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Capítulo 2 La enemistad y el enemigo ‘capital’: conceptos para ingresar en el mundo de las pasiones
Emociones y enemistad

La historia de las emociones o de los sentimientos inaugurada por Lucien Febvre105 forma hoy parte de la nueva historia cultural.106 La historia como disciplina, y pese a algunos intentos primigenios, ha llegado más de un siglo tarde al reconocimiento de la posibilidad real de incluir a las emociones en el estudio de los procesos históricos. 107 Es solo en los primeros años del siglo xxi cuando los historiadores han comenzado a apropiarse con mayor seguridad de un concepto cuya definición sigue en discusión,108 pero que, en el conjunto de obras de las ciencias sociales, la neurociencia y la psicología posee ya una abundante gama de trabajos de investigación.109 Antes aún de que surgieran preocupaciones disciplinarias por el tema de las emociones, la conciencia de su importancia ya rondaba entre teólogos como el obispo y profesor decimonónico de la Universidad de Chile, don Justo Donoso. El autor del Manual del párroco americano se preguntaba: “¿Qué es la historia del género humano sino el cuadro de las pasiones humanas desenfrenadas?”.110 A pesar de que, al contrario de los filósofos antiguos, de los escolásticos y neoescolásticos, opinaba que en sí mismas las pasiones no eran buenas ni malas, afirmaba de forma radical que ellas eran la causa de las revoluciones, los asesinatos y las devastaciones. Creía que bien dirigidas podían producir felices efectos, aunque no explicaba cómo esto podía funcionar para pasiones como el odio y la cólera.

En este capítulo vamos a detenernos únicamente en un ángulo mínimo de las posibilidades analíticas que ha abierto la historiografía “emocionológica”111 y es en el tema de las pasiones, específicamente en una manifestación de estas relacionada con el odio y con la ira, que, entre otras, conllevan a la enemistad.

La pasión en cuanto afección es algo que se padece, ya sea desde el dolor o desde el placer. Para Aristóteles, la apetencia, el miedo, la ira, el coraje, la envidia, la alegría, el amor, el odio, el deseo, los celos y la compasión eran parte del espectro de la pasión. La diferencia entre pasión y emoción puede estar relacionada con su permanencia temporal. Mientras que la emoción se experimenta en un tiempo presente, la pasión puede proyectarse al futuro y convertirse en algo grave. Los sentimientos serían algo más duradero y definitivo.112 Sin embargo, los escritores antiguos no establecían diferencias entre la emoción y la pasión, pero sí consideraban categorías presocráticas opuestas como mundo sensible y mundo inteligible que en Tomás de Aquino serán reemplazadas por el apetito sensitivo y el apetito intelectual. Al apetito sensitivo corresponderían las pasiones y al apetito intelectual la voluntad, encargada de doblegar a las pasiones.113 En su obra Itinerario para párrocos de indios, el obispo de Quito, don Alonso de la Peña Montenegro (1596-1687), veía el origen de las pasiones en las potencias sensitivas. A su vez, siguiendo al médico Diógenes de Apolonia, relacionaba las pasiones con causas fisiológicas. La calidad de los humores, según las teorías médicas en boga, influía en la alteración de las pasiones, pero la acción del demonio era la que en última instancia podía ocasionar amor o aborrecimiento hacia el prójimo e interferir con el libre albedrío.114

La aproximación a las pasiones producidas por la enemistad nos interesa en particular, en la medida en que las emociones y el lenguaje están íntimamente vinculados. Aunque la emoción o la pasión no son palabras, se propagan por medio de palabras.115 Vamos a tratar de entender qué tipo de pasiones específicas rodean a los conceptos de enemistad y de enemigo capital y qué uso se hace de esos conceptos jurídicos en la vida cotidiana y en medio de conflictos específicos. También trataremos de entender si en las sociedades americanas de los siglos XVI y XVII los enemigos y enemistades capitales producían similares reacciones y sentimientos en los casos en que se hacían presentes.

Hemos llegado a los conceptos de enemistad y de enemigo capital de la mano de diversos expedientes de tipo criminal e inquisitorial en los que la afluencia de pasiones es un elemento común. El acercamiento a pleitos por injurias, libelos y asesinatos está colmado de la expresión “declaro que es mi enemigo capital” o “declaro que no es mi enemigo capital”, de donde nos parece de suma importancia entender su contenido y relevancia jurídica que al parecer ignoraba Manuel Tejado Fernández cuando se refirió al concepto de “enemigos capitales” como a un “manido apóstrofe”.116 Igualmente, tendremos que discernir si el concepto de enemigo mortal es igual al de capital o no y cuándo se usaba ese término alternativo. El mismo concepto lo encontraremos en el capítulo 3, donde hacemos alusión al “sangriento enemigo”.

