Mosaico transatlántico

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3 A continuación Eusebio y Antonio embarcan de nuevo en dirección a La Habana y prosiguen poco después su viaje de Cuba a España, donde visitan Cádiz, Sevilla, Málaga, Granada, Gibraltar, Madrid, Burgos y el País Vasco. Desde España siguen un largo recorrido por Francia, Italia, Grecia, Turquía, Tierra Santa y Egipto, para regresar a Matanzas el 28 de marzo de 1845. Los dos hermanos Guiteras habían realizado su particular grand tour, ampliado con otros países de Oriente. Laura Guiteras, sobrina de Eusebio y primera biógrafa del autor, señala: “Even while at school he and his talented brother Antonio has conceived the idea of establishing an institute of learning, of which it stood in such sad need, in their native city of Matanzas. It was with this end in view, and in order to perfect themselves in the modern languages, that they left Cuba in 1842, travelling extensively” (Guiteras, 1894: 100).

4 El primer libro contiene el viaje a Estados Unidos, Canadá y parte del viaje a España (Andalucía y Madrid); el segundo continúa en la Península Ibérica, Francia, Italia, Grecia y Turquía; el tercero comprende el trayecto a Tierra Santa, Egipto y el regreso a Matanzas. Eusebio Guiteras no publicó sus libros de viajes, cuyos autógrafos se conservan en la Universidad de Florida y han sido transcritos y editados recientemente (Aguilera Manzano y Lupi, 2010), y que sigo para reproducir el texto. No obstante, algunas de estas impresiones se publicaron en forma de artículos en las revistas El Faro Industrial y La Verdad Católica, tal y como señala Jenny Páez Morales (2014). Así aparecieron “Impresiones sobre Nápoles”, “Relación de un viaje a Grecia”, “Impresiones sobre Turquía”; y entre 1858 y 1864 se publicaron en La Verdad Católica en varias entregas el viaje a Jerusalén, una crónica de gran repercusión, pues Antonio y Eusebio fueron los primeros matanceros en visitar el Santo Sepulcro (Páez Morales, 2014). El propósito del viaje referido por Laura Guiteras como preparación y formación para la creación de un instituto ha hecho pensar a José María Aguilera Manzano que estos libros de viaje se concibieron como un manual para estudiantes cubanos (2010: 42).

5 Así escribe en su diario al divisar el cabo de San Vicente: “Allí estaba el continente europeo; allí está esa vieja Europa; allá está ese antiguo mundo con su historia de 50 siglos, con sus sólidos movimientos. ¡Cuanta transformación! ¡Cuanta grandeza y cuanta miseria! Tal pensaba yo las grandes épocas que han pasado por el mundo antigua. La creación del hombre. Adan, los imperios que se levantan i caen i se unden i se vuelven nada. La fuente de la civilizacion que nace con el sol en el Oriente i que vemos nosotros cada dia pasar al Occidente: cuantos nombres ilustres estan escritos en la portada de ese inmenso, espléndido teatro” (Guiteras, 2010: 82).

6 Los tres hermanos Guiteras Font, Pedro José, Antonio y Eusebio, se casaron con Rosa, Teresa y Josefa Gener y Puñales respectivamente, sobrinas de Tomás Gener, una de las figuras más importantes del grupo de liberales de Matanzas en el primer tercio del siglo XIX (Páez Morales, 2014).

7 A pesar de que Laura Guiteras señala que Eusebio y su hermano Antonio fundan “La Empresa” en 1850, lo cierto es que esta institución había sido constituida como colegio en 1840, gracias a la formación de una sociedad de accionistas entre los que se encontraban las familias más influyentes de la ciudad, entre ellas la de Guiteras, en concreto el hermano mayor, Pedro José. Bajo la dirección de Eusebio y Antonio “La Empresa” se convirtió en uno de los centros educativos de más prestigio de la ciudad y en 1855 se amplió como centro de enseñanza secundaria (Páez Morales, 2014). Es preciso señalar además, como indica Juan Francisco González García, que el periodo de dirección de los dos hermanos Guiteras “coincide con su momento más definidamente patriótico y de proyección independentista” (en Páez Morales, 2014).

