A la salud de la serpiente. Tomo I

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From the series: Biblioteca Gustavo Sainz #59
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Periódico El Mexicano

Mexicali, Baja California

Viernes 8 de noviembre de 1968

Página seis, enmarcado: Rectificación necesaria

También en el periódico La Voz de la Frontera

Página cinco, enmarcado con diferente título: A la opinión pública

por Rafael Padilla Ibarra

El periódico El Mexicano, de Mexicali, Baja California, publicó el pasado siete del presente, un editorial titulado “Prostituyendo a la juventud”. Está firmado por el señor Cristóbal Garcilazo. La totalidad del escrito referido está dedicado a un servidor y su contenido trasciende hacia amigos personales y prestigiados escritores. Considero tener el deber de responder con absoluta honestidad a los cargos que se me atribuyen.

Las afirmaciones del señor Garcilazo son falsas. Demuestran ignorancia, descuido e irresponsabilidad profesional en su labor periodística, en lo que se refiere a este suceso. Y algo más delicado aún: la actitud de un hombre que no se esfuerza por llegar a la verdad de las cosas, a su significado último, y a explicarlas en su auténtica dimensión, sino a colgar etiquetas y a aplicar adjetivos a los hechos y a las situaciones.

A continuación me permito detallar las afirmaciones del señor Garcilazo y mi respuesta apegada a la verdad de los hechos.

1. …obligaron a su hija, una señorita de 18 años, a leer en alta voz, ante sus compañeros de clase, varones y señoritas, una sucia obra pornográfica, dizque en práctica de literatura “moderna”

La “obra” literaria es una novela inmunda, obscena, llamada Gazapo y su autor, un redomado lépero de la hez metropolitana, que respondió al nombre de Gustavo Saiz, y murió en 1940…

—En ningún momento de mi vida, ni en los cuatro cursos que impartí en la unam, he obligado a mis alumnos a que realicen lecturas que no quieren, por razones de conciencia, llevar a cabo. La novela de Gustavo Sainz tiene 188 páginas. Por razones didácticas es imposible que un servidor haya obligado a leer en clase todas esas páginas en voz alta, por otra parte tan alabadas por la crítica literaria de México y de Estados Unidos. Por esa misma razón no se leyó en clase ni siquiera un párrafo de la obra en cuestión. Además, carece usted de información, señor Garcilazo. El autor de Gazapo es Gustavo Sainz y no Gustavo Saiz, y no ha muerto y tiene en la actualidad 28 años de edad.

2. …pretendió obligarla a que continuara leyendo aquel párrafo de majaderías impublicables… al ver que la señorita se resistía, la increpó y amenazó en la siguiente forma: “Pues va a tener que leer algo peor, no solamente esto”, y a renglón seguido ordenó a la clase que comprara otro pozo de albañal literario que se llama La tumba. ¿Cómo estará el “libro” que cuando algunas muchachas pretendieron adquirirlo se negaron a vendérselo en la librería?