Los tratadistas jurídicos españoles parten a menudo de las Leyes de las Siete Partidas para su definición de enemistad capital o de enemigo capital, usando también a juristas reconocidos en la época como Eugenio de Narbona, Prospero Farinacci, Marco Antonio Blanco y Giacomo Menocchio.

En las Siete Partidas, la enemistad capital es definida en términos generales como la “malquerencia con mala voluntad que tiene el hombre contra su enemigo por razón de la deshonra o del tuerto que hizo a él o a los suyos”.117 Esta definición se amplía cuando se trata específicamente del enemigo capital. En el libro 6, título 33, partida 7 eran considerados como parte de esta categoría, a) el que mató al padre, la madre u otro cualquier pariente hasta el grado cuarto de consanguinidad, b) el que lo acusó de algún delito que si se probara merecería la pena de muerte, la pérdida de algún miembro, el destierro o la pérdida de sus bienes o la mayor parte y c) el que desafía a otro. Pero además de estos casos, el licenciado Antonio de Quevedo y Hoyos118 consideraba que la enemistad capital podía contraerse en los casos de obra:

Cuando alguno ofendió e injurió a otra persona dándole bofetada o con algún palo o leño porque si el ofendido fuese persona noble, el que cometió este delito será castigado como traidor y alevoso, aunque la ofensa se hiciese cara a cara y rostro a rostro, según lo dice Narbona; porque la injuria cometida con este instrumento y desta calidad es atrocísima y en España particularmente se tiene por la mayor deshonra.119

A esta observación añadía que la enemistad se contraía también por quitar bienes, echar a alguno de su casa, quitarle a alguno su mujer, echarle en prisiones, entrar a su casa con armas y violencia rompiendo la puerta, el divorcio entre marido y mujer por presumirse que si se solicitaba era por la intención de uno de los cónyuges de buscar la muerte del otro.

Quevedo y Hoyos afirmaba, además, que la enemistad capital por actos de palabra no hacía parte del derecho real, pero que, si se apelaba al derecho común, los casos se contraían por 1) decir palabras graves en ausencia o presencia del implicado tales como judío, moro, cornudo, o a la mujer puta. Si ella estuviere casada la enemistad se contraerá también con su marido. Si la persona es noble la injuria es mayor y similar a si hubiera pérdida de la vida; 2) la amenaza de muerte o de grave daño; 3) el quitar el habla, no saludar o no hacer cortesías, como el gesto de quitarse el sombrero o no dar la paz en la iglesia;120 4) el escribir contra otro, memoriales injuriosos, el fijar carteles llamados por el derecho libelos infamatorios en que contenían palabras injuriosas como las mencionadas antes.

Veamos ahora si el concepto de enemigo capital es sinónimo del de enemigo mortal. La condición de enemigo capital en un juicio era la única razón válida que impedía a alguien ser testigo en un juicio de tipo inquisitorial contra algún otro. Si bien para la Inquisición cualquier testigo era válido y de las más terribles condiciones (infames, criminales, perjuros, excomulgados), el enemigo mortal era el único no aceptado porque alguien que ya hubiera atentado contra la vida del acusado, jurado matarle o haberlo herido, no tendría ningún reparo en levantarle un falso testimonio de herejía. Según la definición que usaba la Inquisición, enemigo capital y enemigo mortal eran equivalentes.

En términos generales, Sebastián de Covarrubias definía al enemigo como el adversario, el mismo demonio121 o el reconciliado.122 Alguien de cuidado que se movilizaba por la venganza, los ardides y las traiciones.123 En Luz del alma cristiana, Felipe de Meneses consideraba al demonio como un enemigo capital “que nunca trata sino de nuestra muerte”124 y lo comparaba con un hombre que aborrece “entrañablemente” a otro, al cual deseaba “matarle y beberle la sangre”.125 Un hombre que no descansaría ni recuperaría la honra hasta no quitarle la vida a ese otro.

La enemistad como estrategia jurídica

El alegato de defensa del portugués descendiente de hebreos por línea materna,126 de 66 años, Luis Gómez Barreto, depositario y regidor de Cartagena en 1636 y varias veces alcalde de la ciudad, sirve para ejemplificar cómo la gente de esa época utilizaba el concepto y cómo lo usaba en su defensa, así como para individualizar las pasiones provocadas por ese tipo de enemistad o que asimismo eran causa de la enemistad. Los enemigos capitales eran sujetos de incriminación y ese caso específico de la acusación de ser judaizante que se le imputaba a Gómez Barreto. Juan Rodríguez Mesa, Francisco Piñero y Blas de Paz Pinto fueron señalados por el acusado como sus “enemigos capitales”. Es muy importante conocer cuáles fueron los altercados y las palabras específicas que los convirtieron en tales.

