Primo Levi. Su legado humanista

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Levi rechazaba, por ejemplo, la analogía entre el Lager y la fábrica, porque no le gustaban las trampas del razonamiento analógico y porque consideraba el campo de exterminio como un lugar de extrema abominación: un lugar —dijo un día con gran sencillez— del cual no era posible regresar en la tarde a casa, como lo hacen los obreros aún estando en condiciones muy difíciles. Tampoco las prácticas violentas de contención y de destrucción de la personalidad aplicadas en instituciones cerradas como los peores manicomios podían, en su opinión, ser comparadas al aniquilamiento programado, sistemático y masivo realizado por el nazismo.

A pesar de la profunda comprensión de aquello que “ha sucedido”, siempre prevaleció en Primo Levi una actitud de confianza hacia el hombre. Ésta contribuyó, sin duda, a su supervivencia en Auschwitz, como se aprecia claramente en su relato sobre el campo, por el comportamiento y los gestos de tantos personajes diseñados con pocos trazos de la pluma que llenan las páginas de Si esto es un hombre. Ni siquiera la experiencia del Lager y la conciencia de que la peligrosa amenaza podía repetirse están íntimamente presentes en la actuación del hombre, ni pudieron borrar después las ganas de vivir, la amistad, la curiosidad por la naturaleza y la mirada puesta en el futuro. Sin esto, no sería posible comprender la vida y la obra del escritor turinés, los cuarenta años que vivió luego de su retorno a casa, aun cuando Auschwitz permanecería como una referencia necesaria. A este respecto, en una conversación sostenida en Turín en 1976, Levi se expresó así:

A propósito de los relatos, muchos me han preguntado si al darles forma narrativa a las desgarraduras pequeñas o grandes de nuestro mundo y nuestra civilización yo hacía referencia nuevamente al Lager, puedo responder: ciertamente que no, en el sentido en que escribir deliberadamente de una realidad en términos simbólicos no está en mi programa. Si luego existiese una continuidad o no entre el Lager y mis intuiciones, quizás puede ser, pero yo no lo sé con precisión. No depende de mí. Yo —como decía Palazzeschi— soy sólo un autor.

Y ahora pasamos a la última parte de mi discurso. De aquel verso tan imperioso y lleno de referencias sabemos ahora muchas cosas. Nos falta profundizar en el término, no menos rico e interesante que los anteriores. “Os encomiendo / estas / palabras”. Ha llegado el momento de ocuparnos de las “palabras”, por el extraordinario cuidado con que Primo Levi trataba esos medios expresivos esenciales a toda forma de escritura.

Aquí valdrá la pena comenzar con una cita, tomada de una charla de abril de 1985:6

¿Quién no tiene vicios ocultos o visibles? Quizás algún monstruo de perfección, insípido como el agua destilada, radiante como la Beatriz del Paraíso [de Dante]. Yo tengo varios defectos visibles muy comunes, y uno oculto; oculto hasta este momento, porque estoy a punto de revelarlo. Consiste en buscar el origen de las palabras; este ejercicio, si es efectuado como manda la regla por alguien competente, o sea, un lingüista, es una virtud y un trabajo altamente especializado; si es hecho por un aficionado, como yo en este campo, es ciertamente un vicio, y la verdad me avergüenzo un poco, pero como es divertido no cuesta mucho y no conlleva graves riesgos (implica esencialmente sólo el riesgo de equivocarse), me parece que es una buena idea hablarles de él; es un vicio que conviene a quienes, por motivos de edad, salud o dinero, no se puede permitir viajar o llevar una vida mundana.

Enseguida les doy un ejemplo. No estudié alemán en la escuela, sino siendo prisionero en el Lager. Nos obligaban a transportar ladrillos, y al hacerlo aprendí lo pesados y sobre todo abrasivos que son los ladrillos sólidos. También aprendí que en alemán se llaman “Ziegel”.

Y el discurso de Levi prosigue para demostrar que aquel término había llegado del latín al alemán, pero “por las vías bajas”; fueron los artesanos romanos, no los poetas o los hombres cultos, quienes enseñaron a los alemanes “que vivían en cabañas, no únicamente el arte de la construcción sino también la terminología relativa, y ésta se quedó congelada en el lenguaje, mientras las legiones cuadradas desaparecieron milenios antes”.