8 Libro primero de lectura (1856), Libro segundo de lectura (1857) y Libro tercero de lectura (1858), publicados por la Imp. de J.K. y P.G. Collins. En 1868 se editó en Matanzas (Sánchez y Cía.) el Libro cuarto de lectura. De ellos escribirá José Martí en la necrológica al autor publicada en Patria: “En sus libros hemos aprendido los cubanos a leer: la misma página serena de ellos y su letra esparcida, era como una muestra de su alma ordenada y límpida: sus versos sencillos, de nuestros pájaros y de nuestras flores, y sus cuentos sanos, de la casa y la niñez criollas, fueron para muchos hijos de Cuba, la primera literatura y fantasía” (Martí, en Meza y Suárez Inclán, 1908: 28-29).

9 Las última referencia del volumen que puede ayudar a situar cronológicamente el año de escritura es finales de 1886, pues se menciona la estatua de la Libertad, inaugurada el 28 de octubre de ese año. La Biblioteca Nacional de España lo registra en el año 1888. Guiteras publica también en 1886 en la misma colección Irene Albar: novela cubana.

10 Todos los biógrafos de Eusebio Guiteras señalan el año 1869 como la fecha de su partida a Filadelfia. Así lo hace Laura Guiteras (1894: 108), le sigue Meza y Suárez Inclán, aunque sin concretar (“por el año 1869”) (1908: 12) y Aguilera Manzano (2010: 14). Sin embargo, como se verá, Guiteras se encontraba ya en Estados Unidos durante las elecciones de noviembre de 1868.

11 “Les Américains, qui sont toujours froids dans leurs manières et souvent grossiers, ne se montrent presque jamais insensibles, et, s’ils ne se hâtent pas d’offrir des services, ils ne refusent pont d’en rendre”; “Les Américaines, qui gardent presque toujous un maintien posé et un air froid”, escribe Alexis de Tocqueville en De la democratie en Amérique, de 1835 (1961: II, 245 y 307), uno de los textos fundadores del estereotipo del norteamericano, junto con la novela de Gustave de Beaumont, Marie ou L’esclavage aux État-Unis (1835).

12 En la novela de Beaumont el viajero, narrador de los acontecimientos, afirma categóricamente: “Il y a, aux Etats-Unis, deux choses d’un prix inestimable, et qui ne se trouvent point ailleurs: c’est una société neuve, quoique civilisée, et une nature vierge. De ces deux sources fécondes découlent une foule d’avantages matériels et de jouissances morales” (1840: 25).

13 Esta experiencia provoca en el joven criollo una reflexión sobre la esclavitud en relación con su patria: “En el campo de este país tiene el cubano mucho que admirar: siempre se camina sobre una tierra pésima, i cubierta sin embargo de excelentes frutos, merced al buen cultivo i a la continua mejora de utensilios, mejoras que tienden siempre a la disminución de brazos i de fatiga i que da lastima no se introduzcan en la isla de Cuba ¿Por qué no ha de ser esta una de las bases para desterrar de nuestro seno esa multitud de esclavos que nos está amenazando? ¿Por qué no se trata de disminuir el número de brazos? Entonces pocos serán los que vengan, i como naturalmente la escasez aumentará los precios, las compras no deberán ser tan numerosas” (Guiteras, 2010: 53). Este problema se convierte en un asunto sobre el que reflexiona el autor en Un invierno en Nueva York, y que precisa un amplio estudio.

14 Los hermanos Guiteras contribuyeron en su proyecto educativo a la formación de las mujeres. Así, en 1847, Pedro José Guiteras, el hermano mayor de Antonio y Eusebio, escribió el informe “Influencia de la mujer en la sociedad cubana, el estado de su educación y los medios para mejorarlo y extenderla”, en el que defendía la necesidad de la educación femenina, en palabras del autor, “para proporcionar a aquellas una instrucción primaria sólida, que habituándolas a pensar y analizar facilite a su entendimiento y a su corazón todos los auxilios que concurren a formar una educación intelectual y moral” (en Páez Morales, 2014). En ese mismo año se abrió “La Empresa y colegio de niñas Santa Teresa de Jesús”, donde fue profesor Antonio Guiteras. Por su parte, Eusebio Guiteras publicó en revistas femeninas artículos en los que abogaba por la igualdad de la capacidad intelectual de hombres y mujeres. Así, en “Lo que dicen las tijeras” puede leerse: “Cree que la cabeza de una mujer es la misma capacidad que la de un hombre y por consiguiente puede contener cosas que los hombres aprenden y las mujeres no” (en Páez Morales, 2014).

