Tao Te King

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Quiera la Vida, Dios, el Tao, que el nuevo paradigma emergente, que en alguna específica medida depende de cada uno de nosotros, signifique el amanecer de aquella etapa histórica que por siglos han visualizado poetas, revolucionarios y líderes espirituales, cuyas luchas y vidas han sido la persistente simiente que hoy parece haber brotado en el anhelo de gran parte de la humanidad. Quiera también que ese anhelo de vida plena de sentido, de solidaridad y paz sea alimentado en cada quien se interne en las páginas de este libro.

Cecilia Dockendorff

Huequecura, lago Ranco

1 Al respecto, consultar obras como El Tao de la Física, de Fritjof Capra; Misticismo y Física Moderna, de Michael Talbot; Cuestiones Cuánticas: Escritos Místicos de los Físicos Más Famosos del Mundo, editado por Ken Wilber; La Conspiración de Acuario, de Marilyn Ferguson.

2 Ver El Punto Crucial, de Fritjof Capra; El Reencantamiento del Mundo, de Morris Berman; El Paradigma Holográfico, editado por Ken Wilber.

3 Consultar Más Allá del Ego, varios autores; Conciencia sin Fronteras, Un Dios Sociable y de- más obras de Ken Wilber; Psicologías Transpersonales, de Charles Tart; La Experiencia Mística, editado por John White.

4 De la que no está exento el propio cristianismo. Ver, por ejemplo, las obras de Thomas Merton, Aelred Graham, William Johnston, Anthony de Mello, Matthew Fox, Ignacio Larrañaga, el libro Lost Christianity de Jacob Needleman y la obra precursora de Teilhard

de Chardin.


Introducción

El Tao Te King de Lao Tse es parte de mi historia personal. Eso quiere decir que, en lo fundamental, el modo de ver la vida de su autor coincide con el mío, pero no por haberlo yo adoptado a posteriori, sino porque mi coincidencia con él es constitucional y detectable desde que el asombro de vivir me impulsó a tratar de entender el mundo. Así, los treinta y más años que he dedicado al estudio del taoísmo no han hecho más que aclarar en mi mente lo que ya antes era en mí una tendencia innata. Y pongo en ello un especial énfasis porque creo que ha llegado el momento de decir cosas como esta a propósito de una investigación “científica”, pues si lo que uno toma más en serio es lo que le concierne profundamente como ser humano, a la postre resulta ser una garantía de seriedad que el tema de una investigación no sea para el investigador solo un tema sino un aspecto de su propia persona.

En relación a esto, conviene recordar lo que afirma el gran sinólogo alemán Richard Wilhelm sobre las traducciones al alemán del Tao Te King. Observa Wilhelm que en Alemania circulan varias versiones del “Viejo Chino” realizadas por aficionados, las cuales, no obstante, por el grado de intuición demostrado por sus autores, se hallan más próximas al verdadero sentido del texto que tantas otras realizadas por sinólogos profesionales pero carentes de toda empatía real con el mensaje del libro.

Lo dicho, evidentemente, es válido para cualquier tipo de investigación, pero, tratándose de Lao Tse, el problema se agudiza al extremo: en primer lugar, porque se trata de un autor chino; en segundo lugar, porque este autor vivió en el siglo VI antes de Cristo; y en tercer lugar (lo más importante), porque su cosmovisión es la antípoda de la actual concepción del mundo en Occidente, de lo que resultan serios inconvenientes para aproximarse al verdadero sentido de su mensaje.

Con esta premisa se entiende pues que a Lao Tse no se lo puede estudiar “en frío”, quiero decir, en un empeño puramente intelectual por captar el sentido de su “pensamiento”, asistido por conocimientos de alto nivel y el buen manejo de un sistema de conceptos. Creo que antes es preciso “amar” a Lao Tse, por así decirlo, esto es, “reconocerlo” como algo que en cierto modo nos pertenece, y eso solo puede ocurrir en la medida en que sus revolucionarias proposiciones y denuncias coincidan con las proposiciones y denuncias que a nosotros nos nacería hacer espontáneamente. Si esta condición vital no se cumple, el investigador queda fuera del ámbito real del Tao Te King, aunque en su investigación muestre poseer toda la erudición y la competencia que es posible imaginar.