Aquello “oculto” de lo que habla Levi es sólo uno de los “vicios” que tanto lo atraían. A eso se puede agregar los juegos de enigmas que le gustaba cultivar —al menos, en lo privado—, en un continuo esfuerzo por explorar los recesos infinitos y la extraordinaria potencialidad del lenguaje. El mundo de la traducción ejercía sobre él una fascinación no menor. Él mismo era traductor y cuidaba de cerca las traducciones de sus obras en las lenguas que mejor conocía, pero como entre desafío y juego, también en las lenguas más lejanas. Había en todo esto una atención dividida en el difícil universo de la comunicación, por ejemplo, por lo que puede y no puede pasar de una lengua a otra por las relaciones entre lenguas y culturas. En la raíz de estos intereses se situaba la experiencia en el Lager, en cómo los nazis hicieron una Babel destinada a imposibilitar la comprensión recíproca entre los deportados y de esa forma atacar también su sentido de humanidad.

Pero, una vez más, el Lager no es la única matriz de las opciones, inclusive literarias, de Primo Levi. Más bien, se propone como espejo negativo, como aquel mundo al revés que sólo la plena afirmación de las potencialidades inherentes del hombre puede rescatar. En esta clave, la palabra es un recurso único, esencial. El relato oral y escrito —Si esto es un hombre no por azar nació a partir de los relatos orales que Levi refería constantemente a los interlocutores más diversos desde su regreso de Auschwitz— es un medio esencial para entablar relación con los otros. Y el relato debe dirigirse a todos. Porque sirve para calmar el alma de sus penas y es bonito hacer partícipes a los propios interlocutores gracias a la calidad y la riqueza de las historias. Porque no estamos hechos —al menos, no Primo Levi— para vivir en mundos exclusivos, para cultivar relaciones privilegiadas sólo con quienes consideramos nuestros pares. Porque es justo hablarles a todos, pero también a cada uno; y por esto la literatura representa un medio extraordinario capaz de garantizar a cada lector una relación íntima con el autor en un diálogo intenso y silencioso mediante la palabra escrita. Porque hablar con todos no quiere decir renunciar a una relación más rica y profunda con unos pocos capaces de captar las mil sombras del texto y los matices que el escritor más que nadie está en posibilidad de ofrecer.

Levi rechazaba con fuerza y naturalidad la concepción elitista de la cultura y se colocaba en una posición excéntrica con respecto a las tendencias prevalecientes en la Italia de su tiempo. Se rehusaba a establecer una relación de poder con sus interlocutores y para hacer esto buscaba no asumir siempre los mismos roles, sin importar a quién pertenecieran: se movía simultáneamente en registros diferentes abriendo los confines entre unos y otros. Aunque atribuía al testimonio un valor decisivo, no se proponía sólo como testigo que certificaba la verdad de los hechos experimentados directamente. Aun haciendo contribuciones de gran originalidad a la historia del exterminio y del mundo contemporáneo, no quería ser sólo un historiador que busca la verdad sometiendo los hechos a verificación y tratando de contextualizarlos. Sus innumerables personajes ejemplifican las mil facetas del alma humana, pero sin pretender medir cada actitud sobre la tabla establecida de alguna teoría psicológica. Su mundo y los instrumentos que utilizaba eran y siguen siendo los de un escritor. Su lenguaje resulta cuidadosamente estudiado, con refinamiento y libertad de espíritu. Sus diversos lenguajes, creados cada vez para que se adecuaran al objeto específico, no son nunca rígidos ni cerrados sobre sí mismos, sino que se abren tanto a la variedad de contenidos como a las inagotables potencialidades de la forma.

La palabra se propone como un medio para dar claridad; una aspiración capaz de extraer motivaciones ulteriores en la directa familiaridad con el lenguaje de las ciencias exactas, pero destinado a ir más allá de la mera descripción de los hechos o, más exactamente, a medirse con la inalcanzable complejidad de los hechos humanos. Por ello, la claridad del lenguaje debía ser puesta al servicio de interrogantes a veces sin respuesta; de respuestas netas aunque a veces no del todo certeras, de afirmaciones a veces generales pero destinadas siempre a no perder el sentido del límite.