—Lo dije ya: por ningún método, ni por la más sutil acción coercitiva, obligo a mis alumnos a leer. No increpé ni amenacé a mis alumnos, ni dije lo que entre comillas se me adjudica. En la clase que se refiere, señor Garcilazo, se estaba leyendo el cuento “Es que somos muy pobres”, de Juan Rulfo (nacido en 1918). Una señorita lo hacía y se refería a un párrafo en donde se describen de manera realista y madura, hechos y situaciones que suceden en un ambiente de miseria rural. Trata de la forma lamentable en que se llevan a cabo las relaciones íntimas de dos muchachos que, ante la ausencia completa de la esperanza de una vida humanamente digna, se entregan sin reserva, sin los recursos culturales básicos para valorar lo que hacían, a la satisfacción natural de sus instintos. Cuando llegó al párrafo aludido, la risa, tanto propia como de los demás, le impidió continuar. Inmediatamente y de la manera más atenta le pedí que regresara a su lugar. Acto seguido llamé a otro alumno para que prosiguiera la lectura. Concluyó la lectura. Pasé de inmediato a hablarles de los problemas económicos, sociales, políticos, culturales, morales y psicológicos de la miseria. Me esforcé por explicarles el por qué no debíamos reírnos de los hechos y situaciones que se suceden cotidianamente, cuando las condiciones de la vida son infrahumanas. Casi estoy seguro de que me entendieron. Me pareció importante platicar exclusivamente con todas las señoritas. Pedí a los jóvenes que abandonaran el salón de clase. Insistí con las señoritas sobre estos problemas profundamente humanos y que nos estimulan, por tanto, a tener una perspectiva moral sobre los mismos. Les pedí que con toda sinceridad me expresaran si ese tipo de temas afectaba a su sensibilidad femenina o a su condición de jóvenes señoritas. Expresé entonces que cuando se abordaran esos temas no bajaran la cabeza y que con toda libertad me manifestaran si el desarrollo de un tema estaba molestando en un momento dado, su sensibilidad femenina. Mis alumnas estuvieron de acuerdo.

3. El señor Cristóbal Garcilazo dice en su editorial que el doctor Sodi —de quien tengo como alumno en otro grupo a un hijo suyo, un joven respetuoso e inteligente—, “llamó a cuentas al director de la Preparatoria adonde tuvo lugar el atentado, y este señor, tratando todavía de defender a su ‘catedrático’, por fin admitió que el licenciado Padilla es muy joven, y que aquello era un error de su parte”.

—He hablado con el director de la Preparatoria —hombre que merece todo mi respeto por sus cualidades humanas y por su valor para enfrentar con entereza toda clase de situaciones—. Me ha dicho que en ningún momento admitió que mi conducta fuera errónea. Defendió, según me dice, mi perspectiva en la enseñanza. La juventud, que yo sepa, no da patente de corso para ser eficaz. Lo anterior, señor Garcilazo, lo ha dicho de diferente manera el sociólogo alemán Max Weber: “Lo decisivo no es la edad, sino la educada capacidad para mirar de frente las realidades de la vida, soportarlas y estar a la altura” (Max Weber: El político y el científico, p. 175).

4. Pero que bajo el pretexto —escribe el señor Garcilazo— de una clase de literatura traten de obligar a jóvenes adolescentes a que destapen esos albañales delante de compañeros y compañeras: eso ya no parece parte de un cerebro normal, y si esa clase de cerebros es la que tiene a su cargo conformar la mentalidad y el espíritu de nuestra juventud, ¿a dónde va a parar México?

—El párrafo anterior, señor Garcilazo, es bastante delicado. Juzga mi actitud como que ya no parece propia de un cerebro normal… Su acusación es delicada porque juzgar a un hombre sin tener puntos de referencia que relacionados entre sí coherentemente nos den la pauta para profundizar en el conocimiento de ese hombre y en su estructura de personalidad total, me deja con la convicción de que profesionalmente usted es un irresponsable.

5. … francamente, señor licenciado Padilla, si usted hubiese obligado a una de nuestras hijas a leer tales obscenidades ante sus compañeros y compañeras de clase, a estas horas estaría usted muerto. Ni más ni menos…

—La reflexión anterior en este editorial, que en forma sincera estoy esforzándome por responder, es muy peligrosa. Constituye, de hecho, una invitación a las personas que no me conocen y que no han escuchado mis puntos de vista al respecto, a que en un acto irracional atenten contra mi vida. Esto constituye una evidencia más de que el señor Cristóbal Garcilazo es un hombre que no está abierto al diálogo sincero, maduro, humano… De que el señor ­Garcilazo, ante quien sostiene algo que no va de acuerdo con sus convicciones, lo primero que se le ocurre es que lo maten. No invita al diálogo. En ningún momento está dispuesto a cuestionar sus convicciones, la validez de sus medios y sus fines, lo que ha hecho como ser humano. Sus juicios son absolutos, al extremo de llegar a enunciar el más absoluto de los juicios: matar a quien sostenga opiniones y actitudes distintas a las suyas. Esto no da pie para el diálogo, pues no tiene actitud de convencerme de sus convicciones ni, mucho menos, de llegar a reconocer que las mías tienen una parte de verdad.