Digo esto porque estoy persuadido de que para entender el Tao Te King como se debe, antes que poseer la competencia requerida es preciso haber sido atacado por esa abrumadora lucidez que nos abre los ojos sobre la deformidad del mundo actual, porque eso es lo único que puede darnos a gustar el amargo sabor de la experiencia vivida por Lao Tse en la decadencia de la civilización impulsada por la dinastía Tchu y entender el alcance real de los dramáticos autorretratos que él inserta en el libro y que nos muestran al Viejo Maestro como un huérfano perdido en las calles del mundo. Como también estoy persuadido de que para entender el aspecto más importante de este texto es necesario haber conocido la experiencia de la poderosa unidad que todo lo abraza y haber tenido acceso a la maravilla de la participación consciente en el todo. Solo eso puede situarnos debidamente en el sentido (Tao) que articula en totalidad el poético y sencillo discurso del Tao Te King.

Lao Tse

Sobre Lao Tse, el autor del Tao Te King, poco es lo que se sabe. La referencia histórica más antigua que poseemos es la que el historiador Se Ma Tsien

(s. I a. C.) incluye en sus Memorias Históricas. Esta referencia es extremadamente breve y dubitativa y lo escaso de la información que nos aporta sobre el personaje se debe, como el mismo historiador lo explica, a que Lao Tse procuraba vivir en la forma más oculta y anónima posible. Con todo, por ella conocemos lo que, para los intereses de este libro, es suficiente. A saber: que Lao Tse fue archivero, bibliotecario o guardador de los escritos de la dinastía Tchu en el palacio imperial de la ciudad de Lo Yang; que en su época aparece como un sabio de gran prestigio, encabezando una posición disidente respecto de la sabiduría oficial; y que, hastiado por la corrupción del régimen, decidió abandonar la corte y vivir en retiro, para lo cual viajó a las regiones occidentales y se perdió para el mundo.

Según Se Ma Tsien, el Tao Te King fue escrito a pedido del guardián de la frontera occidental, para quien, con motivo de su paso por el lugar, Lao Tse lo redactó, exponiendo en él lo esencial de su pensamiento y empleando cinco mil caracteres.

Sobre la historicidad de Lao Tse y la paternidad de la obra se ha dudado mucho, lo cual responde más a una característica psicológica de los investigadores que a otras razones más dignas de atención, por lo cual, y siguiendo en esto el criterio de otros sinólogos, partiré de la base que Lao Tse existió y que es el autor del Tao Te King, sin perjuicio de reconocer interpolaciones y enmiendas en el texto que se le atribuye. Más no necesito saber, en el entendido que el Tao Te King, como un escrito revelador del carácter y “virtud” de su autor, constituye una fuente de información sobre él más que suficiente, ante la cual, las que pudieran ser circunstancias de su vida, carecen de importancia.

La época

El Tao Te King fue escrito en una época crucial de la historia de China, siglos de decadencia del antiguo Imperio, y más exactamente, de la civilización creada por la dinastía Tchu (1122-255 a. C.). Esta civilización hizo de la China de entonces algo semejante a lo que hoy llamaríamos una “gran potencia”, y, en la medida que este Imperio llegó a ser rico y poderoso como ningún otro en el mundo, manejado por una gigantesca máquina gubernamental y sustentado por un orden religioso y jurídico extremadamente complejo, considerado perfecto por sus fundadores, su decadencia, consumada hasta sus últimas y más destructoras etapas, fue algo así como un fin de mundo.

En lo político, esta decadencia se manifestó por la creciente incapacidad de los soberanos del linaje de los Tchu, lo que fue debilitando paulatinamente el poder imperial en beneficio de los estados feudales, cuyos señores se hicieron llamar reyes y vivieron en perpetuas guerras e intrigas diplomáticas. Este estado de cosas es el que los historiadores llaman “Época de los Reinos Combatientes”, la cual duró desde el siglo V hasta el III a. C., y que significó para la sociedad china un genocidio de varias decenas de millones de muertos.