Queda, después de este breve recorrido de carácter esencialmente introductorio, una última pregunta, también de aquellas a las que no se puede dar respuesta definitiva porque depende en gran parte de la subjetividad de cada quien: ¿qué relación podemos establecer con una figura como la de Primo Levi? Para volver esa pregunta más cercana a mi sensibilidad y a la de ustedes me baso en una cita extraída del relato “Stanco di finzioni” (Cansado de ficciones), recopilado en la colección Lilit: “Quien ha tenido la ocasión de confrontar la imagen real de un escritor con aquella que se puede inferir de sus escritos, sabe lo frecuente que es que no coincidan […] Pero qué agradable es, por otro lado, pacificante, consolador, el caso inverso, del hombre que se conserva igual a sí mismo a través de lo que escribe”.7

Primo Levi es, ciertamente, uno de estos casos inversos. Así pues, el diálogo imaginario que hemos llegado a tener con él cuando leemos sus páginas puede cargarse con naturalidad de un valor menos irreal. Es como si su empeño constante, determinado, hacia la claridad se reflejara sobre nuestra relación con él y nos ayudase a darle mayor sustancia a nuestro pensamiento.

5 Primo Levi (1997). Se questo è un uomo. En Opere, vol. II. Turín: Einaudi, p. 3.

 

6 Primo Levi (1985). Vizio occulto. Banca Popular de Sontrio, Notiziario 37, p. 70.

7 Primo Levi. Lilit e altri racconti. En Opere, op. cit., vol. II, p. 48.


2 ¿Quién escuchó a Berthold Jacob? La revelación del rearme alemán y la letal sordera de las potencias europeas

José Gabriel Paz

¿Por qué el mundo está en silencio?

Berthold Jacob

El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla.

Isabel Allende

Introducción

Poco tiempo después de terminada la Primera Guerra Mundial, el mundo intelectual alemán se dedicó a las discusiones públicas y al estudio sobre las justificadas o injustificadas razones que llevaron al Imperio a la guerra. Esos debates —conocidos como Kriegsschuldfrage— produjeron apasionadas controversias entre socialdemócratas, socialistas, nacionalistas, comunistas y pacifistas, y sus perspectivas contribuyeron a fortalecer la identidad política de los diversos movimientos de la época.

El insignificante y poco homogéneo grupo de los pacifistas alemanes, reunió a periodistas y escritores como Carl von Ossietzky, Berthold Jacob, Lion Feuchtwanger, Alfred Kerr, Emil Julius Gumbel, Heinrich Mann, Ernst Toller, Kurt Tucholsky, Fritz Küster, Siegfried Jacobsohn, Otto Lehmann-Rußbüldt o Friedrich Wilhelm Foerster, que desde distintas perspectivas —más allá de sus ideales, motivaciones y organizaciones de pertenencia—, aportaron sus contribuciones a la Kriegsschuldfrage.1 Muchos de ellos creyeron que la prensa era la mejor herramienta para evitar la repetición de la historia que culminó con el estallido de la Primera Guerra Mundial, y buscaron crear conciencia sobre la irracionalidad de la guerra, lo nocivo del desarrollo de la tecnología bélica y del militarismo, discurriendo sobre el papel que debían ejercer las instituciones en la construcción de sociedades menos angustiadas por el temor a sucumbir en otra conflagración.

Así, el periodismo pacifista trató de reportar todo intento de reanimar el belicismo alemán, en el convencimiento de que su difusión impediría una segura carrera armamentista. Con el paso del tiempo se encontrarían entre ellos los primeros que esforzadamente y con evidente fundamento trataron de alertar sobre las consecuencias del armamentismo alemán y de la instauración del Tercer Reich, pero su voz no logró perturbar la indiferencia de las potencias europeas.

En este marco, el presente trabajo toma como prolegómeno histórico la situación de la República de Weimar, el crecimiento secreto de su potencial militar, e inserto en dicho contexto histórico, la desatención a las advertencias sobre el belicismo alemán dadas por Berthold Jacob Salomon, quien a través de su prolífica obra centra su esfuerzo por advertir el rearme, denunciando las persecuciones políticas para ocultarlo, y más tarde, pronosticó con gran antelación el rumbo trágico que tomaba la política alemana en los tiempos de entreguerras.

Sus hallazgos —logrados mediante el desarrollo de una técnica de análisis de fuentes abiertas con extraordinarios resultados—, permitieron anticipar con gran antelación a la guerra los planes expansionistas de Hitler. Seguramente si sus advertencias hubieran sido consideradas y valoradas, tal vez se hubiera podido cambiar el trágico rumbo de la historia.

