Los almogávares

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Los antecedentes históricos

La cuestión siciliana

Nacido en el año 1240, Pere el Gran [Pedro el Grande], hijo del rey Jaume I el Conqueridor [Jaime I el Conquistador], se dedica durante su juventud a gobernar los reinos peninsulares mientras su padre expande el territorio por el Mediterráneo, sobre todo cuando decide llegar hasta Tierra Santa. Por lo tanto, nos encontramos con un joven que antes de reinar conoce a la perfección sus territorios. Su experiencia bélica la inicia con los enfrentamientos contra los sarracenos, rebeldes valencianos, y ayudado por un cuerpo militar que empieza a adquirir notoria importancia, los almogávares. Según cuentan las crónicas de Ramón Muntaner, el infante Pere se caracteriza por su enorme dureza, su gran capacidad táctica y su gran experiencia política, todo ello unido a una gran nobleza. Además de la tarea de pacificación de sus territorios, Pere el Gran se enfrenta a la revuelta de los barones catalanes. Estos se quejan de que el rey no se ha presentado a jurar los privilegios de Cataluña y de que exige una serie de tributos sin el permiso de las Cortes catalanas. Finalmente, cuando consigue pacificar todos sus territorios, se despierta en Pere la necesidad de la búsqueda de nuevos objetivos, sobre todo el que ha perseguido su padre, Jaume I, constantemente: la ampliación mercantil del reino; pero para ello resulta imprescindible el control sobre Sicilia. Aunque en primer lugar debe ocuparse de la definitiva pacificación de las fronteras exteriores de la corona catalana-aragonesa. El primer reto que tiene que afrontar es llegar a un acuerdo con el Reino de Castilla. Y para ello aprovecha un inesperado golpe de fortuna, una ventaja insospechada para llegar a un pacto con el reino castellano. Fernando, primogénito de Alfonso X el Sabio, fallece en un encuentro con los sarracenos. La política castellana se agrava con la disputa por la sucesión al trono de Castilla. Por un lado, se sitúan los infantes de la Cerda, Fernando y Alfonso, hijos del difunto Fernando. Por otro lado, Sancho, segundo hijo de Alfonso X, reclama su derecho sucesorio. La disputa se prevé sangrienta. Blanca, viuda de Fernando, para evitar la muerte de sus dos hijos, huye al Reino de Aragón junto a la reina Violante de Castilla, hermana de Pere el Gran. El rey catalán resuelve retenerlos en Aragón para así tener a Sancho de Castilla a su merced. El monarca dispone que si el rey castellano no cede a sus designios, puede provocar una guerra civil e instaurar a Alfonso en el trono castellano. Pere el Gran acepta entrevistarse con el rey Alfonso X en la frontera castellana, en Campillo y Agreda, ambas localidades puestos fronterizos; las decisiones tomadas allí el 27 y el 28 de marzo de 1281 favorecen a Pere el Gran: el infante Sancho renuncia a su parte de la conquista de Navarra y son entregadas algunas plazas fuertes a la Corona catalano-aragonesa, Murcia entre ellas.

El segundo reto para Pere el Gran es solucionar el contencioso con su hermano Jaume II de Mallorca. Jaume I había dispuesto que sus reinos se repartieran entre sus dos hijos: la zona comprendida por las islas Baleares, el condado de Rosellón y Montpelier sería gobernada por Jaume, mientras Cataluña y Aragón quedarían bajo el mandato de Pere. Sin embargo, Pere el Gran quiere que su hermano rinda vasallaje a la Corona catalanoaragonesa, aun manteniendo el gobierno de los territorios hereda dos de su padre. Al principio Jaume II se resiste, pero acaba aceptando el 20 de enero de 1279. Todos estos esfuerzos de Pere están encaminados a frenar el creciente poder de Carlos de Anjou, hijo de Luis VIII de Francia y amigo de Jaume II, que muestra gran antipatía y recelo hacia Pere. El monarca catalán no solo se emplea a fondo en adquirir alianzas con los reinos europeos, sino que, además, esgrime la política matrimonial para afianzar su reinado: casa a su hija Isabel con el rey Dionisio de Portugal (1281) Y promete a su hijo Alfons con Eleonor de Inglaterra. Pero le falta el principal enlace para llegar a una total estabilidad, la alianza con la Santa Sede.

