Contratos de comercio internacional

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La visión frente a los mismos problemas ha tenido, pues, resultados diferentes y, en consecuencia, teorías distintas, como la teoría clásica, la teoría de las ventajas comparativas, la teoría económica neoclásica, la teoría cepalina y la reciente teoría de las ventajas competitivas.

2.1.1. La teoría clásica

Esta teoría se estructura a partir de las ideas filosóficas del empirismo, de los enciclopedistas franceses y de la filosofía de la Ilustración, que tuvieron aplicaciones sobre los diferentes campos sociales, legales y económicos, originando el librecambismo.

El liberalismo invadió todas las esferas de la vida social. La economía política no podía escapar a esta corriente de pensamiento; por ello, los fisiócratas creyeron encontrar el principio fundamental que rige todo el proceso productivo y que se condensa en la frase: laissez faire, laissez passer, le monde va de lui meme. Así, las riquezas de las naciones se consideraron un fenómeno natural que los seres humanos producían espontáneamente, a condición de no interferir su libre acceder. La mejor política por parte del Estado consistía en abstenerse de interferir en el libre juego de las fuerzas económicas. Por ello, lo mejor era dejar que todo fluya, impidiendo que el proceso económico sea interferido por los individuos mismos. El libre actuar de las personas, guiadas por su ley natural, producía los mejores y mayores resultados. La ley de la oferta y la demanda se erigió en regla suprema de las actividades productivas y comerciales. En lo productivo, conducía, bajo la acción de la libre competencia, al mejor empleo de los recursos, encauzándolos hacia aquellos sectores de la actividad económica en los cuales su rendimiento resultaba más provechoso. En lo comercial, consagraba la prevalencia del mercado cuando la oferta superaba la demanda, con lo cual originaba el descenso de los precios de las mercaderías y, por ende, impulsaba a que los productores disminuyeran la oferta en el grado necesario para igualarla con la demanda; luego, si esta era mayor que la oferta, el alza de los precios se producía y se incrementaban las ganancias, estimulando la producción hasta ajustarla posteriormente con la demanda.

Los fisiócratas sentaron de esa manera las pautas del individualismo económico, que reclamaba plena libertad de trabajo, de comercio, de competencia; en general, absoluta libertad para el desarrollo de la vida, ya que el derecho natural es la base de toda normatividad humana.

Un orden natural, decían, lo preside todo. Respetar ese orden es la mejor política que se debe seguir. Adam Smith aceptó este principio y consideró la ley natural como la ley fundamental del progreso indefinido. Tanto en Francia como en Inglaterra, los economistas fueron influidos por esta filosofía; pero fue en este último país en donde se dio su más amplia aplicación práctica, mediante la adopción de una política librecambista en lo internacional, que tuvo como propugnadores a Hume, Adam Smith, David Ricardo y, principalmente, John Stuart Mill.

John Stuart Mill (Principles of Political Economy) señala que el comercio exterior posibilita:

 El empleo más eficiente de las fuerzas productivas del mundo. Si dos países que comercian entre sí resolvieran producir lo que cada uno compra, ni la mano de obra ni el capital de ninguno de ellos serían tan productivos; ninguno de los dos obtendría de sus industrias la cantidad suficiente de mercancías como ocurriría si cada uno decidiese producir aquello para lo que realmente está más apto. Zapatero a tus zapatos.

 Abaratar la producción, lo que determina que el consumidor sea, en última instancia, quien se beneficia.

 La penetración de una empresa en otro país ampliando su mercado y, en consecuencia, mejorando el proceso de producción para llegar a niveles de competitividad.

 La apertura a un país dado de nuevos productos y medios de comercialización que hasta entonces estaban considerados fuera del alcance de la población, lo que funciona como una especie de revolución industrial en una nación cuyos recursos estaban anteriormente subexplotados por la falta de energía e interés del pueblo. De esa manera, este se verá incentivado a esforzarse más para satisfacer sus nuevos gustos y hasta para ahorrar con el fin de satisfacerlos más plenamente, al igual que las necesidades que se presenten en el futuro.