El contexto histórico de la entreguerra. El rearme secreto de la República de Weimar

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, con la desaparición del Imperio Alemán, surge la denominada República de Weimar —intermedio pretendidamente democrático entre el autoritarismo del Imperio y el totalitarismo del Tercer Reich— que tuvo lugar entre 1918 y 1933.

En este periodo de la historia alemana de posguerra se inicia un gobierno de transición a cargo del socialdemócrata Friedrich Ebert, quien como presidente tendría la difícil tarea de guiar el caótico país entre el 4 de febrero de 1919 hasta su muerte en febrero de 1925. Su principal tarea será tratar de establecer en su gobierno un equilibrio político para conjurar la dramática situación del país, caracterizada por un permanente estado de convulsión, la amenaza en ciernes de una guerra civil entre monárquicos, comunistas, socialdemócratas y nacionalistas, levantamientos, crímenes políticos, una inmensa crisis económica y social, hiperinflación, y fue en ese complejo entorno cuando fueron apareciendo las primeras manifestaciones del movimiento nazi.

A mediados de 1919, las potencias vencedoras, a través del Tratado de Versalles,2 establecieron las condiciones del cese del estado de guerra, estipularon duras medidas de reparación económica y dispusieron la redistribución de territorios que conformaban el Imperio Alemán, surgiendo once nuevos Estados. Se impuso a Alemania la entrega de Alsacia y Lorena a Francia, Eupen y Malmedy a Bélgica, la Prusia polaca, la Alta Silesia y el corredor de acceso al Báltico a Polonia, Slesvig a Dinamarca, Memel a Lituania, debiendo reconocer la independencia de Danzig y entregar el territorio del Sarre a la Sociedad de las Naciones por 15 años. En las zonas con población alemana, se deberían realizar plebiscitos a fin de establecer si debían volver a integrarse a Alemania o quedar bajo el dominio de los países a los que alguna vez pertenecieron. También debió aceptar la ocupación por fuerzas interaliadas del territorio de Renania y todas sus colonias fueron distribuidas entre las potencias aliadas europeas.

A las fuerzas armadas alemanas les fueron fijadas estrictas restricciones. Su ejército no podía tener más de siete divisiones de infantería y tres de caballería, un total de 100 mil soldados, y un máximo de 4 mil oficiales. La conscripción fue prohibida, y no se permitía el entrenamiento militar de los civiles dedicados a la protección de bosques, de aduanas o de otras instituciones oficiales.

El ejército alemán debía estar dedicado exclusivamente al mantenimiento del orden dentro de su territorio y al control de las fronteras. Se prohibió la construcción de aviones, artillería pesada, tanques, y la fabricación o importación de armas y gas venenoso, o la producción de materiales para la guerra química. Las fuerzas navales no podían tener más de 15 mil hombres y se hallaban limitadas a una dotación de seis acorazados, seis cruceros, seis destructores y 12 torpederos, impidiéndose la producción o adquisición de submarinos.

La interdicción no permitía al ejército alemán tener un Estado Mayor, aunque se creó como máximo elemento de conducción de las fuerzas armadas al Truppendienstamt (Oficina de Servicios para la Tropa), que estaba al mando del jefe de la Dirección del Ejército, aunque comúnmente se lo denominaba jefe de Estado Mayor siguiendo la tradición militar imperial.

El complejo proceso de desmovilización y adecuación de las fuerzas militares del desaparecido Imperio Alemán a lo establecido por el Tratado, pasó por un periodo de conversión en la etapa de la nueva República de Weimar, que fue cumplida provisoriamente por el Übergangsheer (Ejército Transitorio). La finalización de la tarea de restructuración se cumplió el 1 de enero de 1921 con la creación de las nuevas fuerzas armadas, la Reichswehr (Defensa Nacional), nombre que mantuvo hasta 1935, cuando cambia por Wehrmacht (Fuerza de Defensa).