Se observa, empero, que esta época de violencia y destrucción fue justamente el tiempo en que floreció en China el pensamiento filosófico, el cual, a partir de Confucio (s. VI a. C.), se fue diversificando hasta constituir un centenar de escuelas. Lo paradójico de este fenómeno, sin embargo, puede explicarse por la necesidad que entonces había de formular una sabiduría que diera a la vida un fundamento racional, en ese momento histórico en que todo lo que hasta entonces había sido un fundamento, se derrumbaba con sus valores e instituciones.

Contenido del Tao Te King

Mi proposición fundamental sobre el Tao Te King es que en este texto se ha reunido lo esencial de la sabiduría de los llamados santos soberanos de la antigüedad. En este sentido, no sería una enseñanza nueva ni marcaría un comienzo, sería más bien un epílogo del antiguo Imperio en decadencia, sin perjuicio de constituir un punto de partida como reedición de esa sabiduría para la posteridad. Y esa reedición, realizada con la intención de constituir un cuerpo de doctrina, habría sido motivada por el conflicto creciente que la civilización impulsada por la dinastía Tchu estaba creando en la organización de la antigua sociedad china.

 

Los escritos atribuidos al taoísta Tchuang Tse (s. IV a. C.) contienen una mención crítica de las principales escuelas de sabiduría que había en China en aquellos siglos, y en lo que se refiere a Lao Tse, se dice que fue justamente un propagador de la sabiduría de los antiguos. Sin duda por la gran cantidad de citas y refranes tradicionales que el Tao Te King contiene, se entiende que esa sabiduría había sido explicitada en enseñanzas verbales de forma precisa ya mucho antes de la redacción de este libro. Pero la constitución de este cuerpo de doctrina, fundamento de una de las principales escuelas de sabiduría de Oriente, por su carácter polémico y fuertemente crítico de la sabiduría oficial y del estado de cosas del Imperio en tiempos de la dinastía Tchu, muestra claramente que Lao Tse, de hecho, ha encabezado la pléyade de sabios disidentes (procedentes en su mayoría del Sur) que opusieron a la civilización de los Tchu el modelo del Imperio de las épocas aborígenes, consideradas por la tradición taoísta como tiempos paradisíacos.

Por lo que nos informa la historiografía clásica, en los archivos imperiales estaba puesta por escrito la tradición oral sobre el pasado remoto de los pueblos que en su conjunto formaron la raza china, como asimismo todo lo referente al origen del Imperio y a sus más antiguas etapas de evolución. Lao Tse conoció todos esos antecedentes históricos y mitológicos y de ellos derivó ciertamente la apretada síntesis de sabiduría y experiencia histórica que constituye el contenido del Tao Te King.

El mito del paraíso

En lo que respecta a ese pasado remoto del pueblo chino, según el tenor de los textos históricos que a él se refieren, reproduciendo otros textos y tradiciones más antiguas, este es presentado a la manera de un mito del paraíso, de gran desarrollo descriptivo, por el cual se nos informa sobre lo que fue la vida de la especie humana en esas edades lejanas. Fue basándose en esa tradición mítica que los historiadores clásicos dividieron el tiempo en diez edades del hombre y doce períodos cósmicos o zodiacales, correspondiendo la edad décima, esto es, la última (coincidente con el último período zodiacal), al advenimiento del mítico emperador Hoang Ti, el “Ancestro Amarillo”, abuelo de la raza china y fundamento de la cultura, ubicado, según la cronología clásica, entre los años 2705 y 2597 antes de Cristo.

Los historiadores chinos sostienen que este Hoang Ti fue el primero que puso por escrito la historia y la sabiduría, y en la tradición taoísta figura como el fundador de la escuela. Posteriormente, y durante un lapso de mil quinientos años, se sucedieron, junto a otros de menor importancia, los grandes soberanos presentados por Confucio como modelos de perfección humana. Ellos son, en orden cronológico: Yao el Grande (2357-2283 a. C.); Chun (2255-2205 a. C.); Yu el Grande (2205-2197 a. C.); Tang el Victorioso (1766-1753 a. C.); Wen Wang, conde del Oeste, patriarca de la dinastía Tchu (+1195 a. C.); Wu Wang (1122-1115 a. C.), fundador de la dinastía Tchu; y el Duque de Tchu, hermano, ministro y contemporáneo del anterior.