Un proceso como este nos muestra de qué forma el concepto de “enemigo capital” era en sí mismo una categoría jurídica que servía para invalidar testimonios y podía convertirse a su vez en una estrategia jurídica para evitar testigos y testimonios comprometedores.

Luis Gómez Barreto fue acusado de apóstata de la fe católica por haberse pasado a la “caduca, muerta y reprobada ley de Moisés, pensando salvarse en ella”.127 De todas las acusaciones que se le hicieron como judío judaizante dijo que eran mentiras. A esto agregó que los testigos que depusieron contra él eran “singulares diversificativos”128 porque además de no ser nobles eran todos “ judíos infames, criminosos, perjuros y presos en este Santo Oficio”,129 “demás que me presumo son mis enemigos”130 y “me han levantado este falso testimonio”.131 Después de ello procede a nombrarlos: “Y me temo de Juan Rodríguez Mesa y tacho por mi enemigo capital, que siempre lo fue, desde el año de seiscientos y veinte y siete, en el cual nos quitamos el habla el uno al otro y la comunicación, hasta el de seiscientos y treinta y cuatro, porque teniendo yo embarcados muchos negros para Portobelo, me embargó la fragata en que iban”.132 En 1634 tuvieron que hablar de nuevo por otro negocio, pero aunque volvieron a comunicarse, “siempre fue sobre peine”.133 Después de esto volvieron a litigar porque Rodríguez Mesa no le quiso pagar unas deudas como apoderado de Simón Rodríguez Bueno. Como Gómez Barreto lo cobró “por justicia”,134 volvieron a enojarse, imputándole Rodríguez Mesa que le “quería quitar su crédito y reputación”,135 amenazándole con que, si lo hacía, lo “había de seguir y buscar la vida hasta que me quitase la honra, porque era un embustero”.136

Además de Rodríguez Mesa, tachó a Francisco Piñero de enemigo capital por apoyar a Rodríguez Mesa, reclamándole haberle cobrado con tal rigor la hacienda a su amigo. Lo llamó “hombre de malos términos”.137 Gómez Barreto le contestó otro tal, pidiéndole se moderase en el hablar “porque su lengua cortaba como navaja y que era menester cortársela”.138 Lo amenazó de matarlo y se declaró su enemigo, intimidándole adicionalmente con hacerle “todo el mal que pudiera”.139

El cirujano Blas de Paz Pinto también resultó en la lista de sus enemigos capitales porque este lo presionó para que le pagara una deuda, a lo que Gómez Barreto le dijo “que era un hombrecillo de poca consideración”140 y él a Gómez “que era un hombre de mal trato y que se lo había de pagar y hacer todo el mal que pudiera y otras cosas de amenaza”.141

Según vimos, la calificación de enemigos capitales que aparece en este pleito específico era justa y estaba relacionada con amenazas de graves daños (como quitar la honra y la reputación), quitar el habla, desafiar y tratar de embustero, que según Quevedo y Hoyos hacían parte del derecho común. A estos actos de palabra se sumaron otros vinculados a acciones y deseos como el corte de lengua o desearle un gran mal.

Para Gómez Barreto la acusación que él hacía de sus “enemigos capitales” era razón de sobra para ser absuelto y dado por libre de la acusación y querella de ser judío judaizante.