Los fisiócratas surgieron en Francia a mediados del siglo XVIII, a partir de los trabajos de Quesnay, secundado luego por sus discípulos Dupont de Nemours, Mercier de la Rivière y Turgot. A partir de ellos, el liberalismo económico comenzó a tener una posición definida en Inglaterra y Francia, sobre todo en el primer país, cuyo desarrollo industrial y progreso técnico dio argumento a sus teóricos, aunque todo ello no era sino la aplicación mecánica de los recientes inventos, cuyos frutos más ostensibles fueron el empleo de técnicas productivas que aumentaron la demanda de bienes y servicios destinados a la producción y crearon, a su vez, una demanda para la inversión de las ganancias, transformándolas en acumulación de capital. El desarrollo industrial aumentó la demanda de bienes y servicios destinados a la producción, lo que propició, como consecuencia, una mayor acumulación de capital.

El excedente económico generado por el creciente industrialismo fue aplicado para fines productivos. La burguesía industrial, a diferencia de la burguesía comercial del período mercantilista, dispuso de mayores oportunidades e incentivos para la acumulación de ganancias transformadas en bienes de producción. Esta situación relegó a los metales preciosos a su función natural de servir como medio de cambio, en tanto que el Estado fue siendo cada vez menos gravitante. El comercio exterior libre de trabas resultaba ser la consecuencia necesaria del industrialismo de la economía inglesa, que el Estado se encargaba de prohijar por todos los medios.

2.1.2. La teoría de las ventajas comparativas

La teoría de los costos comparativos fue desarrollada por Robert Torrens y, subsecuentemente, por David Ricardo, a comienzos del siglo XIX.

El núcleo racional de esta teoría afirma que el comercio exterior de un país puede generar algunas ventajas relativas aun cuando su productividad sea inferior en términos absolutos en cada sector de producción respecto al país con el que intercambia. La ley de costos comparativos es la que gobierna el comercio exterior y la división internacional del trabajo. De acuerdo con esta ley, el comercio exterior puede ofrecer ventajas a cada participante en todos los países, contribuyendo a la intensificación de la productividad del trabajo.

Marx ha aceptado el núcleo racional de la teoría de los costos comparativos en un Estado que, aun con desventajas absolutas observadas en la productividad de todos sus sectores de producción, puede beneficiarse del mercado exterior. Al mismo tiempo, criticó fuertemente la apología del libre comercio capitalista expuesta por David Ricardo como base de su teoría, expresando que, bajo condiciones capitalistas, el comercio mundial ofrece a los países más desarrollados una oportunidad para explotar a los menos desarrollados y reducirlos al estatus de oferentes de materias primas y productos alimenticios más baratos.

Ciertamente, David Ricardo, en su teoría de los costos comparativos, ha despreciado el hecho mutuamente ventajoso de la división del trabajo para promover el desarrollo económico de todos los países participantes, el cual podría descansar en forma exclusiva sobre las invariables ventajas comparativas heredadas del pasado. Esta fue una interpretación estática de las ventajas comparativas que lo llevó a exponer el ejemplo según el cual: «el vino podría ser producido en Francia y Portugal, el trigo en Estados Unidos y Polonia, mientras que los productos de ferretería e industriales deben ser producidos en Inglaterra».