De las edades anteriores a la décima que, en su conjunto, constituyen los tiempos paradisíacos, los textos de los historiadores clásicos mencionan interminables genealogías de soberanos misteriosos descritos con rasgos semidivinos, a veces como arcángeles, genios o potencias cósmicas. Sus nombres figuran también en los textos taoístas antiguos, por lo que se puede concluir que se trata de una tradición de público conocimiento en la época, algo semejante a las genealogías de patriarcas antediluvianos que figuran en la Biblia y las tradiciones que de ellos se conservaron.

Ahora bien, si la disidencia del taoísmo frente a la sabiduría oficial de la dinastía Tchu reside en el carácter disociador que aquel atribuye a la empresa civilizadora, ello se debe a una concepción del mundo propia de la antigüedad, por la cual el universo es visto como un orden gobernado por un poder invisible, cuya acción es perceptible en el sentido del acontecer y, en consecuencia, no hay ningún ordenamiento del mundo proveniente de la inventiva humana que pueda sustituir al orden divino preexistente. Tal es lo esencial de un mito del paraíso, por una parte, y por otra, lo que implícitamente subyace en las cosmovisiones aborígenes.

Es cierto que la ideología civilizadora de los Tchu en principio concebía el mundo de la misma manera, como el Sistema de las Mutaciones, propio de la dinastía, lo demuestra, pero la diferencia con la doctrina disidente está en la importancia atribuida a la creatividad humana. Los sabios de la dinastía Tchu demuestran creer, como lo corrobora Confucio, que el sentido del mundo se manifiesta plenamente en las instituciones creadas por la cultura de esa dinastía, en tanto que el taoísmo vio en todo eso una grave alteración del orden. El derrumbe espectacular de la dinastía, y el caos en que quedó sumido el Imperio a causa de esa decadencia, estaría sugiriendo que las críticas y aprensiones de Lao Tse no carecían de fundamento.

Confucio y la historia

Los documentos imperiales de la dinastía Tchu, en lo que a la historia se refiere, eran mucho más voluminosos que el Sagrado Libro de la Historia (Shu King) que nos ha legado la escuela confuciana. Según el testimonio de los historiadores clásicos, la historia de los Tchu se iniciaba con la figura del mítico emperador Tai Hao o Fu Hi (cuarto milenio a. C.), considerado como el primer héroe creador de cultura de la raza china, tanto más si los Tchu, interesados en el manejo del Sistema de las Mutaciones como método de gobierno, atribuían a este Tai Hao la creación del sistema.

Al parecer, esta historia de los Tchu fue minuciosamente revisada por Confucio y su escuela con la intención de expurgar estos textos y eliminar de ellos todos los elementos míticos. Así, la historia ejemplar, la que debía ser conocida por la posteridad como el paradigma ordenador, comienza para Confucio con el emperador Yao antes mencionado, que vivió más de mil años después de Tai Hao, con lo cual se transparenta la intención de decir que de lo acontecido antes no vale la pena recordar nada. Sobre este particular, es interesante saber que muchos sabios de la corriente humanista de Confucio odiaban ese pasado no civilizado, considerado por los taoístas como un paraíso. Así, Confucio, en refuerzo de la ideología civilizadora, dio una especial versión de la historia en la cual debían ser educadas las futuras generaciones.

El estilo de los textos confucianos sobre la historia más antigua del Imperio viene a ser por momentos algo así como una ficción dramática en la cual se hace actuar a ciertos personajes de la prehistoria, poniendo en boca de ellos un discurso propio de la mentalidad civilizada. Pero, a pesar de ello, algo debe justificar el hecho de que Confucio haya elegido a Yao como comienzo de la historia. Por lo que se entiende a través de la historia clásica, habría sido este Yao el primer soberano chino que habría evolucionado de una cultura arcaica hacia un incipiente humanismo, acuñando el concepto de virtud o humanidad (Jen). En ese sentido, cabe considerar también que, según la tradición, Yao gobernaba un imperio dividido en nueve provincias, a la cabeza de las cuales había un príncipe vasallo, y que la organización de este imperio comportaba una máquina gubernamental de cierta envergadura. De modo que la elección de este príncipe por Confucio como el principio de la historia, estaría basada en estas características propias de una naciente civilización, la cual no se había manifestado aún en tiempos de los soberanos anteriores, a pesar del gran ascendiente que Hoang Ti, el “Ancestro Amarillo”, ejercía como fundamento de la cultura. La figura de Yao se ajustaba mejor a lo específicamente humanista que tiene el sistema confuciano.