El papa Nicolás III ayuda a Pere el Gran por temor al poder que Carlos de Anjou empieza a ejercer sobre Italia, pero la mala suerte acompaña al rey catalán y el 22 de agosto de 1280 muere el papa. Carlos de Anjou encarcela a todos los cardenales contrarios a su persona e impone a Martín IV como nuevo pontífice. Las líneas del futuro enfrentamiento se han marcado: Pere el Gran se encuentra frente a la oposición de Francia y de la Santa Sede. Pero su tenacidad le lleva a utilizar todos los medios a su alcance para conseguir nuevas alianzas exteriores. Uno de sus objetivos es pactar con Granada y con Túnez para, de este modo, poder contar con un puerto africano que le sirva de puente para llegar a las costas sicilianas. Una vez en Túnez, se encuentra con que el rey tunecino con el que había de tratar, Ibn Al-Uazir, ha sido asesinado, y no tiene más remedio que enfrentarse a los sarracenos que le han matado, con la desventaja de no poder recibir ni comida ni ayuda de sus territorios debido a la gran distancia entre Cataluña y Túnez. Con gran astucia, Pere el Gran envía una embajada a la Santa Sede y solicita al papa Martín IV los subsidios necesarios para resistir y vencer a los sarracenos. La respuesta negativa del Papado refuerza la idea de Pere de fiscalizar el poder que ejercen la Santa Sede y Carlos de Anjou.

Mientras, el 31 de marzo de 1282, los sicilianos inician una revuelta, las Vísperas Sicilianas, para liberarse del dominio francés que ejerce Carlos de Anjou, quien se prepara para desembarcar en Sicilia y repeler el levantamiento. Pero los sicilianos buscan el apoyo de un monarca europeo; en definitiva, el auxilio de Pere el Gran, ya que su mujer, Constanza, es la heredera real de Sicilia. Los sicilianos ofrecen a Pere la corona siciliana. Aunque tarda en contestar, Pere decide aceptar la propuesta y el 30 de agosto de 1282 llega a Trapani. Una vez coronado rey de Sicilia en Palermo, el monarca inicia la ofensiva, con más de dos mil almogávares, contra Carlos de Anjou, que por entonces controla la ciudad de Mesina. Un mes después de su llegada, el soberano catalán ya ha conseguido grandes victorias.

Ha llegado el momento –decide también– de controlar parte del Mediterráneo, por lo que envía a Roger de Llúria (Roger de Lauria) a conquistar la plaza de Malta; en pocos días Malta y Gozzo caen. Llúria nace en el sur de Italia del matrimonio entre Constanza de Sicilia y Pere II de Aragón. Tras las largas y victoriosas contiendas en el Mediterráneo es nombrado, en 1297, conde de Djerba, aunque pocos años más tarde se retira de la vida militar. Muere en el año 1305, en sus posesiones valencianas.

El rey Pere piensa que una buena manera de debilitar definitivamente a Carlos es ocupar las tierras de más allá del estrecho de Mesina; se propone conquistar Calabria. Carlos de Anjou, atemorizado por el peligro que significan Pere el Gran y sus tropas, decide pedir ayuda al Papado. En noviembre de 1282, Martín IV excomulga a Pere y le amenaza con desposeerlo de sus reinos a favor de la Iglesia si no se somete a la autoridad papal. Al mismo tiempo, Carlos acusa a Pere de poca fe y deslealtad hacia la Iglesia por ocupar Sicilia. Pere el Gran responde que él no es desleal ni actúa con poca fe, y reta a Carlos a un enfrentamiento con seis soldados por bando en Burdeos. El desafío debe realizarse el 1 de junio de 1283 y bajo la tutela de Eduardo I, rey de Inglaterra, al cual pertenece la ciudad. El reto radica en que el monarca que no se presente en el campo de batalla quedará como perjuro y traidor y se le arrebatarán los honores reales. Carlos de Anjou es astuto y sabe que si Pere acude a Burdeos, se verá obligado a abandonar la iniciativa de ocupar Calabria. Y acepta el duelo.