15 Beaumont anota en su Marie, respecto de la educación de las mujeres: “La trait le plus frappant dans les femmes d’Amerique, c’est leur supériorité sur les hommes du même pays. L’Américain, des l’àge le plus tendre, est livré aux affaires : à peine sait-il lire et écrire qu’il devient commerçant : le premier son qui frappe son oreille est celui de l’argent ; la première voix qu’il entend, c’est de l’intérèt ; il respire en naissant une atmosphère industrielle, et toutes ses premières impressions lui persuadent que la vie des affaires est la seule qui convienne à l’homme” (1840: 337-338).

16 Nótese, no obstante, la radical distancia que existe entre la realidad que contempla Guiteras y la que retrataba en 1835 Beaumont : “La vie sédentaire et retirée des femmes, aux État-Unis, explique, avec les rigueurs du climat, la faiblesse de leur complexion ; elles ne sortent du logis [...] Telle est cette vie de contraste, agitée, aventureuse, presque fébrile pour l’homme” (1840: 338).

Las estadounidenses visitan España. La literatura de viajes entre el testimonio y la mercancía (1883-1914)1

Mauricio Zabalgoitia Herrera Ibero-Amerikanisches Institut (Alexander von Humboldt Stiftung)

 

I am so very old that my past is wrapped in a thick veil of myth and tradition, but I think I must be Spanish, for I am never without a fan and mantilla.

Merrydelle Hoyt, Idilios mediterráneos, 1914

Con la dinamización de los mercados y el nuevo orden mundial que instaura la industrialización europea, el viaje burgués adquiere un sentido múltiple. No sólo se consolida la figura del viajero de negocios, que en muchos casos es una forma “civilizada” de nombrar al antiguo colono, sino que familias inglesas o estadounidenses con la vida material resuelta comienzan a viajar y a explorar los exóticos espacios “no del todo” civilizados de Europa, América, África y Asia.

Uno de estos, y que por su situación geográfica adquirió una notable fama, fue la tradicional y antigua España. A ella viajaron no sólo numerosos extranjeros con sus familias para experimentar los placeres de lo arcaico y desconocido, sino un nutrido grupo de profesionales de un género en ascenso: el relato de viajes. Beatriz Ferrús explica cómo se trata de “un momento de notable repercusión para la historia de las relaciones entre España, Norteamérica e Hispanoamérica, que coincide con los procesos de descolonización y la formación de los estados nacionales, al tiempo que con la aparición de los grandes procesos neocoloniales” (Ferrús, 2011: 13). En esta estimulante experiencia, fueron muchas las mujeres que, solas o acompañadas, emprendieron una tarea mucho más compleja. Una tarea ligada a la fantasía, además de a los fines del texto que las provocaba: describir, informar, comparar y, en algunos casos, invitar al lector (o lectora) a viajar. Estas mujeres desempeñaron dicha labor según los preceptos cientificistas de un género “de lo real”, y, a su vez, ensayaron y confrontaron más vívida y creativamente una visión de sí mismas —y de las reglas, normas y leyes de su cultura civilizada—, desde una posición aventajada: la de estar entre dos —o más— mundos, idea sobre la que volveremos más adelante.

Acaso vale decir ahora, en términos prácticos, que estas esposas o solteras recorrieron de norte a sur y de este a oeste la pintoresca España —aunque no siempre resultara serlo—, y que al hacerlo “desafiaron su destino simbólico, haciendo suya la palabra que había de nombrar al otro” (Ferrús, 2011: 14; cursivas en el original). En esa afrenta al orden simbólico se liberan y nombran espacios no del todo visibles o experimentados por el punto de vista letrado masculino; y nuevas formas de fetiche y mercantilización se abren paso desde el imparable poder del capital, si pensamos en las consabidas definiciones de Marx. A este respecto, no olvidemos que nos encontramos en el siglo que instaura el liberalismo y que marca el cambio de un orden económico a otro, y que en el caso de España va de la posesión de tierras y linajes a la circulación de mercancías y del dinero como nueva fuerza. En este contexto, el viaje, como quintaesencia finisecular del mundo moderno, global y en movimiento, e interconectado por sorprendentes formas de comunicación y transporte, se convierte en los relatos de escritura femenina en un sofisticado material de las sociedades ricas; y su marca de género, su desviación del punto de vista masculino, lo distingue de los textos al uso de su clase.