Es dable suponer, a juzgar por los textos históricos procedentes de la antigüedad china, que el estilo en que estaban redactados los documentos de los Tchu era muy diferente al estilo parco en que la escuela de Confucio redactó el clásico Libro de la Historia. Puede así apreciarse, por ejemplo, la incongruencia en que cae Confucio al suprimir de los documentos imperiales antiguos los elementos míticos y al tratar, por otra parte, en tono humanista y práctico, acontecimientos que pertenecen a una mitología, como los hercúleos trabajos del emperador Yu para vencer la gran inundación (diluvio), que lo hacen aparecer como un genio dotado de poderes paranormales, capaz de transportar montañas.

Ciertamente Confucio no participaba del criterio científico con que el historiador moderno trata de dilucidar eso que se llama la verdad histórica, y como todo historiador de la antigüedad, daba crédito a la tradición que había llegado hasta él sobre las edades remotas. Pero su reserva sobre ese pasado, como ya quedó explicado, se debe a la no existencia de la civilización, la cual parece despuntar en tiempos de Yao, como lo afirma el mismo Tchuang Tse, y no a una supuesta imposibilidad de certificar hechos, pues tan inciertos debieron ser para Confucio (desde nuestro punto de vista) los hechos narrados sobre los tiempos paradisíacos como las proezas de sus héroes predilectos.

De modo que Confucio, al constituir el texto histórico base de la cultura china, cortó deliberadamente toda vinculación con la antigüedad mítica no civilizada y el ascendiente espiritual de los soberanos aborígenes, príncipes tribales de la China prehistórica, cuyo culto continuó, no obstante, en la tradición taoísta. Por eso ambas escuelas dicen ser depositarias de la sabiduría de los antiguos, entendiendo por “antiguos” algo diferente en cada caso. Los antiguos confucianos son los ya enumerados, a cuya cabeza figura Yao el Grande. Los antiguos taoístas son: Tai Hao o Fu Hi (3462-3398 a. C.); Chin Nong (3223-3078 a. C.); y Hoang Ti (2705-2597 a. C.). Al primero se le atribuye la creación del Sistema de las Mutaciones, y al segundo se le atribuye la institución de la agricultura y la medicina. El tercero ha pasado a ser el santo patrono del taoísmo, al par de ser el ancestro único de todos los linajes imperiales posteriores a él.

Mitología e historia

Naturalmente, como no hay pruebas de la existencia de los santos soberanos de la prehistoria, las mentalidades positivistas se detienen ante la imposibilidad científica de certificar los hechos narrados por los historiadores conforme a la tradición sobre esas edades lejanas, y dan crédito solo a la inmediatez histórica científicamente acreditada.

No obstante, y en abono de la mitología, cabe considerar que la existencia de dichos soberanos sabios y santos es como la viga maestra de la cultura china, tanto para la escuela confuciana como para la escuela taoísta, y ante ese hecho irrecusable, cabe preguntarse: ¿qué sentido o valor puede tener que un investigador contemporáneo afirme o suponga que los grandes hombres del pasado remoto no existieron, dado que, por otra parte, bajo la influencia de esos supuestos inexistentes, los pueblos han orientado su vida por milenios?

A este respecto, cabe observar que en la historia no se registra el caso de una gran cultura que no haya tenido su raíz en la fuerza espiritual de algún o algunos fundadores dotados de una virtud eminente absolutamente excepcional para la medida humana. Pero este dilema no se solucionará con nuevos descubrimientos arqueológicos en la esperanza de hallar algún vestigio que acredite la existencia de aquellos santos varones, aunque se produzcan en el futuro (como fue el caso de la dinastía Yin, cuya existencia quedó recientemente acreditada por la arqueología), sino en la superación de las muchas limitaciones de que adolece el paradigma científico moderno. Una cultura es un orden, un mundo en cuyo marco los pueblos realizan su destino histórico. Ahora bien, ese orden supone la operación de un principio ordenador de carácter trascendente, espiritual, creativo. Ese principio ordenador no surge espontáneamente de las costumbres del pueblo, ni de una planificación llevada a cabo por un equipo de notables. Siempre emana concentradamente de un hombre, y la cultura resultante viene a confundirse en sus orígenes con la vocación singularísima de ese o esos hombres que obraron como mediadores entre lo invisible arquetípico y lo visible contingente. Así, el fenómeno mismo de la cultura supone necesariamente la existencia de esa categoría de seres.