Las astucias del rey Pere

Pere el Gran decide llamar a su mujer y a su hijo Jaume para que se queden en Sicilia y la gobiernen mientras él esté en Burdeos; y deja a su primogénito Alfons al frente de Cataluña y Aragón. El 6 de mayo de 1283 se embarca hacia la Península. El viaje resulta más que accidentado, los vientos son desfavorables y finalmente el monarca decide servirse de una pequeña embarcación a remos para llegar a la costa; le acompañan cuatro hombres. Pero el cansancio y la mala mar les desvían hasta Al-Coll, la ciudad tunecina de donde habían partido hacía meses para iniciar la aventura siciliana. Finalmente, el 17 de mayo encuentran puerto en Menorca. Parte al día siguiente a Valencia y viaja sin detenerse hasta Tarazona, donde se encuentra con su primogénito Alfons. Es el 24 de mayo. Allí, Alfons le cuenta las novedades sobre el duelo en Burdeos: el rey Eduardo I de Inglaterra, sometido a las presiones papales, ha renunciado a ser árbitro de la contienda y cedido el papel al rey francés, Felipe III. A pesar de ello, el duelo sigue en pie. El rey de Francia envía tropas a Burdeos, donde ya se encuentra su hijo Carlos. Pere el Gran resuelve ir al encuentro, pero acompañado solo por cuatro personas: un guía y tres caballeros. El monarca se disfraza de mayordomo para pasar desapercibido. La noche del 31 de mayo, se presenta de incógnito al senescal de Burdeos para que le enseñe el campo de batalla antes de la llegada del rey francés. Este cae en la trampa y accede; una vez en el campo, el rey se descubre y se pasea con su caballo. Pere el Gran se ha presentado en el campo de batalla, la justa está resuelta. Con la misma rapidez con la que ha llegado, el rey se va.

La astucia y bravuconería del monarca provocan las iras de Carlos de Anjou y de Felipe III. Para contrarrestar el ridículo hecho, durante el mes de agosto un contingente franco-navarro penetra en Aragón y asalta y quema algunas poblaciones fronterizas. Los aragoneses aprovechan la ocupación militar para plantear al rey sus quejas: temen a la vez las incursiones francesas y el olvido que el monarca muestra por Aragón. El rey catalán cede a sus propuestas en la reunión de las Cortes en Tarazana (septiembre de 1283). Pere se encuentra en una encrucijada, pero decide –con acierto– atacar Navarra con un ejército formado por catalanes, aragoneses y almogávares. A finales de septiembre entra en Navarra como vencedor.

 

Mientras, en Sicilia las batallas se suceden. Roger de Llúria resuelve las contiendas con gran fuerza y prueba de ello es que el 5 de junio de 1284, durante la batalla de Tagliacozzo, Carlos de Anjou es derrotado y hecho prisionero.