En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, la literatura de viajes ya se encuentra bien instaurada como un uso y disfrute de las sociedades burguesas e industrializadas. En un cambio de siglo en el que las coloridas mercancías mostradas por estos textos híbridos no están al alcance de todos, el consumo de esta literatura se dispara. Y frente al naturalista, que no deja de ser un esteta romántico (Ferrús, 2011: 17), la naturalista romántica abre, a su vez, espacios nuevos para fantasear y desear. Esos espacios, en el caso de España como referente real o transformado, constituían no una lejanía imposible e inalcanzable, como las de Asia o las antípodas, sino un mundo embrujado por la tradición, pobre pero exótico, romántico en diversas maneras, aunque sobre todo cercano. Y si esta experiencia era vivida por mujeres que contrastaban con los “ángeles de los hogares” victorianos, los fetiches aumentaban con llamativas y deliciosas posibilidades. Susan Hale, Katherine Lee Bates y Merrydelle Hoyt son tres estadounidenses que configuran un marco temporal destacado, el del cambio de siglo.


Susan Hale, ca.1865


Katherine Lee Bates

Como resultado de intensos viajes, la también artista plástica bostoniana, y soltera, Hale, publica en 1883 A Family Flight Through Spain. Con un sugerente título, en 1900, Lee Bates, conocida por el patriótico poema “America the Beautiful”, presenta Spanish Highways and Byways. Y, finalmente, ya en 1914, aunque con la retórica finisecular llevada hacia nuevos terrenos de ficcionalización, Merrydelle Hoyt sorprende al subgénero con sus Mediterranean Idyls. As Told by the Bells.

En estos viajes resaltan geografías como la andaluza o la madrileña, por la consabida variedad de prácticas, expresiones y símbolos castizos o sureños. Nosotros, a este respecto, nos hemos preguntado qué papel jugaron estos relatos en términos metonímicos. Con esto queremos decir, en cuanto a presentar lo andaluz o lo castizo como medida de todo un país, sobre todo a la hora de situar al mismo en el creciente mercado del turismo, y en el seno de la compra y venta, por así decirlo, de bienes culturales simbólicos, que se revelan como mercancías de enorme y preciado valor. Estos bienes llevan dentro de sí el peso de la tradición, de la devoción, de lo mítico y lo ritual, por eso pensamos que funcionan como una suerte de “testimonios”; y, lo que es mejor: pueden ser adquiridos, aunque sólo sea en universos de papel, ilustraciones y el acto en sí de soñar y desear que la literatura de viajes ejerce con su semiótica particular. Pero también dichos bienes, como mercancías, son creencias, rituales, vestidos, comidas, celebraciones y, en términos mucho más sutiles, toda una serie de prácticas destinadas a “vivir”, lo que no es poco.

La literatura de viajes femenina, entre el testimonio y la mercancía

Diversos mecanismos han implementado los estudios históricos y literarios para comprender y reinterpretar el fin de siècle español. Una instancia de gran productividad ha sido la que ha aunado géneros mal considerados “menores”, como la literatura de viajes, aunque desde un punto de vista extranjero. Así, más allá de concienzudas y repetidas lecturas sobre las literaturas nacionales, en un extremo, o sobre una diversidad de textos históricos, en el otro, en las crónicas y pasajes (escritos por hombres) se han sabido encontrar visiones muchas veces curiosas pero siempre fértiles en términos de cómo fue percibida la España de finales de siglo ante los ojos de profesionales de las letras y los viajes. Washington Irving, Richard Ford o George Borro son viajeros-narradores varones cuyos textos han resultado capitales en cuanto a la comprensión de la España decimonónica y finisecular, así como sus imágenes y representación; no ha ocurrido así, en cambio, con textos de mujeres escritos en experiencias similares (Ferrús, 2014).

