caso, las dos parábolas insisten en que el descubrimiento del reino de Dios cambia profundamente la vida de quienes lo descubren.

3. Mensaje de las dos parábolas de Jesús

El movimiento profético que Jesús quiere poner en marcha es mucho más que una religión. Por eso, las dos parábolas insisten en la importancia decisiva de «descubrir» el reino de Dios, para dar un sentido último a nuestra vida, colaborando con Jesús en el proyecto humanizador del Padre. Las dos parábolas insisten en que el descubrimiento del «tesoro» o la «perla» ha transformado totalmente la vida de los dos protagonistas. De este modo, Jesús nos está invitando una vez más a esa conversión que nos hace al anunciar que el reino de Dios está llegando: «Convertíos y creed en la Buena Noticia» (texto n. 33).

Nuestra acogida personal del reino de Dios y la colaboración con Jesús para anunciar el proyecto humanizador del Padre y abrirle caminos en el mundo no exige una pequeña conversión, un pequeño cambio para corregir defectos, errores o pecados personales. Si el reino de Dios ha de ser «lo primero de todo», esto exige comprometernos a ir desprendiéndonos de todo lo que nos impide vivir centrados en el reino de Dios.

Las parábolas nos enseñan también que este desprendimiento de todo para dar prioridad absoluta al reino de Dios lo hacemos «llenos de alegría». La alegría es la reacción interior al descubrir el reino de Dios como centro de nuestra vida, de nuestra tarea y, en definitiva, de nuestro seguimiento a Jesús. La alegría está al comienzo del que busca el reino de Dios, pues está ligada a su deseo de encontrarlo. Y está también al final del que encuentra el reino de Dios, pues, lleno de alegría, tiene fuerzas para ir desprendiéndose de lo secundario. Hemos de recordar la promesa de Jesús: «Buscad y encontraréis […] pues el que busca encuentra» (texto n. 2).

4. La importancia de descubrir el reino de Dios

en nuestros días

¿Por qué, después de veinte siglos de cristianismo, hay tantos cristianos que viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto ningún «tesoro»? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el reino de Dios, que es el núcleo del Evangelio? ¿Por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba «reino de Dios»? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?

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