La victoria catalana en el Mediterráneo provoca que el papa y Felipe III inicien una cruzada contra Cataluña. La Santa Sede y Francia reúnen un gran ejército cruzado en la ciudad de Tolosa. El rey Pere espera controlar territorios como el Rosellón y la Cerdaña, gobernados por su hermano Jaume II, pero éste prefiere ayudar al rey francés y le facilita el paso precisamente por el Rosellón. Pere el Gran, pues, se encuentra solo frente al gran enemigo, únicamente con la ayuda de los catalanes. Los cruzados disponen de cerca de cuatro mil caballeros, mientras que el número de la tropa catalana es claramente inferior. La situación es muy grave. Pere tiene que encontrar una solución si no quiere perder la batalla. De improviso, se le ocurre cubrir una amplia zona boscosa con hogueras y antorchas que provoquen mucha luz. Felipe III se cree entonces rodeado por las tropas catalanas y retrocede precipitadamente hasta el Rosellón. La retirada del monarca francés concede un tiempo de oro al rey catalán para reorganizar la defensa. El ejército cruzado consigue atravesar finalmente el Pirineo por el collado de la Maçana y se dirige a sitiar Gerona. La ciudad resiste y Pere el Gran envía un mensaje ordenando que las naves dirigidas por Roger de Llúria regresen rápidamente para poder afrontar la guerra. La noche del 3 de septiembre, la armada catalana se enfrenta en un duro choque a la flota francesa establecida en el golfo de Rosas. El ejército cruzado es vencido sin piedad alguna. Después de la victoria, Roger de Llúria se dirige a Barcelona, a la que llega victorioso el 23 del mismo mes. La cruzada contra Cataluña ha sido derrotada. El ejército francés se retira completamente vencido y el mismo rey Felipe III muere enfermo durante la huida. (En un mundo repleto de intrigas y supersticiones, las crónicas de Desclot cuentan que el ejército francés quedó diezmado por una extraña enfermedad producida por unas moscas que habían surgido de la tumba de Sant Narcís, en Girona, debido a la profanación de la tumba del santo por parte de los cruzados.) Al final de su reinado, Pere se ve obligado a enfrentarse al levantamiento de protesta social promovido por un personaje barcelonés, Berenguer Oller, quien llega a controlar el poder municipal de Barcelona; pero es detenido por orden del rey y finalmente ahorcado. La paz por fin reina en Cataluña. Finalmente, el rey Pere, aquejado de graves dolencias, muere la noche del 10 de noviembre de 1285. Desde ese momento gobierna su primogénito, Alfons.

Una herencia peliaguda

Alfons el Franc (Alfonso el Franco) inicia su reinado en el año 1285 con la intención de mantener unidos sus territorios, no duda ni un momento en conservar bajo su vasallaje a Mallorca ni en ayudar al reino siciliano a permanecer bajo su dinastía. El 16 de diciembre de ese mismo año, su hermano Jaume se corona rey de Sicilia después de haber recibido de las manos de Roger de Llúria la promesa de defensa y colaboración de Al fans. La situación vuelve a ser la misma que con Pere el Gran: la Corona catalano-aragonesa enfrentada a Francia y a la Santa Sede por el control de Sicilia. Alfons hereda de su padre las cualidades guerreras y diplomáticas y lo demuestra con afán; para el monarca es más importante la paz mediterránea que los problemas internos de sus reinos. A pesar de ello, Jaume de Mallorca continúa sin aceptar el vasallaje establecido con la Corona de Aragón y negocia con Francia para promover la invasión de algunas zonas del reino. De hecho, intenta penetrar en el Emporda, pero la presencia allí de Alfons provoca su inmediata retirada.

Para alcanzar la soñada paz en el Mediterráneo Alfons debe conquistar el único reducto musulmán de las islas Baleares, Menorca. El 5 de enero de 1287, desembarca en la isla y se encuentra con un duro adversario. La lucha no es tan fácil como el monarca había supuesto, ya que los sarracenos han recibido ayuda de Túnez; el propio Alfons cae herido en una de las contiendas. Al final, la lógica vence y el día 21 los sarracenos se rinden. Alfons entra en Ciutadella y se establece durante unos meses, hasta que la isla está debidamente repoblada. Es durante este periodo cuando se funda la ciudad de Mahón y cae la isla de Ibiza. El monarca convierte en esclavos a los prisioneros musulmanes, pero permite que los ricos paguen su libertad y se exilien a Túnez. La victoria sobre Menorca le propicia una ventaja inicial para llegar a un acuerdo en la conferencia de paz de Burdeos, pero el encuentro no llega a realizarse debido al repentino fallecimiento del papa Martín IV. Sin embargo, aunque la conferencia se hubiera llevado a cabo, la posición de Francia y de la Santa Sede continúa siendo la de no llegar a acuerdo alguno mientras Carlos de Anjou siga retenido como prisionero.