En efecto, pues, los bienes y riquezas de la naturaleza, así como los talentos, no han sido distribuidos por igual en todo el planeta ni a todos los hombres. La costa del Perú es rica en recursos pesqueros, pero pobre en recursos hídricos para la agricultura y, por ende, para la ganadería, que solo se ve favorecida cada cuatro años con abundantes lluvias en el norte —Piura y Tumbes—, que permiten almacenar los pastos para los cuatro años siguientes; en tanto que los andes contienen una inmensa riqueza mineral. Algunos otros países son pobres en recursos naturales. Japón, por ejemplo, no tiene petróleo, carece de grandes áreas para el cultivo extensivo y sus habitantes pagan hasta US$ 30 por un melón amarillo o US$ 7,32 por una papaya, en tanto que el habitante de Perú o Brasil solo tiene que abonar US$ 2 o US$ 0,95 por el mismo fruto, extraído del mismo suelo y por las mismas manos. Sin embargo, este tiene que comprar una videocámara por un equivalente de ocho salarios mínimos vitales o US$ 300.

Por otro lado, la habilidad de los habitantes también es un factor que influye en la mayor o menor ventaja para exportar. De igual manera, la educación formal y técnica de sus trabajadores, el sistema de transporte y movilidad social, el grado de desarrollo tecnológico y la concepción del comerciante. Las jóvenes de 16 a 18 años de la región de Córdoba (Argentina) tienen mayor habilidad para el corte y la selección de las uvas que se producen en dichas tierras que las del altiplano boliviano, por ejemplo; pero estas últimas tienen creatividad para los tejidos de lana. Cuando la Texas Instruments diseñó su proyecto de exportación de calculadoras, su fábrica de Taiwán programó un período de cuatro meses de entrenamiento para el personal femenino encargado del ensamble de los productos; sin embargo, a las cinco semanas de asistencia, todo el equipo humano entrenado estaba en aptitud de producir, lo que determinó el adelanto del proyecto.

 

Los comerciantes de Cajamarca (Perú) no venden la totalidad de su stock de una sola vez; pues para ellos el acto de vender tiene también un contenido de interacción social y, entonces, prefieren vender a muchas personas durante un largo período.

Como resultado de estas diferencias, algunos países pueden producir ciertos productos mejor y a un menor costo que otros. Así, pues, las diferencias en el costo de los factores de producción, en la fabricación en escala, en las disimilitudes educativas y tecnológicas, y aun en los gustos, propician el incremento del comercio internacional.

El flujo del comercio y de las inversiones surge de una ventaja económica que un país o región tiene sobre otro en la producción de determinado bien o servicio. En otras palabras, producir soldadura de plata o tractores puede tener para un país menor costo que para otro, que a su vez deseará negociar para satisfacer algunas otras necesidades. Si este, a su vez, tiene ventajas absolutas en otros productos —como bálsamos, ácidos o automóviles—, es claro que existe una base para el intercambio.

Este proceso acusa claras limitaciones, ya que quien produce soldadura de plata, por ejemplo, puede no tener disposición ni deseo de adquirir bálsamo. En la práctica, estas ventajas absolutas y sus condiciones de demanda se complementan adecuadamente. Y así, nuestro razonamiento se habrá entrabado. Pero, afortunadamente, la economía tiene una receta: «[…] para una nación puede ser racional y económicamente provechoso importar mercancías que ella misma podría producir a un costo más bajo que otros países (esto es importar mercancías en las cuales tengan ventajas absolutas en costos de producción)» (Hayes, Korth & Roudiani, 1974, p. 52).

Esta es la teoría de las ventajas comparativas, base del comercio internacional.

También es provechoso el intercambio cuando uno de los países puede producir todas las mercancías más baratas que otro, siempre que existan diferencias relativas al producir los distintos bienes en los dos mercados. De esa manera, podría darse el caso de un país latinoamericano que tenga una ventaja comparativa en la producción de bienes en los que es relativamente más eficiente y viceversa, en tanto que un país industrializado hallará razonable especializarse en aquellas mercancías en que su ventaja absoluta es relativamente mayor y, a su vez, comprar en el país subdesarrollado, que posee la mayor desventaja absoluta.