Para garantizar el cumplimiento de las restricciones militares, el tratado crea las Comisiones Inter-Aliadas de Control que actúan como representantes de los “gobiernos de las principales potencias aliadas y asociadas”.3 De las comisiones participaba principalmente personal británico y francés, cuyo trabajo se vio afectado por la exigua colaboración del gobierno alemán,4 y la falta de unidad de criterio en sus miembros, puesto que mientras los franceses eran sumamente estrictos en la tarea de desarme, los británicos no tenían las mismas exigencias. Las comisiones funcionaron hasta 1926, cuando los aliados las sustituyeron por una conferencia de embajadores, y la tarea de control prácticamente dejó de realizarse.

La República de Weimar buscó eludir de todas maneras las imposiciones establecidas por los vencedores, y creó una encubierta fuerza militar bajo el máximo secreto. Esa tarea la llevó adelante el jefe del Truppendienstamt de la Reichswehr, general Hans von Seeckt, quien, además de reformar profundamente la doctrina, táctica, organización y entrenamiento de las fuerzas armadas alemanas hasta llevarlas a alcanzar un alto nivel de aptitud, dispuso la creación de un ejército “paralelo” que era conocido como Reichswehr Negro,5 compuesto por unidades militares de voluntarios y reservistas, que le permitieron superar los límites impuestos por el Tratado de Versalles. Con la autorización de Ebert, el 7 de febrero de 1923, Von Seeckt acordó en secreto con el ministro de Interior prusiano Carl Severing la creación de una guarnición Arbeitskommandos (Tropas de Trabajo), garantizando su presupuesto y logística, que en septiembre de 1923 ya contaba entre 50,000 y 80,000 hombres.6

Junto al Reichswehr Negro, coexistieron un conjunto de organizaciones civiles con capacidad de adiestramiento militar en aptitud para una eventual movilización. Algunas eran deportivas como las de tiro, esquí, equitación, paracaidismo; también las había técnicas como las dedicadas a la aviación, e incluso algunas aparentemente inocuas como las asociaciones patrióticas, las colombófilas o las organizaciones juveniles. Otras eran de veteranos de guerra, que llegaron a ser importantes formaciones autónomas paramilitares como las Freikorps —entre ellas la Marinebrigade Ehrhardt, la Eiserne Division, Garde-Kavallerie-Schützendivision—, o la organización Der Stahlhelm (Stahlhelm Bund der Frontsoldaten), que más tarde se convertirían en los primeros grupos de choque del régimen nazi.

Muchas actividades de entrenamiento militar fueron disimuladas en instituciones civiles, como el caso de la Deutsche Verkehrsfliegerschule (dvs, Escuela Alemana de Transporte Aéreo) que formaba pilotos comerciales, y que en 1925 fue convertida en una estructura secreta militar, donde se entrenaron los pilotos de la futura Luftwaffe.

El general Von Seeckt impulsó la idea de establecer un programa militar de formación y entrenamiento germano-soviético, y también promovió las conversaciones iniciales del plan de los dos países para acabar con Polonia. El 16 de abril de 1922, la República de Weimar y la Unión Soviética suscribieron el Tratado de Rapallo,7 el que a través de una cláusula secreta permitía a los alemanes el envío de misiones militares a la URSS, realizar ejercicios militares con el Ejército Rojo y el intercambio tecnológico e industrial.

Bajo el disfraz de la realización de actividades civiles, se promovió el crecimiento de la capacidad de producción de armamento y el desarrollo tecnológico-militar, lo que se realizó a través de numerosas empresas como el caso de Gefu,8 un grupo industrial de capital “privado”, que estableció factorías en la Unión Soviética para la producción de armas livianas y pesadas, municiones, tanques, aviones, material de artillería y gas venenoso.

Así, en violación al Tratado de Versalles, el “ejército oculto” alemán contó en la Unión Soviética con numerosas instalaciones militares, plantas industriales y centros de entrenamiento, ámbitos donde pudo desarrollar y probar nuevas armas en secreto. Mientras que los oficiales soviéticos seleccionados por el mariscal Mikhail Tukhachevski fueron entrenados en academias alemanas, en la búsqueda de crear un ejército profesional y mejorar la capacidad de sus fuerzas armadas.

Diversos prototipos alemanes emergían de las fábricas de aviones instaladas en Samara y Saratow —cerca de Moscú—, lo que a su vez se constituiría en la base de la industria aeronáutica soviética. En un aeródromo construido en Lipetsk, a orillas del río Voronezh, se instaló una unidad aérea especial llamada Abteilung M (Batallón M) donde se probaban los nuevos aviones, armas y equipo. Entre 1925 y 1933 se entrenaron numerosos oficiales como pilotos de combate, y a su regreso a Alemania, para mantener su aptitud, ingresaban a la incipiente aerolínea Lufthansa, donde sus instructores eran los mejores pilotos de combate de la Primera Guerra Mundial, que habían sido contratados como pilotos civiles de la empresa.