Eduardo de Inglaterra, siempre empeñado en convertirse en el mediador del conflicto, intenta llegar a un acuerdo de paz y pide a Alfons una entrevista en la localidad de Oloro, fronteriza entre Aragón y la Gascuña, el 27 de julio de 1287. Eduardo argumenta que el ejército catalán es más fuerte que el de la coalición de la Santa Sede y Francia, aunque no lo suficiente para una victoria definitiva. El monarca inglés ofrece la liberación de Carlos de Anjou a cambio de conservar las posiciones conquistadas por Alfons en Sicilia. Según el tratado, Carlos debe entregar como rehenes a tres hijos suyos y sesenta barones provenzales que juren fidelidad a Alfons y, además, al cabo de un año, entregar a su primogénito como rehén. Todo ello bajo la condición de una solución definitiva del conflicto si Carlos acepta una paz perdurable para Aragón y Sicilia. Si no cumple con estas condiciones, Carlos deberá volver al cautiverio, junto a sus hijos, y los sesenta barones permanecerán bajo el vasallaje de Altons. El monarca acepta el acuerdo, pero éste nunca llega a buen término porque Alfons nunca ha tenido intención de cumplirlo. El propio rey pide, durante la primera mitad de 1288, la abolición del pacto. Además, el nuevo papa, Nicolás IV, rechaza el pacto y Francia se prepara en Carcasona para la invasión de Cataluña. De este tratado se pasa a otro en octubre del mismo año, pero la situación no avanza. Las posiciones están estancadas y nada hace prever un desenlace rápido. Sin embargo, el equilibrio se rompe cuando Castilla sella una alianza con Francia. El rey catalán, siguiendo una vieja idea de su padre, instaura a Alfonso de la Cerda, prisionero desde que lo retuviera Pere el Gran, como rey de Castilla. Pero este ardid no surge ningún efecto, todo lo contrario, y Alfons se queda aislado políticamente por completo. El monarca se ve obligado a aceptar el acuerdo de paz que le ofrece la Santa Sede. En febrero de 1290 se firma el tratado de Tarascón, por el que Alfons debe viajar a Roma para pedir perdón por todas las acciones realizadas por su padre, Pere el Gran, y marchar en una cruzada contra los sarracenos en Oriente. Sobre la cuestión de Sicilia, Alfons se mantiene firme y no acepta enfrentarse a su hermano, pero el papa le obliga a hacer regresar a todos sus súbditos a tierras catalanas.

Mientras se suceden los problemas exteriores, la cuestión aragonesa que arranca con Pere el Gran continúa sin resolverse. Los aragoneses, agrupados en la Unión General, que ahora ya reúne todas las ciudades del reino, piden al monarca el control sobre la política exterior e interior, exigen el seguimiento de la política del rey sobre Cataluña y la obligación de que los valencianos adopten los fueros aragoneses; todo ello controlado por una delegación de nobles, caballeros y ciudades aragonesas. Alfons se niega en redondo, pero mientras permanece en Menorca los aragoneses se reúnen con los opositores al rey y deciden invadir Valencia. Alfons no con sigue doblegarlos ni con el uso de la fuerza, y entonces el monarca decide confirmar todos los privilegios de Aragón (28 de diciembre de 1287) con la imposición de jurar que nunca se atacarán los intereses aragoneses. Solo entonces Alfons recibe ayuda militar aragonesa para luchar contra Francia, aunque a cambio debe entregar una docena de castillos como ratificación de los privilegios jurados.

Después de superar todas las tensiones internas y externas, las fuerzas del soberano empiezan a fallar durante los preparativos de su enlace con Eleonor de Inglaterra. El monarca no puede realizar ni los más sencillos ejercicios de caballería ni celebrar las fastuosas fiestas de su boda y, finalmente, la muerte le llega la noche del 17 de junio de 1291. Los cinco años de reinado de Alfons no han modificado mucho la situación internacional dejada por su padre. En su testamento, entrega Aragón a su hermano Jaume de Sicilia, quien, sin embargo, no acepta la separación de las coronas de Aragón y Sicilia, por lo que accede a la Corona de Aragón, mientras deja a su hermano Federico como virrey de Sicilia.

El conflicto mediterráneo, al rojo vivo

Jaume II (Jaime II, 1291-1327) reina bajo una gran presión bélica y asimismo de refuerzo de la Corona, basado en el concepto de monarquía que dejó su padre y no en la que viene impuesta por su hermano. Con este propósito, llega a Barcelona el 13 de agosto de 1291.