Tal vez la forma más gráfica de explicar esta vieja teoría de las «ventajas comparativas» o de «los costos comparativos» es el tradicional ejemplo que plantea Paul Samuelson: el caso del abogado que es el mejor de todos los de la ciudad al mismo tiempo que es también el mejor mecanógrafo (Samuelson, 1965, p. 756). La lógica nos dice que el abogado se dedicará al ejercicio del Derecho dejando la mecanografía para una secretaria; pues, en la primera actividad, su ventaja comparativa es muy grande como para dedicarla a actividades mecanográficas, en las que, si bien tiene una ventaja absoluta, su ventaja relativa es mucho menor. Y enfocando el asunto desde el punto de vista de la secretaria, esta se encuentra en desventaja relativa con respecto al abogado en ambas actividades, pero su desventaja relativa es menor en mecanografía. En otras palabras, relativamente hablando, posee una ventaja comparativa en la mecanografía y una desventaja en el Derecho, aparte de la posible sanción que recibiría por ejercer ilegalmente la abogacía.

2.1.3. La teoría de la economía neoclásica

La escuela neoclásica, como elaboración posterior a la escuela clásica, recoge lo esencial de la teoría de las ventajas comparativas, pero sustituye la teoría valor-trabajo por el estudio de los aspectos de la distribución basados en el principio de que cada factor contribuye al proceso productivo con un aporte marginal; de aquí el cambio ideológico consistente en que todos los factores tienen su remuneración natural respectiva: renta para la naturaleza, salario para el trabajo e intereses para el capital.

En este sentido, la escuela neoclásica significa un retroceso con relación a la escuela clásica, porque provoca un quiebre epistemológico en la ciencia económica, modificando el objeto de estudio identificado con las preocupaciones del desarrollo económico. Se centra en obtener el máximo provecho neto de una dotación determinada de recursos productivos, lográndose el equilibrio del sistema de manera espontánea, casi automáticamente, por la libre competencia en un mercado competitivo, que es el único mecanismo válido para asignar recursos escasos a través de un sistema de precios. Así se llega a la importancia del precio hasta convertirlo en centro y guía de todas las decisiones.

El enfoque neoclásico se inicia a partir de la relación de cambio. Luego, continúa con las interacciones entre la oferta y la demanda para llegar a los términos de intercambio. Finalmente, analiza el aspecto crítico de la asignación de factores en cada función de la producción, arribando a criterios de elección expresados en las curvas de costos de oportunidad; mediante la comparación internacional de estas, se busca obtener el equilibrio, cuya base, concluye, corresponde al reciente nivel de entendimiento de esta teoría.

La relación de intercambio real se determina por la intensidad y la elasticidad de la demanda de cada país por los productos de otro país; así, el comercio resulta positivo cuanto más intensa y elástica sea la demanda externa y menos elástica e intensa sea la demanda nacional por los productos importados. De donde se deduce que los precios relativos internacionales actúan como ley para que la producción de un país se intercambie por la de otros a los valores necesarios, con el fin de cancelar con el total de las exportaciones todas las importaciones.

El equilibrio entre las exportaciones y las importaciones se conservará en el largo plazo debido a las variaciones de los términos de intercambio que sirven de mecanismo de ajuste de los desniveles ocurridos entre ellas. Por lo tanto, el valor de intercambio de las mercaderías entre los países se ajusta necesariamente a las cantidades recíprocamente demandadas. Esta adecuación se logrará por las fluctuaciones de los precios y los términos de intercambio o por la relación real de este. Simplificando el mecanismo, podríamos asumir, por ejemplo, que nos encontremos en una economía de trueque en la cual la relación real de intercambio es la cantidad de importaciones que se obtiene a cambio de las exportaciones. La equivalencia en valor de las importaciones con el de las exportaciones es la condición del equilibrio y se alcanza cuando las exigencias de cada país logran un múltiplo común de dicha relación de intercambio.