En la etapa actual de la historia de la humanidad, con toda la violencia que la rodea y muchos otros defectos sociales, debemos aceptar que en mayor o menor medida todos estamos humanamente subdesarrollados. Una de las maneras de superar nuestra situación es dialogando. Pues el monólogo es un egoísmo negativo en tanto que no enriquece ni emocional ni intelectualmente a quien lo realiza, y éste es el precio de la seguridad que se obtiene al practicarlo.

Me es imposible por límites de espacio exponer de manera rigurosa y sistemática los principios rectores de la teoría literaria que en el proceso de mis clases expongo de manera detallada, sin embargo, si una comisión de padres de familia se llegara a interesar por conocer mis puntos de vista al respecto, tendría mucho gusto en atenderlos, y desde luego, señor Garcilazo, usted sería uno de mis invitados. Asistiré al llamado de esa comisión con la certidumbre de que mucho puedo aprender de las ideas que me expresen.

Los hechos que he referido pueden constatarlos los alumnos y alumnas del primer año, grupo A, de Preparatoria.

(Rúbrica)

Periódico La Voz de la Frontera

Mexicali, Baja California

Viernes 8 de noviembre de 1968

Primera plana

Atalaya

por E. Garza Senande

Estimado lector, muy buenos días:

Ayer me quedé sin habla, de una pieza, lo que se dice de a seis, cuando leí el editorial que apareció en un hermano matutino, bajo el epígrafe “Prostituyendo a la juventud”, debido a la bien cortada pluma del “chif” Garcilazo. Sería muy de desear la intervención de las autoridades competentes de la Secretaría de Educación Pública o del Gobierno del Estado —en su caso— para poner en claro si esos libros “de texto” que utiliza un “profesor” de apellido Pa­dilla están aprobados por las dependencias oficiales. Eso de que a una jovencita se le haga leer en voz alta, delante de sus compañeras y compañeros libracos francamente pornográficos, se me hace que es el colmo de los colmos. ¿A eso le llama el “Ilustre maistro” (no le vaya a poner maestro compa linotipista) “literatura moderna”? Pues esa “literatura” y no tan refinada, se la escuché a mi viejo sargento Zamarripa allá por 1917, cuando le narraba al pelotón a su mando sus “románticas” hazañas. ¡Bonitas sábanas grises con ciertas preparatorias!

 

Y sigue lloviendo sobre la milpita de Jacqueline Onassis. ¿Qué no sería posible que ya dejaran en paz a esa mujer? Está bien crecidita para saber lo que hizo al contraer segundas nupcias, y continuar exhibiéndose ante la opinión pública no sólo la daña y perjudica a ella, sino a sus hijos, que es lo peor. Cómo me acuerdo de lo que en algunas ocasiones me decía mi dulce abuelita al salir de la iglesia, a la que la acompañaba los domingos y fiestas de guardar: “El que esté limpio de culpa que arroje la primera piedra”. Y hay cada tipo que la dragonea de muy moralista, que más vale leer Gazapo y La tumba, libros de cabecera del “maistro” Padilla,

Y como ya Juan Manuel Zavala me está clavando unos ojos como dos puñales de hoja damasquina porque le urge la columneja, aquí me va usted a permitir que con la mejor y más luminosa (¡vóytelas!) de mis sonrisas, le entregue el “material” al compa linotipista, y así tenga oportunidad de comerse a puños —a su debido tiempo— el punto final.