Durante el juramento de los privilegios y libertades de Cataluña, Jaume II plasma un discurso equilibrado con el que pretende recuperar la Corona tal y como la dejó Pere el Gran, con la incorporación de la Corona de Sicilia. Cabe recordar que hasta este momento la monarquía catalano-aragonesa estaba en permanente lucha con el Reino de Castilla. El deseo de volver a tener bajo la Corona el Reino de Sicilia hace que Jaume II intente un pacto de amistad con Castilla.

El 29 de noviembre de 1291, en la ciudad de Monteagudo, se reúnen para hablar de paz Jaume II de Aragón y Sancho IV de Castilla. De las negociaciones surge un acuerdo que en principio favorece mucho más a Sancho que a Jaume. El monarca castellano asistirá con 500 lanzas al Reino de Aragón en el caso de un ataque de Francia y cede en matrimonio a su hija la infanta Isabel, de ocho años, al monarca catalán. Por el contrario, Jaume II debe ayudar a defender las fronteras castellanas de las constantes invasiones musulmanas y, no tan solo eso, también cede en el mantenimiento de las fronteras entre Aragón y Castilla.

El matrimonio de la infanta Isabel y el monarca catalán se celebra en Soria el 1 de diciembre del mismo año. La jovencísima infanta vivirá a partir de ese instante en la corte aragonesa para conocer las costumbres de su nuevo hogar hasta la consumación del matrimonio. Pero pronto Jaume II tiene que cumplir con el segundo de los pactos: su suegro le pide ayuda para reconquistar Tarifa. Así lo hace el rey aragonés, y Berenguer de Montoliu, persona de con fianza del rey, dirige varias galeras castellanas en la guerra de Tarifa.

Pero durante todo este periodo la Corona de Aragón continúa desgastándose con el conflicto mediterráneo. El ansia de retener Sicilia obliga a Jaume II a enfrentarse –otra vez la eterna cuestión– con Francia y con el papa. Pero esta vez Jaume da un giro a su modo habitual de hacer y aprueba que todas las negociaciones diplomáticas las dirija su suegro, Sancho IV. Este asume con gran firmeza la propuesta de su yerno con la intención de potenciar, a su vez, su reino internacionalmente. Sancho IV entra de lleno en esta historia: su ambición y la situación geográfica de Castilla hacen que Sancho no quiera enfrentarse a Francia, aunque la paz firmada con Aragón no le ayude mucho. Tiene que convencer al rey francés de que la paz con Jaume II de Aragón es totalmente necesaria para mantener los reinos cristianos intactos, ya que cabe la posibilidad de que los musulmanes ataquen Castilla y que Aragón se alíe con ellos. Felipe de Francia plantea entonces la posibilidad de que Sicilia vuelva a manos papales, y así Carlos de Anjou renunciaría a sus pretensiones aragonesas. Con este pacto, Sancho reforzaría su amistad con Francia, ésta recuperaría Sicilia, y Aragón no tendría conflictos en el Mediterráneo. Pero Jaume sigue con el empeño de retener la isla.

Sancho de Castilla consigue reunir a Jaume y a Carlos de Nápoles para llegar a un acuerdo. Antes de la reunión, y para mayor seguridad, Sancho ha dispuesto que los hijos de Carlos estén en manos de Jaume hasta la consecución de un pacto. La cita es en Logroño a finales de julio de 1293. Jaume II no se fía en absoluto de su suegro y entre vacilaciones sobre el pacto redacta un escrito secreto en el que cuenta que accede a todo lo que proponga Sancho debido a que se encuentra bajo coacción, pero que lo estipulado no tendrá ningún valor. Asimismo, se da cuenta de que tiene posibilidades de pactar con Carlos sin la molesta presencia de su suegro.