Se afirma que la elasticidad de la oferta puede compensar los movimientos de la demanda. Por lo general, cuanto mayor sea la elasticidad de la oferta y la demanda, la producción se adaptará en el corto plazo a las variaciones de la demanda en función de cambios en el precio o en el ingreso.

2.1.4. La teoría cepalina

Raúl Prebisch hizo el más importante abordaje en el campo del comercio internacional teniendo como base su teoría centro-periferia que representa un aporte significativo dentro de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) respecto de una visión del desarrollo económico de la región. Planteada a inicios del decenio de 1960, la teoría conocida como «cepalina» tuvo vigencia hasta 1980 y marcó indudablemente la estructura básica para los países que más tarde ingresaron al sofisticado mundo de los negocios internacionales.

La teoría parte del análisis de las economías latinoamericanas frente a la realidad circundante de los países industrializados y los nuevos mecanismos de intercambio. Así, los primeros conforman la periferia de la economía mundial, en tanto que los países industrializados, el centro, en donde se logró establecer tempranamente un desarrollo industrial.

Prebisch ofrece una respuesta diferente a la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, según la cual América Latina debería resignarse a seguir produciendo materias primas o algunas mercancías agroindustriales aprovechando la dotación de recursos naturales con los que la naturaleza había sido generosa. En tanto que los países centrales seguirían produciendo manufacturas e incorporando tecnologías a su industria, lo cual abarataría su producción en provecho de los países importadores que, como los latinoamericanos, se beneficiarían con la adquisición de mercancías cada vez más baratas. Por otro lado, los países centrales demandarían cada vez mayor cantidad de materias primas en razón de su aparato industrial y el crecimiento de la renta de su población, lo cual haría elevar los precios de las materias primas.

Empero, la realidad era distinta, pues los precios de las materias primas experimentaron una gran tendencia a la caída desde la Guerra de Corea, en tanto que las manufacturas continuaban en franco y empinado ascenso; por lo que los términos de intercambio eran totalmente asimétricos.

Frente a ello, la teoría cepalina propuso la industrialización de América Latina a fin de disminuir la dependencia externa y lograr el incremento de la renta per cápita, porque la población consumiría productos nacionales que demandaría una mayor utilización de mano de obra. La producción industrial y el crecimiento de la renta posibilitarían la acumulación del capital, que es una de las necesidades de los países latinoamericanos. Todo ello contribuiría a romper el determinismo de la teoría ricardiana propiciando el crecimiento del aparato industrial, que haría disminuir la dependencia externa y fortalecería la producción de manufacturas; lo cual llevaría a pasar de la fase de importador neto de productos industrializados a generarlos con una tecnología propia.

El criterio de la industria infante que impulsó el primer eslabón en la industrialización de América Latina a partir de las políticas derivadas de la llamada escuela cepalina tuvo sus antecedentes en los trabajos de Alexander Hamilton (1755-1804), en Estados Unidos de América, y Friedrich List (1789-1846), en Alemania. Ellos señalaron que algunas industrias precisaban ser protegidas por el Estado hasta adquirir la suficiente madurez para competir, en igualdad de condiciones, con compañías transnacionales previamente establecidas. Esta política de protección es razonable y tiene un fundamento de justicia, pues prepara a la industria para enfrentarse a un mundo altamente competitivo en el que otras realidades han logrado en una fase primera establecer sus industrias:

En las etapas iniciales del desenvolvimiento económico de un país puede haber espacio para la imposición de tarifas proteccionistas o cuotas que permitan el desenvolvimiento en escala y en nivel de sofisticación, de la industria naciente, particularmente en industrias del sector manufacturero y, subsecuentemente, permitiéndoles competir con las importaciones y, lo que es todavía más deseable, tornarse exportadoras de éxito (Trebilcock & Howse, 1999, p. 9).

Los instrumentos básicos de este esquema teórico son los siguientes:

 Protección general de la industria doméstica, a través de la prohibición de importaciones o del juego de aranceles.