Periódico El Mexicano

Mexicali, Baja California

Viernes 8 de noviembre de 1968

Primera plana

La gente

por E. Galván Ochoa

México, D. F.: Un laureado libro de mi personal y admirado amigo Gustavo Sainz, intitulado Gazapo, ha movido a indignación a la crítica moral y literaria de la ciudad de Mexicali… Según leí en la edición de ayer de El Mexicano, se acusa al profesor Padilla de propiciar la lectura de semejante libro en las clases de literatura que imparte a los estudiantes de un colegio particular, presumiblemente el cetys, por las señas que de él se dan, ya que su nombre no se menciona…

Gazapo no es una obra pornográfica. El año pasado, el maestro Juan José Arreola, de cuyo taller literario parece que surgió Gustavo Sainz, me obsequió el libro en cuestión, y recuerdo haberlo leído con especial deleite, porque me pareció un reportaje vívido del sistema de vida de los jóvenes de clase media de esta ciudad de México… El mérito principal —y tiene muchos méritos— en la obra de Gustavo Sainz es haber incorporado en la literatura mexicana el lenguaje cotidiano de la gente común y corriente, con todas sus expresiones características, sus matices, sus significados… Ya una vez dijo Carlos Fuentes que la vida como el arte no son censurables… En el caso concreto de Gazapo ninguna gente sensata y razonable podrá condenarla como obra literaria en sí, a menos de sufrir una regresión a las prácticas hitlerianas de cas­tigar con la hoguera ciertas obras de arte, modelo que Hitler copió de la felizmente desaparecida Santa Inquisición… Y si se trata de condenar la urdimbre de relaciones humanas de las que el libro constituye un reportaje, pues todavía es aconsejable obrar con mayor cautela, porque una de las aventuras más peligrosas y expuestas al fracaso y al ridículo la constituye la de pretender erigirse en árbitro de moral o costumbres, pretensión bíblicamente valorada con aquello de “que quien esté libre de culpa…”