Los pleitos entre Gómez Barreto y Rodríguez Mesa permiten entender las razones específicas que podían originar una enemistad capital y las formas concretas en las que esas pasiones se expresaban. En el primer grupo tenemos la consideración del otro como judío infame —la suma del sustantivo y del adjetivo implican una doble injuria—,142 el embargo de bienes, en este caso una fragata, y el cobro riguroso de deudas. Esas tres razones fueron el origen de la explosión de pasiones como el quitar el habla o la comunicación, el deseo de quitar la reputación del contrincante, la acusación de persona de “malos términos”, las amenazas de muerte, las amenazas de corte de lengua y las amenazas de provocar todo el mal posible. El conjunto de estas expresiones pasionales podemos asociarlas a deseos negativos y en particular al odio y la aversión. En este caso específico, las pasiones descritas se apegan con bastante exactitud a las definiciones jurídicas del enemigo capital, por lo que es posible que las pasiones descritas por Barreto Gómez buscaban acomodar las razones del derecho a la necesidad de invalidar al testigo que lo acusaba de judío. Una exploración del origen y desarrollo de este caso nos permite afirmar que Gómez Barreto usó certeramente la categoría de enemigo capital para librarse de graves acusaciones, sumado a las amistades íntimas que tenía entre miembros del Santo Oficio. En primer lugar, su caso es parte de la “gran complicidad” que llevó a juicio a un importante número de portugueses residentes en Cartagena. Aunque Gómez Barreto fue uno de los más notables inculpados en este proceso de represión y llegó a ser torturado, resultó absuelto en el año 1638. Once años después, el inquisidor Pedro de Medina Rico demostró que su proceso debía ser revisado luego de revocar la sentencia absolutoria a favor del depositario y regidor de Cartagena debido a la parcialidad que en él mostraron los servidores del oficio y la ausencia de un examen médico que hubiera revelado signos de circuncisión en el acusado. En el proceso que se abrió contra Gómez Barreto en 1652 este fue condenado a abjurar, llevar el sambenito, la confiscación de la mitad de sus bienes y el exilio.143

La enemistad y los conflictos jurisdiccionales

El concepto de enemigo capital no se usaba exclusivamente en la esfera jurídica. Hemos encontrado una carta de un obispo al rey en la que el concepto se usa para describir y contextualizar las profundas desavenencias con un gobernador al que pinta como ese diablo que describía fray Felipe Meneses, aquel que “busca oportunidad para dañarnos”.144

En 1581 el obispo de Cartagena Juan de Montalvo acusaba al gobernador Pedro Fernández de Bustos de intervenir excesivamente en los asuntos relacionados con la Iglesia por una abusiva interpretación del patronato real de 1574. El 25 de enero de 1581, el obispo escribió una extensa misiva al rey que se abría con expresiones emocionales en la que contrastaba dicha y contento con decepción. Lo preparaba para darle noticias malas que en lugar de alegrarlo le informarían de “la corrupción de vicios en los españoles que acá viven”,145 sentimiento contrario al que hubiera deseado manifestarle. Cerrada esta introducción preparatoria pasa a acusar al gobernador de que “ha venido […] a hacerme enemistad tan capital146 y se reafirma hojas después en que el gobernador “no puede tomar mejor remedio que publicarse mi enemigo”.147

El obispo describirá después detalladamente la forma en que esa enemistad capital se fue configurando, comenzando con molestias en temas personales para pasar a injerencias en delicados temas de administración de la Iglesia que involucraban el Patronato:

Quitándome el servicio de los indios y usando de otras molestias maniosas, como son procurar que no sea bien tratado en las visitas y persiguiendo a los que me tratan bien y a los que me visitan y me hablan, hablando mal de mí, levantándome cosas que no he hecho ni dicho [y] no contento con esto, me ha querido perseguir en las cosas de la Iglesia.148

Uno de los primeros pleitos que relató el obispo al rey fue el intento del gobernador de favorecer a un familiar suyo. El obispo propuso para ocupar la vacante a un sacerdote cantor al que el gobernador prometió ayudar con un sueldo. Pero una vez publicado el edicto no mantuvo su palabra, sino que buscó instalar en el cargo de sacristán a un barbero que cuando era niño había servido en la sacristía de Talavera. La indignación del obispo es tal que en su petición al rey expresa “como la voluntad de Vuestra Majestad se cumpla y la Iglesia no padezca tanto agravio que, pudiendo tener un sacerdote honrado, tenga por sacristán un barbero que no sabe leer una carta de excomunión”.149

Las presiones contra el obispo continuaron y cuando Montalvo le pidió que no “estorbase” a un mayordomo que él quiso introducir para servir al Santísimo Sacramento le contestó que “fuese enhorabuena, más que entendiese que ni en esto ni en otra cosa yo no había de poder nada más de lo que él quisiese”.150 Al poco tiempo amenazó al mayordomo y le impidió servir al Santísimo Sacramento.

