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El señorito Octavio

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XVII.
Epílogo innecesario.

Carta de Homobono Pereda á su amigo Manuel Ruiz, secretario primero de la sección de literatura del Ateneo de Madrid.

Mi querido Manolo: Aunque no he tenido el gusto de ver letra tuya hace ya bastante tiempo, te escribo para noticiarte un suceso que tiene preocupada hace ya algunos días á toda la población. Ya tienes asunto interesante y patético para tu drama, si es que no has hallado otro mejor. Figúrate que mi contrincante el conde de Trevia, hombre de carácter extravagante, y que algunos daban por loco, llegó á este país en los comienzos del verano, con toda su familia. La señora era una mujer de singular hermosura y llena de atractivos en su parte moral, si no miente la fama. Á los pocos días de hallarse aquí comenzó á galantearla, según se dice, un joven de esta población llamado Octavio Rodríguez, bastante simpático é inteligente, pero de escasísima instrucción. Dícese también que la condesa no tardó en corresponder al amor del joven, dándole de ello pruebas convincentes. El verano debió ser para los amantes delicioso, pues Octavio frecuentaba diariamente el palacio de los condes y los acompañaba á todas partes, sin que el marido sospechase de la fidelidad de su consorte. Algunos, sin embargo, quieren suponer que tenía conocimiento de la falta bastante tiempo antes de consumar su venganza, y que la dilató por uno de esos caprichos incomprensibles de su carácter. Lo cierto es que hace algunos días les armó un lazo donde fatalmente fueron á caer los desventurados amantes. Sorprendiólos, al parecer, en las márgenes del lago Ausente, donde con pretexto de la caza realizaban sus citas, y dió á ambos la muerte. No se conocen los detalles de esta misteriosa y terrible venganza. El conde desapareció, y se da como seguro que ha pasado á Francia á formar parte de la corte del Pretendiente. Un mayordomo suyo, que la voz pública designa como el principal auxiliar del asesinato, también huyó del país.

Hé aquí, pues, cómo á consecuencia de una tragedia espeluznante me encuentro yo en este momento sin competidor en las próximas elecciones. Por lo tanto, puedes considerar ya á tu amigo Homobono hecho un diputado y sentado en los escaños del Congreso, no para ser, como la inmensa mayoría de nuestros políticos, un fiel observador del derecho y estado reinantes, sino para pensar y obrar en el espíritu del derecho eterno. Te remito el manifiesto brevísimo que acabo de dirigir á mis electores, y espero que me digas sinceramente lo que piensas acerca de su contenido. Me parece que ha de hacer mucho efecto.

He pasado todo el día corrigiendo las pruebas de la Propedéutica, que saldrá á luz dentro de un mes próximamente, y tengo la cabeza hecha un volcán. No dejes de escribirme enseguida. Te abraza tu amigo del alma

HOMOBONO.

Dentro de la carta iba el siguiente documento impreso:

ELECTORES DEL DISTRITO DE VEGALORA:

Á todo hombre en la tierra debe serle cumplido su derecho, el cual no es otra cosa que la recíproca y exigible condicionalidad para el destino humano (individual y total). El derecho quiere que todos los hombres den y reciban mutuamente y en forma social el sistema de condiciones permanentes y temporales que su naturaleza armónica reclama, para cuyo fin hay un organismo interior é interiormente relativo y omnilateral llamado Estado. Importa, pues, considerar seriamente cuán interesados nos hallamos en que el Estado se organice y asiente en vista de su fin, no en atención de otros históricos ó temporales. Las perturbaciones sociales que la historia nos ofrece y las bárbaras infracciones del derecho, tienen su origen en el desconocimiento de los principios fundamentales de la ciencia política, á cuyo estudio he consagrado los mejores años de mi vida.

Llevando, pues, por canon y norma de mi conducta los eternos principios del derecho y no las máximas prácticas de los políticos al uso, que no son sino reglas para explotar en su provecho las miserias de la corrupción humana y alcanzar el poder, objeto de sus afanes, me presento ante vosotros solicitando vuestro libre é inteligente sufragio para representaros en el Parlamento. Los principios inmutables, á los que rindo fervoroso culto, me impiden haceros ninguna clase de ofrecimiento de los que tanto abundan, por desgracia, en los manifiestos políticos. Tales ofrecimientos no pueden menos de ser para todo hombre de recto sentido altamente inmorales, pues casi siempre se fundan en el privilegio y la injusticia. No esperéis, por tanto, si llego á honrarme con el título de vuestro representante, que alce mi voz reclamando para este distrito ninguna clase de mejora moral ó material que los demás no posean: antes combatiré con todas mis fuerzas cualquier intento de llevarla á cabo, porque no quiero ser representante de ningún interés particular y temporal, sino de los generales y permanentes en que la sociedad debe asentarse. Lo único que puedo ofreceros como hombre de honrada conciencia es ponerme siempre del lado de la justicia en el conflicto diario que las diversas fuerzas sociales promueven, y procurar en la medida de las mías el reinado de un orden más positivo y orgánico entre los fines fundamentales humanos y sus sociedades relativas, para evitar que el pueblo (sistema de familias), preocupado del fin presente, como absoluto, acabe por pensar que no hay más vida, ni más fin que proseguir, ni más bien que esperar, sino las condiciones y estados temporales ó históricos.

HOMOBONO PEREDA.

Vegalora 3 de Noviembre de 187…

FIN