… el Personal y Admirado Amigo escribiendo como si paladeara las palabras, espaciándolas, como si retomara el hilo de una conversación hacía buen tiempo suspendida, escribiendo fíjate Barry, a los alumnos de la preparatoria Isaac Ochoterena, que era una preparatoria particular, les decían los Arañas, Barry evocando a un cimbrante muchacho negro frente al Pentágono el día de la marcha, con un cartel perturbador, ningún vietnamita me ha llamado negro, o el Personal y Admirado Amigo pensaba y repensaba esas frases, con ese ritmo, con esas cadencias, repasándolas para escribirlas posteriormente, y leía derrengado en la cama alguno de los libros que lo inquietaban, digamos 6 810 000 litres d’eau par seconde (étude stéréophonique), de Michel Butor, de pronto levantando la vista del volumen para saborear alguna elipsis, para detenerse en algún ícono o relacionar algunos puntos distantes, y ocasionalmente seguía con la vista sus rojas latas de coca-cola en inflexible formación amurallada, el libro entre sus manos como si proclamara que lo único importante era el lenguaje y la forma, que todas, absolutamente todas las historias ya se habían contado antes y mejor, y que lo único que queda es producir arabescos, ensamblajes, borrones, desdibujos, collages, y miraba por la ventana, pues toda la pared frente a la cama y de la mitad hacia arriba estaba constituida por una ventana de vidrios dobles, marcos de aluminio y mosquitero, dividida en tres paneles, y a través de ella, desde la cama, ­acostado, podía ver los árboles o más bien el follaje, garabatos de ramas, copas de los abetos de una pequeña colina o montaña que caía o descendía hacia el patio, cuatro pisos abajo y a unos diez metros de la espalda del edificio, y entre las hojas de ese impenetrable bosque manchas que entraban y salían y que ocasionalmente podían distinguirse como pájaros de regular tamaño y pecho anaranjado o rojizo, y a veces hasta parecía oírse el ruido de alas o el de las hojas al abrirse paso los pájaros o pelear o perseguirse, y más allá, pero no se podía ver desde la cama, aunque se presentía, el cielo azul que recordaba similar al cielo de muchos años atrás en la colonia del Valle, en la ciudad de México, en la calle Gabriel Mancera, junto a los laboratorios Max Factor, visto muchas tardes de ocio y turbación adolescentes, sentado en los escalones a la entrada de su casa, la número 1737-A, sólo que en Iowa el cielo siempre estaba tasajeado por la estela de los bombarderos que volaban altísimo, y que dejaban larguísimas líneas blancas que requerían mucho tiempo para desvanecerse, o no seguía con la lectura de una de esas gruesas novelas en las que le gustaba hundirse y perder el juicio, sino que terminada, cerrada la última página y la contratapa, digamos, del libro de Michel Butor que parecía más bien un álbum de etiquetas y boletos y volantes de todas clases, en donde a pesar del autor se encontraba una historia oculta, o docenas de historias tenues, insufi­cientes, apenas esbozadas, pero más que estimulantes, o el zafarrancho de Carlo Emilio Gadda, o uno de Jacob Lind, o de Philippe Sollers, o de ­Hermann Broch, o de Guimarães Rosa, o de Raymond Roussell, que fueron los autores que consumió durante las primeras semanas en ese cálido departamento del edificio Mayflower, cerrado el libro, decía para sí mismo (inclusive en voz alta), acostumbraba anotar sus impresiones en una libreta específica que no debía confundirse con su diario, ni con la libreta adonde arriesgaba tratamientos de lo que llegaría a ser su segundo ensayo narrativo, aunque las tres libretas exteriormente fuesen idénticas, como para confundir a los enemigos acostumbraba afirmar, gruesas, jaspeadas, con puntas y lomo de tela gris, y después to­maba unas tijeras, cambiaba de habitación, encendía la luz fluorescente y se sentaba frente a su escritorio, tan largo, acercándose hacia sí toda la correspondencia acumulada en los últimos días, correspondencia de tantos días como se había inmerso en sus lecturas, y empezaba a abrir con mucho cuidado, las cartas, respetando los timbres, que acumulaba en una caja de zapatos (ya sin zapatos) para regalárselos a su padre que era filatelista, y acumulándolas ya desdobladas una arriba de la otra para leerlas con cierto orden, por ejemplo:

Sí, desde luego fui yo quien dio tu nombre para Iowa, y espero que mientras gozas la beca —como espero que sea— sepas en Iowa mantenerte al margen de toda la asquerosa cosa “good neighbor” y escribir, que si lo logras, será muy fructífero. Yo no pertenecí jamás al International Writing Program. Yo trabajaba en el Writers ­Workshop, enseñando a graduados americanos solamente a escribir en inglés. Pero algunos del International Writing Program venían a mis clases: un afgano peludo, un danés muy grande y un negro tatuado de Nigeria, algún inglesito delicado, etc., pero siempre, siempre me resultaron mucho más interesantes mis alumnos norteamericanos, mari­huaneros, locos, con una libertad suprema, inteligentes, refinados, macanudos. Si te metes con ellos y no haces vida “oficial” lo pasarás bien —en el sentido que podrás escribir sin que te molesten. Yo no iré como tenía pensado ir, y contratado para tal: me saqué la beca ­Guggenheim, como Leñero, a partir de junio del año próximo, y en vez de Iowa me vendré a Europa. Iowa entonces, para mí, queda para el 70-71. ¿Has leído esa novela increíble que se llama La traición de Rita Hayworth? Coméntamela. Es una maravilla. ¿Para qué me quiere Strauss? ¿Quieres que te super recomiende? Escríbeme si necesitas apoyo. Tengo todavía algún amigo, amiga en Iowa, si los quieres. Escribe. Abrazos. Pepe Donoso.