Los principios

Inserta la doctrina del Tao Te King en su verdadera problemática histórico-cultural, se establece una perfecta coherencia entre esa problemática y los principios del taoísmo primitivo tal como han sido expuestos en ese libro. Así, si la disidencia de Lao Tse con respecto a la sabiduría civilizadora de la dinastía Tchu consistió, como se dijo antes, en oponer a esa sabiduría el modelo del Imperio de las épocas aborígenes, es en referencia a dicho modelo arcaico de sociedad y de tipo humano que debemos entender lo que en este libro se quiere significar con las expresiones Tao, Virtud (Te), no-obrar, simplicidad, espontaneidad, Cielo y Tierra, Sabio, iluminación, santo soberano, Unidad, fuerza y debilidad, retorno, rigidez y flexibilidad.

 

El Tao de Lao Tse es el sentido del mundo presente en toda cosa y en todo acontecimiento. El hombre primitivo capta ese sentido por intuición en una experiencia directa del entorno y de sí mismo. Tal es su única posibilidad de vida. Pero el sentido del mundo se capta en el movimiento, en las mutaciones de todo acontecer. Este movimiento, que en la naturaleza es de una variedad infinita, tiene sin embargo una estructura, una ley interna, captada la cual, puede ser discernido, entendido en su dirección y desarrollo y asumido. Esa estructura o ley interna del movimiento es de naturaleza dialéctica, vale decir, está constituida por dos principios o polos, uno oscuro y suave, y otro luminoso y fuerte, los que en tiempos de Confucio tomaron los nombres de Yin y Yang, respectivamente. La comprensión de la acción alternada de ambas polaridades en la vida es la perfección de la sabiduría. Permite entender el sentido de todo acontecer y estar siempre a la altura de cualquier situación. Tal es la esencia de toda sabiduría primitiva y la urgente necesidad de todo hombre primitivo.

Pero este Tao de Lao Tse no es solo el sentido del mundo, sino también el principio único, el Uno, que se sitúa antes del mundo manifestado y su dinámica bipolar (la Gran Unidad de Confucio), el ser puro e inmutable, premisa de todo. De este Uno emana la vida, a modo de una virtud o poder (en chino, Te) que forma y sostiene a todos los seres, de manera que todo cuanto existe es lo que es y cumple en el conjunto la función que cumple por la acción de la virtud formadora del principio único. Y justamente el Tao, como sentido del mundo, se hace perceptible en la operación de Te, su Virtud.

El santo o sabio es el hombre dotado de Te, el miembro de la tribu en quien se manifiesta de un modo excepcional esa Virtud del Tao. Sus altas cualidades son el trasunto espontáneo de ese poder conferido de lo alto, y no el fruto de un esfuerzo (moral) por ajustarse a los cánones de comportamiento que son propios del orden civilizado.

Inserto en el orden nativo del mundo, el hombre tiene como supremo imperativo conocer ese orden e integrarse a él. En eso consiste el verdadero conocimiento. En ese sentido, el comportamiento sabio es lo que Lao Tse llama el no-obrar, vale decir, el no interferir, pues en el supuesto de que el orden nativo es perfecto, ningún expediente derivado de la inventiva humana puede igualarlo ni reemplazarlo, de modo que toda iniciativa de acción generada en un proyecto personal de vida independiente de toda consideración trascendente es, a la postre, una alteración del orden, y toda alteración del orden trae confusión, sufrimiento y muerte.

La vida ejecuta su tarea sin actuar. Es como un impulso global que opera sobre una totalidad y no en referencia a seres o situaciones considerados aisladamente. El no-obrar es, en este sentido, un trasunto del comportamiento de Te en la conducta humana.