 Una política cambiaria que sobrevaluó la moneda nacional y que posibilitó dotar de mayores recursos al sector exportador.

 Beneficios impositivos —desgravámenes por industria y por región— para las factorías que iban a ser instaladas.

 Política monetaria y crediticia expansiva que, al reducir en forma significativa la tasa real de interés —que llegó incluso a niveles negativos—, promovió la compra de equipos extranjeros.

Sin embargo, con la caída de los precios de las materias primas, los países se encontraron sin las divisas suficientes para sostener su crecimiento, pagar las inversiones propiciadas por el propio esquema y adquirir nuevas tecnologías. De esta manera, el sector exportador de commodities resultó subsidiando el proceso industrial, ya que los ingresos generados por la exportación de materias primas facilitaron las divisas para la adquisición de maquinaria destinada a la industria nacional.

Si bien resultó conveniente una política de sustitución de importaciones para establecer una industria y superar la dependencia absoluta en la provisión de manufacturas —sobre todo si se recuerda que hasta 1950 la gran mayoría de los países de la región eran exportadores de commodities e importadores netos de todas las manufacturas, desde gasolina hasta papel higiénico y jabones—, esta no puede ser aplicada permanentemente sin afectar las posibilidades de desarrollo de un país.

 

Esta teoría pretendía pasar de una etapa primaria mono exportadora a un desarrollo industrial, protegiendo su parque manufacturero, basándose particularmente en la asignación de altos aranceles para sus similares, con el fin de desalentar su consumo, aparte de una larga lista de prohibiciones de importación. De esa manera, se redujeron las posibilidades de consumo de los habitantes del país y se distrajeron recursos, al desviarlos de la promoción de bienes exportables hacía la producción de bienes que podrían haber sido importados, en la mayoría de los casos, a un menor precio. En otras palabras, la política de sustitución de importaciones usó muchos recursos para producir en el país bienes que se podrían exportar a un menor costo para el país.

2.1.5. La teoría de las ventajas competitivas

Fueron dos los factores que impulsaron la búsqueda y aparición de nuevas teorías que expliquen la competitividad y el comercio internacional. El primero destacó la naturaleza esencialmente imperfecta de la competencia en los mercados debido al predominio de oligopolios, monopolios, oligopsonios y monopsonios; y el segundo, buscó actualizar la teoría de las ventajas comparativas frente a las nuevas realidades. Así, aparecen nuevas explicaciones del comercio internacional: algunos lo entienden como un fenómeno macroeconómico; otros argumentan que depende de la disposición de la fuerza de trabajo barata y abundante; otra teoría, en cambio, adujo la presencia de un intercambio desigual entre el «centro» y la «periferia» de los países; es decir, entre los países industrializados y los que están en vías de desarrollo, como los latinoamericanos.

Sin embargo, diversos países en nivel de subdesarrollo —como Corea del Sur, Taiwán y Singapur— han prosperado pese a las tesis sostenidas por algunas de las teorías mencionadas anteriormente; así como otras economías —como las de Inglaterra y Estados Unidos de América— han experimentado cierta involución en algunas áreas productivas, demostrando así el carácter no lineal del desarrollo de la competitividad.

El profesor Michael Porter publicó, en 1990, el libro The Competitive Advantage of Nations (La ventaja competitiva de las naciones), en el que desarrolla una nueva teoría que versa acerca de la manera en que compiten las naciones, las provincias y las regiones, y cuáles son las fuentes de su prosperidad económica. Dicha teoría surge en el mismo momento en que se plantean, dentro de los lineamientos del Consenso de Washington, las nuevas líneas de desarrollo, inversión y apertura de mercados que signaron los últimos años del siglo XX, afectando a toda América Latina.