O también:

Muchísimas gracias por el envío de la entrevista y las páginas del primer capítulo de tu Work in Progress. La entrevista ha ganado mucho y el único retoque serio que me he permitido hacer (es una norma inflexible de la revista) consiste en la supresión de la frase en que me elogias. Te agradezco y creo que sos sincero, pero no quiero dar más pasto a mis enemigos. Esta vanidad al revés, estoy seguro que me la perdonarás. La otra corrección es mínima y consiste en desplazar la alusión o referencia a Leñero y Co., que estaba al final de un párrafo del que tú habías suprimido lo esencial. Cortado un poco antes, queda mejor, y la frase sobre Leñero puede quedar bien cuando tú hablas de que no hay grupos, etc. De todos modos he proce­dido en estos mínimos ajustes con la delicadeza de “editor” que me caracteriza. (Aquí asomó la vanidad, carajo). En cuanto al capítulo es excelente y tiene una cualidad hipnótica que espero se ejerza sobre los lectores. Me he quedado con ganas de leer y conocer más de la novela. Pienso publicar ambos textos seguidos en Mundo Nuevo 22. La entrevista primero, precedida de una breve introducción crítico-biográfica hecha por un servidor, y luego el capítulo. El conjunto es como una introducción y homenaje que va a quedar muy bonito. En cuanto a asuntos económicos, he hecho que te envíen 150 dlls. De inmediato, por concepto de pago de las dos colaboraciones y adelanto, así sea parcial, de gastos de correo, suplementos y otras bellezas. Con más calma, la semana que viene le pediré a mi secretaria que te haga una liquidación al día. De acuerdo en enviarte yo mismo las revistas, más o menos camufladas para evitar las tentaciones del correo mexicano. Eso sí, te llegarán por barco. De otro modo te saldrían muy caras y tendrías que estar escribiendo novelas para saldar tu deuda con Mundo Nuevo, lo que es más balzaciano que helleriano. En el texto de tu capítulo hay una cita de Berimbau que me temo sea incorrecta. As far I can see, el verso debe ser “Berimbau me acompanhou, Maximiliano não”. (No te asustes por los subrayados; en tu capítulo se respetarán las convenciones tipográficas que propones en el pasaje tachado de la entrevista, que leí naturalmente por pura curiosidad, y que me servirá para hacer una referencia en la introducción al capítulo). Aunque no conozco el texto portugués más que de oídas, la ortografía debe ser la que propongo. No existe la n en portugués y “nao” se escribe así. O por lo menos se escribía así en la época en que yo estudié en el Lycée Français de Rio de Janeiro (esto para que veas que Fuentes no es el único polígloto errante de las letras latinoamericanas). La desa­parición de Mundo Nuevo es un deseo de nuestros mejores amigos y enemigos. Es una revista que hace roncha y, por lo tanto… Pero creo que la noticia es un poco prematura. Ha habido episodios y conflictos, pero no creo que la sangre llegue al río. O, por lo menos, yo no dejaré que llegue. La revista me importa demasiado y creo que cumple una función necesarísima. Así que no te dejes influir por el ambiente exquisito de la meseta. De las películas que citas sólo vi Bonnie & Clyde, que me gustó muchísimo, y Mickey One que me interesó, pero mucho menos. (El simbolismo kafkiano-godardiano-hawkiano del film es un poco de mal gusto). He visto en cambio Poor Cow, de un tipo inglés nuevo que tiene sus cositas; Dutchman sobre Le Roi-Jones, que es teatro bien hecho; Tonite Let’s All Make Love in London, que es psicodélica y delirante, pero está magníficamente hecha (hay un pasaje de antología en que Vanessa Redgrave canta Guantanamera en español fonético de la Berlitz-Dorticós School, como si fuera una niñita de primera clase recitando en casa de sus tías “Los zapatitos me aprrietan”); Week-End del ínclito Godard, que pone en limpio sus últimos borradores (desde Made in USA, Deux ou trois choses que je sais d’elle y La chinoise), pero aun así muestra mala letra, sobre todo si se le compara con su discípulo y ahora maestro Arthur Penn, y finalmente Persona, de Bergman. ¿Te conté alguna vez que he escrito un libro con H. Alsina Thevenet sobre Bergman? Nosotros lo descubrimos en Punta del Este, 1952, antes que los franceses en Cannes, 1956. Hasta el mismo Bergman lo ha declarado en entrevista periodística de la que no guardo recorte, hélas. En fin: Persona es repelente y fascinante, abrumadora, y sobre todo una de las películas en que el maestro se “cuenta” más a la vista. Tengo que escribir sobre ella para una reedición, próxima, del libro indicado supra. ¿Qué tal como carta? Un gran abrazo, Emir.