Esta vida, que es la Virtud del Tao, forma, nutre y perfecciona a las creaturas, dándoles lo que les falta para completarlas, pero sin hacer acepción de personas. Lo hace igualmente con el bueno como con el malo. En la observación de este hecho se halla la base de una sabiduría ética natural, que no hace acepción de personas, diferente de la moral civilizada basada en la artificiosa ciencia del Bien y del Mal. Originalmente, según Lao Tse, no existen el Bien ni el Mal. El Bien racionalmente formulado es un artificio que violenta la vida. Por eso el incremento del Bien lleva siempre aparejado un incremento proporcional del Mal. Tantos más hombres de moralidad superior se destacan, tantos más ladrones y asesinos surgen. Tanto más perfectas son las leyes, tanta más confusión y degradación moral habrá.

El Sabio se atiene a la simplicidad. Establecerse en el conocimiento verdadero del mundo, amar y servir a los hombres son su razón de existir, pero no en nombre de la moral sino por espontánea inclinación. Frente a la omnipotencia del Uno inmanifestado, su respuesta es la humildad. Todo engrandecimiento personal, toda manipulación de la vida contradice el sentido del mundo, y todo lo que contradice el sentido del mundo perece rápidamente.

La suprema manifestación de la dialéctica universal es el par Cielo y Tierra. Entre ambos está el hombre y sobre todos está el Tao. Hay un Tao del Cielo y un Tao del hombre. El Tao del Cielo es otro modo de nombrar el sentido del mundo. El Tao del hombre tiene un sentido peyorativo, como un comportamiento no ajustado al Tao. Tal es por excelencia el comportamiento del hombre civilizado.

Del hombre que conoce el sentido del mundo se dice que está iluminado. Tal es la condición del Sabio. Los grandes sabios nacen iluminados, pero la iluminación se puede cultivar por medio del yoga taoísta. En esencia, este yoga consiste en vaciarse de todo deseo y pretensión y asumir la simplicidad y la humildad que son inherentes al ser humano. En este vaciamiento personal, el hombre deja actuar en sí mismo a la Virtud del Tao.

Ese estado constituye la paradójica debilidad taoísta, actitud fundamental en la vida que consiste en preferir la frágil flexibilidad de la caña a la rígida robustez de la encina. Corresponde a una conducta en la que el polo Yin materno recupera su lugar ante la avasalladora hegemonía del polo Yang, exigida por la empresa civilizadora. Ambos polos suponen una constelación de virtudes que son propias de su esfera de acción, y justamente la civilización se construye cultivando en los hombres las virtudes paternas de la creatividad, el intelecto y la acción, en tanto que la vuelta a la armonía original de la naturaleza supone el desarrollo de las virtudes maternas de la receptividad, la intuición y el afecto, en armonía con la constelación paterna.

El Sabio rechaza la ciencia, rechaza la habilidad y se atiene a lo esencial, él recibe su verdadero alimento de la vida misma. La sabiduría taoísta no consiste en saber. El saber corresponde a una forma inferior de conciencia. La verdadera sabiduría es un estado superior del ser que se da sobre el funcionamiento ordinario de la mente. En ese estado se toma conciencia del sentido del mundo, a modo de una vivencia y no intelectualmente. Así, el Tao deviene para el hombre como la verdadera dimensión de su propio ser.

Cuando el Sabio gobierna, protege al pueblo de la influencia de los hombres talentosos y geniales, protege al pueblo de la vanidad, el saber y el apego a los bienes materiales. El Sabio gobierna a la sociedad no solo como grupo humano, gobierna sobre un total de vida natural que incluye a los hombres junto a las demás creaturas. Gobierna en nombre del Tao. Para eso evita actuar, evita interferir en el orden nativo del mundo en el cual los humanos alcanzan su plenitud y cumplen sin alteración su verdadero destino como seres vivos, junto a otros seres vivos, en libertad y autonomía. Por eso el sabio taoísta rechaza toda forma de artificio, regresa por el camino dejado atrás por la civilización, regresa desde el mundo exterior a su propia esencia.

Destino histórico del mensaje de Lao Tse

De más está decir que si Lao Tse gozó de algún prestigio en su tiempo por su sabiduría y su santidad, también se creó entre sus contemporáneos y pares la fama de retrógrado. Hay en esto, empero, un punto que conviene aclarar a fin de justificar lo que se desprende de este trabajo como conclusión sobre el Viejo Maestro, es decir, que el Tao Te King es la obra de un verdadero iluminado.