La competitividad de un país, hasta antes de la teoría de las ventajas competitivas de Porter, se había explicado a través de la teoría clásica de las ventajas comparativas, la misma que pone énfasis en la abundancia de recursos naturales y en los factores de producción. A fines del decenio de 1980, esta teoría no pudo explicar el desarrollo de las economías industrializadas, ya que la competencia en los mercados no es perfecta; pues tanto empresas como gobiernos actúan afectando los flujos comerciales y, por tanto, el nivel de riqueza de una nación. En consecuencia, también pueden sufrir alteraciones las condiciones del mercado y la competitividad de las industrias.

Porter, partiendo de las ideas de Adam Smith destinadas a elevar en forma constante y creciente el nivel de vida de la población de un país, reformuló la definición de competitividad y la apartó de la noción de competitividad nacional que caracterizó el planteamiento de Smith, haciéndola depender, en cambio, de la de productividad, que se refiere a la manera en que se pueden utilizar los factores de la producción —mano de obra, naturaleza y capital— o los insumos, de tal suerte que los recursos de una nación puedan ser maximizados. La productividad está, pues, en manos de las industrias o empresas de un país, estableciéndose una relación entre la competitividad del mismo y la capacidad de sus empresas para llegar exitosamente a los mercados internacionales. Así, la única forma de mantener una ventaja competitiva en el ámbito internacional es actualizando y revolucionando constantemente las condiciones técnicas de producción, es decir, adquiriendo nuevas tecnologías.

La competitividad se maneja, así, en términos de la capacidad de ocupar y liderar los espacios más dinámicos del mercado en proporción cada vez más creciente. En el caso de los países, esta les permite captar, mantener e incrementar mercados nacionales, regionales, subregionales, internacionales y globales y, sobre dicha base, elevar el nivel de vida y el grado de bienestar de su población.

Porter planteó tres preguntas básicas para desarrollar su teoría: ¿por qué algunas naciones tienen éxito en industrias internacionalmente competitivas?, ¿qué influencia tiene una nación sobre la competitividad de sus diferentes industrias o segmentos industriales?, y finalmente, ¿por qué las empresas de diferentes naciones eligen estrategias particulares?

Para responder a estas interrogantes, consideró cuatro premisas claves: la primera es que el nivel de competencia y los factores que generan ventajas competitivas difieren ampliamente de industria a industria —inclusive entre los distintos segmentos industriales—; la segunda considera que las empresas generan y conservan sus ventajas competitivas primordialmente a través de la innovación tecnológica; la tercera premisa es que las empresas que crean ventajas competitivas en una industria en particular son las que, consistentemente, mantienen un enfoque innovador, oportuno y audaz, y explotan los beneficios que esto genera; y la última admite que es típico de las empresas transnacionales competitivas realizar parte de sus actividades de la cadena de valor fuera de sus países de origen, capitalizando así los beneficios que derivan del hecho de disponer de una red internacional que puede proveerles ventajas específicas.

Todo ello origina, según Porter, cuatro factores determinantes: la dotación del país en cuanto a cantidad y calidad de los factores productivos básicos —fuerza de trabajo, recursos naturales, capital e infraestructura—, así como las habilidades, los conocimientos y las tecnologías especializadas determinan su capacidad para generar y asimilar las innovaciones.

La naturaleza y calidad de la demanda interna exige nuevas condiciones al aparato productivo nacional, razón por la cual los consumidores presionan a los ofertantes con sus demandas de nuevos artículos.

Todo esto determina la existencia de una estructura productiva conformada por empresas de distintos tamaños, relacionadas tanto horizontal como verticalmente, y que impulsen la competitividad por medio de una oferta interna especializada de insumos, tecnologías y habilidades para sustentar un proceso de innovación a lo largo de cadenas productivas.

Así, se requiere la creación de un ambiente competitivo, en el cual todos estén comprometidos, para lo que en el país deben diseñarse condiciones particulares en materia de creación, organización y manejo de las empresas, así como de competencia, principalmente si está alimentada o inhibida por las regulaciones y las actitudes culturales frente a la innovación, la ganancia y el riesgo.