 

Y después:

Por supuesto que te harás de la vista gorda ante la cantidad de faltas —debido por supuesto al odio que me tienen las máquinas de escribir—, que tendrán mis interesantísimas y sugestivas cartas sociológicas sobre la ciudad, el arte, la cultura política y los chismes del canibalismo intelectual. Por lo pronto has de saber que la tensión y la violencia de la ciudad han disminuido notablemente. La Junta de Gobierno le rechazó la renuncia al rector, Javier Barros Sierra. El rector decidió quedarse porque contó con el apoyo de toda la comunidad universitaria. La tropa salió el 30 de septiembre, y los directores e investigadores están tratando de convencer a los adolescentes siniestros de que la huelga ya está obsoleta, y no es necesaria para ­triunfar con el movimiento. Esperemos que los estudiantes lo entiendan, porque de lo contrario nos pueden llevar a otra situación muy peligrosa para la Universidad. Te llegaron dos libros de Emir Rodríguez Monegal, dedicados. Uno es El viajero inmóvil, sobre Pablo Neruda, y el otro El desterrado, vida y obra de Horacio Quiroga. El suplemento de Siempre! trajo dos ensayos regulares sobre la invasión del ejército a la Ciudad Universitaria. Uno es de Juan García Ponce, un poco ingenuo y pedante. Dice que los estudiantes son la única “conciencia pensante”, lo que resulta una estupidez, porque da a entender que los demás grupos de la sociedad no piensan. El otro es de Monsiváis y está lleno de indignación y sentimentalismo, que por supuesto comparto, pero no ve los errores tácticos y estratégicos del movimiento rebelde de los estudiantes. Además le faltó encuadrarlo dentro del contexto de la clase media, que sigue siendo autoritaria y maniquea. Luis Guillermo, en su Mesa de Redacción pontifica sobre Marcuse, sin haber leído más que las solapas. Dice que no se entiende y que no se explica su influencia. Luis Guillermo sigue pensando que todos los libros se leen con la misma lógica, y no es lo mismo leer una novela que un sesudo ensayo de sociología. Desde luego ofrecí mi conferencia, brillante, lúcida, rica en información —como que era un collage de excelentes ensayos sobre Carlos Fuentes. Fue más gente de la que yo esperaba. Fue hasta doña Alaíde Foppa. Ese día Genaro me dijo —dentro de la psicología del rumor—, que la policía me andaba buscando. Le dije que era absurdo, porque no soy estudiante, ni he sido líder, ni participé activamente en el movimiento, pero de todos modos fui absolutamente aterrado a la conferencia. Me acompañaron los niños. A la salida los fuimos a dejar en el carro de Mario. Terminé de leer La traición de Rita Hayworth. Me entusiasmó sobre todo porque recrea el lenguaje, la visión y las obsesiones sexuales de los niños y los jóvenes que se formaron con una visión cinematográfica de la realidad. O sea, nosotros. La red más extensa del mundo, Air France, ofrece un viaje de ocho días a Nueva York con hotel y dos cenas, y además una entrada a una comedia musical por sólo tres mil pesos, y además pagados en abonos —la única posibilidad de cosmopolitismo que tiene la clase media— y entonces he decidido hacerlo si no me niegan la visa en la embajada. Pienso salir el 12 de octubre, y desde luego en diciembre quiero volver a ir, para reunirnos y no olvidarnos de nuestros rostros de máscaras mexicanas. A las librerías no ha llegado nada importante. Me habló Athanasio Bustamante, que está jugando a los policías y los ladrones, y no se deja ver porque dice que lo andan buscando. Dice que no sabe qué hacer y que esá confuso sobre su futuro. Estoy escribiendo esta carta en tu máquina, y los niños y Balmori están hablando con Balmori sobre la película que acaban de ir a ver. Se llama Las infieles, y tiene un reparto multiestelar, encabezado por Norma Lazareno y la Tigresa de la canción. Seguramente hará las delicias de Jorge Ayala Blanco. Bueno, como ya me cansé de escribir, me despido. Arquímedes Kastos.