 

El monarca aragonés se reúne en diciembre de 1293, en la localidad de La Jonquera, con Carlos el Cojo, hijo de Carlos I de Anjou, con el que llega al acuerdo de que él renuncia a Sicilia y a cambio se casa con la segunda hija del rey francés, Blanca de Anjou, ya que el primer matrimonio con la hija de Sancho IV no se ha consumado. El pacto incluye también que su hermano Federico tenga una compensación territorial. Pero el cumplimiento de este acuerdo sufre continuos retrasos por los cambios constantes en el Papado, hasta que en diciembre de 1294 es nombrado pontífice Bonifacio VIII, gran precursor de la paz.

Meses más tarde el pacto de paz se hace realidad. El 25 de junio de 1295, en la ciudad de Anagni, cercana a Roma, se llega a un acuerdo de paz entre la Santa Sede, Nápoles, Francia y la Corona de Aragón. Durante la reunión en Anagni el papa anula el anterior matrimonio, de Jaume con la infanta Isabel de Castilla, al no consumarse el matrimonio y acepta el compromiso entre Blanca de Anjou y Jaume II de Aragón. La dote que Carlos da a su hija es de cien mil marcos. Jaume II devuelve a manos pontificias el Reino de Sicilia, re tira a todos sus súbditos de la isla y libera a los hijos de Carlos el Cojo. Para compensar a Aragón de la pérdida de Sicilia, el papa entrega Cerdeña y Córcega a Jaume II. El pacto se extiende a la paz con Francia; Carlos de Anjou renuncia a sus pretensiones a la Corona de Aragón y el reino balear de Mallorca es devuelto al tío de Jaume II, el rey Jaume de Mallorca, pero con la condición de que este último acepte el vasallaje a la Corona aragonesa.

El pacto resulta insultante para los sicilianos, que se reúnen en su Parlamento e intentan convencer al monarca aragonés que se desdiga del tratado. Pero el monarca está más pendiente de resolver su futuro matrimonio con Blanca de Anjou. Finalmente, después de las nupcias celebradas el 25 de octubre de 1295, el monarca decide recibir a los embajadores sicilianos, que le trasladan las resoluciones acordadas en el Parlamento. Los embajadores protestan las decisiones tomadas por el rey, pero este les hace caso omiso. Por esta razón deciden regresar a Sicilia, sabiendo que ahora están dirigidos por sus antiguos enemigos, los Anjou.

Bonifacio VIII, al darse cuenta de lo sucedido, decide enviar a Jaume II una carta recordándole que debe cumplir los pactos y, además, lo nombra capitán general de la Santa Iglesia Romana (2 de enero de 1296). El papa envía una embajada pontificia a Sicilia para empezar a gobernar, pero los sicilianos les niegan la entrada y son expulsados de mala manera solo con pisar puerto. El papa no puede controlar la situación y escribe una carta al hermano de Jaume, Federico, para reiterarle su voluntad de casarlo con Catalina de Courteux, emperatriz de Constantinopla. Todo ello no sirve para nada: el único camino que deciden tomar los sicilianos, y con ellos Federico, es el enfrentamiento abierto. Los sicilianos rechazan de pleno el tratado de Anagni y coronan rey a Federico el 25 de marzo de 1296. Este, mediante una misiva a su hermano Jaume, le solicita la adhesión a su nombramiento. Pero Jaume, demasiado atado por el tratado de Anagni, no puede ayudarle y reitera su compromiso a Bonifacio VIII. Es el inicio de una cruenta guerra entre hermanos y gentes de una misma nación.

Federico inicia su reinado con pretensiones expansionistas y un fuerte ejército que comienza a cosechar éxitos. El papa advierte del peligro a Jaume II y le presiona para que colabore en una guerra contra Sicilia. Al principio Jaume se niega alegando el coste del conflicto armado que aún mantiene con Castilla. Pero el papa le hace una oferta que no puede rechazar: aprovechando el enlace matrimonial de Roberto de Anjou con la infanta Violante, hermana del monarca aragonés, le corona rey de Córcega y Cerdeña (4 de abril de 1297) y le obliga a participar en la contienda contra los sicilianos. Finalmente, Jaume accede a un pacto de paz con Castilla para así poder enfrentarse a su hermano. A pesar de ello, el papa no se fía de las verdaderas intenciones de Jaume. El soberano aragonés, bajo la bandera de la Santa Sede, se prepara para atacar a Federico, pero este, anticipándose, ataca las galeras de su hermano. Durante el verano de 1298, Federico consigue grandes victorias y que las tropas catalanoaragonesas se retiren. Pero Jaume de Aragón no es un monarca que se rinda fácilmente y un año más tarde decide volver a la acción. Junto a los genoveses, consigue rápidas victorias, siendo la definitiva la de cabo de Orlando (julio de 1299). Pero pese a ser el vencedor, Jaume II de Aragón se limita a realizar un canje de prisioneros con Federico y abandona la isla. Esta postura abona la idea de Bonifacio VIII de que el rey catalán es un traidor.