En los nombramientos de los doctrineros sucedieron cosas similares y decía el obispo que el gobernador siempre le “trampeaba”151 sus candidatos y era él “más parte en las doctrinas”152 y “ninguna doctrina ha querido proveer ni presentar, diciendo que ya las doctrinas están adjudicadas a las religiones y que cuando vaca alguna, basta que los priores o guardianes envíen el fraile que les pareciere sin tener cuenta conmigo, llevando licencia del gobernador”.153 Esta actitud lleva a decir al obispo que “a mi ver tiene sabor a lo que hacía el Rey Enrique en Inglaterra”.154

Los pleitos entre autoridad eclesiástica y civil alcanzaron tal nivel que ambos se desautorizaban mutuamente hasta el punto de alterar el orden público y de hacer pensar al obispo en excomulgar al gobernador: “Y a esta causa ha alborotado las religiones contra mí y les hace espaldas para que me desacaten en los púlpitos y en las calles y que me presenten escritos que contienen injurias y falsos testimonios”.155

Un fraile franciscano al que Montalvo le dijo que no tenía ni la orden ni el derecho a administrarla porque era vacante aun, le contestó: “Que le picaba, que no me espantase que ellos me picasen en los escritos y peticiones”.156

El obispo dijo, “Padre estáis muy sobrado, y si no os medís, os meteré en una canoa y os enviaré a vuestro prelado”.157 A esto altaneramente dijo el fraile: “Tráteme vuestra señoría bien, porque soy tan bien nacido como vuestra señoría y otra vez lo vuelvo [a decir] que soy tan bueno como vuestra señoría”.158

Este altercado siguió con el intento de pedir que un juez conservador de Santo Domingo dirimiera el caso y no se pudo, pues “no había habido injuria manifiesta”.159 Con todo esto, el gobernador logró que un notario actuara como juez, el cual terminó por excomulgar al obispo y por perjudicar su prestigio y sueldo.

A esa altura de la carta el obispo vuelve a enfatizar en el tema de la enemistad pública entre él y el gobernador, la cual ha logrado que la gente no lo respete, se le extorsione y se le niegue el sueldo que se le había asignado en una cédula real, la cual además le extraviaron.

Después pasa a dar consejos precisos al rey de cómo mejorar el funcionamiento de los nombramientos y se queja de que las doctrinas están en tan miserable estado porque “no traen aquí otros religiosos sino los fugitivos y apóstatas que vienen de otras partes, y entre ellos mismos se trae por lenguaje que Cartagena es la isla de los apóstatas”.160

Pasa después a insistir en los males que han causado los doctrineros, que para los indios se han convertido en algo peor que “los crueles seglares” hasta el punto de que, dice, “tengo por cosa ciertísima que, si hoy Santo Domingo y San Francisco vinieran, se postraran a los pies de Su Santidad y de Vuestra Majestad para que sus religiosos fueran excusados de doctrina”.161

La carta termina con más consejos sobre la forma de mejorar la administración de las parroquias y de evitar abusos tales como el haberse hecho aparecer el gobernador como fundador del hospital real del cual no gastó ni “un real de su bolsa”, y “si Vuestra Majestad es patrón y el hospital es real, han de estar allí las armas de Vuestra Majestad y han de perecer las suyas”.162 El obispo pasa a la fórmula de despedida, reafirmándose en su verdad y expresando que su felicidad sería poder llegar a realizar la voluntad del rey.

En la carta del obispo hay un uso expreso o intencional de las emociones para preparar al rey de las malas noticias que transmitirá con relación a la mala gestión del gobernador. Las acusaciones contra este pueden leerse en el plano individual como una persecución personal y en el gubernativo como un abuso de la autoridad civil sobre la eclesial y como una transgresión al patronato regio. Si bien el caso denunciado por el obispo fue desestimado como una injuria explícita, él tenía razón en usar el concepto de enemistad capital, pues en los actos del gobernador estaban implícitos los deseos de perjudicar a la contraparte (tráfico de influencias, obstrucción del gobierno eclesial), la calumnia, la pérdida de la fama (con injurias y falsos testimonios) y la ambición, al punto que lo comparó con Enrique VIII, el adalid histórico del despotismo, la arrogancia y la infamia. La mala reputación de Enrique VIII creció exponencialmente desde que en los primeros años de su reinado personajes de la talla de Erasmo de Róterdam lo describieron como un rey culto y magnánimo hasta cuando al final de sus días fue considerado como el más nefasto gobernante de Inglaterra.163 La comparación que el obispo Juan de Montalvo hizo del gobernador con Enrique VIII pudo haberse inspirado en los conflictos entre el papa y el rey, los cuales habrían derivado en la proclamación del acta de supremacía de 1534 por la cual Enrique VIII se proclamó como máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra, acto que terminó en la fundación de la Iglesia anglicana. El recurso retórico usado por Montalvo era una incisiva voz de alarma sobre los excesos que el patronato regio podía generar en perjuicio de la autonomía de la Iglesia americana.

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429 p. 16 illustrations
ISBN:
9789587846652
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