Y por otra parte:

Por Roger Strauss y por Eugenio Villicaña sé que estarás en Iowa una temporada. Te deseo el mayor de los éxitos a la salida de Gazapo; en Estados Unidos encontrarás la crítica auténtica: la que se ocupa del libro y no del cuate o del hijo de la chingada que, alternativamente, somos todos y cada uno de los aztecas para los demás miembros del consorcio sacrifical. Sahagún cuenta en detalle la vidaza principesca que daban al supliciado veinticuatro horas anteriores al acto, ejemplo que Georges Bataille utiliza para fundar su teoría del consumo “maldito”. Te reitero la invitación. Desde el 26 de julio estoy instalado en París, en la casa que me deja por todo un año James Jones. Hay aquí un departamento aislado. Si tú y alguna de tus amigas se animan a dar el salto, serán bienvenidos. Es una casa en la isla Saint-Louis, sobre el Sena y con la vista inconmovible e inconmovida (por más que la f­riegue M. Malraux) de Nôtre Dame. Además allí estaremos todos: García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Sarduy, Cabrera Infante, Goytisolo, Carpentier, Donoso, you name it. Ojalá y te animes. Strauss y Laffont deberían de ayudarte a cruzar el Atlántico y, una vez en París, no tienes de qué preocuparte. Este otoño en París será una educación como para dejar enano a Frédéric Morel y tú, que tanta percepción tienes de lo que hacen y sienten y dicen los jóvenes, no deberías perderte esta revolución que ellos protagonizan. Además quiero hablarte; me parece fascinante lo que he leído de tus Obsesivos días… Fais-moi signe… Un abrazo de tu amigo Carlos.

Y al final:

Amigo, no sé si sabes que te van a publicar Gazapo en Italia, que la editora es de prestigio (Il Saggiatore, de Alberto Mondadori) y que el traductor soy yo. Estas líneas sirven como presentación, ya que el resto te lo escribiré en cuanto se acabe de perfeccionar el contrato tuyo y mío, y en cuanto yo acabe de resumir los problemas que encontré en tu libro y que discutiremos en otras cartas. Lo que te ruego en seguida, si no quieres que la versión salga perfecta, es que no me dejes plantado y que me contestes en seguida cuando pido tu ayuda, ya que el libro tiene que salir bastante pronto. ¿Algo más? ¿Quién soy yo? Bueno, soy el traductor oficial de Vargas Llosa, de García Márquez, de Cabrera Infante, me estoy enloqueciendo sobre mi versión de Paradiso, de Lezama Lima y tengo en proyecto la Opus omnia de Onetti senior. Por allá me conocen Vicente Leñero, Carlos Valdés y Jorge ­Ibargüengoitia (el cual te dirá mierdas de mí porque nos peleamos). Aprovecho los sellos y empiezo a mandarte unos problemitas para que me los resuelvas. Perdóname, pero soy italiano —como te habrás dado cuenta leyendo mi castellano—, y no conozco varios de tus matices. Me refiero a la séptima edición de Gazapo, la que tengo yo.