 

En un artículo de la época, su autor expresaba con cierta ironía que algunos oficiales alemanes dejaban de figurar en las listas del ejército, y al cabo de algunos años reaparecían con el distintivo de piloto aviador, y encuentra razón a su duda:

¿Dónde han estado durante el tiempo de su eclipse? Habían estado en Rusia en el Ejército Rojo. Por eso dejaron de ser militares, porque siéndolo, según el Tratado de Versalles, no pueden marchar a ningún ejército extranjero, pero un civil es dueño de ir a donde le parece, y si en el Ejército Rojo lo admiten y le enseñan el funcionamiento de la aviación, de los tanques, de la artillería pesada, el Gobierno de los Soviets sabrá por qué lo hace.9

Cerca de la ciudad tártara de Kazán se instaló una fábrica de tanques, y entre 1926 y 1933 los prototipos desarrollados se destinaron a actividades de entrenamiento, poniéndose a prueba los fundamentos de las nuevas tácticas de guerra para unidades blindadas en ejercicios en los que participaban oficiales alemanes y soviéticos.

La industria química alemana se encontraba entre las más avanzadas del mundo, sin embargo, tenía prohibido fabricar insumos bélicos en su territorio, mientras que la Unión Soviética necesitaba de los técnicos alemanes para la reconstrucción de su infraestructura, y así, por interés de ambos países, las plantas químicas alemanas tuvieron un importante lugar en los planes de desarrollo soviéticos. La fábrica de armas químicas en Samara, que tuvo un importante centro de investigación experimental identificado en los planes secretos bajo el nombre de Tomka, fue construida en su totalidad por los ingenieros de la Reichswehr.

En 1922, los astilleros alemanes Vulkan, Germaniawerft y Weser fundaron en Holanda la compañía NV Ingenieurskantoor voor Scheepsbouw (más conocida como IvS) —que en realidad era una empresa ficticia de la Reichsmarine—, base de la construcción de la fuerza naval alemana y a cargo el programa de submarinos, contando con astilleros propios o contratados en Finlandia, España y Japón, entre otros países. Entre 1923 y 1935, a través del programa de cooperación con Finlandia, fabricaron submarinos y buques en astilleros finlandeses, y en 1927 se construyeron dos submarinos para Turquía, cuyo contrato incluyó la selección del personal y el entrenamiento.

El gasto militar era un indicio importante en el crecimiento armamentista alemán y los desvíos de fondos para organizar su ejército oculto. En 1924 era de 458 millones 644 mil 220 de reichsmarks, pero en 1930 el presupuesto había ascendido a 693 millones 777 mil 150 reichsmarks. Comparando con Francia, en 1930 gastaba en municiones 359 millones de francos, mientras que Alemania en el mismo rubro gastaba el equivalente a 471 millones de francos (alrededor de 77 millones de reichsmarks). Teniendo en cuenta que entre 1925 y 1930, Alemania tenía denunciadas ante las Comisiones mil 926 ametralladoras, en realidad, con semejante presupuesto en esa época podía haber fabricado más de 20 mil.

Tal era el secreto en los gastos militares, que la Reichswehr era un coto cerrado en el que no penetraban las inquisidoras miradas de los miembros del Parlamento (Reichstag),10 aunque eran quienes votaban el presupuesto. Las fuerzas armadas funcionaban autónomamente como un Estado dentro de otro Estado.

Durante el periodo de ocupación franco-belga del Ruhr ocurrida por el retraso del pago de las indemnizaciones de guerra por parte de Alemania —entre enero de 1923 y agosto de 1925—, las fuerzas del Reichswehr Negro realizaron operaciones de sabotaje y ataques, aunque el gobierno alemán negó toda relación con los incidentes. También, con el fin de mantener el secreto del rearme, se dedicaron junto a las Freikorps a eliminar a quienes se les atribuyó la calidad de traidores por ser supuestos informantes de las Comisiones de Control, realizándose juicios sumarios llamados “asesinatos feme”, procedimiento que también se aplicó en las persecuciones políticas contra los disidentes.