A este respecto, pensamos que la recuperación de estos sofisticados artefactos de percepción de la imagen, la cultura y la sociedad, ha sido bien contrarrestada con la imagen autopercibida por los cronistas, periodistas y costumbristas de las letras y las artes españoles. Pero también es importante mencionar cómo en el perfil y origen de estos enunciadores se ha buscado un prestigio dado por su condición de género —un mundo moderno de hombres ha de ser retratado por hombres— y, además, por su condición nacional.

En medio de la vorágine civilizatoria de la Revolución Industrial, quienes mejor podían retratar serían los ingleses y estadounidenses —o, en su defecto, europeos de países ya industrializados. Fuera de aquí dejamos, por el momento, la posibilidad de que otra clase de cronistas, sea por su condición periférica a la modernidad o por una brecha cultural mucho más marcada —y, por ende, tal vez, un tanto más objetiva—, tuvieran algo más que decir al estar fuera de la dicotomía civilización/atraso. Nos estamos refiriendo a viajeros (o viajeras) latinoamericanos/as, africanos/as, asiáticos/as. Sin embargo, desde dónde sí es posible partir, aquí y ahora, es de la posibilidad —estudiada ya por expertos en el tema (Ferrús, 2011, 2013, 2014; Egea 2009)— de que una veracidad, a la vez imaginativa y liberada, proviniera de mujeres que encontraron un intersticio para producir con una marcada paradoja de soltura y determinación. En los pliegues de un género híbrido y menor, y por lo tanto menos sensible a los rígidos dominios heteropatriarcales, extranjeras viajeras encontraron un espacio creativo y fértil para ensayar la mirada propia y ajena, descomponiendo muchas veces los límites de la lengua, la retórica y los diferentes dispositivos de la escritura moderna.

La mirada de la mujer viajera, profesional de las letras y el retrato antropológico, va de la pasión por lo nuevo y lo exótico, como es de esperarse, a niveles más hondos de crítica, autoconciencia y, en lo que a nosotros interesa, una sensibilidad única y destacada para los mecanismos del mercado, en el seno de uno de los mayores impulsos mundializantes. Nos referimos a la mercantilización de los bienes culturales encontrados en las geografías visitadas, y reconfigurados como artefactos para la nonfiction en forma de literatura de viajes.

Si bien se trata de un género que no mantiene una relación directa con testimonios en un sentido formal, parece que sí hay materiales de la realidad, a manera de textos verbales o no, que deben permanecer intocados y pasar “fielmente” a la escritura. Al igual que en la nonfiction, en dichos relatos también se dan transformaciones de esos espacios y materiales; estos se negocian en un particular cruce de tensiones entre ficción, reflejo, fidelidad, experiencia, punto de vista e imaginación. Por ello pensamos que las viajeras-narradoras que emergen hacia finales del XIX darían una vuelta de tuerca más a este entramado. Quienes firman son mujeres y esto conlleva no sólo los estereotipos o límites ligados a su escritura, sino la promesa de algo más. De ahí que, frente a cierto conservadurismo viajero en los mundos, a caballo entre lo real y lo inventado, de Hale, los caminos trazados por Lee Bates se presenten como un proceso más destacado de reflexión (y hasta de aprendizaje) en términos de lo femenino y lo social, aunque no deje por ello de haber actividad fantaseadora. Así, su uso y transformación de los testimonios culturales le sirven para hablar, por ejemplo, de la situación de España y de sus mujeres. De ahí que Ferrús hable de una paradoja al referir el texto de Hale, “que acerca hasta volver indisociables la atrocidad y la fascinación, [y] forma parte del mismo movimiento de vaivén, de contradicción productiva que acompaña a la sociedad española y forma parte de su esencia” (Ferrús, 2013).