Por su parte, Federico reanuda la contienda, pero ahora se enfrenta a un antiguo colaborador, Roger de Llúria. Este, de origen siciliano, se había de cantado del lado papal en el momento en que el Parlamento de Sicilia no aceptó el tratado de Anagni. Roger de Llúria inflige una severa derrota a Federico en Ponza (1300). Sin embargo, Federico no se rinde, decide impulsar un nuevo ejército y contrata a personajes de relevancia militar y de experiencia marítima. Uno de ellos es Roger de Flor, que pocos años después se con vertirá en el protagonista de la mayor aventura militar catalana. El rey Carlos intenta reunir más fuerzas para atacar Sicilia y pone al frente del ejército a su hijo Felipe, príncipe de Tarento. Felipe recibe un duro castigo en Falconara (diciembre de 1300) por el ejército capitaneado por Roger de Flor y cae mal herido y prisionero de los sicilianos. La guerra continua con sucesivos fracasos y victorias de ambos lados, pero sin perfilarse un horizonte final.

La ambición de un joven guerrero

La larga guerra de casi seis años consigue que los dos monarcas enfrenta dos, Federico de Sicilia y Carlos de Nápoles, piensen en establecer un tratado de paz. Aunque también es posible que ambos lados ya hubieran mantenido contactos con anterioridad, lo cierto es que ambos monarcas se reúnen en Caltabellota (Italia). El 31 de agosto de 1302 se firma el tratado de paz. Por este acuerdo, Carlos de Nápoles renuncia a sus pretensiones sobre Sicilia, reconoce a Federico como rey de la Trinacria (antiguo nombre de Sicilia), pero –según una fórmula de Bonifacio VIII– solo en vida de éste, ya que luego el reino pasará a manos de Carlos II de Nápoles, hijo de Federico con Eleonor, hija de Carlos de Nápoles; mientras, Federico debe abandonar las tierras ocupadas en Calabria.

La paz de Caltabellota deja sin ocupación a un joven guerrero cuya ambición será la que logre la verdadera expansión mediterránea de la Corona catalano-aragonesa, Roger de Flor. Hijo de un halconero del emperador Federico II de Alemania y de madre italiana, Roger nace en la ciudad de Brindisi. Muy joven, a los ocho años, queda huérfano y es recogido en una nave de la todopoderosa orden del Temple. Allí, el frailesoldado templario Vassall le enseña todos los conocimientos sobre las armas y la navegación; de hecho, a los quince años ya es reconocido como un experto nave gante. Poco después es asimismo aceptado dentro de la orden y nombrado fraile-sargento. Se le concede la capitanía de una de las galeras más pode rosas del Temple, “El Halcón”. Con esta nave, participa en la evacuación de la derrotada ciudad de San Juan de Acre (actualmente Akko, en Israel), donde salva heroicamente a muchas mujeres del ataque de los turcos. Sin embargo, la derrota final conlleva que los defensores cristianos sean acusados de negligencia y tampoco se escapa de ello Roger de Flor. El gran maestre del Temple le acusa de apoderarse de las grandes riquezas de la ciudad abatida; es despojado de todos sus bienes, de sus cargos y buscado para ser encarcelado, aunque logra escapar y se dirige a Génova. Una vez allí, decide que su experiencia y su fortaleza pueden prestar servicio al rey Federico de Sicilia y, además, mientras esté al servicio de Sicilia queda a cubierto de las posibles persecuciones del Temple.

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