El 16 de octubre de 1925, mediante el Tratado de Locarno, los países europeos vencedores de la Primera Guerra Mundial acordaron con los vencidos la reafirmación de las fronteras establecidas por el Tratado de Versalles. Francia, Alemania y Bélgica establecieron la desmilitarización y neutralidad de la zona de Renania. También se dispuso un sistema de arbitraje obligatorio para los conflictos a través de la intervención de la Sociedad de Naciones, y en 1926 Alemania fue admitida en la organización, reinsertándose en la comunidad internacional. En cierta forma, este tratado fue un intento por mejorar las relaciones entre Alemania y Francia, que en lo inmediato fue eficaz, aunque no sería suficiente para contener los eventos desencadenados a partir de 1930.

Por su parte, con el fin de fortalecer la relación entre Alemania y la Unión Soviética, ambos países acordaron, a través del Tratado de Berlín del 24 de abril de 1926, el mutuo compromiso a la neutralidad en caso del ataque por un tercero con una vigencia de cinco años, siendo renovado en 1931 y en 1933.

Éste es el contexto histórico en el que Berthold Jacob desarrolló su labor periodística, poniendo en evidencia los esfuerzos de la República de Weimar por ocultar el rearme secreto, a espaldas de las potencias y quebrantando las restricciones del Tratado de Versalles.

Berthold Jacob descubre el plan secreto del rearme

Berthold Jacob Salomon nació en Berlín el 12 de diciembre de 1898, y provenía de una familia judía alemana de clase media. En 1917 participó como soldado voluntario en la Primera Guerra Mundial, sirviendo en un batallón de artillería en el frente occidental, donde se desempeñó como artillero y operador de radio, siendo distinguido con la Cruz de Hierro de segunda clase por méritos destacados y valor en batalla.11 En diciembre de 1918 regresó del frente por las graves heridas producidas por su exposición al gas mostaza, y conmocionado por las dramáticas experiencias sufridas en la guerra, centró su vida en el empeño de la lucha por la paz, a través de la “no-violencia activa” como forma ética de resistencia civil a la guerra.

Después del final de la Primera Guerra Mundial, trabajó como reportero en el diario Berliner Volks-Zeitung, donde escribía sobre cuestiones militares. Entre 1923 y 1928, colaboró activamente como periodista en las publicaciones Das Andere Deutschland (La otra Alemania) y en Die Weltbühne (El escenario mundial), donde algunas veces empleaba el seudónimo de Marcel Rollin, Berthold Jay o Einem alten Soldaten (Un viejo soldado), aunque también muchas de sus contribuciones fueron hechas en forma anónima.

En sus detalladas investigaciones periodísticas mostraba variados aspectos sobre el crecimiento del potencial militar alemán, que desde una perspectiva idealista creía que era una forma activa de impedir el rearme de Alemania. Pensaba que a través del resultado de sus hallazgos y su publicidad, se podría exigir al país que se ajustara a los postulados establecidos por el Tratado de Versalles, con lo que se evitaría caer en una carrera armamentista como la que se desató en las etapas previas a la Primera Guerra Mundial.

Reveló desde la prensa los asesinatos feme y los procesos Vehne o Heimliches Gericht,12 criticando el sistema judicial alemán, que era benevolente con los crímenes de las organizaciones armadas ilegales —a las que se brindaba impunidad—, y que, sin embargo, era extremadamente riguroso con quienes denunciaban sus acciones.

En el periódico Das Andere Deutschland, Jacob publicó en su edición del 11 de abril de 1925 un artículo titulado “Das Zeitfreiwilligengrab in der Weser” (La tumba de los voluntarios temporales en el Weser), en el que relataba un grave accidente ocurrido diez días antes, donde perdieron la vida 81 soldados en un ejercicio militar en Porta Westfalica-Veltheim, sobre el río Weser. La noticia conmocionó al público, en particular porque al menos 11 de ellos no pertenecían a las fuerzas armadas, sino eran Zeitfreiwilligen13 (voluntarios temporales) que eran soldados alistados por el Reichswehr Negro por periodos de instrucción de tres meses, que conformaban un cuadro de organización secreto, ocultos de las nóminas oficiales para eludir las cláusulas de desarme del Tratado de Versalles, aunque esto fue negado por el gobierno.