Ahora bien, creemos que los diversos niveles tocados por cronistas como Lee Bates resultan más hondos, y a la vez más plausibles en el nuevo orden mercantil, no sólo por la especificidad del punto de vista femenino, algo que a estas alturas no sólo es discutible como categoría científica, sino que hasta resulta necio en su afán justificador de una diferencia esencial, y por lo tanto supeditada a la escritura masculina. Lo son por el hecho simple de que quien habla y observa lo hace desde la cualidad de estar a medio camino entre esos dos o más mundos que antes hemos apuntado: el letrado de hombres y sus reglas, y el de la propia condición de género, a su vez sometida y poseedora de sus propios bienes: lo doméstico y sus leyes, pero también lo cotidiano y sus rituales de alimentación, vestido, intercambio… que apuntan en general a las ceremonias de procuración diaria de la vida. Estos bienes “femeninos” sirven como instancias para mirar fenómenos y prácticas que para el ser masculino ilustrado resultan completamente invisibles. Estos serían los “testimonios” con los que trabaja la narradora-viajera. A este respecto, acaso podríamos hablar de una transculturación en la escritura femenina de viajes: una sofisticada negociación entre las dimensiones de lo vital, lo fenoménico, lo social y lo comercial.

Con esto no estamos instaurando una suerte de superioridad a priori en dichas escrituras por el simple hecho de la marca del género; así tampoco estaríamos liberando dichas escrituras de los prejuicios e imagotipos tan fértiles en el costumbrismo, romanticismo y naturalismo de la escritura finisecular, y mucho menos del peso de la mirada imperial o colonial del capitalismo industrializado. Lee Bates, a pesar de ahondar en descripciones que buscan certeza y reflexión, y por ende de buscar escapar de los tópicos y estereotipos, no huye de la lógica productora y mercantil. Ferrús así lo describe:

 

Spanish Highways and Byways es, además, un libro de descubrimiento donde el mundo se revela como un palimpsesto de sentidos complementarios, paradójicos o en abierta oposición; una recopilación de coplas, historias y relatos folklóricos que muestran el gusto de la autora por estos géneros, en tanto síntomas de la sociedad que se visita y de su historia. Si a alguna conclusión llega Lee Bates es a la de que cada nación tiene sus agujeros negros, pero también sus puntos de luz, puesto que toda sociedad tiene una herencia que entregar al resto del mundo. (Ferrús, 2013)

En todo caso, quizá, a pesar de ser burguesas, letradas, escritoras, profesionales y anglosajonas de la época, su instancia es propia, es única y es fértilmente constructiva en el nuevo orden mundial: el de los sujetos y sus vidas como mercancías de turismo y de cambio identitario; el de las culturas y sus rituales como fantasías mercantiles en el teatro moderno.

Es en estos términos en los que nos preguntamos cómo los relatos de viajes femeninos sortean, reordenan y resignifican un mundo concebido como una inmensa colección de mercancías, como aseguraba el Marx de El capital; pero también cómo lo dinamizan y lo hacen más complejo, desde el deseo y la fantasía, porque, como el mismo Marx argumentaba, el mundo desde el capital es una gran colección de mercancías, en el que, a su vez, la imparable energía del plusvalor necesita constante y nueva producción de las mismas. Esto no quita que en los relatos de viajes de mujeres no existan instancias transformadoras o revolucionarias que, al mismo tiempo y paradójicamente, ejercen mecanismos dominantes y neocoloniales. En todo caso, en cuanto a la naturaleza de las mercancías, el hecho de que provengan del “estómago” o de la “fantasía”, según la célebre nota al pie de Marx en el tomo I de El capital, no cambia sus propiedades.

Lo anterior puede explicar mejor cómo es que Hoyt decide narrar su experiencia viajera a través de la voz de las campanas (y otros objetos, como una almohada o una botella), enunciando desde otro lugar, uno mucho menos solemne que el de Lee Bates, a medio camino entre la experimentación de vanguardia y un tono de narración infantil. En este no sólo se reconocen los estereotipos de lo andaluz, por ejemplo, sino que se refuerzan y envuelven con el brillo de lo “animado” y de lo fantástico, en términos cercanos a lo que unas décadas después eclosionará en el cine tipo Disney. El inicio de su periplo muestra la astucia de un texto en el que, como en todo artefacto neoimperial de secuestro y uso de los bienes culturales extranjeros —en lo que el citado cine alcanza una maestría sin precedentes—, tras un efecto de humor y ligereza subyacen mecanismos nada inocentes de mercantilización: “I’m so very old that my past is wrapped in a thick veil of myth and tradition, but I think I must be Spanish, for I am never without a fan and mantilla. Although a century or two has passed over my head, I am still called beautiful” (Hoyt, 1914: 11).

En todo caso, tanto en una como en otra autora, proponemos que lo que se revelan son experiencias novedosas, en cuanto a que son nombradas e incorporadas al mundo burgués y lector, aunque muchas provengan de lógicas arcaicas, incluso todavía consideradas medievalistas en la España de finales del XIX y principios del XX. También hay que destacar que algunas de estas “vivencias testimoniales” provienen, más bien, de una comunicación entre mujeres; o de la puesta del acento en circuitos de producción ejercidos por ellas, sea en la esfera del hogar, de la vida en comunidad, de la tradición, o en los resquicios, en ascenso de emancipación, de lo cultural y lo artístico. Esto, sobre todo, en Lee Bates.

Finalmente, una cuestión que no podemos olvidar en este punto es el hecho, reconocido también en El capital, de que la lógica del plusvalor y el mercado se da desde una relación social. Esta relación, si es que la llevamos a los mundos descritos y ficcionalizados por estas mujeres estadounidenses (sea en el extremo de la solemnidad crítica o en el de la caricatura), produce, entonces, hombres y mujeres, pero a la manera en la que Foucault comprendió la propuesta de producción social en el juego descrito por el filósofo alemán; es decir, no como una producción de hombres (y mujeres) como naturales —como los produciría la naturaleza—, sino como algo que aún no existe y no se sabe cómo será (en Hard y Negri, 2011: 150). Ese “cómo será” Lee Bates lo resuelve en una confrontación de la burguesa y letrada (y no del todo emancipada) frente a la arcaica y subyugada (pero plena de tradición). Por su parte, Hoyt se decanta por el imagotipo cultural, agradable para el consumo.

Estas apresuradas conclusiones no hacen más que generar dudas: ¿qué tipo, entonces, de mujeres (y hombres) producen estas naturalistas? ¿Qué papel juega la española (y lo español) como testimonios (aunque transformables)? ¿Qué ven de sí mismas y de sus mundos? ¿Y qué mercancías para alimentar el hambre, la mente o la fantasía producen con sus escrituras? Y, por último, la imagen retroproyectada por estos actos de producción social, de confección de nuevas humanidades, ¿qué le dice a la española, al español y al mundo?

Sin afán por responder aquí estas cuestiones, cabe recordar que para Foucault era importante no reducir la noción marxista de la producción social del “hombre por el hombre” (Hard y Negri, 2011: 150), que nosotros intentamos llevar al efervescente contexto de los encuentros internacionales desde la literatura de viajes femenina, a una producción económica en el sentido tradicional. Más bien se trataba de una “innovación total” en la que no se da una sencilla relación sujeto/objeto, sino que en términos de lo que el francés terminará denominando “biopolítica”, en este tipo de relaciones, a la vez dominantes y liberadoras, el ser humano es productor y es producido (Hard y Negri, 2011: 150). Por eso, quizá, Mary-Louise Pratt las llama también “exploradoras sociales” (en Ferrús, 2011: 19), y en esta confluencia Ferrús (2011: 19) nos recuerda el ascenso del feminismo y la profesionalización de las escritoras, lo que no deja de ser fundamental para comprender formas novedosas de fetichización.

Con esta breve introducción hemos querido presentar la manera en la que algunas “viajeras de la fantasía” pueden ser abordadas, en un marco que puede ir desde algunas referencias al mencionado texto de Hale, sobre todo para determinar el inicio de un marco temporal finisecular, a un trabajo más profundo con las obras mucho más complejas de Lee Bates y Hoyt.

En resumen, una lectura fértil de estos ejemplos de literatura de viajes puede mostrar los procesos de (auto)conciencia de la modernidad anglosajona, aunque ocurra en ese espacio abierto por la intención de narrar lo otro, en este caso pintoresco, arcaico y detenido en el pasado, como una suerte destacada de testimonio generador de mercancías. También el tipo específico de “actividad productora” de hombres y mujeres, ejercida por estas “exploradoras sociales”, a la hora de adaptar lo propio frente a las posibilidades de un llamativo mercado en el nuevo orden mundial y transatlántico: el de las geografías del atraso como territorios detenidos en el tiempo, pero a la vez reveladores de otras temporalidades y vidas. De viejos/nuevos espacios por conquistar.

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